Sin aguantar un segundo más, Adelina salió corriendo del hotel. La imagen altiva y orgullosa que había mantenido adentro se desmoronó al cruzar la puerta: ahora las lágrimas le caían sin control, humedeciéndole las mejillas.De repente, un chillido agudo de llantas contra el asfalto la sobresaltó. Una camioneta negra se detuvo de golpe ante ella. Adelina, reculó, pero en el sobresaltó trastabilló y cayó al suelo.El chofer, nervioso, tragó saliva y miró al hombre en el asiento trasero:—S-Señor…El hombre que iba atrás —Belisario Arciniega— arqueó las cejas y sin un atisbo de alteración, miró por el parabrisas y ordenó:—Izan, baja a ver qué sucedió.—Sí, señor. —Izan Torres salió de inmediato, rodeó la parte delantera del vehículo y vio a la joven que se encontraba a unos dos metros del coche. Era una mujer con los ojos muy abiertos, asustada y en cuyo rostro, humedecido, se denotaba que había estado llorando.—¡Oh, señorita! —Exclamó Izan—. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita que la lleve
Adelina se retorció con desesperación, pero en su estado estaba demasiado débil y no distinguía el rostro del hombre que la sostenía.—¿Qué… qué quieres hacer? —logró preguntar con voz temblorosa.—¿Tú qué crees? Jejejeje —se burló al verla asustada—, pues cogerte. —El hombre, notando que Adelina ya no estaba consciente del todo, la sostuvo con descaro—. Ven, vamos a un lugar más divertido.Aun en su confusión, Adelina podía distinguir las intenciones siniestras de aquellos hombres. Estaba mareada y muy débil para defenderse. Desesperada, buscó ayuda con la mirada, pero nadie intervenía. Las luces, la música, las risas, todo parecía indiferente a su sufrimiento.Fue entonces cuando, entre la multitud, divisó una silueta acercándose. Sin pensarlo dos veces, Adelina reunió la escasa fuerza que le que le quedaba y se apartó a empujones a los tipos que la acosaban y corrió hacia el hombre que se le venía de frente. Se estrelló contra él con fuerza, aferrándose a su ropa.—Ayúdame —suplicó
En la azotea de El Umbral Azul, Belisario tenía una habitación privada. Entró con Adelina en brazos. Ella, presa de la incomodidad, se aferraba a él como un pulpo, sin la menor gracia. Le costó trabajo separarla de su cuerpo y, sin más rodeos, la arrojó al baño. Luego, respiró hondo y marcó un número.—Izan, trae hielo.Tras colgar, Belisario observó cómo Adelina intentaba salir de la tina y sin dudarlo la sentó y abrió la ducha fría. —¡No te muevas! —le ordenó.Belisario veía como la ropa húmeda se adhería al cuerpo esbelto de Adelina, haciéndolo apretar la mandíbula.En minutos oyó a Izan:—Señor, aquí está el hielo. —Espera —Belisario, cortante, lo detuvo—. Deja las cubetas ahí, y lárgate.Izan quedó sorprendido por la actitud de su jefe; hoy fuera de lo habitual totalmente, así que dejó las cubetas en la entrada y se marchó.Cuando Belisario se aseguró de que Izan se había ido, tomó los baldes de hielo y los metió al baño, sumergiendo luego a Adelina en el agua helada.Mientras e
—No importa quién soy yo, lo importante es que puedo ayudarte —respondió Belisario, acariciando un broche en su chaqueta y mirando fijamente a Adelina.Adelina se espeluscó, sintiendo que aquel hombre se traía algo entre manos.—No necesito tu ayuda.—¿En serio? Entonces, ¿por qué anoche viniste a ahogar tus penas en alcohol? Tu novio se convirtió en tu cuñado, tus padres no confían en ti, y ahora eres el blanco de todos los dardos. Señorita Mendívil, ¿no has visto la portada del diario de hoy?—Eso no tiene nada que ver contigo —Adelina apretó los dientes—. Agradezco que me hayas salvado anoche. —Se levantó, apartando las sábanas y buscando su ropa por la habitación sin encontrarla—. ¡Oiga, señor!—Belisario Arciniega —dijo él, apoyándose con elegancia en la pared y mirando con superioridad a una Adelina visiblemente nerviosa—. Ese es mi nombre.Adelina frunció el ceño al escuchar su nombre. Le sonaba familiar.—¿Qué relación tienes con Nicanor Arciniega?—Si digo que no tenemos ningu
¡Está loco! ¡Totalmente ido!—Belisario… —Adelina estaba alterada—. ¿Es que no entiendes? ¡No quiero casarme contigo! ¡No te conozco y mucho menos te amo!—¿A quién amas entonces? ¿A Nicanor? Pero ahora es tu cuñado —mencionó Belisario con crueldad—. ¿No me digas que aún quieres estar con él? —Con su dedo, volvió a acariciar la barbilla de Adelina—. ¿Mmm?Adelina apartó con brusquedad la mano de Belisario.—¿Y eso qué tiene que ver contigo? ¿Por qué insistes tanto en casarte conmigo? ¿No puedes elegir a otra?—Eres la primera mujer a la que no rechazo —soltó Belisario con naturalidad.—¿Qué dijiste? —Adelina se quedó atónita.Belisario apretó los labios y la soltó. Adelina no perdió tiempo y se alejó, aumentando la distancia entre ambos para sentirse más segura.Belisario, al darse cuenta de su acción, sonrió divertido.—La cosa es simple: anoche corriste a mis brazos y no me incomodó tu cercanía.Entrecerró los ojos, evaluándola.—¿Qué te parece si hacemos un trato?Adelina permaneció
Adelina, debido a su entorno familiar, decidió mudarse sola desde hacía tiempo, así que tomó un taxi directo a su casa.Al bajar del taxi se quedó, sumida en sus pensamientos. Recordó que fue Nicanor quien la ayudó a instalarse allí, y que habían prometido que, cuando llegara el momento indicado, se comprometerían y se casarían. Ahora, al volver tras un año, todo se había convertido en una farsa, y ella era señalada como la “causante” de la desgracia familiar.Pensar en todo lo ocurrido el día anterior, la hacía sentir como si hubiese vivido una pesadilla.—¿Adelina, por fin regresaste?Apenas salió del elevador, Adelina se encontró con Eulalia en la puerta de su propio departamento. La joven lucía preocupada. Adelina frunció el ceño, con ganas de volver sobre sus pasos, pero entonces una mano la detuvo. —Adelina —era Nicanor y ella, de inmediato, intentó zafarse, pero Nicanor la sujetaba con determinación—, Eulalia y yo te esperamos toda la noche ¿No sabes que nos preocupamos?—¿Preo
—Adelina, fíjate nada más cómo te trata Eulalia, y tú… —Nicanor miraba incrédulo a Adelina—¡Lárguense! ¡No quiero verlos! —exclamó Adelina, que hasta ese momento comprendía la imagen que Nicanor tenía de ella.—Adelina, no seas así. Pase lo que pase, seguimos siendo familia —intervino Eulalia con tono doliente—. ¿No sabes lo furioso que está el abuelo al enterarse de esto? Él no quiere que nos peleemos por una pequeñez así. Adelina, el abuelo siempre te ha querido mucho, lo sabes muy bien. Ahora, por favor, regresa a casa con nosotros. No querrás que él sufra por este asunto, ¿verdad?Al escuchar eso, Adelina sintió una tristeza aún más profunda.—¿El abuelo? ¿Recién ahora recuerdas que el abuelo podría sentirse herido? Si lo sabías, ¿por qué hiciste algo así? Eulalia, tenías muy claro que Nicanor era mi novio, ¿y aun así te atreviste a meterte con él? ¿Por qué entonces no pensaste en el abuelo y en su dolor?Adelina miró a su hermana con el corazón helado.—Eulalia, ¿no crees que est
Incapaz de aguantar más, Adelina soltó un fuerte gruñido, y entre lágrimas apartó los dedos de Nicanor de la puerta para luego empujarlo y gritarles lo que sentía:—¿La equivocada soy yo? ¿Les importo? ¡Par de hipócritas! Si les importara no estarían exigiéndome que les celebre su unión ante todos—y llamó a Nicanor—, Nicanor, si ya no me querías ¡pudiste decírmelo! Yo no iba a retenerte en contra de tu voluntad y tú Eulalia, te llenas la boca diciendo que eres mi hermana, pero eso te valió madre para meterte con mi novio. Es que si me lo dices antes, hasta te hubiese dejado el camino libre después de todo lo que te debo, ya que no te ha bastado con humillarme toda la vida.Al terminar de hablar, Adelina ya estaba empapada en lágrimas. No entendía por qué su propia hermana y el hombre a quien había amado durante tres años habían elegido una forma tan cruel de herirla.—¿Después de lo que hicieron, aún pretenden que ceda? ¿Quieren que le diga al abuelo que todo fue mi culpa? ¿Es que aca