La traición de su prometido y de su propia hermana, sumada a la parcialidad de sus padres, dejó a Adelina Mendívil en su peor momento. Justo entonces, como caído del cielo, apareció él, Belisario Arciniega. Un hombre que, con tan solo pisar fuerte, podía sacudir por completo a Ciudad Jacaranda. Y fue él quien le dijo: —Cásate conmigo. ¡Puedo darte la felicidad que nadie más podría ofrecerte! Después de la boda: —Sr. Arciniega, la hermana de su esposa la está acosando. —Fírmenle un contrato de representación y que mi esposa sea su jefa. —Sr. Arciniega, su abuelo le ofreció dinero a su esposa para que se aleje de usted. —¿Lo aceptó? —Lo tomó, pero dijo que no era suficiente. —Entonces ve y llévale más. —Él hizo una pausa—. Y pídeselo a mi abuelo. —Sr. Arciniega, hay quienes afirman que su esposa no está a su altura. —Sí, es cierto… yo soy quien no está a la altura de ella. Con el tiempo, toda Ciudad Jacaranda supo que Belisario Arciniega tenía una esposa a la que consentía hasta la locura, sin límites ni mesura. Sin embargo, pocos imaginaban que aquel verano, cuando él atravesaba la alameda y ella corrió a refugiarse entre sus brazos, bastó una sola mirada… para toda la vida.
Leer más—Quizá tengas razón, pero ya sabes lo que pasó el otro día. Eulalia fue a pedirle ayuda tantas veces y en todas terminó llorando. ¿Acaso Adelina es tan cruel? ¿Qué no es capaz de hacer? —rezongó Luisa, sin ocultar su irritación—. De todas formas, hoy no podemos arruinar nada. Mejor llámala y dile que su abuelo la extraña, que venga de inmediato.A Luisa le molestaba sobremanera la obstinación de Adelina, sobre todo tras la reacción de su suegro Valentín, quien exigía que, si Adelina no daba su beneplácito, no aprobaría la boda de Eulalia y Nicanor. Aquello sacaba de quicio a Luisa, pero reconocía que Valentín, a fin de cuentas, seguía siendo la cabeza de la familia Mendívil.—¡Está bien, está bien, ya sé qué hacer! —respondió Crisanto, claramente molesto. Con lo bien que lucía la boda de Eulalia y Nicanor, ¿por qué Adelina tenía que volver justo ese día a arruinarlo todo?Mientras tanto, Adelina, sin saber las intrigas que se cocían antes de su llegada, había elegido un vestido que con
Izan, por instinto, miró a Belisario, que parecía totalmente despreocupado, sin intención de intervenir. Entonces, Izan, con un ligero dolor de cabeza, se vio obligado a mantener su versión:—No hay ningún error, señorita Mendívil. Ese es el precio real.—¿En serio? —Adelina frunció el ceño con escepticismo. Ella no entendía mucho de antigüedades, pero no era tonta: las piezas de Reliquias del Tiempo no deberían costar una suma tan módica. Y considerando el criterio de Belisario, no cabía duda de que la pluma no era algo barato. Para Adelina, era imposible creerlo.A Izan le sudaban las sienes. Por dentro pensaba: «¡Claro que no es barato; en realidad es carísimo!» Pero no podía confesarlo y se limitó a soltar una risa incómoda:—Señorita Mendívil, quizá no lo sepa, pero nuestro señor suele adquirir antigüedades en esa tienda con regularidad, y cada compra vale una fortuna —explicó—. El dueño, que es bastante astuto, sabe cómo hacer negocios. Esta pluma, por ejemplo, no es gran cosa pa
En realidad, la sopa no era tan espectacular; seguro que resultaba bastante sencilla para el paladar de alguien como Belisario, habituado a lujos. Pero Adelina no era muy exigente con la comida, y para ella este lugar tenía un aire de nostalgia. Así que se concentró en comer con rapidez, temiendo que pronto llegara la oleada de estudiantes hambrientos.—Deberíamos irnos ya —comentó en cuanto terminó su ración—. Se acerca la hora de la salida de clases, y esto se va a llenar en un santiamén.—De acuerdo —asintió Belisario, justo cuando sonaba su teléfono. Era Izan.—Señor, ya tengo listo el regalo de la señorita Mendívil.—Estamos cerca de la Universidad J —explicó Belisario, mirando de soslayo a Adelina—. ¿A dónde vas después?—A casa. No te preocupes, puedo esperar a que llegue tu asistente. Si estás ocupado, no pasa nada si te marchas primero —propuso Adelina con naturalidad.—No tiene importancia —repuso él. Entonces se levantó para pagar la cuenta. Adelina se apresuró a seguirlo.—
Belisario, con gesto imperturbable, negó con la cabeza.—No pasa nada. —Se quedó de pie, sin sentarse.Adelina lo miró durante un par de segundos y luego miró el banco vacío. Resignada, tomó una servilleta de papel y limpió la superficie. Por fin, se dirigió a él:—Ya está limpio, señor Arciniega.Belisario le lanzó una mirada significativa, como si comprendiera que ella pensaba que estaba disgustado por la falta de higiene del lugar.Adelina, sintiéndose un poco incómoda por aquella mirada penetrante, preguntó:—¿Qué sucede? ¿Preferirías que nos fuéramos a otro lado? Cerca de la universidad hay un restaurante bastante decente…Belisario, en lugar de contestar, se sentó de inmediato y esbozó una ligera sonrisa:—No hace falta. Aquí está bien.Adelina soltó un suspiro de alivio. Vio que la dueña del local se acercaba, y ella, al reconocer a Adelina, se sorprendió un poco:—¡Chica! Cuánto tiempo sin verte por aquí. ¿Hoy viniste con…? Uy, ¿este joven es tu novio?—No, en rea… —Adelina se
El corazón de Adelina se agitó violentamente sin que pudiera controlarlo, y esa sensación desconocida la incomodó. Tragó saliva y se forzó a cambiar de tema:—¿Le gustaba comer en los puestos callejeros cuando era estudiante? A mí me encantaban. En la secundaria, mis amigas y yo salíamos de noche a buscar algo para cenar.Belisario alzó apenas las comisuras de los labios:—¿Trepaban la pared de la escuela?Adelina se sonrojó; parecía que Belisario había dado en el clavo. Pero no iba a admitirlo, así que negó con vehemencia:—¡Claro que no! Salíamos de forma totalmente legal, ¿sí?Su reacción fue tan apresurada que más bien parecía querer ocultar algo. Belisario se limitó a sonreír, sin insistir. Ella también guardó silencio, preguntándose por qué sentía que Belisario, en ese instante, distaba mucho de la idea que antes tenía de él.El lugar que Adelina había escogido para comer quedaba cerca de la Universidad J: solo había que cruzar la avenida, meterse por un callejón y listo. En sus
Apenas salió de Reliquias del Tiempo, Adelina se dio cuenta de que todo había sucedido demasiado rápido. ¿No había ido ella a comprar un regalo? ¿Cómo terminó invitando a Belisario a comer… y sin tener aún su presente en mano?—¿En qué piensas? —preguntó él al notar que Adelina venía distraída detrás de él, y se detuvo en seco.Ella, que iba tan concentrada, casi se choca contra su espalda.—¡Ay! —murmuró, algo avergonzada—. Estaba pensando a dónde quieres ir a comer.Belisario entrecerró los ojos, en los que se dibujó una ligera sonrisa burlona.—Si tú eres la anfitriona, lo lógico es que elijas tú el lugar.Adelina vaciló un instante:—De acuerdo… siempre que no te incomode.Después de todo, Belisario pertenecía a una familia adinerada y, seguramente, estaba acostumbrado a restaurantes de lujo. Ella, en cambio, era de costumbres mucho más modestas. Pese a llevar el apellido Mendívil, nunca había gozado de los mismos privilegios que su hermana; desde pequeña, se había acostumbrado a v
En la mirada de Belisario centelleó un ligero destello. Había visto perfectamente la expresión de Adelina, esa chispa de entusiasmo en su rostro que luego ella había negado con palabras opuestas.—Muy bien, entonces… ¿qué tal un cuadro de Peter Paul? O quizá esta pluma de pelo fino…Belisario le mostró varias piezas a Adelina, quien, después de examinar cada una, se decidió por la pluma de caligrafía. Su abuelo Valentín adoraba pintar y, además, dominaba la caligrafía con maestría. Una pluma sería el obsequio más adecuado, y aparentemente no sería tan costosa como otras piezas.Aunque Adelina era directora en Corporación Novaterra, seguía siendo bastante joven. Tiempo atrás, tuvo que invertir un buen ahorro cuando decidió irse a vivir sola. Y, ahora que su situación con Nicanor se había vuelto tan caótica, eso la reafirmaba en su idea de que no podía depender de nadie más: si alguien le fallaba, al menos contaría con sus propios recursos.Belisario captó sin problemas esos pequeños cál
Adelina asintió:—Exacto. No sé nada de estos temas y, por mucho que mire, no sabría distinguir un buen objeto de uno falso. Ya que usted entiende un poco del tema, ¿sería muy complicado ayudarme?—Será un placer —afirmó Belisario con una sutil sonrisa, entrecerrando los ojos—. ¿Tiene alguna preferencia? ¿Pinturas, tallas, porcelana?—Quizá algún cuadro o una pieza de caligrafía. Mi abuelo Valentín escribe de maravilla, y sus pasatiempos son bastante parecidos a los de mi abuelo Teodoro —explicó ella, pensando que eso tal vez le daría a Belisario una pista.Él asintió, pensativo.—Izan.Enseguida, Izan apareció, cuidando de no mirar a Adelina.—Señor, dígame.—Pide al señor Guillermo que traiga esa colección de antigüedades. —La voz de Belisario era firme y serena.—Esto… —Izan miró a Belisario con desconcierto y luego no pudo evitar voltear hacia Adelina. Ella, al notarlo, le sonrió amablemente.El ceño de Belisario se frunció ligeramente, casi imperceptible, lo cual hizo que Izan se
Adelina se dirigió a Reliquias del Tiempo. Su abuelo Valentín no tenía otros pasatiempos más allá de la colección de antigüedades; en su casa abundaban pinturas, caligrafías y piezas de época. Se decía incluso que, siendo joven, Valentín había trabajado como tasador de arte, aunque luego abandonó ese oficio para dedicarse a la empresa familiar.Al entrar, un empleado se le acercó de inmediato:—Señorita, ¿está buscando algo en particular?Adelina, en realidad, no tenía ningún conocimiento profundo sobre antigüedades. Simplemente quería encontrar un buen regalo para su abuelo, el único miembro de la familia Mendívil que la trataba con afecto. Además, no deseaba entristecerlo con sus problemas.—Prefiero ver un poco por mi cuenta —respondió, quitándose de encima al vendedor, y se puso a deambular por la tienda, examinando objetos sin saber muy bien qué buscaba.En ese momento escuchó voces desde la entrada:—Señor Arciniega, llegaron hace unos días unas piezas medievales. Siguiendo sus i