El motor rugió y Luther se lanzó a la carretera, esquivando calles con tráfico y cámaras de seguridad con la pericia de quien lo tenía todo planeado. Se dirigían al laboratorio de Julieta, una laboratorista especializada en preservación de gametos para tratamientos de fertilidad. Su misión era crítica: congelar las muestras por si Alba no había concebido esa noche. No podían permitirse desperdiciar ni una sola posibilidad; necesitaban un bebé y, con él, las preciadas células madre.
—Hermana, ya llamamos al jet privado —informó Luther, con la mirada fija en la ruta.
—Está esperando. En cuanto congelemos esto, corremos al aeropuerto.
—Alba, me acaban de decir que Alicia está estable —añadió Mayra, intentando infundirle calma.
Alba asintió, tratando de contener el torbellino de emociones que la sacudían. Ni siquiera sus padres sabían que había vuelto para esto. Un solo desliz, una sola palabra escapada frente a Celeste, y sería su fin.
POV Lucius Ottum.
Me desperté con un dolor de cabeza punzante. Apenas podía abrir los ojos; sentía como si miles de agujas clavaran cada uno de mis músculos. Ese afrodisíaco había sido brutal, una toxina diseñada para anular por completo mi voluntad.
Fue en ese momento cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe. Mi asistente, Gael, irrumpió seguido por mis guardaespaldas, que registraron el lugar con mirada alerta.
—Jefe, no sabemos cómo lo sacaron del hotel para traerlo aquí. La recepción actuó con total normalidad, pero de repente todo se volvió extraño... No podíamos encontrarlo —dijo Gael, con un tono al borde del pánico.
—Tranquilo, Gael —logré decir con un suspiro. Mi voz sonaba ronca, apenas un hilillo de sonido mientras luchaba por salir del letargo—. Sé quién lo hizo.
La inquietud de Gael era palpable.
—¿Quién fue, jefe? Dígalo en este momento. Hay que encontrarlo.Fue entonces cuando solté la bomba.
—Alba Marín.Una risa baja y gutural brotó de lo más profundo de mis entrañas.
—Esa zorra no tiene idea de lo que le espera. ¿Cómo se atreve? ¿Engañarme, fingir su muerte, volver para hacerme esto? ¿De verdad cree que no puedo con ella?Me enderecé con esfuerzo, obligando a mi cuerpo a responder. Cada movimiento era una batalla, pero la ira me daba fuerza. Me puse los pantalones, la camisa y el saco con movimientos bruscos y precisos.
—Vamos —dije, y mi voz recuperó por fin toda su autoridad
—Tenemos que cazar a una escurridiza ratoncita en esta ciudad. Y cuando caiga en mis garras... vamos a ver qué tiene que decir para justificar esta farsa.
Salí de aquel antro con la firme determinación de que esto no quedaría así. Alba Marín había despertado al dragón, y ahora tendría que enfrentar las consecuencias.
POV ALBA
Llegamos al laboratorio con el corazón en un puño. Apenas puedo creer que haya logrado hacer todo esto, pero no tuve opción. Mi pequeña Alicia está en grave peligro y debo tener otro bebé; es la única forma de obtener las células madre que la salven. Hice pruebas de donación con todos mis familiares y ninguno es compatible con su médula ósea. La leucemia es una amenaza letal para una niña de su edad.
Tener que estar junto a Lucius... haber tenido que hacer lo que hice... sume a mi ser en un conflicto devastador. ¡Desgraciado! Sé que confía ciegamente en Celeste y le cree todo lo que ella dice. Pero eso no es amor. Si de verdad me hubiera amado, me habría creído a mí y no a sus mentiras.
Al fin llegamos al laboratorio y Julia se puso manos a la obra de inmediato. Tomó las muestras que le traje y comenzó a prepararlas para introducirlas en los tanques de criogenia que trasladaremos al avión. Solo espero que Lucius no nos encuentre. Si caigo en sus manos, estoy literalmente muerta. No tengo forma de justificar todo esto y, sobre todo, no pienso decirle que tenemos una hija. Sé que me la arrebataría. Haría que Celeste se hiciera cargo de ella porque, según él, yo "no tengo la capacidad para nada", soy "una persona prejuiciosa" y "ladina". No puedo permitir que mi hija caiga en sus manos.
Nos movemos a toda velocidad. Cuando las muestras están listas, salimos del lugar y cambiamos de vehículo por si alguien nos hubiera visto, partiendo a toda velocidad hacia el aeropuerto. Luther confirma que el jet está listo en la pista. Mayra nos asegura que hay guardaespaldas esperándonos para garantizar que podamos vivir en paz.
Sin embargo, es la despedida de Julia la que me parte el alma. Mi prima me abraza con fuerza y susurra:
—Prima, cuídate mucho, por favor. Y cuida de la pequeña Alicia. Si a mí me preguntan, yo no sé nada. Nunca te he visto y nunca te veré. Pero si necesitas otra ayuda, dime. Yo saldré a declarar a tu favor, no importa lo que sea. Y si hay que golpear a alguien, no creas que solo trato con tubos de ensayo: soy cinturón negro en karate.Sus palabras logran arrancarme una risa entre lágrimas. Estas, sí que son las personas que vale la pena cuidar en la vida. Las que están incondicionalmente de tu lado, para tu bien y el de los tuyos.
Seguimos la ruta trazada, esquivando las cámaras de seguridad con la precisión de un plan milimetrado. Llevábamos aproximadamente dos horas en movimiento, y aunque habíamos contemplado tres para toda la operación desde mi huida del hotel, aún estábamos dentro del margen.
Sin embargo, un miedo gélido se apoderaba de mí: el temor a que Lucius hubiera averiguado algo, a que ya estuviera siguiéndome. "Una vez que nos subamos al avión, todo habrá terminado", me repetía como un mantra.
Pisamos el acelerador a fondo hasta llegar al aeropuerto privado. Bajamos del vehículo con nuestro equipo; yo solo llevaba una pequeña mochila con la poca ropa con la que había llegado. Estuve en esta ciudad apenas veinticuatro horas, y mi único objetivo había sido este.
Avistamos el hangar y corrimos hacia el jet privado de Luther. Mi hermano, gracias al éxito de su empresa en el extranjero, podía permitirse todos los lujos y comodidades. Pero en ese momento, me recordé a mí misma que hay problemas que ni todo el dinero del mundo puede resolver.
Subimos al avión y nos preparamos para el despegue. El piloto anunció por los altavoces que estábamos a punto de partir y nos pidió que abrocháramos los cinturones de seguridad.
Fue entonces cuando los escuchamos.
Estallidos secos y cortantes que atravesaron la calma del hangar. Disparos.Me quedé helada, la sangre se congeló en mis venas.
—No puede ser —susurré, sintiendo cómo mi alma intentaba desprenderse del cuerpo.