8. Una bala clavada
Indra.
Puerto Escondido, Oaxaca.
Sobrevivir a un segundo secuestro de Dante Salazar no estaba en mis planes.
Dasha me limpió el vientre —aún plano—, retirando todo rastro del gel que me había aplicado para el ultrasonido.
—Buenas condiciones —dijo la mujer de cabello rojo con una enorme sonrisa.
Yo aún seguía pasmada sobre la camilla.
Esta enorme casa tenía incluso su propio cuarto de hospital.
Sofía soltó todo el aire que había estado conteniendo a mi lado y me dedicó una sonrisa aún más grande.
—¡El bebé está sano, Indra! —la hermana menor del diablo me lo confirmó, sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo.
Claramente, esto tampoco había estado en mis planes.
¿Cómo iba a dar a luz a un bebé en esta situación? Yo era rehén de alguien más. Y ese alguien no tenía escrúpulos para matar a quien fuera necesario.
Me quedé pasmada. Estaba sola. No podía recurrir a nadie. No tenía a nadie. Estaba viviendo bajo el techo de mi mayor enemigo. A la espera de recibir una bala en cualquier moment