Fausto.
Me dejé caer en uno de mis sillones, soltando todo el aire retenido. Ulises apareció minutos después de que Vladimir regresara de la cocina con una botella de Coca-Cola, mientras yo me servía más alcohol. Detrás de él, la tonta de Victoria apareció cargando a mi sobrina Mireyla. Esperé ver a la rubia detrás de ellas... Pero, oh vaya. Ninguna sorpresa. Isabela no estaba aquí. ¿Indra sería así como mamá...? ¿Le valdría madres su bastardo? Le di otro sorbo a mi alcohol. Indra estaba muerta. Había sido asesinada y sepultada el día que se fue voluntariamente de mi lado. No lo pienses a fondo, Fausto. —¿Ya viste la jeta que traes? —Ulises me habló tranquilo, poniéndose del lado de Vladimir. —¿Eres mi papá? —intenté no arrastrar las palabras al sonreír. La bebé empezó a hacer ruido y yo alcé las cejas esperando una respuesta. —¿Esto no es una intervención o sí? Porque si lo es, fracasan como psicólogos —hablé, intentando aparentar seriedad. —Déjame pegarle, a ver si así reacciona —dijo Vladimir, caminando hacia mí. Pero Ulises lo detuvo. —No. Déjalo que caiga. Él solito va a regresar. Todos lo hacemos después de tocar fondo —el susurro del colombiano me sacó de quicio. —¿Y si no caigo qué? ¿Qué vas a hacer, Ulises? ¿A quién le vas a hablar?—. Ulises rodó los ojos y se cruzó de brazos frente a mí. —Esa perra actitud valemadrista no es propia de ti... pero te la voy a dejar pasar, porque la necesitas. Solamente no quiero que te consuma como...— Ulises sonó como un padre filósofo intentando darme una lección. Me llevé las manos a la cara y resoplé. —¡Te dije que había que pegarle! Voy por Enzo —sonó Vladimir en algún lado de la sala. Abrí los ojos de nuevo. Me vi reflejado en uno de los cristales del techo: ojos rojos, cara destruida sin emociones. No pude evitar pensar en cierta rubia. ¿Así se sintió ella cuando la traicioné? ¿Desesperada? ¿Por eso hizo alianzas con mi enemigo número 1? —Carlota... dilo sin miedo, Ulises. No quieres que tenga la misma actitud valemadrista de Carlota. Y que acabe muerto... como ella.— Lo más irónico de todo, era que yo la había asesinado. Y hasta este puto momento estaba comprendiendo sus emociones hacia mi. Me escapé de sus manos como si fuera arena que no pudo contener. Creí que iba a tener un final feliz y suponía que en lo más recóndito del infierno Carlota Cuervo se estaba riendo fuertemente ahora mismo al ver en lo que se había convertido mi vida. Le lancé una risa cínica al colombiano. Sus ojos azules intentaron escanear mi podrida alma antes de hablar. —Te pareces más a Salazar ahora mismo. Inútil. Sin metas. Solo jodiendo al prójimo —perdí la sonrisa. Vladimir se carcajeó ante su cachetada verbal. —A mí no me compares con esa gentuza. Pero hablando de familia, he notado que mi hermanita anda muy interesada en conocer a su ex familia política. ¿No que no debíamos tener contacto con ellos, papá Ulises?—. Intenté desviar el tema. Me senté derecho en el sillón, pero una mano se me fue al aire y me reí otra vez. —Victoria no está siendo una hija de puta con ellos... como tú —Ulises no se dejó mover por nada. Bufé. Rodé los ojos. —No mames, si es una inútil. ¡Obviamente no puede hacer nada! ¡Estoy aburrido! ¡Déjenme ir al cierro del trato!—. —Es cierre, Fausto. Y si en tus cinco sentidos querías matar a Salazar, no sé qué m****a harías ahora —Ulises cargó a su hija. Y después mi hermana desapareció con sus tenis neón de la sala. —¡Eso es! Corre, Victoria. ¡Es lo único que sabes hacer! —le chillé, haciendo ademanes como si tuviera un megáfono. Silencio. Vladimir suspiró. Se marchó de la sala. Como todos. Pero ya estaba acostumbrado a estar solo. Soy Fausto de Villanueva. —¿Fue algo que dije? —pregunté inocente. —No. Es como actúas, cabrón. Neta, no tenés vergüenza. Borracho las veinticuatro horas. Dejando de lado lo que más amás. ¡Tu imperio! —Ulises trató de no exaltarse con la bebé en brazos. —¿De qué me sirve tener un imperio... si no era así como quería conseguirlo? —me quité la camisa, luego me levanté del sillón. Moría de sueño. —Sé que la partida de Indra duele, Fausto. Pero es precisamente por ella que vos deberías hacer las cosas bien. Te puso todo lo que nadie más pudo en bandeja de plata. Tenés una alianza con tu némesis. Todas las cartas para que tu candidato gane la presidencia en un chasquido... y aquí estás, llorando como una niña, haciendo berrinches como una—. Me detuve en seco. Lo miré a los ojos. —Indra está muerta. No se fue. Está muerta, Ulises. Y ahora... me gustaría dormir un rato—. Sentí el golpe seco que dio mi puño contra la pared del pasillo al salir. Apenas me dolió. Vamos a dormir, Fausto. Antes de que vuelvas a pensar en ella. Antes de que vuelvas a sentir. Me desperté con un tremendo dolor de cabeza. Me quedé varios minutos viendo la pared. Miré el celular. La luz me cegó. 4:40 AM. Oh, vaya. Dormí de más. Me di una ducha fría para ver si se me quitaba esta maldita cruda. Después salí en bata, con una enorme taza de café. El panorama era tranquilo. Algunos hombres custodiaban afuera. Ni rastro de mis amigos. Si es que seguía teniendo amigos. Entré a mi oficina privada. Prendí las luces tenues y finalmente me senté en el sillón frente al escritorio. Encendí la laptop. Me tallé los ojos. Ingresé las claves. Tenía que revisar las cámaras escondidas en la hacienda. Tenía que ver con mis propios ojos el mayor acto de gilipollez de la historia: cerrar un puto trato con Dante Salazar. Un ruido me sobresaltó. Apagué las bocinas inalámbricas rápidamente. No quería volver a despertar a Vladimir. No después de lo de las escorts de la semana pasada. Volví a mirar las grabaciones. El maldito diablo había bajado de una camioneta con su patineta. ¡UNA PUTA PATINETA EN MI SUELO DE MADERA! —Parece que se te van a salir los ojos —me sobresaltó la voz de Ulises, en pijama azul, con una mamila en una mano y su hija en la otra. —¡Me asustaste, cabrón! —dije, cerrando la laptop con las grabaciones. —¿Qué hacés?—. Pregunto casi en una acusación entre líneas. —Trabajando. ¿No es lo que querían?—. Ulises me miró sospechoso, intentando ver qué había en la segunda laptop. Por suerte, ahí tenía estadísticas empresariales de mis casinos. —Ya... llevaré a Mireyla a dormir. Pedí un desayuno cargado para todos, y también por tu propio bien —finalizó y se fue. Mentira exitosa. Suspiré. Esta será la última vez, me dije. La última vez siendo humano. Siendo débil. Abrí de nuevo la otra laptop. Tenía que ver qué desmadre se había hecho ayer. Ya basta de duelo. ¡Yo soy Fausto de Villanueva, joder! No más Fausto borracho. No más Fausto llorando por una mujer que lo dejó. Tengo que volver a ser yo. Pero algo dentro de mí no respondió igual. El vacío... seguía ahí. Esta vez, mi corazón le ganó a mi ambición desmesurada. Indra logró sacar lo más humano de mí. Me hizo débil. Me hizo vulnerable. Y nunca, nunca, volveré a caer así de bajo. Indra está muerta. Tú la mataste, Fausto. Y vas a cargar con eso toda tu vida. Pero vas a salir de esto. Como siempre lo has hecho. Porque eres un Villanueva. Un hijo de puta. El emperador de este país.