Cuando Elara Vaughn, una mujer moderna e independiente, viaja al remoto y enigmático reino natal de su esposo, jamás imagina que su llegada será el inicio de una pesadilla. Lo que debía ser un reencuentro con sus raíces se convierte en una trampa cuando la poderosa familia de su marido la reclama como suya, arrebatándole toda libertad. Atrapada en un mundo donde las tradiciones son ley y el poder se impone con puño de hierro, Elara lucha por mantener su identidad mientras tensiones ocultas emergen desde las sombras. Secretos ancestrales comienzan a salir a la luz, revelando una verdad más oscura y peligrosa de lo que jamás imaginó. Con cada paso, la batalla por su libertad se convierte en una guerra feroz donde solo hay dos caminos: someterse… o destruirlos antes de que la destruyan a ella.
Leer másLa azafata invitó a Elara Vaughn a salir del avión con una sonrisa educada, pero distante. Elara asintió en silencio, sintiendo el peso de la incertidumbre aferrarse a su pecho. Se puso de pie con cuidado, dejando que el vestido largo y tableado cayera en su lugar. Alisó la tela con manos temblorosas, tratando de disimular el temblor que la traicionaba. Cada paso hacia la salida la acercaba a un destino incierto, a un mundo que no conocía, pero que pronto descubriría que nunca la dejaría ir.
Elara descendió lentamente por la escalera del avión, sintiendo cómo el aire frío de la noche le erizaba la piel. Sus manos aún temblaban, aunque intentó ocultarlo al sujetarse con elegancia del pasamanos metálico. Sus tacones resonaron contra los escalones, un eco sordo que se mezclaba con el murmullo lejano del aeropuerto. Con cada paso, su respiración se volvía más contenida, más tensa, como si su propio cuerpo supiera que algo estaba a punto de cambiar para siempre.
Cuando finalmente puso pie en la pista, alzó la vista y se encontró con la escena que la esperaba. Una pequeña caravana de autos lujosos se alineaba frente a ella, sus carrocerías negras reflejando las luces dispersas del aeropuerto. Los faros encendidos proyectaban sombras alargadas sobre el asfalto húmedo, dándole a todo un aire espectral. No había nadie visible en los alrededores, salvo un par de hombres de traje oscuro que permanecían inmóviles junto a los vehículos.
Elara tragó saliva y ajustó el abrigo sobre sus hombros. Sabía que la esperaban, pero la frialdad de la bienvenida la hizo sentir como una extraña en un territorio hostil. Dio un paso hacia adelante y, de inmediato, uno de los hombres se apresuró a abrir la puerta trasera del automóvil principal, invitándola a subir con un leve movimiento de cabeza.
No hubo palabras, no hubo presentaciones. Solo el silencio y la certeza de que, una vez cruzara aquella puerta, no habría marcha atrás.
Elara giró la mirada justo en el momento en que los hombres levantaban con cuidado el ataúd que contenía el cuerpo de su difunto esposo. La madera oscura brillaba bajo la tenue iluminación del aeropuerto, y el peso del silencio que envolvía la escena se le hizo insoportable. Sus dedos se crisparon sobre la tela de su vestido, mientras observaba cómo el féretro era colocado con precisión dentro de uno de los autos de la caravana.
Uno de los hombres, vestido de negro, se acercó a ella con una expresión neutral, casi impasible.
—Cuñada, no se preocupe… Haremos que llegue a la casa de la familia Vaughn a tiempo —dijo con voz firme, pero sin rastro de verdadera empatía.
Elara asintió en silencio, incapaz de encontrar palabras. Sus músculos estaban tensos, su pecho oprimido por la sensación sofocante de estar atrapada en una situación que apenas comenzaba a revelarse. Se acomodó en el asiento del auto con movimientos calculados y finalmente dejó escapar el aire que había estado reteniendo. Su respiración temblorosa fue lo único que rompió el silencio dentro del vehículo.
Afuera, la caravana comenzó a ponerse en marcha, alejándola de todo lo que alguna vez conoció y acercándola a un destino que le resultaba incierto… y peligrosamente seductor.
El trayecto hacia la casa de los Vaughn transcurrió en un silencio casi absoluto. A través de la ventanilla del auto, Elara observaba cómo el paisaje cambiaba poco a poco, dejando atrás las luces del aeropuerto y sumergiéndola en una carretera envuelta en penumbras. Los árboles se alzaban a los lados del camino como figuras espectrales, y la única compañía era el murmullo del motor y la presencia imponente de los autos que escoltaban el suyo.
Finalmente, después de un largo recorrido, llegaron a la ciudad. En cuanto sus ojos captaron las primeras calles, una extraña sensación la recorrió. La ciudad que su esposo le mencionó tantas veces era exactamente como la había imaginado, reservada, sobria, envuelta en una atmósfera de misterio. Las construcciones antiguas, de piedra oscura, se alzaban con elegancia silenciosa, como si cada una guardara siglos de secretos. Los habitantes, aunque presentes, parecían moverse con una discreción inquietante, observando desde las sombras sin demostrar demasiado interés, como si la llegada de una forastera no fuera algo común, pero tampoco un evento digno de conmoción.
Sin embargo, cuando la caravana se acercó a la cuadra donde se encontraba la residencia de los Vaughn, la escena cambió por completo. A lo largo de la calle, un grupo de personas se había congregado para recibirlos. Algunos aplaudían con solemnidad, mientras que otros levantaban las manos al cielo en oración, sus labios moviéndose en susurros ininteligibles. Elara sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La devoción en sus rostros era genuina, pero había algo en su actitud que la hizo sentir observada, juzgada, casi como si su presencia significara algo más de lo que ella misma entendía.
El auto se detuvo frente a la imponente residencia de los Vaughn. Sus puertas de hierro forjado se abrieron lentamente, y la sensación de estar cruzando un umbral invisible se hizo más fuerte en su pecho. Estaba allí, en el hogar de su esposo, pero algo le decía que aquel lugar no la recibiría con los brazos abiertos… sino con secretos esperando ser descubiertos.
—Por aquí, cuñada —dijo el mismo hombre, señalándole el camino hacia la residencia con un gesto firme.
Elara sujetó con más fuerza el abrigo sobre sus hombros y avanzó, siguiendo los pasos de aquellos hombres que parecían moverse con una precisión casi coreografiada. A cada lado del sendero de piedra, hombres armados caminaban con el semblante serio, sus miradas fijas al frente, sin demostrar emoción alguna. No pronunciaban palabra, pero su sola presencia bastaba para recordarle que aquel no era un simple hogar, sino un dominio en el que cada movimiento parecía calculado.
Más allá, mujeres y jóvenes estaban reunidos en pequeños grupos, rezando en voz baja. Susurros ininteligibles flotaban en el aire, entrelazándose con el viento frío de la noche.
Ambos se quedaron allí, bajo la amenaza de un arma, cada una manteniendo su posición. Elara no podía evitar sentirse atrapada, pero no dejaría que eso la hiciera dudar. Sabía que no importaba lo que Kaya le dijera, lo que le hiciera, ella no se rendiría. La huida no había terminado, y Elara no iba a dejar que un par de gritos y una pistola cambiaran su destino.Kaya, con los dientes apretados y la mirada oscura como la noche, observó a Elara desafiarlo con la misma testarudez de siempre. No podía permitirlo. No ahora, no cuando estaba a un paso de perder el control sobre ella. Si las palabras no la hacían ceder, entonces tomaría medidas más drásticas.Sin dudarlo, alzó el arma y con la fuerza de su brazo, golpeó con la culata el parabrisas del auto. El vidrio crujió y se astilló en mil fragmentos antes de desmoronarse por completo en una lluvia de cristales rotos. Elara soltó un grito ahogado, una mezcla de pavor e impotencia, mientras retrocedía instintivamente en el asiento, protegi
—¡Acelera más, Kadir! ¡No dejes que se aleje!— gritó, y su voz era tan firme que resonaba en los oídos de todos. Kadir asintió nuevamente y, sin pensarlo, presionó aún más el acelerador. El auto avanzó con más fuerza, tomando curvas y rectas a gran velocidad. Kaya se aferraba al asiento, manteniendo la mirada fija en el auto de Elara, que ahora parecía estar perdiendo terreno.En el interior de su coche, Elara sentía cómo el miedo y la adrenalina se apoderaban de ella. Aunque había logrado eludir el primer intento de Kadir, la diferencia de velocidad entre los dos vehículos era cada vez más clara. No tenía cómo ganar una carrera así, y sabía que, al final, sería alcanzada. Pero su determinación seguía intacta. No se rendiría tan fácilmente.Al llegar a una curva cerrada, Elara intentó tomar la salida con rapidez, pero el coche de Kaya estaba justo detrás de ella, cada vez más cerca, y parecía que su único destino sería terminar en una confrontación que no deseaba. Con un último esfuer
Pero Elara no les prestó atención. Continuó acelerando, deslizándose por el camino que se abría frente a ella, el sonido de su motor vibrando en sus oídos. Sabía que no sería fácil, que no la dejarían ir tan fácilmente, pero su decisión estaba tomada.Desde lo alto de la mansión, en la cima de la residencia, Kaya observaba la escena con una expresión impasible. El viento jugaba con las telas de su bata de dormir mientras sus ojos seguían cada movimiento de la mujer que se alejaba. La escena ante ella era clara, Elara estaba huyendo, y no podía permitirlo. No sin luchar por lo que consideraba suyo, por lo que había protegido durante tanto tiempo.Kaya no tardó en ordenar lo siguiente. —¡Kadir, prepárame el coche!—gritó, su voz llena de urgencia. Ya no tenía tiempo que perder, su mente estaba centrada en una sola cosa: impedir que Elara escapara. No iba a dejar que una mujer, ni siquiera la madre de su hijo, se alejara tan fácilmente, especialmente si estaba tan decidida a quitarle lo
En ese instante, la mansión Vaughn se desvaneció de su mente, y lo único que importaba era el nuevo destino que, aunque incierto, la esperaba al día siguiente.La primera luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas de la habitación, tiñendo de un tono tenue las paredes de la mansión. Todo estaba en silencio. No se oía ni un solo movimiento en la casa, ni siquiera los sonidos usuales de la mansión despertándose lentamente con el día. Era temprano, mucho antes de que cualquiera de los miembros de la familia Vaughn se levantara. Elara había esperado a que la quietud de la mañana fuera total, a que todos estuvieran sumidos en el sueño, antes de hacer lo que sabía que tenía que hacer.Se levantó de la cama con cautela, evitando hacer el menor ruido. A pesar de su decisión, no podía evitar sentir una mezcla de nervios y determinación. Había llegado a un punto donde quedarse allí, en ese lugar lleno de secretos y hostilidad, ya no era una opción. Sabía que Kaya la detend
Y ahora, todo eso parecía ser motivo de odio y desprecio.—¡Lárgate de aquí! ¡Ya no quiero verte más! —la rabia en su voz no dejaba lugar a dudas, no iba a permitir que Elara permaneciera ni un segundo más bajo su techo.Pero en ese instante, Kaya, que había estado observando en silencio desde la esquina del salón, no pudo soportar más. Sabía que, en ese momento, todo estaba a punto de romperse. No podía dejar que su madre expulsara a Elara sin intentar calmar la situación. Sabía que la verdad era más compleja de lo que Zoe estaba dispuesta a aceptar. En ese momento, Kaya no tenía más opción que intervenir.—¡No! ¡No se irá! —Kaya levantó la voz, sus palabras sorprendiendo tanto a Zoe como a Elara. Dio un paso hacia el centro de la sala, su mirada firme y decidida, con una autoridad que normalmente no mostraba.—Ella no se va de aquí. No la echarás, madre —Zoe la miró, sorprendida por la actitud de su hijo.—¿Qué estás diciendo, Kaya? ¡Ella es la que ha traicionado a la familia! ¡La q
La recién llegada parecía haber recuperado un poco de su compostura, aunque sus manos aún temblaban, evidenciando el miedo que sentía. Kaya frunció el ceño, mirando de reojo a su madre y luego a la mujer.—No puedes estar hablando en serio, madre —dijo, su voz firme aunque algo vacilante —Algo no encaja aquí.Elara Vaughn se encontraba de pie en el centro del salón principal, rodeada de miradas acusadoras, las palabras de Zoe aún resonando en sus oídos. Cada vez que se repetían las palabras, como un eco cruel, más le costaba creer que estaban hablando de ella. Había llegado a la mansión con la esperanza de encontrar respuestas, de descubrir más sobre su esposo, sobre la familia a la que ahora pertenecía. Pero en lugar de eso, se encontraba en una pesadilla de acusaciones y desconfianza.Zoe, visiblemente furiosa, la apuntaba con el dedo como si fuera la culpable de todos los problemas que la familia Vaughn había enfrentado. La acusación era directa, y la forma en que la miraba, con oj
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