Él era arrogante, misterioso, frío y hostil, pero también atractivo, varonil, dueño una voz gruesa –que hacía estragos con mi cordura– y unos ojos grises que me consumían como fuego. Y, aunque era hombre más estoico e indescifrable que había conocido en mi vida, con un ceño fruncido eterno y una arrogancia excedía los límites de lo razonable, sentía una poderosa e incomprensible atracción por él. Desde que lo conocí, supe que era una fuerza de la naturaleza de la que debía huir para buscar refugio. Aunque no creía estar en riesgo, él no mostraba interés por mí… hasta que me hizo una propuesta peligrosa en la que, según él, ambos saldríamos beneficiados. «He visto cómo reacciona cuando la toco, los cambios de su respiración, la forma en que se sonroja cuando susurro frases a su oído… hay química entre los dos, es innegable», exponía con petulancia y lo quise refutar, pero no tenía solidez. Y, mientras él más hablaba, mis razonamientos comenzaban a sesgarse. Lo que me ofrecía era descabellado, pero tenía motivos de fuerza mayor que me hacían dudar. Entonces, ¿qué hago? ¿Acepto el trato y resuelvo mis problemas o mantengo mi dignidad y digo no?
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Luego de pasar una hora arreglándome, me miro una vez más al espejo, reviso que mi cabello negro esté debidamente peinado, que mi vestido se ciñe perfectamente a mis curvas, sin que nada esté fuera de su lugar, y de que mi maquillaje sea tan glamoroso como amerita la noche. Fui contratada como acompañante por un empresario alemán, propietario de una flotilla de barcos comerciales muy exitosa llamado Sebastian Decker. A sus treinta y cinco años, es uno de los honbres más ricos de Alemania. En la fotografía que vi en su ficha de cliente, solo pude apreciar su rostro serio, con ligeras líneas marcadas en su frente, ojos claros, una nariz larga y perfilada, labios asimétricos, cabello corto cobrizo y una barba muy cuidada que cubre su mandíbula ancha, encajando a la perfección con sus facciones. Me resultó atractivo, aunque eso debería ser irrelevante, este trabajo no se trata de ser cautivada por el cliente, solo de estar a su lado, sonreír y asentir para sus amigos, socios o cualquier persona que esté a su alrededor. De cualquier forma, no estoy a la caza de ningún tipo, como la mayoría de mis compañeras en Damas de Oro, que esperan tropezarse un día con un flamante príncipe azul adinerado que les dé una vida mejor. No creo en fantasías ni mucho menos me interesa tener una relación con nadie, mi corazón quedó bastante roto luego de mi última relación y he perdido la fe en el amor y también en los hombres.
El sonido del teléfono de la suite interrumpe la línea de mis pensamientos. Contesto con un apacible «buenas noches» y, de inmediato, y sin un saludo cordial ni presentaciones, una voz indudablemente masculina me informa que en diez minutos vendrá a escoltarme hasta la limusina del señor Decker. Me describe su aspecto y me dice su nombre: Dimitri Dunn. Le hago saber al tal Dimitri que estoy preparada y cuelgo el teléfono, sin ninguna otra mención particular. Aunque tenía muchas ganas de decirle que no hacía falta tanto protocolo de seguridad. Aquí el empresario millonario es el señor Decker, yo no soy más que su acompañante tarifada por una sola noche. Y no, no se trata de sexo. Cuando inicié en este trabajo, puntualicé enérgicamente que no tendría sexo con ningún cliente, sin importar la suma que intentara pagar. No puedo decir lo mismo de todas las que trabajan en Damas de Oro, solo hablo por mí.
Espero varios minutos y, cuando tocan la puerta, alcanzo mi abrigo negro y el bolso tipo sobre que está sobre la cama, camino hasta la puerta y la abro.
—Buenas noches, señorita Morrison —dice un hombre alto y corpulento, dueño de la misma voz que habló conmigo minutos antes: Dimitri. Viste un traje negro, camisa blanca y corbata del mismo color del saco. Sus facciones son duras y asimétricas, tiene un espeso cabello negro y ojos oscuros. No sonríe, no he conocido al primer escolta que lo haga, pero este parece más severo que los demás.
—Buenas noches, Dimitri —respondo, usando su nombre de pila porque eso indica la lista que el señor Decker estipuló.
¡Sí! Había olvidado comentar que el señor Decker tiene una larga lista que detalla la forma en la que debo comportarme a su alrededor: no preguntar por su vida privada; hablar, beber, comer y respirar solo cuando él lo decida; vestir cómo él decida, desde la ropa interior hasta los zapatos que debo ponerme–; usar perfume Channel Nº5, que estaba dispuesto sobre la peinadora cuando llegué a la suite del Crowe Plaza Time Square, –hotel elegido también por él–. Y lo más arrogante de esa lista: no comentar con nadie lo que vea, escuche, piense o sienta –¡Sí, sienta!– al estar con él. ¡Es el cliente más exasperante que tuve alguna vez! Ya lo detesto y ni he cruzado palabra con el alemán gruñón. Pues sí, debe ser un antipático de m****a. No era necesario que escatimara en eso. El estúpido contrato que firmé estipula que lo que suceda esta noche quedará entre nosotros. Nadie debe saber que pagó por mi compañía ,y mucho menos, llegar al nombre Damas de Oro. Por mi parte, también manejo mi privacidad, para él seré Keira Morrison, punto. No necesita saber más.
El enorme hombre, que debe medir casi los dos metros de altura, camina delante de mí mientras nos dirigimos al ascensor que nos llevará al lobby del hotel. La necesidad de morderme las uñas crece con cada número que descuenta la pantalla del ascensor, pero me contengo. Necesito comportarme a la altura de la ocasión, dejando el nerviosismo y la ansiedad debajo de mi piel, y mantener en la superficie una actitud serena y elegante.
Cuando Dimitri abre la puerta trasera de la limusina, me deslizo con elegancia en el asiento de cuero del fondo del auto y entonces veo a Sebastian Decker en vivo y en directo, destilando arrogancia y severidad. No me mira ni una vez, está absorto en la pantalla de su Smartphone, pero debe saber que estoy aquí, a menos que sea sordo y no escuchara la puerta cerrarse, o que tenga un problema de olfato y no perciba el nada discreto perfume que exigió que me pusiera. Enseguida, el auto se pone en marcha para llevarnos a un lugar desconocido para mí. No me dieron el itinerario de la noche, solo sé que no saldremos de New York.
Los minutos comienzan a acumularse y la atención del multimillonario sigue centrada en su teléfono. Y yo me mantengo aquí, enmudecida y pasmada como una estatua para no incumplir con los rigurosos términos de esa odiosa listilla. Pero su frialdad, y esa postura rígida de individuo sin emociones, me impacientan. Me pregunto por qué es tan descortés. Ya he perdido la cuenta de los hombres poderosos que me han contratado como acompañante, pero ninguno fue tan distante como lo está siendo él. No es que esperase una larga charla ni una presentación cordial, pero al menos debería intentar mirar a la mujer a la que le pagó una gran suma para estar a su lado esta noche.
Harta de su indiferencia, y de esperar que “su alteza Decker” procure reconocerme, dejo de mirarlo como un acto de rebeldía, aunque su imagen sigue clara en mi mente como si mis ojos siguieran sobre él. Está usando un smoking a la medida, un fino reloj plateado en su muñeca izquierda, y gemelos a juego en cada manga de su camisa. De pies a cabeza, exuda elegancia y buen gusto. Hasta su perfume huele exquisito. No sé descifrar su composición, pero es muy varonil, con una combinación de madera y frutas cítricas.
—Keira Morrison ¿cierto? —pregunta con voz gruesa, poderosa, tan masculina como su aspecto.
Lo miro perpleja, sin poder creer que al fin me registra.
Él también me observa con detenimiento a través de brillantes ojos claros –de una tonalidad que no puedo descifrar por culpa de la distancia que nos separa–. Su gesto es igual, frío y sin cambios aparentes a los que vi en aquella fotografía. No parece interesado en observar más allá de mi rostro y eso que llevo un coqueto escote en el busto.
Quizás sea gay. Muchos de mis clientes lo son, y necesitan una acompañante para hacer de tapadera. Aunque sería una pena que él lo fuera, es tan guapo...
Alejo esos pensamientos cuando me doy cuenta de lo inoportunos que son y mantengo la compostura. A su pregunta, contesto con un asentimiento. No quiero que mi voz suene débil y que se dé cuenta de que me ha afectado de esa manera.
—Vamos de camino a la recepción de la boda de mi socio Will Baker. Le ofreceré mi mano al bajar del auto y caminaremos juntos hasta que nos ubiquen en una mesa. En algún punto de la noche, iremos a la pista y bailaremos una pieza, o dos, dependiendo de la música. Cuando la presente con Will y su esposa, solo dígale su nombre y deséeles lo mejor. ¿Alguna duda? —cuestiona con los ojos fijos en mí y manteniendo los labios fruncidos.
¡Dios! El hombre es más odioso de lo pensé.
—¿El baile es necesario? —inquiero, aunque tengo más ganas de mandarlo al carajo que de preguntarle cualquier cosa.
—No lo diría si no lo fuese —contesta con un marcado acento alemán—. ¿No sabe bailar? —formula frunciendo el ceño.
—Lo normal. No seré reconocida por mis destrezas en la pista —menciono intendando quitarle hierro a la conversación, aunque la tensión entre nosotros es tan densa que podría cortarla con un cuchillo.
—Lo tomaré en cuenta. ¿Algo más? —pregunta con la misma seriedad, escrutándome con la mirada de una manera que me pone nerviosa.
—No, nada más —contesto en tono austero. Aunque quiero preguntarle: ¿no le duele la barra que trajo anclada en el trasero desde Alemania?
Con mi respuesta, vuelve su mirada al teléfono y vuelve a ignorarme como antes.
Es un imbécil, arrogante y descortés. Si tuviera elección, renunciaría a ser su acompañante esta noche, pero no puedo, necesito mucho el dinero.
Capítulo 118Keira Hoy nuestro pequeño cumple dos meses de nacido, han sido semanas algo caóticas porque un bebé recién nacido demanda de muchas atenciones y, con Kim, tuve mucha ayuda de Sebastian; pero su condición le impide levantarse por la noche y atenderlo como hacía con ella. Ha estado asistiendo a terapia, y le ha ayudado, pero aún no se recupera de un todo y eso lo ha vuelto irritable. He sido comprensiva porque sé que es duro para él tener que depender de muletas para caminar, siendo un hombre tan activo y joven, pero si sigue con esa actitud, tendré que intervenir.—Ahí está el principito de mi vida —dice Serena entrando a la sala de juegos de los niños. Viene siempre que puede a verlo, es una hermana enamorada. Kim se encuentra en el jardín de niños a esta hora, de otro modo, estaría haciendo un berrinche. Quiere mucho a su hermanito, pero se pone muy celosa cuando es el centro de atención —. Ven aquí, precioso. —Lo toma de mis brazos y lo llena de mimos.—Iré a tomar un b
Capítulo 117Keira Miro a mamá y le pido que me diga la verdad, que si Sebastian ha muerto, tengo que saberlo. Necesito liberar esta opresión en mi pecho que me impide respirar. Necesito verlo y saber que sigue con vida, que está luchando, que va a superar esta prueba… Ella me toma de la mano y, mirándome a los ojos, me asegura que él sigue vivo, que no me ha mentido. Y me aferro a sus palabras porque no puedo imaginar un futuro donde él no esté conmigo. Sería injusto. La doctora Simons me examina de nuevo y anuncia que estoy lista para dar a luz. Me da algunas indicaciones y me preparo para traer a mi bebé al mundo. Tengo que ser fuete por él sin importar que por dentro esté desmoronándome. —Vas a pujar cuando te diga —indica la doctora sentándose en un taburete frente a mí. Sé lo que debo hacer, traje a Kim por parto natural porque ya había pasado tiempo suficiente desde le nacimiento de Ángel—. Puja, Keira —ordena en el momento preciso. Empujo con fuerza y me detengo cuando la c
Keira Dos meses después – Hamburgo, AlemaniaUn dolor punzante en mi vientre bajo me roba el aire. Una contracción. He estado teniendo contracciones de Braxton Hicks durante días, pero esta se sintió diferente. Creo que mi bebé nacerá hoy. Voy por mi teléfono en mi mesita de noche y llamo a Sebastian, dijo que iría a la oficina y que volvería pronto, pero ya han pasado dos horas y aún no llega.—Perdona, nena, ya estoy por salir. —La reunión tomó más de lo que esperaba porque no llegábamos a un consenso —se disculpa tan pronto responde.—Estoy teniendo contracciones cada diez minutos, creo que Sam va a nacer hoy —le cuento de camino al closet para buscar mi maleta y el bolso del bebé—. Le pediré a Dimitri que me lleve al hospital, nos vemos allá.—No, ya voy yo, espérame. Estaré en casa en cinco minutos —asegura escuchándose nervioso.—No corras, por favor.—No lo haré —promete—. Te amo, dulzura.—Te amo, alemán.Termino la llamada con Sebastian y llamo a mi obstetra para avisarle qu
KeiraCinco años después…—Justo aquí. ¿Lo sientes? —Sostengo su mano debajo de la mía y la ubico en el lugar correcto.Mi pequeña Kimberly me mira con asombro al sentir el movimiento de su hermanito en mi vientre. Mi niña tiene cuatro años, sus ojos son un reflejo de los de su padre, pero su cabello y color de piel son como los míos. Cuando supe que estaba embarazada, lloré de emoción. El recuerdo de Ángel sacudió heridas que había escondido profundamente en mi corazón, pero pronto las imágenes de los momentos duros fueron reemplazadas por aquellas muecas de sonrisas que él me regalaba, por la mirada dulce que irradiaban sus ojos, por todo lo hermoso que sintió mi corazón mientras él estuvo conmigo... Entonces sonreí.—Papi, papi, ven a tocar a Sam. —Llama Kim a su padre, agitando la mano. Sebastian sonríe y camina hacia nosotras con su andar seguro y seductor. No es que lo haga a propósito, está en él y no lo puede disimular. Pueden pasar siglos, pero él seguirá siendo mi debilidad.
Sebastian ¡Sabía que n o debía irme, joder! ¿Por qué le hice caso? Estoy que me vuelvo loco, no he sabido nada de ella en horas. Un maldito huracán golpeó la ciudad causando devastación a su paso y justo en la zona donde dejé a Keira. La última vez que hablamos, estaba evacuando a un sitio más seguro, pero no hay manera de comunicarme con ella y saber si se encuentra bien.Me subo al avión con una terrible sensación clavada en el pecho, Simon viene conmigo, me encuentro muy alterado para viajar solo. No paro de pensar en todos los escenarios posibles, los huracanes en Miami pueden llegar a ser catastróficos. ¿Y si no consiguieron llegar a salvo al refugio?—No pienses en lo peor, es normal que se corten las comunicaciones cuando pasa un huracán —menciona Simon intuyendo mis pensamientos. Soy fácil de leer cuando estoy angustiado, y más con él, porque no tengo que fingir con mi hermano.—Me conoces, sabes que no estaré tranquilo hasta que la tenga en mis brazos, segura y a salvo.—Sí,
Keira Una ambulancia viene en camino, Sebastian llamó a urgencias en cuanto logró reaccionar. Su rostro palideció cuando vio la sangre, le tomó un momento comprender lo que pasaba. Pero ha mantenido la calma y ha hecho todo lo que ha podido por tranquilizarme, pero no he parado de llorar, el miedo me supera, no quiero perder a mi nena. No sé qué pasó, todo estaba bien en la última ecografía, la doctora aseguró que podía hacer mi vida normal.Los paramédicos no demoran en llegar y me suben a la camilla para trasladarme al hospital. Sebastian me había limpiado y me ayudó a poner me un vestido y las sandalias. No sé qué haría si él no estuviera conmigo. Sebastian sujeta mi mano todo el camino desde el hotel hasta el hospital. Pero cuando llegamos, me llevan a la sala de examinación y no le permiten acompañarme. Una doctora ingresa a la sala presentándose como Allie Motgonmery y me pregunta mis síntomas, le digo entre gimote
Último capítulo