Un Contrato, Dos Destinos, Un Solo Corazón
Un Contrato, Dos Destinos, Un Solo Corazón
Por: CinthiaBrown
Corazón herido

 La oficina de Demian estaba sumida en el silencio, interrumpido solo por el sonido de sus dedos tecleando sobre la laptop. La luz tenue de la lámpara sobre su escritorio proyectaba sombras en su rostro cansado. Llevaba horas sumergido en documentos, intentando distraerse de la pesadilla en la que se había convertido su vida. Desde ese maldito accidente, todo había cambiado. Su apariencia, su confianza, su matrimonio… Estaba al borde del colapso y lo sabía.

El estruendo de la puerta al abrirse de golpe lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista, sorprendido. Claudia estaba de pie frente a él, con una expresión pétrea y la mirada cargada de determinación. Su pecho subía y bajaba con rapidez, como si contuviera un torbellino dentro.

—Quiero el divorcio —soltó sin rodeos, sin titubeos.

Demian parpadeó, sintiendo cómo el aire se volvía pesado en su pecho. Su corazón se detuvo por un segundo, antes de latir con furia.

—¿Qué? —Su voz salió más baja de lo que esperaba, como si su cuerpo se negara a pronunciar esa palabra.

—No puedo seguir viviendo así. No soporto esta vida, no soporto verte, no soporto ver en lo que nos hemos convertido —sus palabras eran frías, calculadas, pero sus ojos brillaban con un destello de hartazgo y desprecio.

Él se puso de pie de golpe, derribando algunos papeles sobre el escritorio.

—Claudia, por favor… ¿qué estás diciendo? Pasamos por tanto juntos… Yo te amo.

Ella bufó con una risa amarga, cruzándose de brazos.

—¿Amor? ¿De verdad crees que esto es amor, Demian? Todo el mundo se burla de mí a mis espaldas. Susurran, me miran con lástima. “Pobre Claudia, casada con un monstruo”. ¿Sabes lo que es vivir con eso todos los días? ¡Estoy harta!

Cada palabra de ella era una daga clavándose más profundo en su pecho. Demian sintió que el suelo bajo sus pies se resquebrajaba, era más doloroso de lo que había imaginado.

—Claudia, no puedes decir eso… yo te amo.

—¡Sí puedo! —gritó ella, golpeando la mesa con ambas manos—. Mírate, Demian. ¡Mírate bien! No eres el hombre del que me enamoré. Antes, eras poderoso, atractivo, alguien a quien todos admiraban y respetaban. Ahora… eres un chiste, la sombra de lo que fuiste.

Demian retrocedió un paso, como si acabara de recibir un golpe en el estómago.

—¿Esto es por mi apariencia? —su voz tembló, llena de incredulidad.

—¡Por supuesto que sí! —exclamó sin una pizca de compasión—. No quiero seguir casada con alguien como tú. No quiero cargar con la vergüenza de ser la esposa de un hombre al que todos desprecian.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Demian sintió cómo algo dentro de él se rompía. Algo que jamás podría reparar.

Los segundos se hicieron eternos antes de que él se dejara caer de rodillas frente a ella. Sus manos temblorosas se aferraron a su vestido con desesperación.

—Por favor… —susurró, su voz quebrada—. No me dejes, Claudia. Te lo suplico… No sé qué haré sin ti. Eres lo único que me mantiene vivo, acaso no lo entiendes, te necesito para respirar…

Las lágrimas que se había negado a derramar durante tanto tiempo ardieron en sus ojos, nublando su visión. Su orgullo estaba hecho pedazos, su dignidad destruida, pero nada de eso importaba. Lo único que quería era que ella se quedara y le demostrara que lo amaba.

Claudia lo miró desde arriba con una mezcla de lástima y desprecio. Se apartó bruscamente, haciendo que las manos de Demian cayeran al suelo.

—No me hagas esto… —rogó él con la voz ahogada, incapaz de levantarse, incapaz de aceptar la realidad que lo golpeaba con brutalidad.

—Ya está hecho. No quiero seguir un segundo más a tu lado —dijo con frialdad antes de girarse.

Demian observó cómo se alejaba, su silueta desdibujándose mientras su mundo entero se derrumbaba.

Un sonido lejano resonó en sus oídos: el motor del auto encendiéndose.

Luego, la puerta de la mansión abriéndose.

Las ruedas contra el pavimento, alejándose.

Y después, el silencio absoluto.

Demian permaneció en el suelo, con los puños apretados contra la alfombra. Su pecho subía y bajaba descontroladamente, sintiendo que el aire no llegaba a sus pulmones. Su esposa, la mujer por la que daría la vida, lo había dejado sin mirar atrás.

Se quedó en la misma posición por minutos, tal vez horas, hasta que su cuerpo finalmente cedió y se desplomó por completo. Su corazón latía con un dolor insoportable, como si alguien lo estuviera estrujando dentro de su pecho.

No sabía cuánto tiempo pasó antes de que su cuerpo finalmente se moviera. Con pasos torpes y pesados, se levantó y salió de la oficina. Recorrió la mansión en la que había sido feliz, en la que una vez creyó que tenía un futuro con Claudia.

Pero todo eso se había ido. Había desaparecido como el humo en el viento.

Subió las escaleras con dificultad, como si su propio peso lo estuviera aplastando. Al llegar a su habitación, cerró la puerta con llave y se dejó caer en la oscuridad.

El mundo exterior dejó de existir.

Ya no volvería a salir de allí.

"A veces el verdadero amor no llega cuando lo buscas, sino cuando el corazón, roto y herido, aún se atreve a amar otra vez."

Emma Brown

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