Demian se encontraba sentado en su despacho con las manos extendidas sobre el mueble color caoba.
No estaba interesado en conocer a su supuesta esposa, ¿quién en su sano juicio se casa con un hombre roto? Pensó para sí mismo, estaba molesto y no pensaba ocultarlo.
La puerta del despacho se abrió, levantó la mirada y allí estaba esa mujer, su mayor pesadilla, no estaba interesado en conocerla, menos en saber su nombre, era realmente insignificante.
Su cabello oscuro caía desordenado sobre su frente, arqueo una ceja con desinterés y volvió su atención a su computadora.
—Así que tú eres la mujer que mi madre ha decidido imponerme como esposa —dijo con voz ronca y áspera —no me interesa saber tu nombre, ni siquiera saber quién eres.
Mariam cruzó los brazos, al parecer las personas tenían razón en cuanto a ese hombre, era grosero y un completo imbécil.
—No te cruces en mi camino, estoy enamorado de alguien más, me imagino que mi madre se lo dijo. –una risa seca abandonó sus labios —si no fue de esa manera entonces ya lo sabe, espero que todo allá quedado claro.
Mariam sintió como si le hubieran clavado un maldito puñal en el pecho, su tía la había casado con un hombre cuyo corazón estaba ocupado, eso realmente era cruel.
—No me interesa llamar su atención, señor Thompson —respondió la joven en tono frio.
—Entonces lo entiendes, esto solo se trata de un maldito contrato, del cual quiero librarme lo antes posible, que pensó mi madre al elegir a alguien como tú.
Su mirada recorrió a la joven con desprecio.
—Mi empleada incluso se ve mucho mejor que tú, no obtendrás nada mas de mi familia, ahora fuera de mi oficina, me molestan las personas oportunistas que solo piensan en el dinero.
Escupió estas últimas palabras con absoluto resentimiento, veía a la mujer frente a él como una busca fortunas.
Mariam trató de mantener la calma, ni siquiera quería estar en ese sitio, podía notar las cicatrices en el lado derecho del rostro de su ahora esposo, era algo impactante de ver.
Notó la mirada de advertencia de Demian al notar que miraba su rostro.
—No estoy aquí por dinero, no se equivoque señor Thompson.
El ambiente se tensó de inmediato. La mandíbula de Demian se endureció y sus ojos se oscurecieron con furia. Nadie lo desafiaba de esa manera, y menos una mujer que acababa de entrar en su vida por un maldito acuerdo. Se puso de pie con lentitud, su altura intimidante proyectando una sombra sobre ella.
—No intentes engañarme, mujer, sé que mi madre te dio una buena cantidad de dinero por ese motivo estas aquí, conozco a las de tu clase —advirtió con voz grave.
Mariam odiaba que la miraran como una oportunista.
—Puede pensar lo que le venga en gana, no me importa.
Demian sintió una punzada de irritación. La mayoría de las personas evitaban mirarlo por su aspecto, pero ella… ella lo desafiaba con cada palabra. Apretó los puños y avanzó hasta quedar a solo unos centímetros de la joven. Tomó su barbilla con rudeza, obligándola a levantar el rostro.
Y entonces se congeló.
Su piel era suave, su aroma delicado, y sus ojos… maldita sea, esos ojos lo miraban con fuego y orgullo. Era hermosa. A pesar de su desprecio hacia la situación, no pudo evitar sentir un ligero aturdimiento ante la perfección de sus facciones. Pero no lo mostraría. No le daría poder sobre él.
Soltó su barbilla con brusquedad.
—Mantente fuera de mi camino —gruñó—. Si intentas meterte en mi vida, lo lamentarás.
Ella sonrió con ironía y dio un paso atrás.
—No tienes que preocuparte. Prefiero vivir lo más lejos posible de un hombre como tú.
Demian sintió un golpe inesperado en el pecho. Pero no dijo nada. Se limitó a darle la espalda y regresar a su escritorio, ignorando la presencia de su esposa como si fuera un simple objeto más de la habitación.
Mariam salió del despacho sin mirar atrás, pero con una certeza: su esposo era un hombre destrozado, atrapado en su propio infierno. Y ella, por más que intentara odiarlo, sentía lástima por él.
Ni siquiera podía imaginar cómo sería la vida de aquel hombre. Las cicatrices se extendían por el lado derecho de su rostro, debía de vivir un infierno a diario. soltó un suspiro pesado, estaba allí por mera obligación, era mejor no meterse en el camino de su esposo o podría terminar muerta.
pero con una certeza: su esposo era un hombre destruido por dentro, más allá de las cicatrices visibles. Y aunque no lo sabía aún, ella también arrastraba sus propias heridas.
Ese matrimonio era una farsa… pero el destino tenía otros planes.