1. Ya no eres más mi religión
Indra.Fausto me miraba desde un sillón de tela roja, sobre una pequeña tarima de madera en medio de un enorme patio cubierto de césped, incluso en las paredes todo olía fresco. Las flores de todos los colores inundaban cada rincón de este lugar tan iluminado.Sus esmeraldas se aclararon aún más con la luz del sol golpeando su bello rostro.Entre su cómoda vestimenta de manta blanca, noté que sostenía con mucho cuidado un pequeño bultito. Tan diminuto, que me pregunté qué llevaría dentro.Di dos pasos hacia él, sintiendo una necesidad desesperada de alcanzarlo. El corazón me martillo en el pecho, desesperado por tocar a Fausto.Sin previo aviso, una pequeña cabeza llena de cabellos castaños claros chocó contra mi rodilla. El niño, de piel blanca como la mía, me sonrió con una mueca chimuela, y yo se la devolví, agachándome a su altura.—¡Mamá! —gritó el pequeño, alzando los brazos. Me aterré al ver que en una de sus manos sostenía una pequeña pistola dorada. Por puro instinto, se la
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