Mundo ficciónIniciar sesiónHarper Sullivan siempre ha tenido que luchar contra contra los prejuicios de todas las personas que la rodean y que piensan que por su discapacidad no puede servir para más nada que no sea ser una carga. El día que entierra a su padre y queda sola con su madre, a punto de ahogarse en las deudas que este les dejó como única herencia, sabe que tiene que hacer algo para vencer tal adversidad, pero, especialmente, para demostrarle a todos que no es una inútil, como piensan. Sin embargo, a la salida del cementerio la realidad la golpea con más fuerza: la deuda millonaria que su padre dejó amenaza con destruir lo poco que le queda. Edmund Blackwood, el poderoso dueño de una vasta hacienda en el corazón del outback australiano, aparece con una propuesta tan inesperada como aterradora: está dispuesto a saldar la deuda… siempre y cuando Harper acepte un matrimonio que garantice la continuidad de su legado. Entre el sacrificio y la desesperación, Harper elige proteger a su madre aunque eso signifique perder su libertad. Arrancada de la ciudad y llevada al desierto, pronto descubrirá que la vida en la hacienda Blackwood será un reto y un infierno. En un lugar marcado por secretos, rencores y pasiones prohibidas, Harper tendrá que enfrentarse a un matrimonio que no desea tener, a un hombre que la odia, la menosprecia y la humilla por su discapacidad, y a un contrato que le exige algo más grande que su propia voluntad. En un mundo donde el odio parece inevitable, ¿puede nacer un amor capaz de desafiarlo todo?
Leer más~Harper Sullivan~
El sol del mediodía caía con furia sobre el cementerio, secando la tierra removida que aún olía a humedad. El ataúd dentro del cual estaba el cuerpo de mi padre descendía lentamente, envuelto en un silencio incómodo, mientras el grupo reducido de asistentes que nos habían acompañado a mi madre y a mí murmuraba oraciones mecánicas. Yo mantenía la mirada fija en la madera oscura, los labios apretados y los dedos entumecidos alrededor del pañuelo con el que había estado secando mis lágrimas. Mi pobre madre parecía más frágil que nunca. Sus hombros temblaban bajo el vestido negro, y sus ojos hinchados de tanto llorar no se apartaban de la tumba recién cavada. Tragué saliva, obligándome a contener las lágrimas. Aunque quería desboronarme, debía mantenerme firme y fuerte, por mi madre... y por mí misma, principalmente. Era el momento de demostrar que no era una débil como todos creían, aunque en ese momento no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo. Estaba aterrada por el desastroso futuro que nos deparaba. Mi padre había sido un hombre complicado, de malas decisiones y caprichos insensatos, pero seguía siendo mi padre. Y ahora se había ido, dejándonos con un vacío demasiado grande… y con deudas imposibles de imaginar. Durante mis veintidós años de vida, había sido criada por mi madre, e incluso mi padre, como alguien débil y frágil, que por mi discapacidad física no podía ser nada más que una carga para los demás. Ahora, con mi padre muerto por un infarto fulminante y muchos problemas que enfrentar en mi camino, podía demostrarle a todos que podía ser inteligente y que tenía la capacidad y la astucia necesaria para salir adelante y vencer todos los obstáculos que me esperaban por delante. O al menos ese era el pensamiento con el que me engañaba y me daba aliento para no desmayar. El sacerdote dio la última bendición. Después de darnos el último pésame y de despedirse, la gente se dispersó en murmullos y pasos rápidos, ansiosos de escapar del calor y del peso del luto. Pasé un brazo por los hombros de mi madre y la ayudé a levantarse. El aire seco del verano se colaba en mis pulmones, áspero y sofocante. Mi madre, en un susurro apenas audible, dijo: —Se acabó, hija. Al fin se acabó. Quise creerlo, quise pensar que todo lo malo había quedado enterrado junto a ese hombre que tantas veces nos había arrastrado al borde de la ruina y la desgracia. Pero en el fondo sabía que la muerte no borraba deudas. Y la que mi padre había dejado en nuestras manos era demasiado grande. Avanzamos hacia la salida del cementerio, caminando lentamente por el sendero de grava, ya que, gracias a que no tenía una pierna y en su lugar tenía una prótesis, cojeaba un poco. Fue entonces cuando lo vi. Un hombre de porte imponente, vestido con un traje negro impecable a pesar del calor abrasador, esperaba junto a la verja de hierro. Alto, de cabello gris perfectamente peinado hacia atrás, con un rostro que transmitía poder y severidad, como si todo a su alrededor le perteneciera por derecho. Sus ojos, de un azul acerado, se clavaron en nosotras —especialmente en mí... y en lo que no era mi pierna— con una intensidad que hizo que me estremeciera. Mi madre lo reconoció antes de que yo lo hiciera, pues ella si lo había visto un par de veces. Su rostro perdió aún más color, a medida que nos acercábamos a él. —Dios mío… —murmuró, apretando con fuerza mi mano. Fruncí el ceño. —¿Quién es? Mi madre no respondió, solo bajó la mirada, como si deseara desaparecer. El hombre dio unos pasos hacia adelante, con la seguridad de quien nunca es cuestionado por sus actos. —Señora Sullivan. Señorita Sullivan —saludó con voz grave, cargada de una calma que resultaba inquietante. Mi madre titubeó, su voz quebrada. —Señor Blackwood… Contuve el aliento. Blackwood. El apellido me resultaba demasiado familiar, pues antes de que mi padre muriera había sido repetido tantas veces en las discusiones de mis padres, en las noches en que él bebía y maldecía. El hombre que había prestado dinero, el acreedor más poderoso del outback: Edmund Blackwood. Sentí un nudo en la garganta. —¿Qué hace usted aquí? —preguntó mi madre con dureza, intentando ocultar el temblor en su voz. Los labios del hombre se curvaron apenas en una sonrisa para nada cálida. —He venido a presentar mis respetos… y a saldar cuentas. Mi madre dio un paso atrás, como si esas palabras hubieran sido un golpe a su rostro. —No… no es el momento. Mi esposo acaba de ser enterrado. —Precisamente por eso —replicó Blackwood, sin inmutarse—. La muerte no borra deudas. Su difunto marido me debía una suma millonaria. Y ahora, esa carga recae en ustedes. El aire se volvió más pesado. Sentí que la única pierna que tenía me flaqueaba y que la prótesis no era lo suficientemente fuerte y estable para mantenerme en pie, pero apreté los puños para no mostrar debilidad. —No tenemos dinero —dije con voz firme, aunque por dentro se rompía—. Si lo que busca es humillarnos, ya lo ha conseguido viniendo aquí. —No me interesa humillarlas, señorita Sullivan. —Blackwood inclinó apenas la cabeza, como quien expone una verdad evidente—. Me interesa cobrar lo que me pertenece. Mi madre empezó a llorar en silencio, llevándose un pañuelo al rostro. Como pude, la sostuve con fuerza, furiosa conmigo misma por no tener cómo protegerla. Por no poder hacer más. —No tenemos nada —manifesté, al borde de la desesperación—. No podemos pagarle. El silencio que siguió fue insoportable. Luego, la voz de Blackwood volvió a sonar, lenta, calculadora. —Lo sé. Por eso vengo a ofrecerles una salida. Lo miré con recelo. «Una salida». En los ojos del hombre había algo tan frío que me helaba la sangre. Por lo poco que sabía del mundo y de las personas, no se podía esperar buenas intenciones de quienes venían como si nada a ofrecer soluciones ante los grandes problemas. Siempre esas "soluciones" o "ayudas" venían con un beneficio incluído y ese beneficio, normalmente, no era para el que estaba hundido en la m****a. —¿Qué clase de salida? —pregunté rápidamente. Blackwood se acercó un paso más. Su sombra cayó sobre nosotras, como si el mismo sol hubiera perdido la luz. —Saldaré la deuda. Todo quedará olvidado. Ustedes no volverán a preocuparse por dinero. Su madre seguirá viviendo en la ciudad, cómoda, sin privaciones. Mi madre también lo miró con incredulidad, como si la esperanza quisiera abrirse paso a la fuerza. —¿Y qué… qué quiere a cambio? La respuesta llegó con la calma cruel de un verdugo que ya decidió la sentencia. —Un matrimonio... y un hijo que sea mi heredero.~HARPER SULLIVAN~ No hubo ningún beso que sellara la unión, como suele suceder en todas las bodas. Y realmente lo agradecí, porque lo último que quería era tener que besar a ese imbécil que me causaba repulsión. Sin embargo, mi "querido" esposo se inclinó hacia mi oreja solo para susurrarme una advertencia: —Prepárate, querida esposa, porque haré de tu vida un infierno. Cada músculo de mi cuerpo se tensó y cerré los puños, apretándolos con fuerza para contener mi rabia. La mandíbula me dolió cuando hice rechinar mis dientes. ¿Me molestaba su advertencia? Por supuesto que sí. Pero no porque esperara un matrimonio idílico de cuento de hadas junto a él. Yo ya lo odiaba. Lo odiaba por haberme juzgado a la primera impresión; por haberme llamado prostituta y por haberse burlado de mi condición física... y también lo odiaba solo porque sí; por su arrogancia, por su desdén y por menospreciarme, creyendo que yo solo iba a agachar la cabeza ante su amenaza y no iba a luchar contra l
~COLE BLACKWOOD~ La noche anterior, cuando conocí a esa chica y me informó que iba a casarse con mi padre, rápidamente fui a buscarlo a él para exigirle una explicación por lo que iba a hacer. ¿Cuál fue mi sorpresa? Que me informó que no era él quien se iba a casar, sino yo. Me rehusé, le dije que estaba totalmente loco si creía que yo iba a aceptar semejante locura, y, ¿qué hizo él? Me amenazó con desheredarme y desterrarme de estas tierras que son el único amor de mi vida. Edmund Blackwood siempre me ha recriminado el hecho de no sentar cabeza y no querer ni una esposa ni hijos. Siempre me amenazó con buscarme una él mismo si yo no lo hacía, y siempre pensé que solamente hablaba por hablar y tarde o temprano se iba a hartar de repetirlo, pero no. Allí estaba yo, vestido con un maldito traje oscuro, parado en el pequeño altar de la capilla que había dentro del rancho, esperando a esa... mujer que mi padre había escogido para ser mi esposa.«¿No pudo escoger algo mejor? ¿Una
~HARPER SULLIVAN~ El amanecer llegó demasiado pronto, con un cielo despejado que parecía burlarse de la tormenta que se desataba en mi interior. Apenas había dormido. Todo lo que había pasado el día anterior: el entierro de mi padre, el señor Blackwood yendo a cobrar la deuda, mi respuesta, dejar a mi madre y mi vida, y el viaje, pesaban como si sobre mis hombros estuviera cargando al mundo entero. Y para terminar de rematar, el encuentro con aquel hombre en los establos y él enfrentamiento con él, me había dejado intranquila. Había sido brusco, arrogante, y a pesar de mí misma, imposible de ignorar. Más tarde, mientras una criada de la casa me ayudaba a vestirme con un sencillo vestido blanco —un traje más propio de una ceremonia apresurada que de un matrimonio soñado—, no podía dejar de pensar en lo que estaba a punto de hacer. Cada nudo, cada pliegue, era un recordatorio de que mi destino ya no me pertenecía. «Será solo un sacrificio», me repetí en silencio, intentando calm
~HARPER SULLIVAN~ El viaje hacia el corazón del outback se sintió interminable. El coche avanzaba entre caminos de tierra, dejando atrás el asfalto, los edificios y cualquier rastro de civilización de Perth, la ciudad en la que vivía. El paisaje se transformaba en una inmensidad de llanuras áridas, arbustos retorcidos y un cielo abierto que parecía tragarse el horizonte entero. Sentada, en el asiento trasero, mantenía la mirada fija en la ventanilla. Cada kilómetro me alejaba más de la ciudad, de mi madre, de todo lo que conocía, y me acercaba a mi infeliz futuro. El silencio en el interior del vehículo era pesado y sumado a las furtivas miradas que Edmund Blackwood lanzaba en mi dirección cada tanto, a través del espejo retrovisor, me tenían impaciente. —El campo enseña disciplina —dijo él, de repente, sin apartar la vista del camino—. Aquí la gente sobrevive porque sabe cuál es su lugar. No respondí. Sabía que cualquier palabra podía volverse en mi contra, pues yo no sabía n
~HARPER SULLIVAN~ Mi corazón dio un vuelco. Mi madre palideció aún más, negando con la cabeza. —¡No! —exclamó—. ¡Eso es una locura! Yo permanecí inmóvil, mi mente trabajando a toda velocidad. Matrimonio. Y un hijo... Con él. Con ese hombre tan mayor que bien podría ser mi padre. «¿Qué edad tiene? —me pregunté—. ¿Sesenta? ¿Setenta? ¿Cómo podía siquiera considerarlo? Y, sin embargo, ¿qué otra opción tenía? ¿Dejar que mi madre cayera en la miseria, que lo perdiera todo, incluso nuestra dignidad, al quedar en la calle, sin un techo y sin un centavo para comer? Blackwood nos observó, imperturbable. —Tienen hasta mañana para darme una respuesta. Si aceptan, la deuda muere con su difunto esposo. Si no… —hizo una pausa, dejando que el silencio pesara sobre nosotras—, entonces destruiré lo que queda de ustedes. No les quedará ni un techo bajo el cual dormir y ni un centavo para comer. Tragué saliva, con el corazón golpeándome el pecho. Miré a mi madre, rota en lágrimas, y lueg
~Harper Sullivan~ El sol del mediodía caía con furia sobre el cementerio, secando la tierra removida que aún olía a humedad. El ataúd dentro del cual estaba el cuerpo de mi padre descendía lentamente, envuelto en un silencio incómodo, mientras el grupo reducido de asistentes que nos habían acompañado a mi madre y a mí murmuraba oraciones mecánicas. Yo mantenía la mirada fija en la madera oscura, los labios apretados y los dedos entumecidos alrededor del pañuelo con el que había estado secando mis lágrimas. Mi pobre madre parecía más frágil que nunca. Sus hombros temblaban bajo el vestido negro, y sus ojos hinchados de tanto llorar no se apartaban de la tumba recién cavada. Tragué saliva, obligándome a contener las lágrimas. Aunque quería desboronarme, debía mantenerme firme y fuerte, por mi madre... y por mí misma, principalmente. Era el momento de demostrar que no era una débil como todos creían, aunque en ese momento no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo.Estaba aterrada





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