Nadie me había preparado para lo que sucedió la noche San Valentín y las consecuencias que siguieron al pedir un favor. Cuando acepté aquellos bombones con un elixir amor, no sabía que estaba cometiendo mi primer error. El segundo fue aún más atrevido: impulsada por el deseo ardiente que consumía mi cuerpo, me atreví a pedirle a mi seductor CEO que me hiciera el "favor" de pasar toda la noche juntos.Lo que no anticipé fue cómo este "favor" nos arrastraría a ambos a un torbellino de deseo y pasión desenfrenada. Hay un dicho que reza: "favor con favor se paga". Y eso fue exactamente lo que mi jefe exigió. Al ser mi primer hombre, un deseo incontrolable se desató en él, y me pidió que le devolviera el "favor" con la misma intensidad. Sin experiencia, acepté su oferta de ser mi profesor. Ese fue mi tercer error.El deseo y la pasión entrelazaron nuestras vidas de una manera que ninguno de los dos estaba preparado para enfrentar, desenterrando al mismo tiempo nuestros traumas más profundos. Mi historia está llena de humor, romance y una realidad desgarradora, donde el amor trasciende las clases sociales y logra salir adelante. Juntos, descubrimos cómo el amor y la comprensión pueden surgir de las cenizas del dolor, transformando nuestra visión de la vida en una llena de esperanza en medio de la adversidad.
Ler maisLa noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia.
Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado.
Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento que había trastocado su realidad.
—Chicos, no van a creer lo que me sucedió—, empezó Ariel, su voz tejiendo la introducción a una historia que parecía arrancada de las páginas de una novela de misterio. Sus amigos, siempre dispuestos a sumergirse en las aguas de lo inesperado, se inclinaron hacia adelante con una mezcla de escepticismo y curiosidad.
—Es tan insólito, tan inesperado —continuó Ariel. —Que todavía estoy tratando de entender cómo algo así pudo ocurrirme a mí.
Siguió Ariel atrayendo la atención de sus amigos como tantas otras veces en que habían sostenido una conversación a lo largo de sus vidas desde la niñez. Sólo que esta vez parecía diferente por la manera que había iniciado a contar el misterio del acontecimiento Ariel Rhys. Lo cual los hizo prestar atención, sin imaginar o prever que esa noche tendría las consecuencias imprevistas que siguieron sobre la vida y destino de su querido amigo y de ellos mismos.
—¿Qué harían si de pronto, un día, una mujer extraña que nunca han visto en su trabajo entra a su despacho y les pide un favor inaudito? —preguntó Ariel.
—¿Qué favor? Tienes que ser más específico para poder contestar correctamente —respondió Félix, dando un sorbo a su bebida.
—Ariel, es verdad lo que dice Félix; si no das detalles, ¿cómo vamos a responder a eso? Depende del favor del que hables —agregó Oliver.
—Todavía no me lo puedo creer, chicos. Es tan inaudito, tan alocado, tan inusual, tan de todo que… ¡que aún no me repongo! Pero lo peor no fue eso; lo peor fue lo que vino después.
—¡Oye, parece que estás escribiendo una novela de misterio! —exclamó Félix—. ¡Cuenta ya qué fue! Me tienes muy intrigado.
—A mí también —afirmó Oliver, apoyando sus codos en la mesa para prestar toda la atención a su amigo.
—Empezaré por el principio y diré de quién se trata, aunque bueno, ustedes no la conocen. El caso es que el otro día me quedé trabajando hasta tarde, como siempre. Eran más de las diez de la noche cuando, de pronto, tocaron a mi puerta y me asusté. Luego pensé que sería el custodio y dije "adelante". Y no lo van a creer; me quedé helado ante la imagen que tenía en mi puerta.
La intriga se había colado entre las palabras de Ariel como una neblina sutil, envolvente, que transformaba la atmósfera del club en un escenario de suspenso palpable. Sus amigos, acostumbrados a las historias ordinarias de los sábados, se encontraban ahora al borde de sus asientos, el escepticismo inicial dando paso a una curiosidad voraz.
—¿Quién era? —preguntó Oliver, inclinándose más, los ojos centelleantes con la luz del interés.
—¿Un fantasma? —bromeó Félix, aunque la sonrisa en su rostro no alcanzaba a ocultar el brillo de expectación en su mirada.
—Ja, ja, ja, es en serio, Félix, no te burles —Ariel sacudió la cabeza con una mezcla de asombro y seriedad que solo añadía leña al fuego de la curiosidad—. No era un fantasma, sino… ¡una mujer!
—¿Una mujer a esa hora en la empresa? —la incredulidad tiñó la voz de Félix, y era evidente que la imagen de una visita tan inesperada en un contexto tan solitario y nocturno despertaba en ellos un sinfín de conjeturas.
—Como se los cuento —Ariel asintió, consciente del efecto de sus palabras—. Lo peor no era eso; es que yo nunca me había fijado en ella. Es como decirles... es extraña, si esa es la palabra. Extraña.
—¿Cómo extraña? ¿Es fea? —Oliver frunció el ceño, intentando esbozar en su mente el retrato que Ariel delineaba con trazos tan ambiguos.
—No es que sea fea, pero tampoco es una hermosura que resalta por su apariencia. Aunque tiene un cuerpo tremendo y una belleza que descubrí después —la voz de Ariel se tiñó de un matiz reflexivo, como si él mismo estuviera descifrando el enigma de esa presencia femenina a medida que hablaba.
—Espera, Ariel, espera; sigue contando en orden —Oliver levantó una mano, pidiendo una pausa que permitiera digerir los detalles—. Describe el momento en que la viste en tu puerta.
Ariel tomó aire, preparándose para revivir aquel instante. Los detalles comenzaron a fluir con una claridad cristalina: la puerta entreabierta, el silencio del edificio interrumpido por el eco de unos pasos desconocidos, la sombra que se perfilaba contra el umbral. Era una silueta que no correspondía a ningún rostro familiar del trabajo, una presencia que desafiaba la lógica del horario y del lugar. En aquel momento, Ariel no sabía que estaba a punto de adentrarse en un capítulo de su vida tan inusual como inolvidable.
La atmósfera de misterio se intensificaba con cada palabra que Ariel recordaba, y sus amigos se inclinaban aún más, como si acercándose pudieran captar mejor los ecos de aquel encuentro nocturno.
—Está bien, Oliver —comenzó Ariel—. Cuando la puerta se abrió, estaba allí esta chica, vestida con un pantalón todo roto, ya saben, como esos que están de moda, con una camisa que le llegaba a las rodillas y encima, un enorme abrigo lleno de bolsillos. Su pelo lo tenía recogido en una trenza que le caía por el lado. Usaba espejuelos, pero podía ver sus ojos increíblemente negros. ¡Nunca había visto unos ojos tan negros y grandes como los de esa chica!
—¿Qué quería a esa hora sola en la empresa? ¿Cuántos años tiene? —la curiosidad de Félix era palpable, casi tan densa como la penumbra que rodeaba el recuerdo.
El sol se filtraba por las amplias ventanas de la casa familiar, proyectando destellos cálidos sobre los muebles antiguos y las fotografías que adornaban las paredes. La casa de los Rhys y los Hidalgo había sido el epicentro de incontables reuniones familiares, pero también un refugio para quienes aún buscaban cerrar heridas profundas. Cada rincón hablaba de unión y resistencia, un testimonio vivo de que, incluso después de enfrentar el abismo más oscuro, la luz podía resurgir.Habían pasado años desde que Ariel y Camelia enfrentaron su propio destino, marcado por el horror del tráfico humano. Junto con su familia, no solo sobrevivieron: se levantaron, lucharon y comenzaron una cruzada para dar voz a quienes no la tenían. Si bien habían reconstruido sus vidas, siempre supieron que su historia no estaba completa. Todavía había preguntas sin r
Camelia, todavía en su pose teatralmente desmayada, abrió un ojo y miró a Ariel con una sonrisa pícara. —¿Favores, dice usted?— replicó con fingida sorpresa. —Pero señor, ¿no sabe que los favores de San Valentín se pagan con besos y promesas de amor eterno? Ariel se inclinó sobre ella, su rostro ahora cercano al de Camelia, su aliento mezclándose con el aroma del chocolate y la emoción del momento. —Entonces, señorita— susurró con una voz que simulaba gravedad, pero que no podía ocultar la alegría que sentía —prepárese para una eternidad de mi compañía, porque mis favores son inagotables. Camelia se incorporó entonces, abandonando el juego por un momento para mirar a Ariel con todo el amor que sentía por él. —Y yo te seguiré el juego— dijo, ya no actuando, sino hablando desde el corazón. —Porque no hay trampa en la que preferiría caer más que en la de tu amor. Ambos rieron, los sonidos de su alegría llenando la cabaña y mezclándose con la luz del amanecer. Los bombones queda
Mientras Ariel conducía en silencio, concentrándose en mantener el auto estable, sus ojos se deslizaban ocasionalmente hacia el retrovisor. Ahí estaba Camelia, dormida en el asiento trasero, con su respiración pausada que sonaba como un eco de la calma que, por fin, parecía haber conquistado sus vidas. En su mente, los recuerdos de los últimos años se desplegaban vívidos, deteniéndose especialmente en aquella noche de San Valentín que marcó el inicio de todo.Recordaba con claridad cómo Camelia, asustada y bajo los efectos de las drogas, había irrumpido en su oficina, suplicándole con desesperación el primero de los muchos favores que seguirían a lo largo de su historia juntos. Lo que en un principio fue un acto de compasión, una ayuda nacida de la lástima y el deber, había evolucionado hacia algo mucho más profundo. Camelia se había
Sentados en los asientos del juzgado, el aire se sentía pesado, denso por las desgarradoras historias de las familias afectadas por la red de tráfico humano. Cada nueva declaración ampliaba el sombrío lienzo de sufrimiento que todos compartían en aquel espacio. Ariel mantenía el semblante firme, mientras Camelia, aterrorizada por los relatos de los afectados, intentaba contener los temblores que surgían de sus emociones. A su lado, la familia completa: Lirio, su madre; el exsenador Camilo Hidalgo; y los demás hijos, Clavel, Gerardo, Juan Antonio y María Luisa, se mantenían juntos, como un bloque indivisible frente a tanto horror.A la izquierda se encontraba la familia Rhys al completo, entrelazados por un mismo propósito: cerrar aquel capítulo de sus vidas que tanto los había marcado. Y así, el momento definitivo llegó: la sentencia. Todos se levantaron, c
Ariel bajaba junto a su esposa, y detrás de ellos descendían, con movimientos llenos de energía, sus cuatro hijos, cargando risas y entusiasmo. La escena, casi cotidiana, encerraba un significado mucho más profundo para quienes la observaban. Estaban completos. Por primera vez en mucho tiempo, compartían un instante que les recordaba que, a pesar de todo lo que el pasado les había arrebatado, habían logrado recuperar lo que más importaba.Marlon sintió un nudo en el pecho, pero esta vez no estaba cargado de pena, sino de una calidez inesperada. No era sencillo olvidar las cicatrices, pero escenas como aquella hacían que lo imposible pareciera alcanzable. Observó a Ariel avanzar con los suyos, y de pronto, cada rastro de agotamiento físico que podía manifestarse en sus movimientos resultaba insignificante frente al brillo de triunfo que destilaban sus acciones. Ese hombre, su hermano, hab&
El tiempo transcurrió con rapidez para la familia. Camelia y Ariel retomaron sus trabajos en la editorial, dejando el cargo de director de la asociación en manos del capitán Miller, quien contrajo matrimonio con la doctora Elizabeth. Ahora vivían felices con su hijo, compartiendo cercanía con el Mayor Alfonso Sarmiento. No tardaron en descubrir sus raíces australianas y la dolorosa verdad: sus padres murieron tratando de salvarles la vida. Sin embargo, ambos decidieron quedarse en el país, estableciendo su hogar en la tranquila reserva militar.Mientras tanto, los hijos de Marlon crecían dichosos bajo el cuidado de un padre que se esforzaba al máximo por ofrecerles una vida plena, acompañado en todo momento por Marcia, quien había abrazado con orgullo su rol como madre a tiempo completo. Por su parte, Aurora y su esposo, Ariel Rhys, se sentían profundamente agradecidos por haber llegado a
Último capítulo