Mundo ficciónIniciar sesiónDanna siempre soñó con un amor que la eligiera para toda la vida. Y cuando conoció a Tom —encantador, atento, imposible de no amar— sintió que el destino por fin se inclinaba a su favor. Él la rodeó de detalles, de ternura, de una devoción tan perfecta que parecía sacada de un sueño. A su lado, Danna creyó haber encontrado el hogar que siempre buscó. Por eso, cuando él le pidió matrimonio, no dudó ni un segundo. Estaba segura: ese hombre era su futuro. Pero la noche de bodas lo cambió todo. El Tom que la convirtió en su esposa no era el mismo hombre que la había enamorado. Era otro… alguien que siempre estuvo ahí, oculto detrás de sonrisas y promesas. Un hombre que observaba demasiado, que controlaba cada respiración, que la poseía con una intensidad que rozaba lo enfermizo. Celos que quemaban. Ordenes que no admitían réplica. Silencios que helaban la sangre. Y entonces Danna comprendió la verdad que nunca sospechó: el amor perfecto que él le ofreció no fue más que una trampa cuidadosamente construida… y ella cayó sin darse cuenta. Ahora, encerrada en un matrimonio que se vuelve más oscuro cada día, Danna deberá descubrir qué clase de monstruo es realmente Tom… y hasta dónde está dispuesto a llegar para no perderla.
Leer másEl espejo tripartito frente a Danna devolvía la imagen de una mujer que apenas reconocía. No porque no fuera ella… sino porque lucía demasiado perfecta. Demasiado feliz. Demasiado segura.
—No puedo creer que te vas a casar antes que yo —bromeó Lucía, su mejor amiga desde la universidad, mientras se dejaba caer en un sillón tapizado de terciopelo crema. —Ni yo —añadió Valeria, cruzando las piernas con elegancia—. Aunque, si alguien merecía un amor como el de Tom, eras tú. Danna sonrió, aunque sus manos temblaban ligeramente mientras la estilista abrochaba los últimos botones del corsé. El salón era un pequeño santuario de luz: lámparas de cristal, velas aromáticas de vainilla y paredes cubiertas por vestidos níveos que caían como cascadas desde perchas doradas. Había música suave, casi un susurro, como si el lugar no quisiera interrumpir la magia. —Respira, cariño —dijo la estilista con una sonrisa cálida—. Quiero que sientas cómo el vestido se adapta a ti, no que tú te adaptes a él. Cuando dio un paso atrás, Danna se atrevió a mirarse por completo. El vestido era… un sueño. Una creación de encaje francés que parecía tatuarse sobre su piel, con flores bordadas que ascendían desde la cintura hasta los hombros. La falda, ligera y vaporosa, se movía con cada pequeño gesto como si estuviera hecha de aire. Y la espalda… la espalda desnuda, enmarcada por hilos de perlas diminutas, hacía que cualquier respiración se sintiera demasiado profunda. —Danna… —susurró Valeria, llevándose una mano al pecho—. Pareces salida de un cuento. Lucía se levantó y dio una vuelta a su alrededor, observándola con ojos vidriosos. —Tom va a desmayarse cuando te vea entrar a la iglesia. La mención del nombre la hizo sonreír de verdad. Tom. Siempre tan atento, tan pendiente, tan enamorado. Había organizado flores, menú, música… todo sin que ella tuviera que pedirlo. A veces incluso antes de que ella pensara en ello. Como si pudiera leerle la mente. —¿Qué opinan? —preguntó Danna, girando lentamente frente al espejo. —Opino que no hay otro vestido para ti —respondió Lucía sin dudarlo. —Opino que te ves como una mujer que está a punto de tener una vida perfecta —agregó Valeria. Danna exhaló, sintiendo un calor dulce apoderarse de su pecho. La estilista llevó un pequeño velo, corto y delicado, y lo colocó sobre el moño alto que habían hecho minutos antes. El tul se derramó sobre su rostro como una caricia. Y entonces, por un instante, apenas un parpadeo, algo extraño cruzó su mente. Una figura borrosa detrás de ella. Una sombra en el cristal. Como si alguien la mirara desde muy cerca… demasiado cerca. Parpadeó, y no había nada. Tal vez los nervios. Tal vez las luces. Se obligó a sonreír. —¿Lista para la cata del bufé? —preguntó Valeria, rompiendo el silencio. —Más que lista —dijo Danna, dejándose ayudar para quitarse el velo—. Si no como pronto, voy a terminar desmayada en este salón. La tarde las recibió con una brisa tibia cuando salieron de la boutique. El restaurante donde harían la cata estaba al otro lado de la ciudad, uno de esos lugares elegantes con vidrio ahumado y camareros que parecían modelos. Tom insistió en reservarles una sesión privada para que eligieran el menú perfecto para la boda. “No quiero que te preocupes por nada”, le había dicho. “Solo disfruta.” La cata se convirtió en un pequeño festín. El chef les sirvió los platos con explicaciones detalladas: salmón glaseado con cítricos, risotto de trufa, medallones de ternera en reducción de vino, mini tartaletas de frutos rojos, mousse de chocolate belga. Todo exquisito. Todo perfectamente preparado. Danna probaba cada bocado con una mezcla de placer y emoción. Lucía fotografiaba cada plato. Valeria evaluaba como si fuera una crítica gastronómica. —Definitivamente el risotto va —sentenció Valeria, dejando la cuchara sobre el plato vacío. —Y la tarta de frutos rojos —añadió Lucía—. Eso sabe a bodas bonitas y felicidad. Danna rió, sintiéndose ligera por primera vez en días. Pero cuando sacó su teléfono para enviarle una foto a Tom… ya tenía un mensaje suyo. ¿Dónde estás? Frunció ligeramente el ceño. Él sabía perfectamente dónde estaba, incluso le había dicho a qué hora sería la cata. —Danna, prueba este —dijo Lucía, acercándole otra tartaleta. Pero el teléfono vibró una vez más. ¿Ya llegaste? Mándame una foto. Ella se mordió el labio. Solo está preocupado, se dijo. Eso es todo. Abrió la cámara y tomó una foto del platillo frente a ella. Apenas la envió, llegó la respuesta. Esa no. Una tuya. Quiero ver cómo estás. Danna tragó saliva. Valeria, que la estaba observando, ladeó la cabeza. —¿Todo bien? Danna sonrió, o intentó hacerlo. —Sí… solo Tom. Ya sabes cómo es. Lucía se rió. —El novio más enamorado del mundo. Danna asintió. Sí. Enamorado. Increíblemente atento.El atardecer pintaba el cielo en tonos naranjas mientras Danna se terminaba de arreglar frente al espejo. Se había puesto un vestido sencillo que Tom le había comprado semanas atrás: azul claro, suave, delicado, “adecuado”, según él. Se lo había puesto porque no quería discutir, porque había aprendido que llevar algo distinto podía desatar problemas.Aun así, se veía bonita, y por un instante, fugaz, casi ilusorio, quiso sentir que esa noche sería normal.El sonido de pasos en el pasillo la obligó a enderezarse.Tom apareció en la puerta del dormitorio, apoyado en el marco, con las manos en los bolsillos y una expresión tan tranquila como estudiada.La observó sin hablar, recorriendo su figura con la mirada lenta, posesiva, como si la estuviera evaluando.—Estás hermosa —dijo al fin. Su tono fue suave, pero tenía un subtexto que Danna conocía demasiado bien: ese era el tipo de frase que ocultaba una advertencia. Un así te quiero ver, un así no me haces quedar mal.Danna le sonrió tenu
La tarde estaba silenciosa, densa.Después del estallido de la mañana, Danna había evitado cruzarse con Tom, manteniéndose ocupada en la cocina y doblando ropa para no pensar. Tom no había dicho nada más, pero su silencio era igual de intimidante.Cerca de las cuatro de la tarde, un golpe seco en la puerta principal atravesó la casa.Tom salió de su despacho al instante. Miró hacia el pasillo… luego hacia Danna, que estaba acomodando unos platos.—Ve a la habitación —ordenó con voz baja, pero absoluta.Ella levantó la mirada, confundida.—Tom… ¿quién es?—No preguntes. Solo entra —respondió sin levantar la voz.Danna sintió ese frío familiar recorrerle la espalda. Obedecer era la única opción. Caminó hacia la habitación mientras los golpes en la puerta se repetían, más urgentes.Tom fue detrás de ella.Cuando Danna cruzó el marco, él cerró la puerta… y entonces se escuchó el sonido metálico de la llave girando.Encerrada otra vez.—Tom… —susurró desde dentro— por favor…—Es solo un mo
A la mañana siguiente, Danna estaba preparando el desayuno, como siempre. El aroma del café llenaba la pequeña cocina, las tostadas dorándose y el sonido suave de los cubiertos chocando entre sí mientras ella acomodaba todo. Tom se iba temprano a trabajar y ella debía quedarse en casa todo el día, aburrida, porque él lo ordenaba y lo exigía así.—Buenos días, amor —dijo Tom acercándose por detrás y abrazándola por la cintura. La besó en el cuello, inhalando su perfume matinal—. Huele muy rico.Él fue a sentarse a la mesa como si nada pudiera alterar esa calma.—Hice tu desayuno favorito —dijo Danna con una pequeña sonrisa, colocando los platos y los cubiertos en su sitio antes de voltear a buscar los alimentos en la encimera.Tom bebió un sorbo de jugo, pero antes de que ella pudiera decir palabra, su voz cortó el aire.—Mi respuesta sigue siendo no, Danna.Ella se giró con las cejas ligeramente fruncidas.—Tom, yo no te he pedido nada —respondió mientras se sentaba frente a él.Tom s
El resto de la cena transcurrió entre silencios fracturados. Danna apenas probó bocado, pero se obligó a mantener un ritmo natural para no llamar la atención. Tom terminó primero, dejó los cubiertos ordenados a un lado del plato —como siempre— y se reclinó en la silla para terminar su vaso de agua. Danna se levantó enseguida para levantar los platos. —Déjame, yo recojo —dijo ella, casi en un susurro. Tom se limitó a mirarla. No dijo nada. Pero Danna sabía que, aunque él no lo pidiera, siempre esperaba que lo hiciera. Llevó los platos al fregadero y abrió la llave. El sonido del agua corriendo llenó la cocina, un ruido que en ese momento le pareció casi tranquilizador. Se arremangó, tomó una esponja y empezó a lavar los platos, concentrándose en la textura del jabón y el calor del agua para no pensar demasiado. Respiraba despacio. Medido. Controlado. Tenía la espalda recta, los hombros tensos. Sabía que Tom seguía sentado detrás de ella, observándola. Siempre observándola. Te
El golpe de vapor que salió al destapar la olla empañó los ojos de Danna por un instante, pero no lo suficiente como para justificar el nudo que llevaba atorado en la garganta. Movió los vegetales con un cuidado casi quirúrgico, midiendo cada uno de sus movimientos, asegurándose de no hacer ruido. Cualquier sonido brusco podía irritarlo más. La casa estaba… demasiado quieta. Tom se había sentado en la mesa del comedor, el saco ya colgado en la silla y las mangas de la camisa arremangadas hasta los antebrazos. Su postura era rígida. Su pierna derecha golpeaba el suelo con un ritmo paciente y al mismo tiempo impaciente. Un tic que había aprendido a temer. Danna sirvió la comida en dos platos y los llevó a la mesa. Tom no la miró al principio. Solo tomó los cubiertos, cortó un trozo de carne y empezó a comer con movimientos meticulosos, silenciosos. Ella se sentó frente a él, con la espalda recta y las manos bien apoyadas en su regazo. Esperó que él probara un par de bocados antes de
Un año después**La cebolla chisporroteaba en la sartén y el aroma del ajo dorándose empezaba a llenar la cocina cuando Danna dejó caer la cuchara de madera en el borde del wok. Estaba cansada. Cansada de la rutina, cansada del silencio espeso que reinaba en la casa desde hacía meses, cansada de caminar con cuidado, como si el suelo pudiera romperse bajo sus pies con un solo paso mal dado.Eran las siete de la noche.Tom debería haber llegado hacía veinte minutos.O quizá era mejor así.Mientras más tardaba, más tiempo tenía para respirar en paz.Pero justo cuando ese pensamiento cruzó su mente, la cerradura se giró desde afuera.Click.El sonido la atravesó como un rayo. Danna se enderezó, con los músculos tensándose de inmediato.La puerta principal se abrió.Y luego…¡BAM!Se cerró de golpe. Con fuerza.Demasiada fuerza.Un estruendo seco que retumbó en las paredes y le hizo temblar las manos.El corazón le dio un salto. Automático. Memorizado. Pavloviano.Porque en esa casa, cuand
Último capítulo