Mundo de ficçãoIniciar sessãoBeatrice Durán es una madre soltera y CEO de una empresa familiar, que se enfrenta a las amenazas de su primo y socio por celos y envidia. Su única fortaleza es Valentina, la hija que tuvo tras una noche de alcohol que apenas recuerda. Raúl Meléndez, su rival en la industria, vive agobiado por problemas familiares, y por un compromiso que lo mantiene económicamente atrapado. Hasta que conoce a Beatrice… y reconoce en Valentina algo de sí mismo, algo que podría cambiarlo todo. Cuando escucha que el deseo navideño de la niña es conocer a su padre, Raúl se acerca a ellas, cuestionándose si esa noche borrosa del pasado los une más de lo que imagina. Y lo que empieza como un trato temporal para ser el “papá de mentira para navidad”, en medio de villancicos, bailes y risas se convierte en un torbellino de emociones; verdades que duelen, traiciones que queman, y un amor apasionado que podría unirlos… o destruirlos, justo en Navidad.
Ler maisBeatrice suelta un exhalo de frustración cuando sale de su SUV. En el estacionamiento de su empresa enfocada en créditos familiares y cambio de remesas, algunos empleados la saludan y ella intenta sonreírles. Luego, dando un respiro, abre la puerta del lado de su hija y la ayuda a bajar.
—No quiero estar aquí, quiero ir a casa —balbucea la pequeña Valentina de seis años, con el rostro lloroso.
Su madre se pone a su altura, tragando el nudo en su garganta. Mira sus ojos tristes y desearía poder acabar con su tristeza. Resulta que la dejó ir a una pijamada, y sus amigas no hicieron más que ser crueles con ella; burlándose sobre que no tiene papá ni abuelos.
Beatrice entiende el vacío de no tener una familia real. En estas fechas navideñas, cuando llega la necesidad de calor humano y risas sinceras desearía tener a sus padres con vida.
Y aunque su hija tiene un padre y abuelos paternos, no puede presentárselos; no cuando ni ella misma recuerda con quién se acostó aquella noche… Y ese vacío empieza a dolerle más ahora que ve sufrir a su hija.
Acomodando sus mechones mojados en su rostro, le dice:
—Hagamos una cosa, ¿sí? Mañana, en Día de Gracias, haremos lo que tú desees. Nada de planes aburridos que hace mamá. Tú solo pídelo y yo lo cumplo, ¡como tu hada madrina!
Los ojos de Valentina se iluminan, su sonrisa se expande.
—¿Mi hada madrina, mami?
La mujer deja que el alivio la invada al poder desviar sus emociones, solo esta vez… La toma de la mano, y camina con ella hacia el ascensor.
—Sí, cariño.
—¿Pero puedes ser mi hada madrina cuando yo quiera?
Ella lo duda, divertida.
—Uhm… Sí, claro. Aunque si la quieres a menudo, tendré que establecer algunos límites.
—¡Sííí!
La niña da un brinco, abrazando la cintura de su madre. No es como si Beatrice no le diera todo ya a su hija, pero la emoción de la niña se intensifica por una idea que ha estado maquinando con inocencia durante su trayecto aquí.
Cuando llegan al último piso, donde está la sala de juntas y la oficina de Beatrice, su secretaría y amiga, Karina, aparece, nerviosa.
—Bea, que bueno que llegas. No lo vas a creer.
—¿Qué ocurre?
Mientras caminan hacia la oficina y Beatrice prepara cosas para que la niña se entretenga en su escritorio, su secretaria le dice:
—Aarón está en la sala de juntas, esperando a Raúl Meléndez.
El estómago de Beatrice se hace un nudo, y luego explota en rabia.
Aarón, su único primo, el segundo al mando en la empresa familiar, no ha hecho más que intentar sobornarla para que ella le ceda su parte de la empresa.
¡¿Qué demonios hará Aarón en una junta con el rival principal de la empresa?!
Además… Raúl Meléndez.
Solo pensar en su nombre la eriza.
No lo conoce en persona, pero ha escuchado suficiente de él como para saber que es todo lo que está mal. Sí, tiene poder. Pero es prepotente, amargado y mal perdedor; lo confirmó cuando le dijeron que este gritó a varios empleados cuando se enteró de que el alcalde nombró a Family Linkash como una empresa de confianza para los latinos.
No le gusta para nada que un hombre como él esté husmeando en su empresa.
Respirando con dificultad, intenta sonreír a su hija y le murmura que “vendrá pronto.”
Karina la sigue, preocupada, a pasos apresurados hacia su sala de juntas.
—¡¿Has perdido la cabeza?! —explota.
Dentro de la sala, apenas sentándose en su lugar, Raúl Meléndez se estremece por el grito. Su mirada oscura mira de arriba abajo a la mujer con curvas sensuales, cabello castaño con ondas y el rostro rojo de la ira.
Por un momento contiene la respiración por el impacto de su belleza. Y luego algo dentro de él palpita.
¿Por qué se le hace conocida?
Por su parte, Beatrice suelta el exhalo, disimuladamente y aprieta los labios con una sonrisa dando un asentimiento hacia todos en la sala.
Dos hombres de los cuales uno supone es Raúl Meléndez, y una secretaria, todos la miran sorprendidos.
Sus mejillas no están rojas por la ira, sino por la vergüenza.
—Buenos días, disculpen por llegar tarde —dice, mejorando su postura, dándole una vista a Aarón para que se vaya de SU PUESTO.
Aarón la mira con repulsión e ignora su petición silenciosa, así que ella, no queriendo formar un escándalo, toma asiento a su lado, con los puños apretados bajo la mesa.
—Como decía, señor Meléndez… Mi prima es un poco temperamental.
Raúl se inclina un poco hacia adelante, dándole otra mirada a la mujer que ni siquiera le ha dado más de una mirada a él.
—Espero que sepan dejar los problemas familiares en casa. Una empresa no prospera en medio de conflictos internos, aunque… bueno, si estoy aquí debe ser por eso, ¿o me equivoco? —espeta.
Beatrice gira el rostro hacia él, dispuesta a defender su posición, pero las palabras se traban en su garganta.
Es un hombre alto, del tipo que con su presencia llama la atención sin intentarlo. Pero son esos ojos oscuros, esas pestañas, ese ceño firme, esa boca… Su corazón da un vuelco.
¿Por qué es tan familiar?
Los ojos se fijan en el otro por un tiempo más largo del normal.
Ambos piensan en la posibilidad de haberse encontrado antes; pero no parece posible.
¿Tal vez un anuncio en las redes sociales? No, lo sabrían.
¿Ha sido en una de esas conferencias de negocios? Tal vez…
Todos en la sala se dan cuenta de la tensión, pero Aarón acaba con ello.
—Señor Meléndez, Family Linkash no tiene problemas, ni internos, ni externos. No como LatinUnion. Por eso haremos una alianza —dice, con seguridad.
Los hombros de Raúl se tensan. Su socio y mejor amigo, John, le da una mirada. Ambos diciéndose: ¿qué demonios quiere este tipo?
La postura tensa de Beatrice aumenta.
—¿Una alianza? Y ahora me entero… —dice, sonriendo forzada.
Raúl arquea una ceja. Realmente parece que los primos tienen problemas.
—Señor Meléndez… Sería una lástima que LatinUnion siga perdiendo sus clientes por nosotros. Unir su empresa de créditos con la nuestra, no solo mantendría sus clientes, sino que ganaría muchos más por nuestra red de remesas —dice Aarón sin más—. ¿No es eso conveniente para usted?
Los vellos se erizan.
Beatrice contiene el aliento mientras mira la reacción del apuesto hombre. Parece que no tenía ni idea de esto tampoco. Su ceño y boca fruncida, la agita, pero también le hace humedecer los labios sin permiso. No es posible que alguien pueda verse tan sexy y molesto al mismo tiempo.
Apartando ese pensamiento, se inclina hacia Aarón, y habla firmemente:
—¿Cómo te atreves a hacer esto sin consultarme?
La voz molesta pero medida de Raúl se escucha.
—Señor Vega… Vine aquí para hacer un trato, no a buscar su ayuda —comienza, con las manos cerradas sobre la mesa, intentando no explotar—. Si mi empresa necesitara ayuda, créame, las últimas personas que buscaría sería a la competencia.
Beatrice cierra los ojos, tan avergonzada por todo esto. Aarón está por hablar, pero ella se acerca más y entierra las uñas en su muslo, sacándole un chillido dramático.
—Señor Meléndez, lamento haberle hecho perder el tiempo. Como CEO de Family Linkash mi deber es asignar proyectos de mejora a mis subordinados. Mi primo aquí presente, solo estaba intentando expandir nuestro negocio. Yo no tenía idea de que esta… fuera su sorpresa.
Raúl la mira, impresionado. Sí. Había escuchado sobre que la empresa era dirigida por dos primos, pero no sabía que ella era la CEO, mucho menos cuando quien organizó todo fue Aarón.
Soltando un exhalo, extrañamente menos tenso, le da un asentimiento a la mujer. No va a explotar con ella cuando se ve tan molesta como él.
—No voy a culparla por buscar…
—¿Mami, puedo…?
Sus palabras se interrumpen cuando la puerta se abre y una niña de cabellos castaños, con hojas blancas y marcadores en mano, mira entre todos para buscar a su madre.
Mientras Beatrice se muere de vergüenza por la intromisión, el mundo parece detenerse para Raúl.
Su mirada cae sobre la niña, y algo dentro de él se agita con emoción y pánico.
La pequeña gira el rostro solo unos segundos mientras habla con su madre, y él se estremece.
Tiene sus ojos.
Su sonrisa.
Su ceño fruncido.
Esa pequeña es su versión en femenino.
Aunque la culpa no deja de golpear su pecho, se convence de que, en cuanto llegue el momento adecuado, le contará la verdad, porque tiene que decírsela, ¿no?Había olvidado lo que era sentirse realmente nervioso, pero ahora, mientras el bartender le consigue ropa nueva y él ve a Beatrice quejándose en el sofá limpio, lo hace. No volverá a desaparecer de su vida. Su deber antes era dejar un número de teléfono, algún mensaje, ¡pero demonios! No lo hizo porque tenía demasiadas cosas en la cabeza en ese momento.—¿Lo has conseguido?—El señor John salió del club hace unos quince minutos con una señorita, según me dijeron.Raúl vuelve a llamar a su amigo y este le responde después de un rato.—Cuestiónale a la señorita dónde vive su jefa.Hay silencio, y luego, la risita de John, pero también la voz de la mujer, agitada.—Amigo… La llevaré en unos minutos, solo…—¿Señor Meléndez…? Oh… Disculpe, ¿mi jefa está bien? Volveré en este mismo instante.—Solo deme su dirección. Yo la llevaré…—Per
Otra ronda de tragos llegan y Raúl decide permanecer en el asiento frente a ella, admirando su belleza, con la esencia de sus besos en sus labios. Nunca se había sentido así, no desde los recuerdos borrosos de aquella noche…Viendo a la mujer contrariada, no puede más que sentirse intrigado, pero también arrepentido. Porque no es hasta ahora, con el silencio entre ellos, que recuerda a su novia, Madison.Nunca le había sido infiel. Ni siquiera cuando se dio cuenta de que ya no la amaba. Y esto realmente le pesa.Aclarando la garganta, mira hacia el centro de la pista, donde por suerte no estuvieron, ya que todos pudieron haber visto ese beso de, ¿cuánto? ¿Dos minutos y medio?Joder, la tensión en su cuerpo no desaparece ni porque recuerda a su novia.—No puedo dormir con usted, señor Meléndez —declara con sinceridad Beatrice, cansada del silencio.Raúl siente entre decepción, incredulidad y alivio. Las dos primeras porque es evidente que su cuerpo responde a ella de formas que no sabe
—Yo también creo que Valentina es afortunada por tenerla, señorita Durán…—Hago… lo que puedo.Ambos brindan con sus vasos vacíos, y ríen por eso. La nostalgia se les esfuma cuando ven el brillo en los ojos del otro.Raúl no se tarda en avanzar.—Como los padres solteros que somos, en una noche así… ¿No deberíamos estar disfrutando?Beatrice se pasa un mechón por detrás de la oreja, nerviosa. Deja su copa en la mesa y se aclara la garganta.—Señor Meléndez, aunque no lo crea, estoy disfrutando esta charla.Él sonríe.—Yo también. Pero tengo el presentimiento de que… Si nos quedamos aquí, hablaremos más de nuestras hijas o nos desviaremos a los negocios. Y aunque, la primera opción no me desagrada, repito: somos padres solteros y esta noche es… Para celebrar, así que… —Se levanta, cauteloso, imponente cuando se para frente a ella y le extiende la mano—. ¿Le gustaría bailar conmigo, señorita Durán?Beatrice contiene la respiración. No aparta la mirada de la suya, y su mano cobra vida pr
Cada paso entaconado que Beatrice da por el palco VIP hacia los dos hombres, se siente como una punzada en su corazón, un cubo de hielo en su columna vertebral, derritiéndose hacia hacerle humedecer los labios una vez más.Porque allí está él. Raúl Meléndez, prominente. Vestido con un pantalón caqui, saco del mismo tono, camisa blanca con los primeros tres botones fuera, zapatos casuales blancos. Parece informal, pero no lo es. Mientras su mirada lo recorre de pies a cabeza, Beatrice no cree que este hombre pueda ser informal ni con shorts.«Verlo así es un espectáculo, ¿cómo será sin ropa?»Sus mejillas se calientan ante ese pensamiento rápido, e intenta sonreír cuando lo tiene a un metro.—Señoritas, bienvenidas, ¿quieren algo de beber? —cuestiona John, alegre.Raúl traga seco con la mirada en Beatrice, deja la bebida a un lado y palmea a su amigo.—¿Quieres embriagarlas tan pronto? —bromea, dando una sonrisa pequeña. Luego estira su mano hacia Beatrice—. Señorita Durán, espero que
Para Beatrice, la tarde ha terminado de manera agotadora. Valentina está feliz, pero ella siente la presión en sus hombros. Cuando ayuda a su hija a subir a la SUV, una mano masculina detiene la puerta.—¡Hola, tío Aarón!—Hola mocosa.—¡Aarón!Beatrice gruñe hacia él, dándole una mirada asesina. Él no disimula el desprecio hacia su hija.—Tenemos que hablar —espeta él, tomándola del brazo.Beatrice no lucha frente a su hija, le dice que volverá pronto, pero cuando finalmente están solos, se zafa del agarre de su primo y levanta la mano para abofetearlo; sin embargo, este atrapa su mano.—¡Hijo de…!Él aprieta su mano, mirándola con odio.—¡No te atrevas Beatrice! —sisea—. Que no se te olvide que mi padre no está para defenderte. La única razón por la que no te he sacado de la empresa es porque el viejo fue muy astuto.—¿En serio? No me digas… —dice ella, zafándose de nuevo, con impotencia. No es la primera vez que la amenaza así, y sinceramente ya está cansada de esto—. ¿Otra vez con
—Realmente quedó delicioso, felicito a los cocineros, y a la anfitriona —dice animadamente John.A su lado, consumiéndose en dudas, Raúl observa cómo Beatrice ha estado intentando brillar pero es consumida cada vez por el peso de su vida.Ella ni siquiera lo mira. Y eso, lo confunde más de lo que debería.¿Acaso no sospecha quién es él?Es una locura.Esa noche es confusa, también dolorosa. Sabe que durmió con una mujer desconocida, algo que nunca había hecho antes en su vida, pero también sabe que hay un millón de mujeres parecidas a Beatrice.Además, han pasado siete años…Sí. Las cuentas siguen cuadrando en caso de que esa niña…No. Basta.Su puño se aprieta sobre la mesa, observando cómo la niña come animadamente.¿Qué le habrá dicho Beatrice para animarla?Mientras tanto, la castaña conversa de forma superficial con sus empleados en la gran mesa. En otra ocasión preguntaría sobre sus familias, cuestionaría cómo van los preparativos para el Día de Gracias, pero hoy no tiene animo





Último capítulo