Mariam estaba algo preocupada. Nunca había dejado a sus pequeños por tanto tiempo y, aunque confiaba plenamente en la señora Thompson y en su hermana Agatha, el corazón de madre siempre encontraba razones para inquietarse.
Se arrodilló frente a Liam, su primogénito, y le acomodó un mechón rebelde de cabello.
—Pórtate bien, Liam —le pidió con ternura. Luego se inclinó hacia la pequeña y acarició la mejilla suave de su Melisa, que la miraba con grandes ojos inocentes.
Liam, en un gesto protector que lo hacía parecer mayor de lo que era, le respondió con seguridad:
—No te preocupes, mamá, todo estará bien. Yo cuidaré de Melisa. Ve con papá… y me traes regalos.
Mariam sonrió, conmovida por la madurez de su hijo. Lo abrazó fuerte, como si quisiera grabar ese instante en su corazón. Después besó su mejilla y se levantó lentamente, todavía con un nudo en la garganta.
—Todo saldrá bien, hija —aseguró la señora Thompson con dulzura—. Disfruten de este viaje, ustedes también lo mere