"Pensé que ese día sería perfecto. Había comprado el mejor champán y planeado cada detalle para sorprender a mi prometido. Pero el destino tenía otros planes, y en un instante mi mundo se hizo pedazos al encontrarlos a él y a mi hermana menor traicionándome en mi propia cama. Siempre lo había visto, ese extraño que aparecía como una sombra en mi vida, cruzándose en mi camino sin decir palabra. Nunca imaginé que sería él quien me ayudaría a olvidar, quien respondería a mi súplica desesperada de "compláceme" en el momento más oscuro de mi existencia. Entre lágrimas y pasión, entre el dolor de la traición y el fuego de un deseo desconocido, me encontré perdida en los brazos de un hombre del que no sabía ni el nombre. ¿Pero acaso importaba? Solo quería desaparecer, fundirme en sus caricias hasta olvidar quién era, hasta que el dolor se convirtiera en placer y la traición en redención. Esta es mi historia, una que comenzó con una botella de champán y terminó en un ascensor con un desconocido que pareció conocer mi alma mejor que aquellos en quienes más confiaba.
Leer másLa adrenalina ya bombeaba por mis venas antes incluso de que el champán burbujeara en su botella. La emoción de los preparativos de mi boda había sido un torbellino, y estaba ansiosa por demostrarle a mi prometido cuánto significaba para mí. Cada detalle, cada pequeña sorpresa, era una pieza de mi corazón dispuesta a ser compartida con él, un preludio de nuestra vida juntos.
Mis pasos resonaban con una urgencia feliz en el pavimento mientras salía del supermercado. La botella de champán, la mejor que pude encontrar, era el toque final para una noche que había planeado meticulosamente en mi mente. Imaginaba su sonrisa, la calidez de su abrazo, la forma en que diría mi nombre con ese tono de afecto que siempre lograba hacerme sentir como si fuera la única persona en el mundo. El edificio se elevaba ante mí, como si fuera un castillo de ladrillo y hormigón que albergaba mi futuro. Subí corriendo los escalones de la entrada, las bolsas crujían y se balanceaban con cada zancada. El ascensor parecía esperarme, sus puertas deslizándose abiertas en una bienvenida silenciosa. Pero entonces lo vi, ese desconocido que aparecía siempre frente a mí. ¿Qué hacía allí? Él estaba saliendo del elevador, y nuestras miradas se encontraron en un instante eléctrico. No había palabras, solo nos observamos antes de que yo bajara la vista y corriera a introducirme en el elevador. Dio la vuelta y me miró como si por un instante quisiera decir algo, pero luego dejó caer sus hombros, un gesto que dejaba más preguntas que respuestas en lo que se alejaba. Con el corazón aún golpeando contra mi pecho por ese desconocido encuentro, abrí la puerta de mi apartamento y me precipité hacia la cocina. El ritual de colocar cada compra en su lugar era casi terapéutico, una forma de calmar los nervios que su encuentro inesperado había agitado. Siempre lo encontraba en cada lugar que visitaba, ¿quién era y qué hacía allí? Pero entonces… ¡El sonido! Gemidos que se filtraban por el aire tranquilo de mi hogar, notas discordantes en la sinfonía de mi felicidad planificada. Mi mente se negaba a aceptar lo que mis oídos no podían ignorar. ¿Intrusos? ¿En mi apartamento? La indignación y el miedo me empujaron a actuar. El jarrón que tomé de encima de una mesita en el salón era pesado, frío al tacto, su cerámica una promesa de defensa. Mis pies apenas rozaban el suelo con sigilo mientras me movía hacia el dormitorio matrimonial, el corazón del hogar que había creado para nosotros dos. Los gemidos y voces comenzaron a parecerme conocidos, aunque mi mente se negaba a creer lo que ya había adivinado incluso antes de verlos. La puerta estaba abierta, una invitación a descubrir la verdad que yo no quería ver. Pero tenía que hacerlo. Con cada paso que me acercaban a ella, las piezas de mi mundo se desmoronaban, quise detenerme, no descubrir eso que ya sabía y me negaba a creer, pero una fuerza me hacía seguir avanzando con la esperanza de que fueran desconocidos, hasta que finalmente me detuve en el umbral. Y allí me congelé, incapaz de moverme, incapaz de respirar, mientras la realidad de la traición se desplegaba ante mis ojos. Mi hermana menor y mi prometido estaban teniendo sexo salvaje en mi cama no estrenada por mí. La angustia me consumía, una marea implacable que amenazaba con arrastrarme a las profundidades de mi propia desesperación. Sentía cómo cada latido de mi corazón empujaba la traición más profundo en mi ser, un eco sordo que resonaba con la vileza de su acto. La imagen de ellos, enredados en un acto lujurioso sobre las sábanas que yo había elegido con ilusión, se grababa a fuego en mi memoria. ¿Cómo podían? ¿Cómo se atrevían a mancillar mi hogar, el refugio que había construido con amor y con mis sueños de mi propio paraíso de amor? ¿Cómo se atrevían a traicionarme de esa manera ellos dos? No dije una palabra, no podía. Mi voz se había perdido en el torbellino de mi mente, arrastrada por el vendaval de la doble traición que ahora azotaba mi existencia, mientras veía a Roger embestir a Celeste que permanecía en cuatro en el centro de mi cama gimiendo como una poseída. Mis manos se aferraban al jarrón como si él me diera la fuerza que sentía faltarme. Quería gritar, enfrentarlos, expulsarlos de mi vida. En cambio..., huí, con las piernas temblorosas y el alma fracturada, abandonando el hogar que había sido mi orgullo, mi soñado paraíso y ahora era mi peor pesadilla. Cada paso era un martirio, cada recuerdo una lanza que se clavaba en mi ya maltrecho corazón. Huí sabiendo que nadie me creería cuando lo dijera. Todo el mundo creía que mi hermana menor era un ángel. Tomé mi bolso que había dejado en la entrada y salí escuchando sus gemidos y gruñidos. Cerré la puerta con delicadeza detrás de mí, recostándome en ella. Sentía que el aire era insuficiente, como si el mundo entero se negara a ofrecerme el oxígeno necesario para sobrevivir a esta tormenta de dolor. La necesidad de escapar, de arrancar de raíz el tormento que me asfixiaba, era abrumador. Quería purgar la imagen de su traición, borrar la visión de Celeste siendo embestida con salvajismo por mi prometido Roger con una pasión que nunca había sido mía. Caminé no sé ni cómo hasta el elevador. Cuando sus puertas se abrieron… ¡él estaba allí! El desconocido cuya presencia era una constante incógnita en mi vida. Sus ojos siempre habían poseído un fuego que ahora parecía ser la única fuente de calor en mi mundo helado. Sin pensarlo, me lancé hacia él, buscando en su abrazo el olvido, la anestesia para mi alma lacerada. —Compláceme, por favor—, le supliqué con un hilo de voz quebrado por las lágrimas, un murmullo desgarrado que llevaba toda la carga de mi ser roto. —Hazme tuya y ayúdame a olvidarme hasta de mí misma—. Y mientras sus brazos me rodeaban, sentí el primer hilo frágil de distancia entre yo y la catástrofe que había sido mi vida hasta ese momento. ¿Cómo podría seguir viviendo a partir de ahora?ALONSO:Antes de que alguien pudiera responder, mi sobrino Gerónimo, junto a su hermano Guido, los Manos Negras y el resto del equipo élite, se acercaron con paso firme. Sus rifles aún humeaban en sus manos, testigos silenciosos de la reciente batalla.—Primo —dijo Gerónimo, dirigiéndose a Filipo con respeto—, el perímetro está asegurado.Filipo asintió, su expresión endureciéndose nuevamente. Con un gesto rápido, nos indicó que guardáramos silencio mientras llevaba una mano a su oído, escuchando atentamente algo que solo él podía oír. Tras unos segundos que parecieron eternos, se dirigió a todos nosotros con voz autoritaria:—¡Arriba todos! Agarren las sogas —ordenó, señalando las cuerdas que colgaban del enorme helicóptero que se mantenía sobre nuestras c
ALONSO:Pero Filipo no estaba para vacilaciones. Su mirada se clavó en el grupo que Gerónimo lideraba, incapaz de soportar fallas en momentos donde la vida misma pendía de un hilo. —¿Foco al sector? ¡Hazlo ahora, maldita sea, Gerónimo! —rugió mientras su dedo señalaba el área donde el enemigo seguía resistiendo con una vehemencia improbable. —¡Dalo por hecho, primo! —respondió desde el auricular con un tono firme, mirando hacia donde le señalaban—. ¡Los tengo en la mira! ¡Foco al sector noreste, todo despejado pronto! Apunten, ¡nadie tiene permitido fallar! —Otro enviado del infierno —dijo Dante como si ver en acción a mis sobrinos fuera un espectáculo—. Ja, ja, ja... ¡Mira qué puntería tiene el cuerpo élite de Gerónimo! Disparam
ALONSO:La tierra se estremeció bajo nuestros pies, una nube de polvo y escombros nos envolvió, cegándonos y asfixiándonos. Tosiendo, con los ojos lagrimeando, busqué a Dante. Lo encontré a mi lado, su rostro era una máscara de determinación inquebrantable. En medio del caos, divisé a mi sobrino Filipo, erguido como un general en medio de la batalla, dirigiendo a nuestros hombres con voz de acero. Un gran orgullo me inundó al verlo, el mismo que sentía mi hermano Fabrizio por su primogénito.—¡Gerónimo, que no llegue uno de esos aquí! —bramó Filipo, señalando con un gesto brusco a una turba de hombres y mujeres pintarrajeados que descendían por la ladera de la montaña, armados y con trajes luminosos que recordaban los tatuajes de mi Celia. Luego presionó su auricular y continuó impartiendo órdenes con precisi
ALONSO:El anciano me miró por unos instantes y su mirada me pareció una mezcla de compasión y admiración. Sus ojos, aunque cansados, brillaron con un destello que no pude descifrar del todo. —Ah, joven Garibaldi, esa es una historia que debe contar tu abuelo. A veces hay historias de amor y sacrificio que pocos conocen —comenzó a hablar el anciano, adquiriendo un tono casi reverencial—. Puede que tu tía abuela sea una de las Janare. Sentí clavarse en mi pecho un puñal invisible con esas palabras. "Una de las Janare", dijo el anciano, como si el destino oscuro de mi familia fuese una pieza más en su macabro rompecabezas. Dante, como si comprendiera la gravedad de aquello antes que yo, apretó los puños y se adelantó un paso, su mirada fija como una llama en el anciano. —¡Eso es imposible! —protesté sin poderlo evitar
ALONSO:Nos adentramos en una extraña caverna repleta de símbolos que Vittorio y los demás se apresuraron a fotografiar con sus teléfonos. —Los Rubíes, joven Garibaldi —continuó el anciano sin dejar de avanzar por el oscuro pasillo, solo iluminado por los focos de nuestros cascos—, son mujeres especiales, elegidas desde niñas por su extraordinaria capacidad intelectual, su inteligencia, pero sobre todo, por su sangre especial. No lo interrumpí; solo miré hacia atrás para ver que mis hombres, con el señor Vittorio junto a Dante, nos seguían. Esta descripción encajaba perfectamente con mi Celia. —Las brujas Janare las buscan para su ceremonia: "El Sabba de la Sangre Dorada" —dijo, deteniéndose para mirarme. Al ver que no tenía idea de lo que hablaba, continuó—: un ritual que, según ellas, l
ALONSO:Vittorio siguió leyendo la extraña letra de mi abuelo. Según lo que escribía, nuestra verdadera abuela, Rubicelda, había sido víctima de circunstancias terribles por heredar la sangre dorada, algo que no tenía su hermana. —Espera, ¿qué quieres decir? Lee eso de nuevo —ordené de inmediato—. ¿Mi verdadera abuela tiene sangre dorada como mi Celia? —Por lo que dice aquí, sí —contestó mostrando el texto—. Esto es un gran descubrimiento, Alonso. Debes avisar a Fabrizio que cuide a todas las jóvenes Garibaldi. —¿Qué quieres decir? Ninguna de mis sobrinas tiene ese tipo de sangre, estoy seguro de eso. Mi hermano Luigi sacó el grupo sanguíneo de todos —dije con seguridad—. Los Garibaldi somos O positivo, pero deja que le avise a Fabrizio. Mand&ea
Último capítulo