Mundo ficciónIniciar sesión¿Qué haces cuando el amor te traiciona, la familia te vende, y la verdad se convierte en tu única arma? Mariam Smith fue usada como moneda de cambio, humillada, traicionada y abandonada… incluso por el hombre que juró protegerla. Tres años después, regresa envuelta en misterio, con un niño en brazos y una mirada fría que nadie puede sostener. La empresa de su difunto abuelo ha caído en ruinas, pero ella está dispuesta a levantarla... y a hacer pagar a todos los que la hundieron. Demian Thompson creyó que podía seguir adelante con el amor de su vida, una mujer egoísta y sin corazón. Pero cuando ve a Mariam con su hijo, idéntico a él, el mundo se le viene abajo. ¿Puede un hombre tan herido redimirse? ¿Puede una mujer tan traicionada volver a amar? Entre escándalos, mentiras, una familia tóxica, ambición y secretos, Mariam y Demian se enfrentan cara a cara. El pasado los marcó… pero el presente está a punto de incendiarse.
Leer másLa oficina de Demian estaba sumida en el silencio, interrumpido solo por el sonido de sus dedos tecleando sobre la laptop. La luz tenue de la lámpara sobre su escritorio proyectaba sombras en su rostro cansado. Llevaba horas sumergido en documentos, intentando distraerse de la pesadilla en la que se había convertido su vida. Desde ese maldito accidente, todo había cambiado. Su apariencia, su confianza, su matrimonio… Estaba al borde del colapso y lo sabía.
El estruendo de la puerta al abrirse de golpe lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista, sorprendido. Claudia estaba de pie frente a él, con una expresión pétrea y la mirada cargada de determinación. Su pecho subía y bajaba con rapidez, como si contuviera un torbellino dentro.
—Quiero el divorcio —soltó sin rodeos, sin titubeos.
Demian parpadeó, sintiendo cómo el aire se volvía pesado en su pecho. Su corazón se detuvo por un segundo, antes de latir con furia.
—¿Qué? —Su voz salió más baja de lo que esperaba, como si su cuerpo se negara a pronunciar esa palabra.
—No puedo seguir viviendo así. No soporto esta vida, no soporto verte, no soporto ver en lo que nos hemos convertido —sus palabras eran frías, calculadas, pero sus ojos brillaban con un destello de hartazgo y desprecio.
Él se puso de pie de golpe, derribando algunos papeles sobre el escritorio.
—Claudia, por favor… ¿qué estás diciendo? Pasamos por tanto juntos… Yo te amo.
Ella bufó con una risa amarga, cruzándose de brazos.
—¿Amor? ¿De verdad crees que esto es amor, Demian? Todo el mundo se burla de mí a mis espaldas. Susurran, me miran con lástima. “Pobre Claudia, casada con un monstruo”. ¿Sabes lo que es vivir con eso todos los días? ¡Estoy harta!
Cada palabra de ella era una daga clavándose más profundo en su pecho. Demian sintió que el suelo bajo sus pies se resquebrajaba, era más doloroso de lo que había imaginado.
—Claudia, no puedes decir eso… yo te amo.
—¡Sí puedo! —gritó ella, golpeando la mesa con ambas manos—. Mírate, Demian. ¡Mírate bien! No eres el hombre del que me enamoré. Antes, eras poderoso, atractivo, alguien a quien todos admiraban y respetaban. Ahora… eres un chiste, la sombra de lo que fuiste.
Demian retrocedió un paso, como si acabara de recibir un golpe en el estómago.
—¿Esto es por mi apariencia? —su voz tembló, llena de incredulidad.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó sin una pizca de compasión—. No quiero seguir casada con alguien como tú. No quiero cargar con la vergüenza de ser la esposa de un hombre al que todos desprecian.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Demian sintió cómo algo dentro de él se rompía. Algo que jamás podría reparar.
Los segundos se hicieron eternos antes de que él se dejara caer de rodillas frente a ella. Sus manos temblorosas se aferraron a su vestido con desesperación.
—Por favor… —susurró, su voz quebrada—. No me dejes, Claudia. Te lo suplico… No sé qué haré sin ti. Eres lo único que me mantiene vivo, acaso no lo entiendes, te necesito para respirar…
Las lágrimas que se había negado a derramar durante tanto tiempo ardieron en sus ojos, nublando su visión. Su orgullo estaba hecho pedazos, su dignidad destruida, pero nada de eso importaba. Lo único que quería era que ella se quedara y le demostrara que lo amaba.
Claudia lo miró desde arriba con una mezcla de lástima y desprecio. Se apartó bruscamente, haciendo que las manos de Demian cayeran al suelo.
—No me hagas esto… —rogó él con la voz ahogada, incapaz de levantarse, incapaz de aceptar la realidad que lo golpeaba con brutalidad.
—Ya está hecho. No quiero seguir un segundo más a tu lado —dijo con frialdad antes de girarse.
Demian observó cómo se alejaba, su silueta desdibujándose mientras su mundo entero se derrumbaba.
Un sonido lejano resonó en sus oídos: el motor del auto encendiéndose.
Luego, la puerta de la mansión abriéndose.
Las ruedas contra el pavimento, alejándose.
Y después, el silencio absoluto.
Demian permaneció en el suelo, con los puños apretados contra la alfombra. Su pecho subía y bajaba descontroladamente, sintiendo que el aire no llegaba a sus pulmones. Su esposa, la mujer por la que daría la vida, lo había dejado sin mirar atrás.
Se quedó en la misma posición por minutos, tal vez horas, hasta que su cuerpo finalmente cedió y se desplomó por completo. Su corazón latía con un dolor insoportable, como si alguien lo estuviera estrujando dentro de su pecho.
No sabía cuánto tiempo pasó antes de que su cuerpo finalmente se moviera. Con pasos torpes y pesados, se levantó y salió de la oficina. Recorrió la mansión en la que había sido feliz, en la que una vez creyó que tenía un futuro con Claudia.
Pero todo eso se había ido. Había desaparecido como el humo en el viento.
Subió las escaleras con dificultad, como si su propio peso lo estuviera aplastando. Al llegar a su habitación, cerró la puerta con llave y se dejó caer en la oscuridad.
El mundo exterior dejó de existir.
Ya no volvería a salir de allí.
"A veces el verdadero amor no llega cuando lo buscas, sino cuando el corazón, roto y herido, aún se atreve a amar otra vez."
Emma Brown
Mariam estaba algo preocupada. Nunca había dejado a sus pequeños por tanto tiempo y, aunque confiaba plenamente en la señora Thompson y en su hermana Agatha, el corazón de madre siempre encontraba razones para inquietarse. Se arrodilló frente a Liam, su primogénito, y le acomodó un mechón rebelde de cabello. —Pórtate bien, Liam —le pidió con ternura. Luego se inclinó hacia la pequeña y acarició la mejilla suave de su Melisa, que la miraba con grandes ojos inocentes. Liam, en un gesto protector que lo hacía parecer mayor de lo que era, le respondió con seguridad: —No te preocupes, mamá, todo estará bien. Yo cuidaré de Melisa. Ve con papá… y me traes regalos. Mariam sonrió, conmovida por la madurez de su hijo. Lo abrazó fuerte, como si quisiera grabar ese instante en su corazón. Después besó su mejilla y se levantó lentamente, todavía con un nudo en la garganta. —Todo saldrá bien, hija —aseguró la señora Thompson con dulzura—. Disfruten de este viaje, ustedes también lo mere
20 de noviembreEl día especial había llegado al fin. La mansión Thompson brillaba bajo el sol matutino, transformada en un escenario de ensueño para la boda más esperada del año.En su habitación, Demian terminaba de ajustar su corbata frente al espejo. A su lado, Liam imitaba cada uno de sus movimientos con seriedad, intentando acomodar la suya. La semejanza era sorprendente: el niño tenía el porte elegante y la mirada fría de su padre, aunque todavía inocente y traviesa. Demian no pudo evitar sonreír con orgullo al verlo tan concentrado.—Listo, campeón —le dijo mientras arreglaba el último detalle de su traje.Ambos salieron juntos de la habitación. Sus pasos resonaban en los pasillos de la mansión, que vibraban de actividad. Empleados, floristas y músicos ultimaban los arreglos. El murmullo de los invitados se mezclaba con el repicar de copas y el sonido de los violines que afinaban sus cuerdas.En la planta baja, Mariam se acomodaba el cabello con delicadeza. El vestido que llev
Los días continuaron su curso como un río sereno después de la tormenta. Agatha se recuperaba con cada amanecer; sus pasos eran más firmes y su sonrisa más constante. La casa volvía a llenarse de voces alegres y de ese calor de hogar que hacía tiempo no sentían. Mariam, por las mañanas, salía a trabajar y dejaba a Liam en la escuela, mientras Melisa corría feliz detrás de su tía, disfrutando de cada instante con ella. La pequeña había encontrado en Agatha una confidente, alguien que, jugaba con ella mientras su madre no estaba, además de leerle cuentos antes de dormir.Azucena y Sofía, por su parte, vivían sumergidas en un torbellino de preparativos. Los días parecían cortos para organizar todos los detalles de sus bodas. Esa tarde especial, ambas estaban en la boutique probándose vestidos de novia, y la emoción brillaba en sus ojos como estrellas. Mariam las acompañaba, dando su opinión con ese buen gusto que la caracterizaba, mientras Agatha, con paciencia y cariño, buscaba entre lo
Mariam estaba en la mansión desde temprano, corriendo de un lado a otro mientras terminaba los últimos detalles de la decoración. No podía permitirse que nada saliera mal, no en un día tan especial. Esa mañana darían de alta a Ágata en el hospital y, después de dos largos meses, por fin volvería a casa. Demian había ido por ella, y Mariam quería que su hermana se sintiera recibida con todo el amor que merecía.Sofía y Carlos colocaban con cuidado el mantel blanco de lino mientras acomodaban la vajilla fina. Cada plato, cada copa y cada servilleta debía lucir impecable. En el jardín, Azucena y Gabriel terminaban de colocar ramilletes de flores en los jarrones de cristal; el aire estaba impregnado del dulce aroma de lirios y rosas recién cortadas. Por toda la casa, los empleados se movían con rapidez, afinando los últimos preparativos como si se tratara de un concierto que estaba por comenzar.La madre de Demian cuidaba a los pequeños mientras ellos corrían alegres por el jardín. El sol
Las horas en la sala de espera parecían eternas, como si el tiempo se hubiera congelado entre los latidos de la angustia y los suspiros contenidos. El tic tac del reloj colgado en la pared blanca era lo único que marcaba el paso de los minutos, y aun así parecía burlarse de todos.Mariam permanecía sentada en la silla de ruedas, con las manos entrelazadas sobre su regazo, la transfusión aún conectada a su brazo. Su rostro estaba pálido, con ojeras profundas que revelaban no solo la pérdida de sangre, sino también el peso de la preocupación. Demian no se apartaba de su lado; se mantenía de pie, con una mano apoyada en el respaldo de la silla y la otra lista para sostenerla en cualquier momento. Sus ojos no se movían de ella, como si temiera que, si apartaba la vista aunque fuera un segundo, algo malo pudiera ocurrir.Los demás familiares y allegados se habían ido acomodando en el lugar como podían. Algunos dormitaban de cansancio, otros murmuraban entre ellos, y unos más miraban fijame
Agatha se apoyó contra la pared con dificultad. La sangre se filtraba bajo su cuerpo, expandiéndose como un charco oscuro que devoraba el suelo. Cada respiración era un tormento; sentía cómo todo a su alrededor giraba, cómo la fuerza la abandonaba poco a poco. Su mirada, sin embargo, no reflejaba miedo, sino serenidad. Sabía que el final estaba cerca. Cerró los ojos por un momento y, en su mente, la imagen de Mariam y sus sobrinos brilló como un faro en medio de la penumbra. Si ella lograba salir con vida, si podía volver con sus hijos, entonces todo habría valido la pena. Una débil sonrisa asomó en sus labios. Podía morir en paz. La oscuridad comenzó a reclamarla lentamente, envolviéndola como un manto inevitable. Mientras tanto, Mariam, escondida en el baño, luchaba contra el desmayo. La pierna le ardía con un dolor palpitante, y cada paso se sentía como un castigo. Se apoyó en la pared, respirando entrecortadamente. Tenía que salir de allí, tenía que encontrar a su hermana. La id
Último capítulo