Cap. 5 ¿Dónde estoy?

La última sensación de Alba antes de caer en la nada fue la de una mano enorme que, con un paño húmedo y frío, le tapó la nariz y la boca. Un olor químico y dulzón llenó sus pulmones, y después... solo la oscuridad absoluta.

Cuando por fin abrió los ojos, la realidad regresó a ella en fragmentos desconcertantes. Yacía recostada en una cama inmensa, vestida con un camisón de seda suave y limpio. Un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de algo perturbador: la habían bañado. Su piel olía a jabón de flores frescas, y su cabello, que aún conservaba una leve humedad, desprendía el aroma dulce de champú de chocolate. Eran sensaciones agradables que, en ese contexto, resultaban profundamente violatorias.

Se incorporó con esfuerzo, la cabeza aún leve por los efectos del sedante, y observó el lugar. Era una habitación espléndida, inundada de luz, que entraba por unos enormes ventanales. Al acercarse tambaleante a uno de los balcones, contuvo el aliento. Abajo se extendían los jardines impecables de una villa enorme, una propiedad que no reconocía en absoluto. Estaba en una jaula de oro, en un lugar del que no tenía forma de escapar.

El suave chirrido de la puerta al abrirse la hizo girar sobre sus talones. Allí, recortado en el marco, estaba Lucius. Su mirada recorrió el cuerpo enfundado en la seda con una posesividad que heló la sangre de Alba. Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios, una expresión que transmitía un mensaje claro y aterrador: "Todo esto es mío. Y tú también".

—¡Lucius! ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? —gritó Alba, con la voz cargada de un temblor que no pudo disimular.

—¡Déjame ir! De lo contrario, te denunciaré por secuestro. ¡No puedes hacerme esto!

El hombre no respondió de inmediato. Se llevó una mano a los labios, conteniendo una risa que le bailaba en los ojos, como si sus palabras fueran el chiste más divertido que había escuchado en años.

—Alba, Alba... —dijo, con un suspiro, que era pura condescendencia.

—¿Realmente crees que puedes denunciarme por secuestrar a un cadáver? —avanzó hacia ella, deslizándose por la habitación con la tranquilidad de un tiburón en aguas tranquilas.

—No olvides un pequeño detalle: tú, ante la ley, estás muerta. No puedo secuestrar a una muerta, ¿verdad? —hizo una pausa dramática, dejando que la cruel lógica de sus palabras se clavara en ella como un cuchillo.

—Nadie puede reclamar en este momento sobre tu desaparición, ¿verdad? Legalmente, ya no existes.

Alba apretó los dientes con tanta fuerza que le dolió la mandíbula. Un vacío helado se abrió en su estómago, una náusea existencial. Tenía razón. Él tenía toda la razón. En ese país, ella era un nombre en una lápida, un archivo cerrado. ¿Cómo podía denunciar un secuestro? ¿O incluso un asesinato? No se puede matar a un muerto. Lucius no solo la había atrapado físicamente; la había encerrado en la jaula de su propia muerte fingida.

POV Alba

Ahora sí que estoy en problemas. Esto es realmente terrible. Sé que mi situación legal le da a él todo el control, pero de ninguna manera voy a permitir que me gobierne. Voy a salir de aquí, sea como sea.

—¡Lucius, te ordeno que me digas en este momento dónde estoy! —grité, con una bravata que no sentía.

—No puedes retenerme aquí por mucho tiempo. Sé que ya no tengo existencia legal, ¡pero no puedes mantenerme encerrada eternamente!

La cara de Lucius se ensombreció de inmediato. Carraspeó, un sonido bajo y peligroso.

—Escúchame bien, pequeña ratoncita traviesa. No olvides que tú provocaste esto. Te hiciste pasar por muerta, fingiste un accidente, intentaste huir estando embarazada de mi hijo... —cada palabra era un latigazo.

Y ahora tienes el atrevimiento de volver, de llevarme a un hotel de mala muerte, de aprovecharte de mí y de robarme. Dime la razón, Alba. Si no aclaramos esto, tú de aquí no sales. Nunca. Hasta que digas la verdad, o te entierre bajo esa tumba falsa que tienes en el cementerio.

Su aura autoritaria, esa que siempre me hizo retroceder en el pasado, me envolvió. Apreté los puños con tanta fuerza que las uñas se me clavaron en las palmas. No podía decirle la razón. No podía mencionar siquiera el nombre de Alicia.

—¡Solo quería vengarme de ti! —gruñí, enfurecida, eligiendo la media verdad más creíble.

—¡Que sientas lo que es ser humillado una y otra vez sin poder defenderte! ¡Así como tú lo hiciste! ¡Todo por Celeste! ¡Todo por tu gran amor, Celeste!

—¡Basta! —rugió Lucius, y esta vez vi la ira auténtica, cruda y desatada, en sus ojos. Se precipitó hacia mí con zancadas furiosas.

Yo retrocedí instintivamente hasta que el barandal del balcón chocó contra mi espalda, atrapándome. Él me agarró del brazo con fuerza, su mirada era un abismo de furia.

—No te atrevas a decir que Celeste es algo mío. Tenemos algo sucio, Alba, y te lo advierto, no te voy a permitir que uses su nombre.

Me solté como pude y me abalancé hacia la habitación, corriendo lo más rápido que mis pies temblorosos me permitían. El miedo me inundaba. Si él quería matarme, lo haría. Pero mi pobre Alicia... quedaría completamente expuesta a él.

Fue entonces cuando él dijo algo que me dejó petrificada, con el alma helada.

—Bien. Ya que no lo dices, lo diré yo —su voz era glacial, cortante.

—Es por Alicia. Por mi hija. Esa niña que me has ocultado desde el momento en que fingiste tu muerte.

El mundo entero se desvaneció. Sentí que el suelo se movía bajo mis pies y la vista se me nubló por completo.

—Alba, pues bien, te lo anuncio: ya he mandado a un equipo de médicos y especialistas para traerla de regreso al país. Y sí, ahora ella va a estar bajo mi cuidado.

¿Cómo? ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo lo supo? ¿Cómo pudo descubrirlo? La pregunta resonó en mi mente, un eco aterrador en la completa y absoluta devastación.

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