9. Los muertos están vivos
Dante.
Los enormes ojos asustados de Indra intentaron no devolverme la mirada. Di un paso hacia ella y me troné el cuello.
—Estás aplastándolas —le dije lo más tranquilo que pude.
Ella me miró, confundida y aterrada.
—¿Eh? —balbuceó.
—Mis dulces. Estás aplastando mis dulces —repetí, ya mosqueado. ¿Ahora también había quedado tonta?.
Indra retrocedió dos pasos, levantando las manos como si le estuviera apuntando.
Abrí la boca para soltarle un mal chiste, pero en ese momento vi la cabeza de mi hermana, medio pintada de blanco, asomarse por la ventana de cristal cerrada.
Sus enormes ojos, rodeados por maquillaje de fantasía, quisieron asesinarme. Resoplé y me di media vuelta.
¡Agh! Maldita Sofía. Hasta parecía que tenía un maldito radar para mi presencia.
Salí al patio delantero. El atardecer ya teñía el cielo y los focos amarillos comenzaron a encenderse en mi mansión.
Mis hombres, todos disfrazados de catrinas, se veían más contentos de lo habitual. Más tranquilos.
Encendí mi moto