¿Qué puede ser peor que descubrir que tu esposo te ha reemplazado por otra mujer justo cuando planeabas sorprenderlo con los resultados de tu fertilización in vitro? Que los hijos que esperas no sean suyos… sino de un hombre bastante peligroso. Andy Davis no solo enfrenta la traición de su esposo, sino un error en la clínica que la ha convertido en la madre de los mellizos de Damián Ashford, un CEO implacable que necesita un heredero para consolidar su poder. Escapar de él es su única opción, pero Damián no es un hombre que acepte un "no" por respuesta. Entre ellos, la química es intensa, un juego de seducción y desafío donde ninguno está dispuesto a ceder. Andy hará todo por proteger su libertad y criar a sus hijos lejos de su control, pero el destino no ha terminado con ellos. Tarde o temprano, tendrá que regresar a las garras de ese hombre al que odia… y al que desea con la misma intensidad. Damián está decidido a domarla… Andy se niega a caer en su red… Pero cuando dos fuerzas imparables chocan, solo hay un desenlace posible: una explosión de pasión que podría consumirlos a ambos.
Leer másANDY DAVIS
—¡¿Embarazada?! —exclamé emocionada e inquieta. No podía sonreír más de lo que ya lo hacía. Mi corazón golpeaba tan fuerte como un tambor y de pronto no sabía si reír o llorar por la emoción.
—Así es… —contestó el doctor mientras revisaba mis estudios—. Me alegra que la inseminación artificial haya dado resultados tan satisfactorios. Al parecer tienes tres semanas de gestación. El producto está bien implantado. Ahora solo falta revisar si es uno solo o gemelos.
Hizo a un lado el folder con los resultados de sangre y sacó los de ultrasonido mientras sus palabras aumentaban mi sorpresa.
—¿Gemelos? —pregunté ansiosa. Me faltaba la respiración. Mi esposo y yo nos habíamos esforzado tanto por tener un hijo, si eran dos, sería una bendición.
—En la fertilización in vitro suele haber gestaciones múltiples, pues inoculamos varios óvulos fecundados para aumentar el porcentaje de éxito —dijo el doctor con una sonrisa mientras revisaba el estudio—, y como decía, hay dos productos que lograron implantarse. Tendrá mellizos.
Abrí los ojos y de pronto tuve tantas ganas de llorar de alegría. Apreté los dientes y me incliné hacia el estudio mientras el doctor me lo mostraba. En realidad, no entendía mucho, pero las palabras del doctor se me quedaron grabadas: «Tendrá mellizos».
—Mellizos… —susurré con el poco aliento que me quedaba y acaricié mi vientre. Aún no los sentía, pero de saber que estaban ahí, creciendo dentro de mí, estaba llena de dicha. No había otra cosa en el mundo que me pudiera hacer más feliz, ni siquiera había algo que pudiera arrebatarme esa felicidad.
Salí de la clínica con los papeles en la mano y mi corazón saltando del pecho, ansiosa por llegar a casa y dar la noticia. Habían pasado cinco años desde que me había casado con John. Cinco años intentando concebir un bebé. Cinco años de fallar y terminar llorando entre sus brazos, sintiéndome insuficiente como mujer. El dolor y la decepción hacia mí misma aumentaba con cada prueba de embarazo negativa, así que decidimos que lo mejor sería recurrir a la reproducción asistida. No había sido más fácil, pero sí más efectivo.
Al llegar a casa la alegría aumentó con creces. Cada paso que daba hacia la entrada mi euforia aumentaba, quería entrar dando brinquitos como una niña pequeña y las palabras se peleaban en mi boca por salir. Abrí la puerta y mi estómago se retorció de la emoción. Corrí hasta que la silueta de mi esposo me confirmó que estaba en la sala. Se encontraba de pie delante de la ventana, con la mirada perdida y una seriedad que no reconocía.
—¿Johnny? —pregunté con la alegría apagada, pero aún latiendo en mi garganta.
—Por fin llegaste —quien respondió fue mi suegra. Estaba sentada en el sofá con aires de ser la reina de todo. Cabía mencionar que nuestra relación no era la mejor y empeoró cuando los años pasaban y no le daba ningún nieto.
Antes de poder decir algo, una chica hermosa y más joven que yo se acercó con actitud tímida pero la mirada fija en mí, retadora, antes de colgarse del brazo de John, quien me vio de pies a cabeza con lástima y resopló.
—¿Qué ocurre? —pregunté sintiendo un hueco en el pecho que se hacía cada vez más grande. En ese punto la emoción de mi embarazo ya no era tanta.
Mi suegra se levantó del sofá y tomó unos papeles que descansaban sobre la pequeña mesa de centro. Su taconeo me erizó la piel antes de que me mostrara el documento, agitándolo frente a mí con desprecio.
—Fírmalo cuanto antes para que puedas empacar e irte —sus palabras eran filosas y cargadas de rencor.
Empecé a leer, pero no podía concentrarme. La mujer desconocida se refugiaba con mi esposo y la palabra divorcio empezó a resaltar en el documento. El aire se volvió denso y me dieron ganas de vomitar.
—¿De qué se trata esto? —Levanté la mirada hacia ellos, buscando una explicación—. ¿John? ¿Quién es ella?
Con el ceño fruncido y desviando la mirada, posó su mano sobre las de la chica, pequeñas y delgadas, que se aferraban a su brazo como alguna vez las mías lo hicieron. Compartieron una mirada de complicidad antes de que por fin mi esposo rompiera el silencio.
—Andy, Lynnet está embarazada —soltó volteando hacia la chica a su lado y posó su mano sobre su vientre de manera protectora, haciéndola sonreír con suficiencia, como si este fuera un juego y ella me hubiera ganado—. Necesito un hijo, lo sabes, y ella me lo está dando.
Sus palabras fueron como un golpe directo al corazón, tan fuerte que me hizo retroceder un par de pasos, tan duro que me dolió el pecho.
—¿Cuándo…? ¿Por qué…? —no pude terminar ninguna pregunta, me estaba quedando sin aire.
—¡Y quedó embarazada de forma natural! —exclamó mi suegra con orgullo, acercándose a la feliz pareja y posando su mano sobre el hombro de ella—. Entenderás, Andy, que no quiero que mi nieto venga de una madre enferma e inútil. ¡Eres una buena para nada! Ni siquiera como mujer sirves. Tu útero no funciona y ¿así esperabas que mi hijo se quedara a tu lado para siempre?
—Un momento… —pedí mientras recapitulaba cada palabra que había dicho—. ¿Embarazada de forma natural?
Levanté mi atención hacia John, buscando una explicación. Su rostro era una máscara de seriedad, pero contrario a lo que esperaba, no desvió la mirada ni se avergonzó, por el contrario, alzó la frente mientras tensaba las mandíbulas.
—Me fuiste infiel… —No fue pregunta, no tenía sentido dudarlo. Ni siquiera hizo el intento de disculparse o decir: no es lo que parece, como cualquier infiel con un mísero gramo de arrepentimiento—. ¿Desde cuándo están juntos? ¿Cuánto tiempo llevan burlándose a mis espaldas?
»Dime, John, ¿cuánto tiempo llevas jugando a ser el esposo perfecto mientras te veías a mis espaldas con esa mujer? ¿Por lo menos tienes el valor de decírmelo? —Apreté mi corazón con todas mis fuerzas mientras luchaba por mantener el tono de mi voz firme y decidido.
BASTIÁN LEBLANC—Andy, la mujer por la que lloras… es hija del auditor de Estados Unidos. ¿Aún la consideras tu amiga? —pregunté con media sonrisa y negando con la cabeza.—¿Lo sabías? —inquirió Rachel con el rostro lívido—. ¿Todo este tiempo lo supiste? ¿Por eso querías casarte con ella, para tener a su padre de tu lado?—No, hubo un tiempo en que la amé porque creí que era madura, inteligente y la clase de mujer que me merecía. Lo de su padre era un beneficio secundario —respondí antes de suspirar con pesadez—, pero eso quedó en el pasado. Vayámonos de aquí, Rachel. No perdamos más tiempo. —¿No escuchaste lo que te dije? —preguntó mientras mantenía los pies clavados al piso—. Los hombres que iban contigo están muertos, y sus asesinos te están esperando allá afuera. No me iré contigo. Volteé hacia ella y sonreí enternecido antes de acariciar su mejilla. —¿Intentas asustarme? —pregunté pellizcando su mentón—. No hay manera de que hayan acabado con los hombres del auditor sin hacer
BASTIÁN LEBLANCLlegué al hospital con un ramo de flores y el corazón acelerado. Sabía cuál era la habitación de Rachel y… con cada paso que daba me sentía más nervioso por cómo reaccionaría en cuanto me viera. ¿Tendría que secuestrarla o vendría conmigo por iniciativa propia? ¿No me merecía una segunda oportunidad? Haría todo lo que ella había esperado de mí. Le daría todo el amor que le negué y que se merecía. El peso en mi pecho se hizo más grande cuando me planté fuera de la habitación, toqué un par de veces antes de abrir la puerta. Los hombres que me acompañaban esperaban a los costados de la puerta. Esto tenía que ser rápido. Cuando me di cuenta, Rachel ya me esperaba sentada en el borde de la cama, con un pantalón de mezclilla y una camiseta gris. Sus pies se balanceaban y sus antebrazos descansaban en sus muslos. —Rachel… —pronuncié su nombre y todo el aire escapó de mis pulmones. Cerré la puerta detrás de mí y avancé con cautela, sin apartar la mirada de su rostro. Ella
BASTIÁN LEBLANC—Es lo único que quiero, nada de dinero, nada de propiedades, solo Rachel y mi hijo, Esteban —pedí agachando la mirada, viendo el elegante traje que me habían ofrecido. El baño caliente había relajado mis músculos y después de una buena afeitada y corte de cabello me sentí como en los viejos tiempos, por lo menos lucía así.—Dame la contraseña… y te daré lo que quieres —dijo el hombre pelirrojo, encogiéndose de hombros como si mi petición fuera cualquier favor insignificante. —¿Dónde está la computadora? —pregunté tragando saliva—. No tiene sentido que tengas una cosa sin la otra.La misma mujer enmascarada que me había encontrado debajo de ese puente, como un maldito vagabundo, escondiéndome de la policía y de mis propios pecados, se acercó con la computadora en sus manos. Al tenerla más de cerca y bajo una luz más clara noté que su cabellera pelirroja era falsa, solo una peluca, y no solo eso, su mirada a través de los agujeros de la máscara parecía vacía, melancóli
MOLLY DAVIS—Nunca me iré de tu lado —respondí con el corazón lleno de verdad—. Pase lo que pase, mi lugar está contigo. Te amo.Entonces sonrió, confiando completamente en mis palabras, como si no me creyera capaz de mentir. Se levantó y cerró su caja fuerte antes de dirigirse hacia la puerta.—¿Confías tanto en mí palabra? —pregunté sorprendida. Sabía que tenía que disfrutar de su fe ciega en mí, pero… me intrigaba.—Prefiero confiar en ti —susurró con media sonrisa y la mano en el marco de la puerta—. No me importa si tú intención es destruirme, no voy a resistirme. »Seré inmensamente feliz con tu amor y tu confianza, pero si todo es mentira y solo quieres quitarme del camino, estaré bien con eso. Prefiero morir por tu mano a vivir sin ti. —Se encogió de hombros como si fuera lo más lógico—. Te daré cinco minutos para que hagas tu llamada. ¿Está bien?Asentí, aún confundida con sus palabras, y al mismo tiempo conmovida. No me sentía del todo merecedora de su confianza y amor. Asen
MOLLY DAVIS Me senté a orilla de la alberca y metí mis pies, empujando el agua con mis pantorrillas de manera alternada, mientras la mirada de Alexei se clavaba en mi espalda. Él permanecía cerca, vigilante, pero discreto. Cuando volteé me sonrió con una ternura infinita que derritió mi corazón. Sentado en una de las sillas para tomar el sol, con su camisa blanca desabrochada y sus manos descansando sobre sus muslos, parecía tranquilo y sereno.—¿Piensas quedarte todo el día aquí, conmigo? —pregunté frunciendo el ceño, desconcertada, y me di cuenta muy tarde de que pude sonar grosera.—¿Te molesta? ¿Prefieres que te dé espacio? —No parecía enfadado o herido, más bien preocupado por complacerme.Regresar por él cuándo tenía un escape casi perfecto parecía haber tocado su corazón de una manera profunda. De pronto me volví la dueña de sus miradas y buenas intenciones. Intenté levantarme sin caer al agua, cuando Alexei ya estaba tomándome en brazos y llevándome hacia la silla donde ha
MOLLY DAVISDeteniéndose justo cuando ya se había puesto los pantalones, Alexei comenzó a vestirme a mí, como si fuera su muñequita personal, ajustando la cremallera de mi vestido, acomodando los tirantes e incluso hincándose ante mí para ponerme los zapatos. Todo lo hacía con una adoración que hacía temblar mi corazón, mientras dejaba pequeños besos en mis hombros, en mi cuello e incluso en mis piernas, así como caricias sutiles, como si no se sintiera capaz de controlar sus deseos por tocarme. Cuando por fin bajamos al comedor para desayunar, noté como se tensaba con cada paso que avanzábamos. En la mesa ya estaba Sergei, a la cabeza, y Nadia a su lado, ambos ignorando el desayuno frente a ellos.Alexei me ofreció la silla con cuidado y caballerosidad, ignorando la hostilidad de su familia, enfocándose solo en mí. —Pareces muy tranquilo después de que asesinaste a mi ayudante —dijo Sergei entornando los ojos al verme. Cuando más nerviosa me sentía, Alexei acercó un trozo de melón
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