Renacer después de la tormenta

Las horas en la sala de espera parecían eternas, como si el tiempo se hubiera congelado entre los latidos de la angustia y los suspiros contenidos. El tic tac del reloj colgado en la pared blanca era lo único que marcaba el paso de los minutos, y aun así parecía burlarse de todos.

Mariam permanecía sentada en la silla de ruedas, con las manos entrelazadas sobre su regazo, la transfusión aún conectada a su brazo. Su rostro estaba pálido, con ojeras profundas que revelaban no solo la pérdida de sangre, sino también el peso de la preocupación. Demian no se apartaba de su lado; se mantenía de pie, con una mano apoyada en el respaldo de la silla y la otra lista para sostenerla en cualquier momento. Sus ojos no se movían de ella, como si temiera que, si apartaba la vista aunque fuera un segundo, algo malo pudiera ocurrir.

Los demás familiares y allegados se habían ido acomodando en el lugar como podían. Algunos dormitaban de cansancio, otros murmuraban entre ellos, y unos más miraban fijame
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