Adrien Morel volvió a Francia, listo para tomar las riendas de un imperio criminal. Pero lo que encontró al llegar no se lo esperaba: una traición que no pudo perdonar, un disparo que lo cambió todo y el nacimiento del Lobo Negro. Ahora, tras una máscara, Adrien manda en Marsella. Su nombre asusta, pero nadie conoce su cara. Nadie se atreve a enfrentarlo, hasta que aparece ella. Marianne Belcourt, diecinueve años, atrapada en un mundo que no eligió. Adrien no debería fijarse en ella. Pero lo hace, la saca de la oscuridad, la lleva a su mansión, le da un refugio. De día, la mantiene lejos, pero de noche, se acerca como el Lobo Negro. Y Marianne, sin saberlo, empieza a querer a los dos. Pero no todo es tan simple, hay enemigos que los acechan. En su propia casa, los secretos y los celos envenenan el aire. Hay quienes harán cualquier cosa para separarlos. Marianne podría ser la salvación de Adrien. O su perdición. Adrien debe decidir: seguir siendo el lobo negro o jugárselo todo por ella.
Leer másAdrien Morel bajó del barco en el puerto de Marsella, se sentía profundamente cansado debido al largo viaje, tenía 27 años, llevaba cuatro años en Albania, entrenando bajo las órdenes de Donson, un tipo duro que lo había moldeado a golpes para que un día tomará el lugar de su padre, Francesco, el gran jefe supremo de la mafia francesa.
Fueron cuatro años de peleas clandestinas, de aprender a disparar con los ojos vendados, de dormir en el suelo frío, todo para volver como todo un hombre, como decía Francesco.
Pero ahora estaba en casa, y lo único que quería era ver a Alizze, la mujer que amaba, ella era su refugio, una chica de ojos grandes y risa inolvidable que lo estaba esperando para casarse.
Llevaba meses sin hablarle, porque Donson no permitía teléfonos, pero en su bolsillo tenía la llave de su departamento, un lugar cerca del centro, quería sorprenderla, meterse en su cama y olvidar el infierno de Albania por una noche.
Subió las escaleras del edificio, no pensaba perder tiempo esperando que el elevador bajará, el corazón le latía de prisa, no por los nervios, sino por las ganas, abrió la puerta con cuidado, sin hacer ruido, quería sorprenderla, Donson se quedó afuera.
La imaginó saltando a sus brazos, pero algo no estaba bien, escuchó sonidos raros, gemidos que venían de la recámara, frunció el ceño, dejó la mochila que llevaba en el suelo y caminó despacio, mientras su instinto le gritaba que se preparara.
"¿Alizze?" dijo en un susurró, casi para sí mismo, mientras empujaba la puerta entreabierta.
Lo que vio lo paralizó por completo, Alizze estaba ahí, desnuda, montada encima de alguien, moviéndose rítmicamente, el hombre debajo de ella gruñía.
Lo reconoció de inmediato, ese hombre era Francesco, su padre, quien tenía el pelo gris pegado a la frente por el sudor y las manos agarrando las caderas de Alizze como si fuera suya, los dos estaban tan metidos en lo suyo que ni lo oyeron entrar.
Adrien sintió que el suelo se abría, el corazón se le detuvo por un segundo, fue como si explotara en un latido que le retumbó en los oídos, aquello no era solo una traición, era como si le clavaran un cuchillo en medio del pecho.
Alizze, la mujer que amaba, la que le había prometido esperarlo, estaba ahí con su padre, y Francesco, el hombre que lo había golpeado y castigado cruelmente desde niño, que le decía que el amor era para débiles, se la estaba robando.
—¡Qué m****a es esto!— gritó, acercándose.
Alizze se giró rápido al escucharlo, reconociendolo de inmediato, abriendo los ojos enormemente con terror.
—¡Adrien!— Gritó, mientras caía al suelo en un intento torpe de cubrir su desnudez, Francesco levantó la cabeza, con la cara enrojecida y una mueca de sorpresa que se volvió desprecio en medio segundo al ver a su hijo.
—¿Qué haces aquí, mocoso? Pensé que continuabas jugando a ser hombre en Albania— dijo Francesco, sentándose en la cama de lo más tranquilo.
Adrien no respondió, sentía que la rabia le quemaba las venas, sin pensarlo, y sin que Francesco lo esperara, sacó el arma que llevaba en la cintura, una Beretta que Donson le había dado antes de subir al barco, su mano temblaba, pero no era de miedo, sino de furia.
—¡Adrien, no! ¡Por favor, déjame explicar!— Gritó Alizze, arrastrándose hacia él con las manos en el pecho.
—¿Explicar qué? Que te estás revolcando con él, con mi padre— escupió, mirándola como si no fuera más que un insecto.
Francesco se rió, fue una carcajada que le revolvió el estómago a Adrien.
—Creías que esta cualquiera te iba a esperar, ¿Verdad? Eres un idiota, no cambias, eres él mismo de siempre.
Esas palabras fueron un error muy grave de parte de Francesco, Adrien levantó el arma y disparó, el tiro le dio a Francesco en la frente, el impacto lo mandó de vuelta a la cama con los ojos abiertos y la boca torcida.
La sangre salpicó las sábanas, y Alizze empezó a gritar como loca, sus alaridos se escucharon por todo el departamento.
—¡No, no, no! ¡Qué hiciste, Adrien!— Chilló, gateando hacia Francesco, se arrodilló sobre la cama, tocándole la cara como si así pudiera traerlo de vuelta.
Él la miró, estaba pálido, el corazón le latía tan fuerte que le dolía el pecho, no sentía culpa, sólo un inmenso vacío y una oscura satisfacción, antes de que pudiera decir algo, la puerta del departamento se abrió de golpe, Donson entró corriendo, con un arma en la mano.
—¡Maldita sea, Adrien! ¿Qué demonios hiciste, carajo?— Gruñó Donson, mirando el desastre.
—Lo que tuve que hacer— dijo Adrien, con voz ronca, inconscientemente seguía apuntando a Alizze, que lloraba, desnuda y temblando.
Donson se acercó rápido y le quitó el arma de las manos.
—Estás loco, pero no hay vuelta atrás— miró a Alizze con desprecio, la chica seguía gritando, sin dudar un segundo, sacó su arma y le colocó el silenciador rápidamente. —Cállate— dijo, y le metió un tiro en la frente, el cuerpo de Alizze cayó sobre Francesco.
Adrien dio un paso atrás, sentía el cuerpo helado, al observar como se le había escapado la vida a la mujer que tanto había amado.
—Donson, ¿qué…?
—No hay tiempo para lloriqueos, si alguien se entera de esto, estás muerto, tu padre era el jefe, y las familias te arrancarían la cabeza por lo que has hecho— lo interrumpió Donson, guardándose la pistola.
—¿Y ahora qué?— preguntó Adrien, mirando los cuerpos, el shock por lo sucedido empezaba a afectarlo, pero también había una calma rara, era como si hubiera cruzado una línea y ya no pudiera volver.
Donson sacó un teléfono y marcó un número.
—Traigan al equipo de limpieza, ya— después volteó hacia Adrien —has cometido la peor estupidez de tu vida, pero vamos a arreglarlo, nadie sabrá que fuiste tú.
Media hora después, el departamento estaba lleno de gente, dos hombres con guantes arrastraron un cuerpo, era un tipo flaco y drogado que no sabía dónde estaba, enseguida lo sentaron en una silla, le pusieron un arma en la mano y le dispararon en la cabeza, era el chivo expiatorio, uno de los limpiadores se acercó a Donson.
—Diremos que este idiota mató a Francesco y a la chica, un ajuste de cuentas que salió mal, nadie va a preguntar mucho— dijo el gordo.
—¿Y si lo hacen?— preguntó Adrien, con las manos metidas en los bolsillos para que no vieran lo mucho que le temblaban.
—No lo harán, a partir de hoy, tú eres el jefe, pero nadie puede saber cómo llegaste ahí. ¿Entiendes?— dijo Donson, poniéndole una mano en el hombro.
Adrien asintió, aunque por dentro se sentía en pedazos, el hombre que lo había criado a golpes estaba muerto por su mano, y la mujer que amaba estaba tirada a su lado, no sabía si estaba bien o mal, solo sabía que no había vuelta atrás, estaba hecho.
—¿Qué hacemos con mi madre y mi hermana?— preguntó, mirando a Donson, hasta ese momento cayó en la cuenta que sufrirían por la muerte de Francesco.
—Ellas no sabrán nada, nadie sabrá nada, esto quedará entre nosotros— contestó Donson.
Días después, el sepelio de Francesco llenó la iglesia de Marsella con importantes hombres vestidos en elegantes trajes negros y mujeres llorando, Celeste, la madre de Adrien, estaba destrozada, agarrada al féretro, temblando.
Suzanne, su hermana siete años menor, sollozaba abrazada a ella, tenía el pelo rubio alborotado, y el rostro bañado en lágrimas, Adrien permanecía al fondo, de pie, con un gesto inexpresivo por completo, todos decían que era debido al dolor, que el hijo del jefe estaba destrozado por dentro, nadie imaginaba que él había apretado el gatillo.
—Era un gran hombre, tú tienes que seguir su legado, muchacho— dijo un viejo, dándole una palmada en el hombro a Adrien.
—Sí— respondió Adrien, por dentro, sentía un nudo apretado en la garganta, era una mezcla de rabia y algo que reconocía como poder, por primera vez, el miedo que Francesco le había metido hasta en los huesos estaba muerto.
Donson se acercó después.
—Ya está hecho, el chivo está enterrado, y la historia está comprada, ahora eres el jefe, pero hay reglas— dijo en tono muy bajo para que nadie más lo escuchara.
—¿Cuáles?— preguntó Adrien, mirándolo fijamente, sabía que acostumbrarse a ser el jefe y todo lo que eso implicaba no sería fácil.
—Nadie sabrá quién eres realmente, por el día, seguirás siendo Adrien Morel, el hijo del gran Francesco, pero por la noche, serás otra cosa, Le Loup Noir, nadie verá tu cara, nadie sabrá que eres tú, solo los miembros de las familias más allegadas, y sabes que son tan leales que cuidarán el secreto con su propia vida— dijo Donson.
Adrien lo miró fijamente, el corazón le latía fuertemente.
—Le Loup Noir— repitió las palabras, le gustaban, sonaban a sangre, a miedo, a todo lo que sería desde ahora.
—Así es— dijo Donson, y desde hoy, tomas el control, los Volkov ya están oliendo la muerte de tu padre, sabes que si no los paras rápido, vendrán por ti.
—Que vengan, voy a hacer que me teman más que a él— contestó Adrien, con un brillo en los ojos que no tenía antes.
Esa noche, en su cuarto, Adrien se miró al espejo, su cara lucía pálida, sus ojos azules parecían tan duros como el vidrio, ya no era el chico que se había ido a Albania, ahora era otra cosa, algo que Francesco nunca pudo ser.
Sacó la máscara de piel negra que Donson le había dado, era una cosa tan simple, ligera, pero qué pesaba en sus manos, se la puso y sintió enseguida el cambio, ya no era solo Adrien, ahora era el lobo negro, y les enseñaría a temerle.
Marianne caminaba por el pasillo hacia su habitación, Adrien había ordenado que volviera a su habitación de siempre, estaba por entrar a la habitación cuando la vio.Céline.Estaba parada ahí, como si el lugar le perteneciera, luciendo ese vestido color rojo chillón, demasiado ajustado, con ese escote que no dejaba nada a la imaginación, llevaba el cabello suelto, y tenía una copa de vino en la mano.—Marianne —dijo, con voz dulce, y una sonrisa falsa— qué bueno que al fin puedo verte, estaba preocupada.Marianne se detuvo, su rostro cambió, se le quedó mirando de arriba abajo. —¿Preocupada? —repitió, sin emoción— no sabía que tenías esa capacidad.Céline fingió sorpresa, abrió los ojos, y bajó la copa.—¿Por qué dices eso? Soy tu hermana, aunque no llevamos la misma sangre, nos criamos juntas.—¿Hermanas? —repitió Marianne— una hermana que se vende por un trago, por un billete, por un hombre que te toque como a una puta.Céline apretó los labios, y la copa tembló en su mano.—No tie
Después de que Celine salió de su oficina, Adrien se levantó y se acercó a la ventana, desde ahí pudo observar a Marianne, ella caminaba despacio, llevando un libro entre sus manos, había dado la orden al ama de llaves de que le permitiera salir por un momento al jardín, para que se distrajera del encierro.Adrien sabía que Marianne no estaba leyendo, sus hombros estaban rígidos, sus dedos apretaban las páginas con demasiada fuerza. Fingía calma, pero él podía oler su miedo, su rabia, desde donde estaba. Esa mujer nunca se rendía, y eso lo volvía loco.¿Por qué no puedes simplemente obedecer sin cuestionar? Pensó, sintiendo un nudo en el estómago. ¿Por qué tienes que hacerme desearte tanto? Su mente era un torbellino, atrapada entre el control que siempre había tenido y el caos que Marianne despertaba en él. Cada vez que la veía, sentía esa necesidad de tenerla cerca, de hacerla suya, aunque fuera a la fuerza. La puerta se abrió de golpe, y Donson entró sin avisar, solo él se atrevía
Marianne llevaba horas sentada junto a la ventana observando el jardín, afuera, los guardias vigilaban la propiedad, no había manera de escapar, y ella lo sabía. Pero lo que realmente la torturaba no eran las rejas ni los guardias, sino el torbellino de emociones que la consumía desde dentro. Odiaba al Lobo Negro con cada fibra de su ser, pero su cuerpo la traicionaba, añorándolo de una manera que la llenaba de rabia y vergüenza. Cada vez que cerraba los ojos, sentía sus manos sobre ella, su voz grave susurrándole al oído, reclamándola como suya. Era una lucha constante entre su mente, que gritaba por liberarse, y su corazón, que latía con un deseo que no podía controlar.Intentaba convencerse de que lo despreciaba, quería arrancarse de la piel el recuerdo de sus caricias, la forma en que sus dedos recorrían su cuerpo como si conocieran cada rincón de su alma. Pero no podía. Cada noche, en la soledad de esa habitación, su mente la llevaba de vuelta a él, a esos momentos en los que e
Marianne permaneció tumbada en la cama, su cuerpo aún temblaba, su mirada permanecía clavada sobre la puerta por donde el Lobo se había marchado, sentía que su piel ardía, pero su mente era un torbellino de miedo, deseo y odio.El silencio de la habitación se rompió al escuchar un fuerte golpe en la puerta principal de la mansión. Escuchó voces apresuradas, pasos corriendo por el pasillo, algo pasaba afuera, se levantó lentamente, sentía su cuerpo adolorido, se acercó a la ventana. Varios autos negros se habían detenido en la entrada, hombres armados bajaron de ellos. —Mierda… —susurró.De repente, la puerta de su habitación se abrió, el Lobo Negro entró de nuevo, Marianne se asustó al ver que tenía una pistola en la mano.—Vístete, ahora, apresúrate —ordenó.Marianne apenas podía moverse.—¿Qué sucede? —preguntó inquieta, sin poder esconder sus nervios.El lobo la miró con esa intensidad que le helaba la sangre.—Han venido por todos nosotros.—¿Por todos? ¿En dónde está Adrien, qui
Al día siguiente por la noche, Marianne se encontraba en su habitación, ese día las clases habían sido extenuantes, Adrien ordenaba que se le exigiera cada vez más a la chica, más tarde llamaron a su puerta, al abrir se encontró con Donson quién se le quedó viendo con el rostro serio.—Vas a salir esta noche —dijo el hombre a manera de orden— apresúrate, y ponte esto.Le entregó una caja, Marianne la abrió y vio que dentro había un vestido negro, entallado, era de tela brillante, y con un escote llamativo, también había un collar de diamantes y unos tacones de aguja.Marianne quiso protestar, pero algo en la mirada de Donson se lo impidió, había visto esa mirada en hombres que habían matado sin tocarse el corazón.Donson se dió la vuelta y se marchó sin decir nada más, Marianne se apresuró a vestirse.Cuando salió, un auto blindado la esperaba, al abrir la puerta vio que el Lobo ya estaba dentro, vistiendo como siempre un impecable traje negro y corbata del mismo tono., llevaba puesto
Adrien no había dormido, presentar a Marianne como su prometida no fue algo que había calculado, fue un impulso. Ni siquiera sabía si lo había hecho para callar a su madre, marcar territorio o castigarla por coquetear con Giovanni. Tal vez todo junto. Ahora tendría que enfrentarse al lío que él mismo había provocado.Desde que Marianne entró en su vida, hacía cosas sin pensar constantemente, algo que no era habitual en él, siempre acostumbraba a planear las cosas meticulosamente, las cosas con ella eran diferentes, y no entendía si quería protegerla, o tal vez joderla, pero verla sonreír de esa manera a Giovanni lo había enfurecido, afortunadamente era experto ocultando sus sentimientos, no podía permitir que alguien se diera cuenta de que ella era su punto débil. . Más tarde se dirigió a su despacho, sentía que la cabeza le iba a explotar, Donson entró poco después.—¿Estás seguro de lo que hiciste anoche? Presentarla como tu prometida ante tu familia y socios, es algo serio —dijo.
Último capítulo