Fausto.
Guadalajara, Jalisco. Me quedé viendo el estante repleto de libros al exhalar el humo de mi puro. Me permití desabotonarme la camisa azul marino. Estaba solo en mi oficina principal, sumido en mis pensamientos más oscuros. No quería regresar a Cancún por el momento. No tenía ganas... y mucho menos cara para rendirle una explicación a la familia de Indra. Había silenciado todos mis celulares para evitar las llamadas. Incluso las de Alejandro de Villanueva. No quería hablar con mi padre. No aún. Necesitaba estar fuerte y sereno. Vladimir se estaba haciendo cargo de todo el trabajo mientras tanto. No tuve que pedírselo. El se ofreció apenas me vio en persona. No quería saber cómo de demacrado me vio para decirme que necesitaba un descanso. Solo le dejé mis celulares del trabajo y me subí a mi jet privado apenas había amanecido en Cancún. Ulises me dijo que no podía huir de esto para siempre, pero yo quería apostarle lo contrario. Le di otro sorbo a mi whisky, directo de la botella que ya casi me había terminado. Si no estoy en mis cinco sentidos, no tengo que pensar. Mucho menos profundizar. Ni sentir. La puerta sonó suavemente, solté un ligero suspiro y luego me giré en la silla ejecutiva para poder activar el botón que habían implementado en mi escritorio de madera oscura para abrir la puerta. Nina entró. Demasiado pálida. Más huesuda de lo normal. Vestida con un soso vestido negro hasta los talones y tenis de correr, parecía que se iba a derrumbar en cualquier momento. Como yo. —¿Me querías ver? —preguntó casi en un susurro. Le extendí la mano para que tomara asiento en el cómodo sillón de piel frente a mí. Y ella obedeció, como lo había hecho desde que la conocí por primera vez. Yo quería todo lo que otros deseaban. Así me había hecho con Nina una y otra vez. En mi adolescencia, y también en mi adultez temprana. Era la mujer más bella del lugar donde vivía. Provenía de una humilde familia de Oaxaca, Nina había llegado a Guadalajara buscando una oportunidad para cuidar a su familia, quería ser modelo, representar a México en grandes certámenes, llegar a ser miss universo. Pero pronto, terminó en mis manos. Pocas palabras bastaron para atraerla a mi antes que todos los adolescentes de mi edad, mi dinero bastó para que terminara de caer en mi red. —César transfirió dinero a tu cuenta personal. Es suficiente para iniciar una—. —No quiero tu dinero —me interrumpió ferozmente. Sus ojos volvieron a brillar de dolor cuando me buscó la mirada, pero yo fui un maldito cobarde que plantó los ojos en cambio en el cuadro de arte evaluado en 600,000 mil dólares que colgaba en mi blanca pared. Lo había conseguido en una subasta de una familia demasiado adinerada que parecía estar deshaciéndose de mucho arte maldito. —Lo vas a necesitar si quieres librarte de todo esto —le respondí con la voz ronca. Solo libérala, Fausto. Ya le quitaste tanto a tantas personas. En especial a tus mujeres. Nina frunció el ceño, confundida. —Kimberly te proporcionará todos los documentos nuevos que necesites para iniciar otra vida. Donde tú quieras —dije más despacio. —¿Otra vida? ¿Ya no soy útil aquí?—el temblor me hizo volver a fijarme en ella. En otro mundo, tal vez incluso hubiésemos echo un buen equipo como padres. Si yo no hubiese estado tan obstinado con llevarle la contraria a mi padre al menos tendría recuerdos buenos de mi hijo. Pero lo único que habitaba en mi era oscuridad sobre junior. Nunca quise ver las fotos, ni las cartas que Nina me dejaba en mis escritorios alrededor de México. Siempre busqué una excusa para no estar presente. Juntas. Trabajo. Mis empresas. Decir que era más útil protegiéndolo con mis recursos que yendo a ver a Junior. Nada de eso sirvió. Nina se veía demasiado cansada, las arrugas se habían triplicado en su fino rostro. La madre de mi hijo muerto tenía esta vida de m****a por mi culpa. Al igual que ella. —Mira Nina... Has sido leal hasta el día de hoy a nuestra familia. Fuiste una excelente madre. Te hice pasar por demasiadas cosas y, aunque sé que eso no arregla nada de lo que tú y yo vivimos juntos... te pido perdón. Pero también te doy la oportunidad de escapar de todo esto— me aclare la garganta cuando una mano invisible comenzó a cortarme el aire en la garganta. Nina se limpió los ojos mientras yo le daba otro trago a la bebida. El ardor en la garganta me calmó de nuevo, apagó todo. —Mi bebé... mi bebé está muerto, Fausto. Y no veo ninguna venganza. No te veo desatando el infierno como lo hiciste con Indra. Ni siquiera te vi llorar por tu hijo,— balbuceó entre sollozos. Fuera de sí, sucumbida a sus emociones. Demostrando su humanidad, una que nunca merecí de su parte. —Esta es tu oportunidad, Nina. Restablece tu vida. Intenta ser feliz. Te prometo que a la tumba de Alejandro nunca le va a faltar nada— le respondí en cambio fríamente. Nunca me abrí emocionalmente a Nina y hoy no sería ese día. Solo una persona había logrado hacerme vulnerable, débil, me había abrazado y dado fuerza cuando ya no podía. Y ahora estaba muerta. Yo la había matado. Me aclaré de nuevo la garganta. Tenía demasiados pendientes, pero todos me importaban una m****a. —Mi bebé... Mi hijo. Nuestro niño... —la delgada mujer a la que mi padre siempre apoyó. La única persona con la que Alejandro fue amable casi como lo había sido con mi mamá en su momento, se levantó del sillón abrazándose para encontrar refugio en ella misma. —¿Cómo puedes ser tan inhumano, Fausto? ¡No todo se compra con dinero! ¡Yo tenía la esperanza de que Indra te hiciera mejor persona! —el nombre de ella taladró mis oídos entre los gritos de Nina. Cerré los ojos. Respiré profundo. Y cuando los abrí, me aseguré de que, debajo de las ojeras y la barba de varios días, mi semblante se viera tan frío como siempre. —Esa es mi última oferta. Si no la aceptas, acabarás en una fosa como todos los demás. Ya no tienes a tu familia, llevar a nuestro hijo te puso una bala en la frente y me lo dijiste desde el día uno. Tus papás fueron asesinados, tus hermanas no te quieren ver ¿Qué se supone que vas a hacer para vivir ahora? No eres nada sin mi Nina Rios y no lo olvides nunca—. Nina salió sollozando. No me dio respuesta, pero su llanto ya me había dicho todo. Aunque ella decía que yo no la conocía, la cruda realidad era que si lo hacía. Iba a aceptar. Iba a tomar el dinero. Iba a desaparecer. Por su propio bien. Maté a Carlota. Mandé al amor de mi vida a una horrible muerte segura en medio de mis caprichos y mi poca capacidad para proteger a un ser tan inútil como mi hermana... Y ahora desaparecería a la madre de mi único hijo. Un niño que nunca crecería. Uno que ahora descansaba al lado de mi madre. Porque no fui lo suficientemente hijo de puta para mantenerlo a salvo. Me volví transparente, emocional, débil. Pero eso se acababa hoy. Maldito Dante de m****a, finalmente había logrado su cometido. Dejarme sin alma.