Mundo ficciónIniciar sesiónRebecca Callaway se había casado enamorada de un hombre que no la amaba, ella lo sabía, pero a veces el corazón es demasiado caprichoso. Henry Sheppard había tenido que aceptar aquella boda para salvar su empresa: sus negocios con el padre de Rebecca lo habían puesto al borde de la bancarrota cuando Curtis Callaway había sido arrestado por fraude. El trato había sido simple: Curtis lo deslindaba de toda responsabilidad, pero él tenía que casarse con su única hija y protegerla. Y Henry lo había hecho, culpándola, odiándola, haciéndola responsable de arruinar su unión con la mujer que de verdad amaba. Su único consuelo era que aquel matrimonio tenía fecha de caducidad: terminaría después de cien besos. Eso era lo único que Rebeca le había pedido para dejarlo libre: cien besos. Él la odió durante los primeros noventa y nueve… ¿Qué pasará cuando, en vez de pedirle el beso número cien, ella le entregue el divorcio firmado? Él despreció los primeros noventa y nueve… y ella hará que él se arrastre por el último.
Leer másMI MEJOR ENEMIGO. CAPÍTULO 7. Malditos celosCamilo llegó a su departamento esa madrugada con una sensación extraña, como si alguien le hubiera apagado el mundo de golpe. Cerró la puerta detrás de sí, dejó las llaves sobre la mesa y se quedó de pie unos segundos, mirando la nada. Luego fue directo a la cocina, sacó una botella y se sirvió un trago generoso. Bebía solo, en silencio, sin prisa, como si necesitara adormecer algo que no sabía cómo nombrar.Estaba aturdido. No por la discusión en sí, sino por la determinación de Seija. Siempre había sido una mujer fuerte, eso nunca lo dudó, pero lo que había visto esa noche era distinto. Antes, incluso en los peores momentos, ella dejaba asomar alguna grieta, una sonrisa irónica, una emoción que él sabía provocar. Ahora no. Ahora parecía un témpano de hielo. Distante. Imperturbable. Como si no importara que a los dos se les hubiera roto el corazón dos años atrás.—¿Cómo demonios arreglo esto? —murmuró, dándole otro sorbo al vaso y en ese m
MI MEJOR ENEMIGO. CAPÍTULO 6. Una nueva enemiga.Camilo estaba furioso e impaciente, y esa mezcla le ardía bajo la piel como una fiebre mal curada. No era una rabia escandalosa; no gritaba ni golpeaba mesas. Era una furia más peligrosa, una que se quedaba atrapada en el pecho y le hacía perder la paciencia por dentro. Llevaban horas con la investigación, intentando ayudar a Henry a cerrar el desastre financiero, y aun así Camilo no lograba concentrarse como debía.Leía números, revisaba transferencias, comparaba fechas. Todo tenía sentido en el papel. Todo era lógico, pero su atención se le escapaba sin permiso, porque Seija estaba allí.Cada vez que levantaba la vista, la encontraba al otro lado de la mesa, inclinada sobre los documentos, subrayando, anotando, explicando cosas con una calma que a él le resultaba casi irritante. No parecía nerviosa ni cansada. Hablaba con Rebecca sin elevar la voz, sin dramatizar. Y Camilo apretaba la mandíbula cada vez que la veía así de distante.Sa
MI MEJOR ENEMIGO. CAPÍTULO 5. Incómodas verdadesSeija no pasó saliva, no se paralizó, no perdió el aliento por tenerlo enfrente, simplemente porque ella era la única que estaba segura desde el principio que esos encuentros iban a ocurrir. Después de todo ella seguía siendo la mejor amiga de Rebecca, y él seguía siendo el mejor amigo de Henry: dos personas que estaban divorciándose y que tenían un abanico de odio alrededor capaz de incluir y confrontar a todos los que estuvieran cerca.Pero definitivamente no había esperado que Camilo tuviera el poco tino de abrir su reencuentro con aquella pregunta:—¿Por qué siempre tienes que ser tan venenosa?Era una sentencia interesante, y a la vez demasiado peligrosa.—Porque desde tiempos inmemoriales, querido, la gente prefirió creerle a la serpiente —respondió Seija sin pelos en la lengua—. Y tu mejor amigo es una prueba fiel de eso.Henry bajó la mirada tragándose la impotencia y la imposibilidad de contestarle, y Camilo pasó a su lado, pal
MI MEJOR ENEMIGO. CAPÍTULO 4. Una voz conocidaMÁS DE DOS AÑOS DESPUÉSCamilo había aprendido a desayunar despacio. No por gusto, sino porque el silencio de la mesa familiar se había vuelto una especie de refugio. Antes hablaba más, se reía más, discutía por cualquier cosa. Ahora era distinto: más taciturno, más medido, con un sarcasmo fino que usaba como armadura. Había madurado, decían algunos. Él sabía que también se había endurecido un poco.Estaba sentado frente a su plato cuando el teléfono vibró sobre la mesa. Miró la pantalla y frunció apenas el ceño.—Es Henry —dijo, más para sí que para los demás.Su madre levantó la vista de su café, curiosa, y Camilo atendió la llamada antes de que ella pudiera comentar algo.—¿Qué pasó? —preguntó sin rodeos, alejándose un poco de la mesa.La voz de Henry sonó acelerada, cargada de tensión.“Tengo un problema… ¿recuerdas que hablamos de las más de veinte mil unidades de computadoras que le vendí a Rebecca?”—Sí, las que compró para ayudart
MI MEJOR ENEMIGO. CAPÍTULO 3. Un presentimientoCamilo miró el reloj del restaurante por quinta vez en menos de dos minutos. La aguja avanzaba con una crueldad innecesaria. Seija llevaba más de una hora de retraso, y eso no se parecía en nada a ella. No era impuntual, no desaparecía sin avisar y, sobre todo, no dejaba mensajes sin responder.—Seguro se le hizo tarde —murmuró para sí, aunque la frase sonaba cada vez menos convincente.El mesero ya había pasado dos veces a preguntar si deseaba algo más, y Camilo había pedido otra bebida solo para no sentirse fuera de lugar, pero el nudo en el estómago no se le aflojaba. Sacó el teléfono de nuevo y marcó. Nada. Buzón de voz. Intentó escribirle un mensaje y lo dejó a medias. No quería parecer ansioso, aunque, para ese punto, ya era bastante difícil disimularlo.Pagó la cuenta sin terminar la bebida y salió del restaurante con pasos rápidos. La preocupación empezaba a escalar por su pecho como una alarma. Algo no estaba bien; lo supo con e
MI MEJOR ENEMIGO. CAPÍTULO 2. Escapando.Seija sintió que el mundo se le venía encima de golpe. Era como si alguien le hubiera arrancado el piso bajo los pies sin aviso. Allí estaba ella, para preguntarle a Camilo cómo podían organizar sus vidas, cómo podían hacer que lo suyo —ese “algo” que para ella ya era más grande de lo que admitía— funcionara con todo lo que se les venía encima. Quería saber si él estaría dispuesto a acompañarla en el viaje, si podían planear un futuro juntos.Pero en cuestión de segundos descubría que para él no había futuro, ni planes, ni nada parecido. Para Camilo ella era solo un entretenimiento, o peor aún, parte de eso que él llamaba “disfrutar de las equivocadas”.El pensamiento la perforó como una daga. Sentía cómo se le formaba un hueco en el pecho, uno que se expandía sin control. Por eso, en lugar de entrar a la oficina y enfrentarlo, simplemente giró sobre sus propios pies y se marchó.Caminó sin ver a nadie, sin reparar en nada a su alrededor, como





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