"El final no siempre es el cierre, a veces es el comienzo de algo mucho más grande." Nuestra materia se desintegró, nuestras vidas se rompieron en miles de recuerdos imposibles de volver a armar. Las traiciones llegaron como un diluvio divino, mientras la muerte esperaba paciente, sabiendo que pronto tendría lo que deseaba. Este es el final de nuestra historia... Las calles de México pronto serán testigos de un infierno en la tierra, inundadas por ríos de sangre, drogas y balas. En este noveno círculo del caos, el destino se ha sellado. Que Dios se apiade de nuestras almas. Del hombre con esmeraldas por ojos, del hombre cubierto de tatuajes... y de la mujer marcada por ambos.
Ler maisIndra.
Fausto me miraba desde un sillón de tela roja, sobre una pequeña tarima de madera en medio de un enorme patio cubierto de césped, incluso en las paredes todo olía fresco. Las flores de todos los colores inundaban cada rincón de este lugar tan iluminado. Sus esmeraldas se aclararon aún más con la luz del sol golpeando su bello rostro. Entre su cómoda vestimenta de manta blanca, noté que sostenía con mucho cuidado un pequeño bultito. Tan diminuto, que me pregunté qué llevaría dentro. Di dos pasos hacia él, sintiendo una necesidad desesperada de alcanzarlo. El corazón me martillo en el pecho, desesperado por tocar a Fausto. Sin previo aviso, una pequeña cabeza llena de cabellos castaños claros chocó contra mi rodilla. El niño, de piel blanca como la mía, me sonrió con una mueca chimuela, y yo se la devolví, agachándome a su altura. —¡Mamá! —gritó el pequeño, alzando los brazos. Me aterré al ver que en una de sus manos sostenía una pequeña pistola dorada. Por puro instinto, se la arranqué de un jalón, y el niño rompió en llanto, desconsolado. La mano me tembló cuando arroje el arma lejos. Esta fue devorada por las ramas que parecían tener vida propia. Fausto me observó con total tranquilidad antes de soltar un pequeño suspiro. Luego se levantó del sillón, aún cargando el bultito entre sus brazos. —Amor... no deberías reaccionar así. Lo asustas —me quedé boquiabierta al ver cómo le entregaba otra pistola al niño con su brazo libre. Este se carcajeó, como si fuera un juguete más. —¡¿Por qué le das armas?! —chillé, corriendo tras el niño por el pasto. Fue ahí cuando noté que estaba descalza; el contacto con el césped húmedo me estremeció. —Esta es su vida, Indra —repitió Fausto con una sonrisa. Desde sus brazos, entre las cobijas blancas, se escuchó un suave lloriqueo. Me quedé estática. Mis pies... Estaban cubiertos de rojo. Cada paso los teñía más y más de líquido carmesí. Tropecé con algo duro que me hizo caerme directo contra el extraño lodazal. Miré mis manos llenas de sangre, y el vestido blanco empapado de un crimen que no recordaba haber cometido. Me giré en el pasto para ver con que había tropezado... y el aire se me fue de los pulmones. El cuerpo perfecto de Carlota, vestido también de blanco, yacía inmóvil. La mitad de su cerebro... fuera. Intenté levantarme de golpe, pero el mareo me venció. Fausto me sonrió desde el escalón de madera, arrullando al bebé. —Lo hicimos por ti, amor —dijo con genuina tranquilidad. El hermoso patio se había transformado de pronto en un cementerio. El niño con la pistola reía a carcajadas mientras esquivaba cadáveres, como si fuera otro juego más. Y entonces lo vi. Los ojos claros de mi hermano. Aún abiertos. Me aterré al ver a Emiliano comenzar a incorporarse del pasto, con la enorme abertura en su cuello sangrando a borbotones. —Es tu culpa, hermana —me dijo, serio. El grito me nació desde lo más hondo cuando retrocedí, y unos brazos pesados se posaron sobre mis hombros. Reconocí los tatuajes. —¿Por qué huyes de tu familia, bonita? —murmuró Dante con un aliento tan helado que me erizó todo el cuerpo. —Esta es quien eres ahora, Indra —continuó Fausto quitándole la cobija al bebé. Di un respingo de horror al ver cómo lo alzaba con una sola mano, como si fuera una pelota. Luego Fausto silbó y el niño corrió hacia él como si fuera un perrito. —Los humanos somos tan frágiles, bonita —susurró Dante. Fausto le entregó el bebé al niño. Y este, sin la más mínima emoción, lo dejó caer contra el suelo. Intenté zafarme del agarre de Dante para detener lo inevitable. El niño alzó la pistola entre risas, alentado por Fausto. El dorado se posó sobre alguna parte del bebé y de pronto un disparo ahogó el llanto de este. Pero no el mío. —Este es tu legado, bonita —me dijo Dante. Y grité. Grité tan fuerte como pude, deseando despertar de esta maldita pesadilla en la que se había convertido mi vida. Abrí los ojos de golpe, sentándome en la gran cama con la mano sobre mi pecho, intentando calmar ese corazón que parecía salirse de mi cuerpo. Me llevé las manos a la cara, empapada de sudor. ¿Había sido solo una maldita pesadilla? Solté un enorme suspiro y me quedé maravillada al ver la ventana abierta de par en par. El color claro del agua fue lo único que noté entre los destellos del sol. Esto era real. Me incorporé, aún mareada, y revisé mi cuerpo bajo la bata de hospital. No tenía nuevas heridas, solo las cicatrices de la huida. Mis manos se detuvieron en el vientre. Y recordé las palabras de Sofía de pronto: "Ella está embarazada." Eso debía ser una maldita broma. Mis ojos se aguaron al instante al recordar mis últimos roces con Fausto. ¿Por qué seguía viva? La puerta del camarote se abrió suavemente. Lo primero que vi fueron los ojos hinchados de Sofía. Luego, el gran cuello de Dasha justo detrás. —Nos pareció escuchar ruido —dijo Sofía, intentando sonreír. Pero sus ojos se achicaron de una forma tan extraña... como si acabara de recibir un golpe. Y eso me aterrorizó. Dante no sería capaz de golpear a su propia hermana como Fausto. ¿O si? Involuntariamente, me hice hacia atrás. Estás personas eran mis enemigos. Sofia había convivido conmigo desde que tenía memoria. Yo le había abierto las puertas de mi casa una y otra vez. Mi hermano... la había querido demasiado. Y así nos pagaba. Esta... esta debía ser la peor de mis traiciones. —¡Paz, paz, venimos en paz! —Dasha alzó las manos. Era tan alta que Sofía apenas le llegaba al hombro. —¿Dónde estamos? —pregunté. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que todo esto comenzó? Sofía suspiró. —Vamos a llegar a Puerto Escondido—. Abrí los ojos de par en par. —¿Nos vamos a quedar en Oaxaca? —la voz se me quebró. Sofía me dio una pequeña sonrisa. —Estaremos bien. Esta es nuestra casa. No nos pasará nada—. Intento asegurarme sin éxito. —¿Por qué no me han matado? —susurré, al borde de la histeria. Oaxaca... había llegado al hogar de mi papá antes que él. Mi papá. Mi corazón se rompió aún más recordando a Guillermo, a mamá. A él. Sofía frunció el ceño antes de hablar. —¡Mi hermano no te va a tocar un pelo!—exclamó, aún con Dasha detrás, quien parecía más guardaespaldas que aliada. —¿Por qué? —intenté sonar firme, aunque no estoy segura si lo logré. Sofía me miró sorprendida, se abrazó el brazo con un gesto torpe y entonces dijo: —Estás embarazada, Indra—. Repitió y yo me erice. —¿Disculpa?—. —Los análisis... Dasha lo confirmó con otra prueba de sangre mientras te recuperabas del desmayo. Su voz se sentía lejana. —Yo... yo no puedo estar embarazada —y entonces, rompí a llorar. Esto había salido peor de lo que pensé. Un pedacito de mi amor, atrapado en este horror. No. Dasha me abrazó. Y yo me dejé apretar, aún sin comprender esta nueva realidad. Las imágenes del primer heredero de Fausto cruzaron mi mente como agujas. Muerto. Asesinado. Yo no quería permitir que algo así le pasara a un pedacito de mi alma. Y ahora estaba completamente sola. ¿Cómo iba a proteger a un bebé en este mundo tan cruel? La puerta semiabierta se azotó con violencia cuando fue cerrada por otra persona que no eran las chicas. Dí un respingo. Luka estaba allí. Imponente, alto, se veía fresco a pesar de las ojeras y el golpe morado en la mandíbula. Su expresión no entendía nuestra escena. Su voz fue dura y antipática. —Hemos llegado, tenemos que bajar. Ya—. Sofía tembló ligeramente, pero se mantuvo firme y se puso frente a mí. Me tomó las manos, pidiéndome que la siguiera. Dasha se mantuvo a mi espalda, demasiado cerca. —Dijo Dante que Indra no va a la casa. Se queda aquí —la silueta de Luka cubría todo el marco de la puerta. —No. Claro que viene con nosotras, no la voy a dejar aquí —replicó Sofía con firmeza. Y me sorprendió cuando intento empujar con una pierna el cuerpo del ruso. La hermana de Dante Salazar no le llegaba ni al pecho. Luka suspiró, cediendo por voluntad propia. Se llevó una mano al puente de la nariz y luego cerró los ojos, buscando de seguro paz. Yo me quedé muda. No tenía ningún plan de escape. Porque no planeaba vivir más allá del primer día en manos de Dante. Si tan solo hubiese sabido la noticia unos días antes... ¿Por qué soy tan tonta? En el pequeño elevador, Luka nos alcanzó. Su ropa deportiva apestaba a humo y madera. —A Dante no le gusta que lo desafíes, Sofía —le reprendió. Dasha ladró algo en ruso. Luka le respondió en el mismo tono. —Él me orilló a esto —dijo Sofía, ya más tranquila, mientras salíamos a un pasillo angosto. Me fui de lado, mareada por los movimientos suaves del barco. Dasha me sostuvo de la cintura. Luka resopló y lideró la marcha. Salimos a cubierta, y el sol me cegó por un instante. El muelle aún estaba lejos, pero distinguí una enorme casa blanca, con vista al mar. Bajamos por unos escalones alfombrados hasta llegar a un yate más pequeño, donde un hombre disfrazado de gato era el capitán. Sofía brincó ágilmente hacia la parte trasera del yate. Dasha la siguió con sus elegantes y largas piernas. Yo, en cambio, necesité del brazo de Luka para no caerme al mar. El mareo era insoportable. El pequeño yate arrancó, cortando el mar. Cerré los ojos durante todo el trayecto, buscando calmarme. En el muelle había otros dos yates y varias motos acuáticas. Subí ahora con ayuda de Dasha. Hasta ese momento noté mis cómodas calcetas que no recordaba tener puestas. La playa estaba cubierta por enormes piedras. Seguridad natural y privacidad. Parecía que habían pensando en todo. Antes de subir los escalones de piedra hacia la casa, lo vimos. El mismísimo diablo. Dante. Sin camiseta dejando ver todos sus músculos y tatuajes que podrían destrozarme en un segundo, con los brazos cruzados y un paliacate rojo en la cabeza. Estaba esperándonos en el inicio del muelle. La respiración se me fue del cuerpo, incluso Sofía me apretó la mano con fuerza. Nos quedamos petrificadas bajo el sol. Como si a todas nos estuvieran apuntando con un arma. Dante se movió lentamente por el muelle. Como una serpiente. Incluso Luka se hizo a un lado cuando se aproximó a nosotros. Pasó de largo. Y más de una soltó el aire retenido. Yo incluida. Nadie se movió hasta que Salazar activó una de las motos acuáticas y se marchó, probablemente de vuelta al barco. Fue entonces cuando todos recuperaron la compostura. Incluso sus propios aliados... Le temían. Y no era para menos. Ese hombre tenía las llaves del infierno en sus manos.Fausto. Mi mente intentó enfocarse en el momento cuando César me gritó completamente fuera de sí.Pero la cruda realidad fue que la furia dentro de mí explotó, nublando todas mis firmes decisiones.Di dos largos pasos hacia mi incompetente hermano menor para quitarle la pistola con la que temerariamente apuntaba a Indra.¡Cómo se atrevía César a hacer esta escena!¡Le he dado más de lo que se merecía y así me paga! ¡Apuntándole al amor de mi vida! ¡Amenazándome!Sin previo aviso sentí algo atravesar mi cuello. La heladez me paralizó las piernas cuando, un instante después, sentí la cálida explosión dentro de mí.En shock, llevé las manos ahí donde una bala había entrado por voluntad de mi propio hermano. De sangre de mi sangre.El extraño ardor que jamás había sentido fue como aceite hirviendo corriendo por mis venas en vez de sangre.Los oídos me zumbaron, la vista se nubló y mi peso cedió hacia un lado, cayendo de rodillas contra el duro concreto.Con mi mano libre intenté poner f
Indra. Procuré que los ataúdes de mis hermanas permanecieran cerrados durante la misa. Los tres cajones de madera pulida fueron bendecidos por tres sacerdotes al mismo tiempo.La catedral en la isla había tenido que ampliarse para poder enterrar también los ataúdes de Johanna, Dasha y Sofía.Junto a ellas estaba el de Fausto y el representativo de Enzo y mi familia.También me tomé el momento de recrear una memoria hecha en roca para Pablo.Pero no quería que la isla se convirtiera en un maldito cementerio.Dante hizo guardia a las tumbas con Luka y Jorge durante más de seis horas.Catalina Jagger era un mar de llanto y venganza a los pies del ataúd de su hermana. La mitad de nuestra familia había perecido en este atentado. Había perdido demasiado ya. Estaba segura de que íbamos a tener más ataques hasta que cayeran mis dos principales enemigos; y uno de ellos era el mismísimo presidente de México.Solté un suspiro al subir a la jeep conducida por Vladimir para salir de ahí.Respeta
Indra. Sabía que mis hijos estaban asustados, pero seguros bajo las armas de mis hombres.Ulises me había dicho que era mejor evacuar la isla, pero yo me negué rotundamente. No me iban a sacar de mi hogar. Ya se habían llevado demasiado de mí.En medio de la gente corriendo hacia las armas y de los soldados que intentaban acabar con todos los que se interpusieran en su camino, miré a Dante correr hacia nosotros con alguien en brazos.Ni siquiera dudé en dispararle al hombre que tenía frente a mí. Eran ellos o nosotros. Siempre había sido así.Ulises se había encargado de que un yate pequeño repleto de su seguridad fuera el responsable de la seguridad de nuestros hijos. Se que el barco se había logrado meter mar adentro rodeado de motos acuáticas con más hombres que darían su vida por mis gemelos. El mar era el mecanismo perfecto de huida. Pero yo no huía.Iván había dicho que su mayor objetivo durante su sexenio sería acabar con la violencia. Sin embargo, yo no iba a dejar que su
Dante.1 de agosto del 2021.El ruido del oleaje en el mar fue una calma en mis sensaciones. El perímetro era tranquilo de armas, pero repleto de planeadores que ponían sillas blancas de piel por doquier para crear la atmósfera romántica y pacífica en la boda de Dasha y Johanna.—¡Dante, Fara se está comiendo las flores! —trote hacia el grito de Sofía en mi traje blanco hecho a la medida, sin corbata ni cinturón.Mi hermana, envuelta en el jumper blanco de espalda descubierta, intentaba alejar a mi pequeño demonio de un jarrón de cristal que había sido plantado en la arena.Franco, sentado en la arena sobre una manta, se estaba carcajeando de las acciones de su hermana. Llegamos a la terrible edad de los dos años.La única bebé que había cuidado desde que nació fue Sofía, y seguro que esta nunca me dio los problemas de cabeza que tenía con los gemelos."Tampoco crecieron bajo las mismas condiciones". Me dijo mi subconsciente.—¡Niña, habiendo tanta comida! —le grité.Fara me sonrió, a
Indra. Jorge apareció muy silencioso por la puerta alzándome las cejas. Luego me hizo señas con la cabeza para que lo siguiera fuera de la casa. Caminé lento hacia él, subiendo a otro carrito de golf con él como piloto.Estos eran más cómodos para andar en la isla.—Tu hermano está vivo, solo que el hospital será mejor para su recuperación —me dijo de pronto Jorge, mientras el aire nos despeinaba a ambos. El español tenía varios rasguños en una mejilla.—Gracias, Jorge... yo no pensé... tardaron mucho —intenté encontrar las palabras adecuadas, pero el repentino shock de ver a Dante me causó un vuelco en el corazón.Él me podría ayudar a superar esto.—Fue difícil y tardado movernos, Indra. Como la puta madre. Pero gracias a los testimonios de Dante y Emiliano, tenemos más oportunidades contra César e Iván —Jorge finalizó cuando llegamos al ala este de la isla, un moderno hospital de tres plantas.Él en serio había pensado en todo. Fausto siempre sería el mayor organizador, controlad
Indra. 1 de diciembre del 2020. Las cosas en la isla se habían calmado un poco. Me dejé caer sobre la arena, sintiéndome por primera vez sola desde que toda esta horrible situación comenzó. Una de mis enfermeras se quedó cerca de mí, con su maletín listo para atenderme si me sentía mal. Todo por órdenes de Vladimir. Tanta pérdida de sangre y fatiga habían acabado conmigo. Tanto dolor emocional me había hecho débil. Solté un sonoro suspiro al ver las olas del mar, más calmadas en medio del atardecer. El océano siempre había sido testigo de mi vida. Mis hijos parecían haberse adaptado a este espacio sumamente bien. Dasha y Sofía fueron un peso menos y un alivio en mi alma para ellos. Con Victoria no tuve tanta suerte. La encontraba llorando en cada esquina, lamentando la pérdida de su hermano. Era muy difícil verla así. La hermana de Dante, al contrario, parecía tomarse las palabras de aliento de Dasha mejor que antes. Sofía está segura que su familia regresaría a Dante a casa
Último capítulo