Cap. 3 Alba Marín

El motor rugió y Luther se lanzó a la carretera, esquivando calles con tráfico y cámaras de seguridad con la pericia de quien lo tenía todo planeado. Se dirigían al laboratorio de Julieta, una laboratorista especializada en preservación de gametos para tratamientos de fertilidad.

Su misión era crítica: congelar las muestras por si Alba no había concebido esa noche. No podían permitirse desperdiciar ni una sola posibilidad; necesitaban un bebé y, con él, las preciadas células madre.

—Hermana, ya llamamos al jet privado —informó Luther, con la mirada fija en la ruta.

—Está esperando. En cuanto congelemos esto, corremos al aeropuerto.

—Alba, me acaban de decir que Alicia está estable —añadió Mayra, intentando infundirle calma.

Alba asintió, tratando de contener el torbellino de emociones que la sacudían. Ni siquiera sus padres sabían que había vuelto para esto. Un solo desliz, una sola palabra escapada frente a Celeste, y sería su fin.

POV Lucius Ottum.

Me desperté con un dolor de cabeza punzante. Apenas podía abrir los ojos; sentía como si miles de agujas clavaran cada uno de mis músculos. Ese afrodisíaco había sido brutal, una toxina diseñada para anular por completo mi voluntad.

Fue en ese momento cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe. Mi asistente, Gael, irrumpió seguido por mis guardaespaldas, que registraron el lugar con mirada alerta.

—Jefe, no sabemos cómo lo sacaron del hotel para traerlo aquí. La recepción actuó con total normalidad, pero de repente todo se volvió extraño... No podíamos encontrarlo —dijo Gael, con un tono al borde del pánico.

—Tranquilo, Gael —logré decir con un suspiro. Mi voz sonaba ronca, apenas un hilillo de sonido mientras luchaba por salir del letargo.

—Sé quién lo hizo.

La inquietud de Gael era palpable.

—¿Quién fue, jefe? Dígalo en este momento. Hay que encontrarlo.

Fue entonces cuando solté la bomba.

—Alba Marín.

Una risa baja y gutural brotó de lo más profundo de mis entrañas.

—Esa zorra no tiene idea de lo que le espera. ¿Cómo se atreve? ¿Engañarme, fingir su muerte, volver para hacerme esto? ¿De verdad cree que no puedo con ella?

Me enderecé con esfuerzo, obligando a mi cuerpo a responder. Cada movimiento era una batalla, pero la ira me daba fuerza. Me puse los pantalones, la camisa y el saco con movimientos bruscos y precisos.

—Vamos —dije, y mi voz recuperó por fin toda su autoridad.

—Tenemos que cazar a una escurridiza ratoncita en esta ciudad. Y cuando caiga en mis garras... vamos a ver qué tiene que decir para justificar esta farsa.

Salí de aquel antro con la firme determinación de que esto no quedaría así. Alba Marín había despertado al dragón, y ahora tendría que enfrentar las consecuencias.

*_*

Alba llegó al laboratorio con el corazón en un puño. Apenas podía creer que hubiera logrado hacer todo eso, pero no había tenido opción. Su pequeña Alicia estaba en grave peligro y debía tener otro bebé; era la única forma de obtener las células madre que la salvaran. 

Había hecho pruebas de donación con todos sus familiares y ninguno era compatible con su médula ósea. La leucemia era una amenaza letal para una niña de su edad.

Tener que estar junto a Lucius... haber tenido que hacer lo que hizo... sumió su ser en un conflicto devastador. ¡Desgraciado! Sabía que él confiaba ciegamente en Celeste y le creía todo lo que ella decía. Pero eso no era amor. Si de verdad la hubiera amado, le habría creído a ella y no a esas mentiras.

Al fin llegaron al laboratorio y Julia se puso manos a la obra de inmediato. Tomó las muestras que le llevó y comenzó a prepararlas para introducirlas en los tanques de criogenia que trasladarían al avión. Solo esperaba que Lucius no las encontrara. Si ella caía en sus manos, estaba literalmente muerta. 

No tenía forma de justificar todo eso y, sobre todo, no pensaba decirle que tenían una hija. Sabía que se la arrebataría. Haría que Celeste se hiciera cargo de ella porque, según él, ella "no tenía la capacidad para nada", era "una persona prejuiciosa" y "ladina". No podía permitir que su hija cayera en sus manos.

Se movieron a toda velocidad. Cuando las muestras estuvieron listas, salieron del lugar y cambiaron de vehículo por si alguien las hubiera visto, partiendo a toda velocidad hacia el aeropuerto. 

Luther confirmó que el jet estaba listo en la pista. Mayra les aseguró que había guardaespaldas esperándolas para garantizar que pudieran vivir en paz.

Sin embargo, era la despedida de Julia la que le partía el alma. Su prima la abrazó con fuerza y susurró:

—Prima, cuídate mucho, por favor. Y cuida de la pequeña Alicia. Si a mí me preguntan, yo no sé nada. Nunca te he visto y nunca te veré. Pero si necesitas otra ayuda, dime. Yo saldré a declarar a tu favor, no importa lo que sea. Y si hay que golpear a alguien, no creas que solo trato con tubos de ensayo: soy cinturón negro en karate.

Sus palabras lograron arrancarle una risa entre lágrimas. Esas, sí que eran las personas que valía la pena cuidar en la vida. Las que estaban incondicionalmente de su lado, para su bien y el de los suyos.

Siguieron la ruta trazada, esquivando las cámaras de seguridad con la precisión de un plan milimetrado. Llevaban aproximadamente dos horas en movimiento, y aunque habían contemplado tres para toda la operación desde su huida del hotel, aún estaban dentro del margen.

Sin embargo, un miedo gélido se apoderaba de ella: el temor a que Lucius hubiera averiguado algo, a que ya estuviera siguiéndola. "Una vez que nos subamos al avión, todo habrá terminado", se repetía como un mantra.

Pisaron el acelerador a fondo hasta llegar al aeropuerto privado. Bajaron del vehículo con su equipo; ella solo llevaba una pequeña mochila con la poca ropa con la que había llegado. Había estado en esa ciudad apenas veinticuatro horas, y su único objetivo había sido ese.

Avistaron el hangar y corrieron hacia el jet privado de Luther. Su hermano, gracias al éxito de su empresa en el extranjero, podía permitirse todos los lujos y comodidades. Pero en ese momento, ella se recordó a sí misma que hay problemas que ni todo el dinero del mundo puede resolver.

Subieron al avión y se prepararon para el despegue. El piloto anunció por los altavoces que estaban a punto de partir y les pidió que abrocharan los cinturones de seguridad.

Fue entonces cuando los escucharon.

Estallidos secos y cortantes que atravesaron la calma del hangar. Disparos.

Ella se quedó helada, la sangre se le congeló en las venas.

—No puede ser —susurró, sintiendo cómo su alma intentaba desprenderse del cuerpo.

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