En un mundo donde la dignidad puede ser arrebatada en un instante, Blair Connor, una joven sencilla, se encuentra atrapada en las garras de una mafia que comercia con mujeres. Despojada de todo por su malvada madrastra, su destino cambia drásticamente cuando es rescatada por Oliver Campbell, un duque apuesto y enigmático que ha vivido en soledad. Al comprarla en una subasta, Oliver busca protegerla, pero pronto descubre que su vínculo con Blair es innegable y profundo. Atrapados entre lo que sienten y las expectativas de la nobleza, ambos deberán enfrentarse a sus propios demonios y a la pregunta que lo cambiará todo: ¿puede el amor florecer en medio de la adversidad?
Ler maisBlair se quedó paralizada en la entrada, sintiendo cómo el frío de la noche se colaba por su piel. Las lágrimas caían sin control y su voz temblaba al hablar.
—No puedes hacerme esto, Julia. Lanzarme a la calle como a un perro, no tengo a dónde ir. Mi padre apenas acaba de morir, no tengo más parientes —suplicó, con la garganta apretada como si una daga la atravesara, robándole el aliento.
Julia la miró con desprecio, se cruzó de brazos y soltó una risa burlona.
—¿Y qué esperabas, Blair? ¿Qué te quedarías aquí para recordarme cada día lo que perdí? Eres solo una carga, y no tengo por qué soportarte. ¡Lárgate de mí vista! —gritó, y su voz resonó en la casa vacía, llena de un odio que no podía ocultar.
Blair sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero no podía rendirse.
—Por favor, Julia, solo necesito un poco de tiempo... —su voz se quebró, pero la furia de su madrastra no conocía límites.
—¡No me importa! —respondió Julia, empujándola hacia la puerta con una fuerza que la hizo tambalearse. — ¡Fuera! ¡No quiero verte nunca más!
Con el corazón destrozado, Blair dio un paso atrás, sintiendo el peso de la soledad caer sobre ella. Blair no podía comprender el odio desmedido que su madrastra le profesaba. A sus apenas 18 años, era solo una chica inocente que trataba de encontrar su lugar en un mundo que se le había vuelto hostil. Su madre había muerto cuando ella era apenas una niña, dejándola con un vacío que nunca había podido llenar. Ahora, para colmo de males, su padre había sufrido un infarto y la había dejado sola y desamparada, como una huérfana en un mundo cruel.
La tristeza y la confusión se entrelazaban en su corazón, mientras las lágrimas caían por sus mejillas. No entendía por qué Julia, en lugar de ofrecerle consuelo, la trataba con desprecio y rencor. Cada palabra hiriente de su madrastra era como un puñal que se le clavaba más hondo en el alma, y el dolor de la pérdida se multiplicaba con cada grito que resonaba en la casa. Blair anhelaba solo un poco de compasión, un refugio en medio de la tormenta, pero se encontraba atrapada en un mar de hostilidad, luchando por mantener la esperanza en un futuro que parecía cada vez más sombrío.
Julia, con una expresión de furia en su rostro, tomó a Blair del brazo con fuerza y la miró a los ojos, desbordando desprecio.
—¡Escucha bien, Blair! —dijo con voz cortante. —Tienes que irte. No quiero que te quedes aquí ni un segundo más. Tu lugar está en la calle, eres como una vagabunda, y ese es el sitio que te corresponde.
Blair sintió el ardor de las palabras de Julia como una bofetada, pero en su interior, la determinación comenzaba a crecer. Por otro lado, Blair sintió que moría por dentro mientras se alejaba de la casa, cada paso resonando como un eco de su desolación. Recogió sus cosas del suelo, con las manos temblorosas y el corazón pesado, como si cada objeto que tocaba estuviera impregnado de recuerdos de un hogar que ya no le pertenecía.
Miró a Julia con tristeza, buscando en su rostro una chispa de compasión, un atisbo de humanidad que pudiera aliviar su dolor. Pero la mirada de su madrastra era fría y carente de cualquier emoción, como un muro impenetrable que la separaba de la calidez que tanto anhelaba. En ese instante, Blair comprendió que no había lugar para ella en ese sitio que una vez consideró su hogar. La soledad la envolvía como una sombra, y las lágrimas brotaron de sus ojos y se deslizaron por sus mejillas mientras se preguntaba cómo había llegado a ese punto. Cada lágrima era un testimonio de su sufrimiento, un cruel recordatorio de la pérdida de su madre y del amor que nunca había recibido de Julia. Con el alma desgarrada, se dio la vuelta y se adentró en la oscuridad, sintiendo que el peso de su tristeza la seguía como un fantasma, mientras el eco de las palabras hirientes de su madrastra resonaba en su mente.
*****
Un año después…
Blair salió de su trabajo buscando un autobús que la llevara a la modesta pensión donde vivía. Con su salario, apenas lograba sobrevivir; lo que ganaba apenas alcanzaba para cubrir sus necesidades básicas y siempre estaba apretada económicamente. No podía permitirse lujos, ya que su sueldo era miserable. Echaba de menos la comodidad de la enorme casa que una vez fue su hogar y la protección que su padre, Carl Connor, le brindaba. Como única hija, Blair había disfrutado de un amor y una atención que ahora le parecían lejanos, especialmente porque Julia, su madrastra, nunca le dio hijos a Carl.
De repente, un terrible accidente alteró la calma de la tarde: un lujoso coche fue embestido por un camión. Motivada por la curiosidad y su instinto altruista, Blair se acercó a la escena. Tragó saliva al ver a un hombre de buena apariencia, ensangrentado y pidiendo ayuda; su voz apenas era un gemido. Su chófer, al parecer, estaba gravemente herido. Al ver que nadie más reaccionaba, Blair cogió el teléfono y llamó al 911 para pedir una ambulancia. Se acercó al hombre con ligereza, intentando infundirle algo de calma.
—Todo estará bien —le dijo, tratando de sonar más segura de lo que se sentía. —La ayuda está en camino.
En ese preciso instante, la ambulancia llegó para auxiliar a los heridos. Su razón le decía que debía apartarse y dejar todo en manos de las autoridades competentes, pero su corazón le suplicaba que debía acompañar a aquel hombre. A pesar de que la vida le había tratado muy duro, Blair no dudó en subir a la ambulancia y brindar su apoyo a un desconocido. Su instinto de ayudar superó cualquier temor y, en ese momento, se sintió impulsada a ser la luz en medio de la oscuridad que los rodeaba.
En el hospital, mientras Blair esperaba nerviosa en la sala de emergencias, una enfermera se acercó con una sonrisa.
—Buenas noticias. He podido localizar a los familiares del hombre que acompañaste. Están en camino y llegarán en unos minutos —dijo la enfermera
Blair sintió un alivio inmediato, pero también una punzada de tristeza al pensar en lo que había pasado.
—¿Está... está bien? —preguntó con la voz entrecortada.
—Está estable, gracias a tu rápida acción. Quiero agradecerte tu buen gesto y tu gentileza. No todos se detienen para ayudar —la enfermera le sonrió
—Solo hice lo que cualquiera haría —respondió Blair, algo avergonzada.
—No, no todos lo harían. Tu compasión marcó la diferencia. Puedes irte si lo deseas.
Blair asintió, con una mezcla de satisfacción y tristeza.
—Gracias. Espero que se recupere pronto —dijo, mientras se levantaba para marcharse.
Oliver y Blair se habían dejado llevar por el momento y por el calor de la pasión que los embriagaba. El deseo era tan intenso que parecía que sus cuerpos estuvieran unidos de forma permanente, como si fueran uno solo.Oliver, con sus movimientos lentos y sensuales, se introdujo aún más en el cuerpo de Blair, mientras ella lo acompañaba con movimientos de caderas que lo envolvían por completo. Sus gemidos y jadeos se fundían en un coro de placer, mientras sus cuerpos se movían en perfecta sincronía.—¡Oh, Blair! Eres tan hermosa, tan perfecta —susurró Oliver, entrecortado por la excitación. —Nunca podré tenerte suficiente.Blair, con los ojos cerrados y el rostro bañado en sudor, respondió con un gemido:—¡Oliver! ¡Estoy tan húmeda por ti! ¡No puedo dejar de pensar en lo bien que me siento dentro de ti!El ritmo se aceleró y sus cuerpos se unieron con una fuerza y una urgencia cada vez mayores. Oliver, con sus manos fuertes y seguras, agarró las caderas de Blair y guió sus movimientos,
Días después...Arthur se encontraba en un rincón sombrío del palacio, donde el eco de los vítores dedicados a su hermano Aiden resonaba en sus oídos como un cruel recordatorio de su derrota. La mirada de su padre, el rey Mason Olsen, lo atraviesa con desdén, reflejando la decepción que había sembrado en la familia.Mientras Aiden era aclamado como príncipe, Arthur se debatía entre la melancolía y la rabia, atrapado en un laberinto de decisiones equivocadas que lo habían llevado al borde de la ruina. La ruptura con su esposa, Annelise, quien lo había abandonado en el momento más oscuro de su vida, lo había destrozado por completo.Su única hija, Elizabeth, se había marchado a Grecia con su madre, buscando refugio lejos del dolor que habían sufrido. Arthur, aunque libre de la prisión física, se sentía encarcelado en su propia miseria, un príncipe desterrado de su propia historia, mientras el peso de sus acciones lo aplastaba sin piedad.Arthur, consumido por la desesperación y la traic
La condesa Charlotte, con su porte altivo y su mirada penetrante, tomó el brazo de su sobrino Oliver, sintiendo una extraña mezcla de orgullo y ternura. Era un momento que, a pesar de todo, había esperado con ansias: la inminente boda de Oliver con la princesa Elizabeth. Sin embargo, la felicidad se tornó en desconcierto cuando Oliver le preguntó por los preparativos de la boda y pronunció unas palabras que la dejaron helada.—Oliver, querido, ¿cómo te preparas para el gran día? —preguntó la condesa con una dulzura que rara vez mostraba.—No habrá boda, tía —respondió Oliver con firmeza, su voz resonando en el aire como un eco de desilusión.La condesa, extrañada, corrió tras él y su voz denotaba incredulidad y desesperación.—¡Oliver! ¿Qué estás diciendo? —exclamó, deteniéndose frente a él, con la mirada fija y desafiante. —¿Cómo puedes afirmar que no habrá boda? ¡Esta unión debe celebrarse ya! ¡Hemos firmado un acuerdo!Oliver la miró a los ojos y su expresión denotaba una determina
Los días transcurrieron rápidamente y la boda de Elizabeth y Oliver estaba a solo un día de celebrarse. En la mansión de Cambridge, donde se celebraría el evento, Oliver se encontraba a solas con el príncipe Arthur en el estudio. Con un gesto decidido, Oliver arrojó un dossier sobre el escritorio: las pruebas de los múltiples delitos del príncipe se deslizaban como un torrente de revelaciones. Arthur, sorprendido, frunció el ceño, pasando de la confianza a la inquietud.—¿Qué es esto, Oliver? —preguntó Arthur, ligeramente temblando.—La verdad, príncipe —respondió Oliver, mirándole a los ojos. —No puedo permitir que continúe con esta farsa mientras arruina vidas a su paso.—No seas imbécil, sabes muy bien que los cuerpos policiales no se atreverían a detenerme.—No se confunda, alteza —dijo Oliver con voz firme y decidida. — Puede que tenga al FBI y al gobierno en su bolsillo, pero la verdad siempre sale a la luz. Y yo estoy dispuesto a ser su mensajero.Arthur soltó una risa despecti
Blair respiró hondo, sintiendo el alivio recorrer su cuerpo al saber que estaba a salvo. La princesa Annelise había llegado justo a tiempo para cambiar su destino. Ahora se encontraban en el lujoso hotel donde se hospedaba el duque, como un rayo de esperanza en medio de la tormenta.Su presencia era un bálsamo para su alma y, aunque la tensión aún flotaba en el aire, Oliver estaba decidido a protegerla. Juntos, en ese refugio de riqueza, se preparaban para afrontar las sombras que amenazaban con envolver sus vidas.Oliver, con la sangre hirviendo, exclamó:—¡Blair! Te has arriesgado al ir sola a ver a Dagmar. Ese maldito de Olsen me las va a pagar. ¿Cómo pudiste meterte en esa situación?—Lo sé, jamás imaginé que Dagmar era cómplice del príncipe. Oliver, pero por suerte estás aquí ahora. Y gracias a la princesa Annelise estoy a salvo. No pasó a mayores.—No puedo quedarme de brazos cruzados. El príncipe Arthur y el diseñador tienen que pagar por lo que intentaron hacerte.—Debes tener
Más tarde...El hotel de lujo donde se hospedaba Dagmar, el prestigioso diseñador de origen danés que era cómplice del príncipe Arthur, era imponente, con sus altos techos y elegantes muebles. Blair, aún abrumada por su participación en el desfile de verano londinense, no sospechaba nada de las oscuras intenciones que se ocultaban tras la sonrisa del diseñador, que fingía muy bien ser su amigo.Dagmar le ofreció la copa con una sonrisa enigmática y le dijo:—Blair, querida, bebe un poco. Seguro que estás sedienta después de todo el ajetreo del desfile. Felicidades, has lucido estupenda.Blair aceptó la copa con una sonrisa inocente y le agradeció su amabilidad.—Gracias, Dagmar. Es muy amable por su parte.—Dime, Blair, ¿qué opinas de la última colección de Dolce & Gabbana? He oído que fue bastante controvertida.—Oh, bueno, creo que fue bastante innovadora. Aunque algunos diseños me parecieron un poco extravagantes.Dagmar guió hábilmente la conversación hacia temas triviales, desde
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