Capítulo 3 - ¡Ayúdame!
Adelina se retorció con desesperación, pero en su estado estaba demasiado débil y no distinguía el rostro del hombre que la sostenía.

—¿Qué… qué quieres hacer? —logró preguntar con voz temblorosa.

—¿Tú qué crees? Jejejeje —se burló al verla asustada—, pues cogerte. —El hombre, notando que Adelina ya no estaba consciente del todo, la sostuvo con descaro—. Ven, vamos a un lugar más divertido.

Aun en su confusión, Adelina podía distinguir las intenciones siniestras de aquellos hombres. Estaba mareada y muy débil para defenderse. Desesperada, buscó ayuda con la mirada, pero nadie intervenía. Las luces, la música, las risas, todo parecía indiferente a su sufrimiento.

Fue entonces cuando, entre la multitud, divisó una silueta acercándose. Sin pensarlo dos veces, Adelina reunió la escasa fuerza que le que le quedaba y se apartó a empujones a los tipos que la acosaban y corrió hacia el hombre que se le venía de frente. Se estrelló contra él con fuerza, aferrándose a su ropa.

—Ayúdame —suplicó con voz ahogada, su aliento era puro alcohol—. Por favor, sálvame.

Belisario entrecerró los ojos al sentir a la joven aferrándose desesperadamente a su pecho, notando su aroma alcoholado y las mejillas tan rojas. Sus ojos penetrantes brillaron un instante ante la súplica de la mujer que se apretujaba contra él.

Detrás, Izan miraba atónito. Esa mujer se estaba aferrando a Belisario Arciniega sin que él la apartara ni un milímetro. Jamás había visto una escena similar.

Belisario miró a los dos hombres que iban detrás de Adelina y los confrontó:

—¿Y ustedes qué esperan? ¿No van a largarse?

Uno de los tipos, ignorando la tensión del momento, escupió con arrogancia:

—¿Y tú quién eres? ¿Sabes con quién te estás metiendo? Esa mujer me gusta, ya la tenía en la mira.

Belisario sonrió con una suavidad inquietante, inclinando apenas la cabeza.

—¿La tocaste? ¿Con cuál mano?

El otro hombre, consciente del peligro, palideció al reconocer a Belisario y se apresuró a balbucear:

—Se-señor Arciniega… Disculpe, no lo reconocimos. Nosotros… ¡No la tocamos, se lo juro! Ni un roce, señor.

Belisario se inclinó y alzó a Adelina en brazos con firmeza, luego le ordenó a Izan:

—Enséñale a estos idiotas a tener modales aquí y si la tocaron, que lo recuerden siempre.

Con Adelina en sus brazos, Belisario se dio la vuelta y se marchó sin más, mientras Izan respondía con un obediente “Si, señor” mientras se acercaba amenazadoramente a los dos hombres.

—A ver, ¿con qué manos la tocaron?

Los dos hombres se miraron, temblando sin atreverse a emitir sonido. Izan dejó escapar una risa áspera.

—¿Con todas, tal vez? Perfecto. Entonces, por instrucción del señor Arciniega, cada mano que la haya tocado se queda de recuerdo aquí. ¿Entendido?

Los dos tipos palidecieron y de rodillas uno apenas balbuceó:

—¡Perdón, señor Arciniega! No pueden hacer esto. ¡Mi papá es… es el presidente de Ventura Global…!

—¡Aaaah! —gritó, interrumpiendo su súplica con un alarido que retumbó en la ruidosa atmósfera de El Umbral Azul.

***

Belisario, con Adelina en brazos, anduvo todo el trayecto con la mirada gélida y un aura oscura.

Adelina sentía hormigueos en la piel, y un leve quejido salió de sus labios cuando.

—Calor… hace mucho calor —murmuró, con la voz quebrada.

Belisario se miró la camisa, ahora manchada por Adelina. Sus ojos se oscurecieron; sin perder más tiempo, apresuró el paso y entró al ascensor, sosteniéndola con firmeza.

En medio de la confusión, Adelina alcanzó a ver el perfil del hombre. Percibía en él un frescor que la invitaba a acercarse más. Belisario entrecerró los ojos, y en el instante en que las puertas del ascensor se abrieron, salió decidido.

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