Mundo ficciónIniciar sesiónEl precio de su venganza será la hija que juró proteger. Durante tres años, Alba Marín ha sido un fantasma. Para el mundo, y especialmente para Lucius Ottum, el hombre que destrozó su vida, ella murió en un trágico accidente. Lo que él nunca supo es que se fue llevando un secreto: su hija, Alicia, cuya leucemia ahora las tiene a ambas viviendo en las sombras. Desesperada por un donante compatible, Alba idea un plan desquiciado: regresar de entre los muertos para secuestrar a Lucius, el hombre más poderoso de la ciudad, y robarle la única esperanza de salvar a su hija. La misión es un éxito, pero escapar con su botín resulta imposible. Lucius Ottum despierta de una pesadilla solo para encontrar que su esposa muerta está viva, y lo ha utilizado como un simple medio para un fin. La rabia de un hombre traicionado no conoce límites, y él usa la muerte legal de Alba en su contra: ¿cómo puede una mujer que no existe denunciar su propio secuestro? Atrapada en una lujosa jaula de oro, Alba se enfrenta a un interrogatorio brutal donde el amor, el odio y la verdad se entrelazan. Pero justo cuando cree que ha perdido todo, Lucius lanza su bomba final: no solo conoce la existencia de Alicia, sino que ya ha movilizado todos sus recursos para arrebatársela. En un juego donde el pasado es un arma y la verdad es la mayor traición, Alba deberá decidir si sigue luchando por venganza o se arriesga a confiar en el hombre que una vez amó... para salvar a la hija por la que lo perdió todo.
Leer másLa habitación era un tugurio de paredes desconchadas y una sola bombilla desnuda que se balanceaba, proyectando sombras danzantes. En el centro, atado a una silla de madera gastada, se encontraba un hombre alto de rasgos afilados y perfectamente esculpidos. Era innegablemente atractivo, pero de una manera que gritaba peligro; una fiera elegante acorralada. A pesar de la situación vejatoria, un aura de autoridad innata, casi noble, lo envolvía como un manto invisible.
Sin embargo, en ese momento, ese dominio se resquebrajaba. Un potente afrodisíaco recorría sus venas como lava, llevando su cuerpo al borde del descontrol. La vista se le nublaba, y cada uno de sus músculos estaba en tensión, ardiendo con un fuego interno que prometía consumirlo por completo.
La puerta de la modesta habitación se abrió con un chirrido siniestro. En el marco, recortada contra la tenue luz del pasillo, apareció una mujer de belleza impactante. Sus ojos, sin embargo, no reflejaban compasión, sino una burla fría y calculadora. Recorrió al hombre cautivo con la mirada, y una sonrisa leve y divertida se dibujó en sus labios al ver su lucha interna.
—Vaya, el gran Lucius Ottum… El gran CEO de Ottum Company. Parece incómodo —su voz era una seda envenenada, cortando el aire cargado de la habitación
—Creo que tienes calor. Déjame ayudarte, aunque me repugne tocarte. Lo hago por un bien mayor. Al fin y al cabo, soy misericordiosa.
Sus ojos, nublados por el fuego interno, no se despegaban de la figura frente a él. Era ella. No podía ser otra. A través de la niebla del afrodisíaco y la incredulidad, su mente gritaba la verdad: Alba Marín. Su esposa. La mujer a la que había llorado durante tres largos años.
La mujer que había muerto... o eso creía él. Las autoridades le habían mostrado un cadáver desfigurado, le habían presentado una prueba de ADN compatible y, el golpe más cruel, le habían confirmado el embarazo de cuatro meses que ambos habían anhelado. Todo era una mentira perfecta. Y ahora, ese fantasma de su pasado, más viva y más llena de odio que nunca, estaba aquí.
Mientras más luchaba por mantener la cordura, más sentía cómo se le escapaba. El afrodisíaco era implacable, un veneno que le nublaba la razón y le incendiaba la sangre. Y allí estaba, atado e impotente, completamente a merced del espectro que había regresado para atormentarle.
A través de la niebla del afrodisíaco, su mente retrocedió en el tiempo, no al día de su boda, sino al momento en que todo se derrumbó definitivamente.
Flashback - Hace 3 años
Alba, con cuatro meses de embarazo, se encontraba en la sala de su casa cuando Celeste irrumpió, deshecha en lágrimas.
—¡Alba, por favor, te lo suplico! —gemía, agarrándole las manos—. No le hables mal de mí a los socios de la firma. Están a punto de despedirme por «moral incorrecta». ¡Todo fue un malentendido!
Alba retiró sus manos con frialdad. —No sé de qué hablas, Celeste. No he hablado con nadie de ti.
—¡Es por Lucius! —sollozó Celeste, dramática—. Él fue a la oficina hoy y… y la gente está murmurando. Creen que hay algo entre nosotros. Pero tú sabes que no es así, ¿verdad? Él solo me consuela porque soy tu hermana. Te lo juro, no tenemos nada.
En ese preciso instante, Lucius entró en la habitación. Su mirada se posó primero en Celeste, deshecha, y luego en Alba, serena. El contraste fue todo lo que necesitó para sacar una conclusión.
—¿Qué le has hecho ahora? —le espetó a Alba, su voz cargada de una acusación inmediata.
—No le he hecho nada —respondió Alba, conteniendo la ira—. Está inventando otra de sus historias.
—¡No es una historia! —lloriqueó Celeste—. Le estoy pidiendo que no arruine mi carrera, Lucius. Que no diga mentiras sobre nosotros.
Lucius se acercó a Alba, su presencia era abrumadora y llena de furia.
—¿De verdad eres tan mezquina, Alba? ¿Acosarla en su trabajo no es suficiente? ¿Ahora también intentas envenenar su reputación con tus celos patológicos?—Yo no he hecho nada de eso —negó Alba, sintiendo cómo el piso se movía bajo sus pies. La injusticia era un sabor amargo en su boca.
—¡Deja de mentir! —rugió Lucius.
Y entonces, sucedió. Un golpe seco y brutal. La mano de Lucius impactó contra su rostro con una fuerza que la hizo tambalear hacia atrás. El sonido resonó en la sala, seguido por un grito ahogado de Celeste.
Alba se llevó la mano a la mejilla, ardiente. Ese golpe no solo marcó su piel; marcó su alma. Selló su decisión. Tenía que escapar. El amor que una vez sintió se transformó en ese instante en un instinto de supervivencia puro y desesperado.
Fin del Flashback
La llegada de la hermana de Alba, Celeste, o más bien, su regreso, fue el detonante. Ella era la antítesis de Alba: una mujer que solo velaba por sus propios intereses. Para colmo, Celeste había sido la mejor amiga de la infancia de Lucius, y los rumores insistían en que aquella "amistad" había sido, durante un tiempo, un romance bien disfrazado. Su presencia se interpuso como una sombra, envenenando la frágil confianza que Lucius y Alba estaban construyendo.
En cuanto Celeste volvió, Alba, ni siquiera se había enterado, y fue cuando las cosas cambiaron.
De repente, las sonrisas de Lucius se volvieron más escasas, sus respuestas más cortantes.
Lucius, citando "asuntos urgentes", desapareció durante tres días completos. No fueron días de silencio para Alba, Claro, que se enteró de la llegada de su hermana y de la peor forma, como una tortura moderna y pública. Abría I*******m y ahí estaba: una sucesión de historias y publicaciones de Celeste.
La primera: una foto de sus manos, con las uñas perfectamente manicuradas. Al fondo, desenfocado, pero inconfundible, estaba Lucius, sonriendo.
La segunda: un video corto de un lujoso restaurante.La tercera, la que más le dolió: una foto en la cocina de lo que parecía el departamento de Celeste. Lucius, con un delantal, salía sonriente del encuadre, y el pie de foto decía: "¡Chef sorpresa!
Aguantó cada afrenta sutil, cada mirada de desdén que Celeste le lanzaba cuando Lucius no miraba, y cada palabra cortante como un cuchillo que su hermana disfrazaba de "consejo bienintencionado".
El matrimonio fue por la amistad y sociedad entre la familia Marin y Ottum. Lucius no puso objeciones, Alba estaba totalmente de acuerdo. Los compromisos y sociedades entre ambas empresas eran primordiales, un divorcio sería difícil para los Marín que tienen un patrimonio menos cómodo, y también una trampa.
Y entonces, Alba quedó embarazada. Por un instante, creyó en un milagro.
Alba, mirando el techo, sentía el calor de sus manos a través de la tela. Por dentro, una parte de ella se burlaba de la escena: el poderoso Lucius Ottum, reducido a masajista de pies por un capricho suyo. Era un pequeño triunfo, una inversión de poder mínima pero dulce. Una prueba de que, al menos en esta habitación, en este instante, ella tenía el control.Pero la burla se mezclaba con una amargura profunda. Esta paz, esta sumisión momentánea, era prestada. Era una tregua en una guerra que aún no terminaba. El masaje en sus piernas no podía borrar los golpes en su rostro años atrás, ni el dolor de las palabras que la habían destrozado. No podía reparar la confianza pulverizada o el amor que se había marchitado bajo el hielo de su desprecio.Ella tenía una misión: proteger a Alicia y a los bebés que Julia llevaba. Y Lucius, en su torpe intento de redención, era una herramienta útil en ese plan. Su lealtad, su fuerza, su desesperación por enmendar los errores, todo eso podía ser ca
Isabella, que estaba mirando por la ventana el café que se alejaba, volvió su mirada al reflejo de los ojos de su sobrina en el espejo. Por un instante, la máscara de la matriarca de acero se suavizó, y una chispa de algo parecido al orgullo, y tal vez a la esperanza, brilló en sus ojos.—Para eso, niña —respondió, con un tono que no era del todo severo—, primero tienes que aprender a no dejar que los hombres tontos te distraigan.La referencia a Luther y al espectáculo en el pasillo del hospital fue clara. Alejandra sonrojó ligeramente, pero su sonrisa no desapareció.—Estoy aprendiendo —afirmó, y arrancó el auto, alejándose del campo de batalla donde su tía acababa de asestar un golpe maestro.El camino a casa estaba lleno de silencio, pero era un silencio diferente. No era el de la derrota o el agotamiento, sino el de la estrategia en marcha, de las piezas moviéndose en el tablero, y de una nueva generación, aprendiendo a manejar el poder con la misma frialdad y determinación que l
La amenaza era clara, inmensa y personal. Isabella no solo iba a exponerla; iba a aniquilarla social, profesional y personalmente. Y no se detendría ante Augusto, su propio marido, si era necesario. La lealtad de Isabella era a su familia, a su legado, y a su dignidad. Todo lo demás, incluyendo a un esposo traidor y a una manipuladora ambiciosa, era prescindible y sería arrasado si se interponía en su camino.Celeste, por primera vez en su vida, se enfrentaba a un poder que no podía manipular, a una furia que no podía dirigir, y a una verdad que no podía distorsionar. La reina había hablado, y su sentencia era la ruina total.El intento de Celeste por explicarse fue un balbuceo patético. —No... no, señora Isabella, no es como piensa. Augusto... el señor Augusto... —Se dio cuenta de su error al usar su nombre de forma tan íntima y trató de enmendarlo.—Nunca hemos tenido nada el uno con el otro. Solo... me ayudaba. Lucius y yo tenemos un lazo especial, solo... solo quería su felicida
Cap. 78 Lo destruyo. Incluyendo al ladrón.El pánico, genuino y helado, se apoderó de Celeste. Sus ojos, muy abiertos, se desplazaron entre Isabella, una estatua de ira contenida, y Lucius. Pero en él no encontró el refugio que siempre había explotado. Él miraba la escena con una distancia abismal, como si fuera un espectador de un drama ajeno, como si los lazos que ella creía indestructibles se hubieran evaporado.Entonces, Lucius dejó caer la bomba, con una naturalidad que fue más brutal que cualquier grito.—Madre —dijo, dirigiéndose a Isabella con un respeto que nunca le había mostrado a Celeste en ese tono—, me voy. Debo cuidar a mi esposa. Su embarazo está inestable. —Hizo una pausa, y su siguiente frase fue el golpe de gracia, dicho no como un reproche, sino como una simple declaración de prioridades.—Debo consentirla.Se inclinó y depositó un beso seco en la frente de Isabella, un gesto de alianza y despedida. Luego, sin siquiera una mirada de reojo hacia Celeste, dio media v
Las trampas se cerraban con una precisión silenciosa. Mientras Augusto iniciaba su farsa como espía, otro engranaje crucial se ponía en movimiento. Alba, desde su lecho en el hospital, orquestaba cada movimiento con la paciencia de una araña. Sabía exactamente lo que quería y cómo obtenerlo.En un giro que dejó a todos perplejos, Augusto consiguió permiso para ver a su nieta. Nadie supo cómo lo logró, pero apareció en la suite médica de Alicia con un traje estéril de colores vibrantes, adornado con animalitos y personajes de dibujos animados. El gorro que llevaba era tan ridículamente gracioso que, cuando Alicia lo vio, una risa franca y contagiosa llenó la habitación. El solemne Augusto Ottum había sido reemplazado por un abuelo payaso que hacía muecas y hablaba con voces tontas, y Alicia, hambrienta de alegría y normalidad, se enamoró al instante. La señora Petra, su cuidadora, por primera vez en semanas, respiró tranquila. Parecía que una pequeña luz de paz se abría paso en la t
La declaración impactó en Lucius como un balde de agua helada. Palideció visiblemente y dio un paso atrás, como si las palabras físicamente lo hubieran empujado.—¿Qué? —logró articular, la voz quebrada por la incredulidad.—Alba, ¿estás...? No. Es imposible. ¿Después de todo lo que ha hecho? ¿Después de lo que acaba de hacer? ¡Intentó lastimarte! ¡Lastimar al bebé!Su mente se negaba a procesar la petición. Era una locura. Una trampa obvia. Y, sin embargo, Alba lo miraba con esa calma exasperante, como si le estuviera pidiendo que comprara pan.—Lo sé —dijo Alba, su sonrisa desapareciendo para dar paso a una expresión seria.—Pero no es una sugerencia, Lucius. Es una condición. Tu madre tiene un plan. Y para que funcione, Celeste tiene que creer que aún tienes un resquicio de... interés en ella. O al menos, de duda. Tienes que ser convincente.Lucius sintió una náusea recorrer su estómago. La idea de estar en la misma habitación que Celeste, mucho menos llevarla a un café y fingir am
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