Hace cinco años, Helena Dandelion fue traicionada por su primer amor, Franco Moretti, el heredero de la Mafia de Chicago, quien la acusó injustamente de espionaje y la echó embarazada. Ahora, Helena es una exitosa diseñadora de exteriores e interiores con una vida nueva y una hija secreta con los ojos de su traicionero amor. El destino la obliga a cruzar caminos con él cuando la familia Moretti la contrata para un proyecto de alto secreto. Franco, consumido por el arrepentimiento y la obsesión, cree que Helena es la única mujer que amará, pero se niega a admitir que lo que siente es más que posesión. Cuando la verdad sobre su hija sale a la luz, él tendrá que luchar contra sus propios demonios y su despiadado imperio para recuperarla.
Leer másPOV: Helena
El motor de mi Lexus apenas se oía, pero el ruido en mi cabeza era ensordecedor. Sentía la ansiedad como un nudo apretado en la garganta. Me repetía el mantra: Profesional. Perfecta. Exitosa. Esas eran mis tres reglas de oro, mi armadura diaria.
Yo era Helena Dandelion, una diseñadora de interiores famosa. Nadie, absolutamente nadie, podía conectar a esta mujer de traje elegante con la chica destrozada y embarazada que Franco Moretti había echado de su vida cinco años atrás. Ese era el escudo que me permitía proteger a mi hija.
Estacioné el coche. El proyecto que supervisaba valía millones, pero no era suficiente. Nunca lo sería. Nunca lo era.
Mi teléfono vibró. La noticia que esperaba me golpeó: mi socia confirmaba el desastre financiero. Si no conseguíamos una montaña de dinero en dos días, mi empresa se iba a pique. Y si mi empresa caía, mi coartada, mi vida entera, se desmoronaría, todo era como un castillo de naipes, una simple brisa destrozaría todo lo que me había costado construir. Pero en la destrucción se iría lo más importante: la seguridad de mi hija desaparecería.
Necesidad. Una palabra tan fea y desesperada, tan fea como el nombre de él.
Y justo ahí, la desesperación me arrastró. Mi mente se rompió, cayendo en el recuerdo prohibido. Una pesadilla hermosa que siempre volvía a mí.
La "casa" de Franco no era oscura, era un lugar de lujo, pero el peligro se sentía en el aire. Estábamos en el sótano, donde solo había una cama gigante y sombras largas. Habíamos estado bebiendo vino y la tensión entre nosotros era densa, imposible de ignorar.
Él me tenía contra los cojines de cuero, con su peso pesado y delicioso. Yo jadeaba contra su cuello, sintiendo el latido de su corazón tan fuerte como el mío.
—No te muevas —gruñó. Su voz era una orden que me obligaba a obedecer.
Mis manos se aferraron a su pelo oscuro, húmedo por el sudor. Lo acerqué para un beso, pero no era un beso tierno, era una batalla de lenguas. Él no quería amor, quería ganar. Se alejó solo para mirarme a los ojos. Sus ojos verdes, fríos y penetrantes, buscaban algo en mí.
—Mírame, Helena —me ordenó. —Quiero que sepas quién es tu dueño. Quiero que sepas que me necesitas—.
Y era la verdad más vergonzosa. Yo estaba enganchada a su control, a la manera en que su cuerpo fuerte me dominaba y tomaba lo que quería. Sus manos expertas bajaron de mi cintura a mis muslos, abriéndome con una brusquedad que conocía bien. No había pedido permiso, solo había tomado.
—Franco, por favor —supliqué, aunque mi cuerpo gritaba lo contrario, sintiendo ese tirón familiar que mezclaba dolor y placer.
Se puso sobre mí, su cuerpo duro e implacable. No esperó. Entró de golpe, profundo, y me sacó un grito de placer salvaje que me hizo arquear la espalda.
—Mía —susurró contra mi boca, repitiendo esa palabra con cada empuje, como si así lo grabara en mi alma. —Esto es lo que haces. Eres mi única debilidad. Y si no puedo tenerte, te destruiré—.
Yo amaba ese peligro, esa pasión oscura. Amé al monstruo que me hizo suya.
—Si no puedo tenerte, te destruiré.—
Y lo había cumplido. Me había roto sin piedad.
El recuerdo se esfumó, dejándome con un sabor amargo en la boca y la urgencia de salir adelante. Mi trabajo. Mi hija.
Mi teléfono sonó de nuevo. Era mi abogado.
—Helena —dijo, sonando asustado. —Tengo noticias sobre el contrato de Franco Moretti. La oferta es ridícula. Diez veces lo que necesitas. Es real—.
Sentí un escalofrío. Era la única salida. Si tomaba ese dinero, podía salvar a Elisa y desaparecer para siempre.
—Acepto —dije, tratando de sonar tranquila. —Pero recuérdale que mi condición es no verlo—.
Hubo un silencio largo y feo. —Ese es el problema. El contrato dice que solo tú puedes supervisar el trabajo. Es un proyecto secreto, de alta seguridad... y es la nueva mansión de Franco Moretti—.
Me recargué contra el coche. El destino se estaba burlando. Me estaba obligando a volver con el lobo para salvar a mi hija.
……………………………………………..
—Y hay algo más, Helena —siguió mi abogado. —La asistente de Moretti me envió una foto... para confirmar el terreno—.
Mi mano tembló. Abrí la foto. Era borrosa, mostraba la construcción y andamios. Pero en la esquina de la foto, justo donde terminaba la cerca, había una cosita pequeña, de color rosa. Era Elisa, con su uniforme de ballet, agachada, recogiendo una flor.
La foto tenía la hora: diez minutos antes.
Él no solo me había arrastrado de vuelta a su mundo, sino que su mundo ya había tocado a mi hija.
Mi secreto ya no estaba a salvo.
POV: FrancoEl aire dentro del búnker me golpeó como un puño de acero, denso y cargado de terror. No por mi vida; eso era secundario. Era por el pánico que proyectaban Helena y la niñera, Sofía.Elisa estaba en el regazo de Sofía, dibujando en el polvo. La niña, ajena al infierno exterior, era la calma en el centro de mi huracán.Luego, la pared se deslizó. Helena irrumpió, con el pecho agitado, sus ojos azules más grandes y salvajes que nunca. En sus brazos, sostenía el cofre de madera antigua, el Vínculo del Esmeralda.Mi corazón, que había estado latiendo a un ritmo de tambor militar desde el primer disparo, se relajó por un microsegundo. Misión cumplida.—¡Franco! —Su voz, que gritaba mi nombre, sonaba como un alivio sofocado.Me enderecé, quitándome el auricular de la oreja. La mano herida me ardía, pero la adrenalina era un analgésico más fuerte. Le dediqué una mirada que era mitad agradecimiento, mitad orden.—Buen trabajo, cara mia —dije, mi voz profunda y controlada. El cofre
POV: HelenaEl mensaje sin remitente conocido me golpeó con la fuerza de una onda de choque. Cinco palabras, firmadas por "Tu Marido", y el mundo se volteó.“...subestimaste la avaricia de Serov. Él no va por el Esmeralda. Va por algo que es más fácil de robar que un niño.Revisa el plano que dejaste en la biblioteca.”Mi mente, que apenas había encontrado consuelo en el clic del cerrojo de acero, se disparó. Franco no estaba muerto. Sabía que había sobrevivido a su propia farsa. Pero su advertencia era clara: Serov no estaba jugando a lo que él creía. Y lo que es peor, la clave estaba en algo que yo misma había diseñado o dejado al descubierto.—¿Mami? ¿Ya podemos salir? —La suave voz de Elisa rompió el silencio hermético.Me arrodillé junto a ella en el pasillo oscuro. La luz de emergencia que le había dado a Sofía proyectaba sombras largas y deformadas en las paredes de acero. Elisa me miraba, con esos ojos esmeralda llenos de inocencia y confusión.—Aún no, mi amor. Escondámonos u
POV: HelenaEl estruendo me golpeó en el pecho con la fuerza de un puñetazo. El detonador. La señal de radio. El final de la farsa. Franco Moretti, el hombre que me había destrozado y que, en un giro perverso del destino, acababa de confiarme la vida de nuestra hija, estaba ahora oficialmente muerto para su enemigo.Me detuve en seco, el pánico golpeándome. No era el miedo a la sangre lo que me paralizaba; era la conciencia de que la pieza central del juego, el cerebro controlador, acababa de autoeliminarse. Sentí una punzada de algo indefinible, una mezcla de horror y... ¿liberación? No. Una dependencia repentina y aterradora. Ahora, yo era la única mente pensante en el campo de batalla, y llevaba la llave real.—¡Corre, Helena! —me ordené en un susurro áspero.Mi cuerpo obedeció, convirtiendo el terror en combustible. Corrí hacia la casa principal, la mancha de sangre seca de Franco en mi muñeca actuando como un recordatorio sombrío. A lo lejos, las ráfagas de disparos en el perímet
POV: HelenaEl sol de la mañana que entraba por la ventana se sentía artificial. Era una luz fría en esta mansión que se había convertido en una prisión de mármol y acero. Mi concentración estaba al límite. Repasaba mentalmente los planos del señuelo en el Ala Oeste, la trampa que yo misma había diseñado para Serov. Cada línea recta, cada muro de acero, era una promesa de protección para Elisa.Tomé una taza de té, pero no la bebí. El temblor en mis manos era incontrolable. En dos horas, mi hija estaría aquí, en el corazón de la guerra de los Moretti. El miedo se había fusionado con la rabia, creando una determinación férrea.El portazo de la entrada principal me hizo saltar. Franco.Entró como un dueño, su presencia era una invasión física. Sus ojos esmeralda brillaban con una intensidad febril, esa mirada que prometía protección y destrucción a partes iguales. Era el hombre más dominante y brillante que conocía, y mi peor debilidad.—Estoy ocupada —dije de inmediato, girándome sólo
POV: HelenaEl sol de la mañana que entraba por la ventana se sentía artificial. Era una luz fría en esta mansión que se había convertido en una prisión de mármol y acero. Mi concentración estaba al límite. Repasaba mentalmente los planos del señuelo en el Ala Oeste, la trampa que yo misma había diseñado para Serov. Cada línea recta, cada muro de acero, era una promesa de protección para Elisa.Tomé una taza de té, pero no la bebí. El temblor en mis manos era incontrolable. En dos horas, mi hija estaría aquí, en el corazón de la guerra de los Moretti. El miedo se había fusionado con la rabia, creando una determinación férrea.El portazo de la entrada principal me hizo saltar. Franco.Entró como un dueño, su presencia era una invasión física. Sus ojos esmeralda brillaban con una intensidad febril, esa mirada que prometía protección y destrucción a partes iguales. Era el hombre más dominante y brillante que conocía, y mi peor debilidad.—Estoy ocupada —dije de inmediato, girándome sólo
POV: FrancoEl sol de la mañana se abría paso por el cristal blindado de mi oficina, pero no sentía el calor. A las 10:00 AM, dos horas antes de que mi hija llegara a esta jaula dorada, yo estaba frío, concentrado. Mi mente no estaba en los tratos de Nápoles o las inversiones de Dubái. Estaba totalmente enfocada en las dos mujeres que, sin saberlo, se habían convertido en el centro de mi universo.En mi escritorio, los planos de los dos búnkeres yacían extendidos: el señuelo ruidoso en el Ala Oeste, y el refugio verdadero, la tumba de aire dentro de los muros de la biblioteca. Helena lo había diseñado con una furia y una precisión que me fascinaban.Ella cree que está luchando por su libertad. Se equivoca. Está luchando por su supervivencia, y la única forma de ganarla es sometiéndose a mi estrategia. Su obstinación es su mayor activo y su mayor debilidad. Es la única persona que puede desafiar mi intelecto y excitarme al mismo tiempo.Me acerqué a la pared de cristal inteligente. Con
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