Fausto.
Mi mente intentó enfocarse en el momento cuando César me gritó completamente fuera de sí.
Pero la cruda realidad fue que la furia dentro de mí explotó, nublando todas mis firmes decisiones.
Di dos largos pasos hacia mi incompetente hermano menor para quitarle la pistola con la que temerariamente apuntaba a Indra.
¡Cómo se atrevía César a hacer esta escena!
¡Le he dado más de lo que se merecía y así me paga! ¡Apuntándole al amor de mi vida! ¡Amenazándome!
Sin previo aviso sentí algo atravesar mi cuello.
La heladez me paralizó las piernas cuando, un instante después, sentí la cálida explosión dentro de mí.
En shock, llevé las manos ahí donde una bala había entrado por voluntad de mi propio hermano. De sangre de mi sangre.
El extraño ardor que jamás había sentido fue como aceite hirviendo corriendo por mis venas en vez de sangre.
Los oídos me zumbaron, la vista se nubló y mi peso cedió hacia un lado, cayendo de rodillas contra el duro concreto.
Con mi mano libre intenté poner f