Izan, por instinto, miró a Belisario, que parecía totalmente despreocupado, sin intención de intervenir. Entonces, Izan, con un ligero dolor de cabeza, se vio obligado a mantener su versión:—No hay ningún error, señorita Mendívil. Ese es el precio real.—¿En serio? —Adelina frunció el ceño con escepticismo. Ella no entendía mucho de antigüedades, pero no era tonta: las piezas de Reliquias del Tiempo no deberían costar una suma tan módica. Y considerando el criterio de Belisario, no cabía duda de que la pluma no era algo barato. Para Adelina, era imposible creerlo.A Izan le sudaban las sienes. Por dentro pensaba: «¡Claro que no es barato; en realidad es carísimo!» Pero no podía confesarlo y se limitó a soltar una risa incómoda:—Señorita Mendívil, quizá no lo sepa, pero nuestro señor suele adquirir antigüedades en esa tienda con regularidad, y cada compra vale una fortuna —explicó—. El dueño, que es bastante astuto, sabe cómo hacer negocios. Esta pluma, por ejemplo, no es gran cosa pa
—Quizá tengas razón, pero ya sabes lo que pasó el otro día. Eulalia fue a pedirle ayuda tantas veces y en todas terminó llorando. ¿Acaso Adelina es tan cruel? ¿Qué no es capaz de hacer? —rezongó Luisa, sin ocultar su irritación—. De todas formas, hoy no podemos arruinar nada. Mejor llámala y dile que su abuelo la extraña, que venga de inmediato.A Luisa le molestaba sobremanera la obstinación de Adelina, sobre todo tras la reacción de su suegro Valentín, quien exigía que, si Adelina no daba su beneplácito, no aprobaría la boda de Eulalia y Nicanor. Aquello sacaba de quicio a Luisa, pero reconocía que Valentín, a fin de cuentas, seguía siendo la cabeza de la familia Mendívil.—¡Está bien, está bien, ya sé qué hacer! —respondió Crisanto, claramente molesto. Con lo bien que lucía la boda de Eulalia y Nicanor, ¿por qué Adelina tenía que volver justo ese día a arruinarlo todo?Mientras tanto, Adelina, sin saber las intrigas que se cocían antes de su llegada, había elegido un vestido que con
Ciudad Jacaranda, en pleno otoño. Adelina Mendívil, recién salida del avión, tomó su equipaje y avanzó por la terminal del aeropuerto. Al cruzar las puertas, inhaló profundamente, llenándose los pulmones con esa sensación tan conocida que llevaba tanto tiempo sin experimentar.Había pasado un año entero representando a su compañía en el extranjero, capacitándose y trabajando sin descanso. Ahora, por fin, estaba de regreso.Dentro de unos días se cumplirían tres años desde que comenzó a salir con Nicanor Arciniega. Todo su esfuerzo, su dedicación sin límite de horario, habían sido para poder regresar antes de tiempo y sorprenderlo en su aniversario. La ilusión de verlo, de notar el asombro en sus ojos, hacía que su corazón palpitara con emoción.Tomó un taxi y se fue directo a la empresa de Nicanor. Apenas cruzó la puerta principal, Marta, la recepcionista, la miró con incredulidad.—¿Directora Mendívil? ¿Regresó? ¿Vino, especialmente, para la boda del CEO? —soltó con voz temblorosa.Ad
Sin aguantar un segundo más, Adelina salió corriendo del hotel. La imagen altiva y orgullosa que había mantenido adentro se desmoronó al cruzar la puerta: ahora las lágrimas le caían sin control, humedeciéndole las mejillas.De repente, un chillido agudo de llantas contra el asfalto la sobresaltó. Una camioneta negra se detuvo de golpe ante ella. Adelina, reculó, pero en el sobresaltó trastabilló y cayó al suelo.El chofer, nervioso, tragó saliva y miró al hombre en el asiento trasero:—S-Señor…El hombre que iba atrás —Belisario Arciniega— arqueó las cejas y sin un atisbo de alteración, miró por el parabrisas y ordenó:—Izan, baja a ver qué sucedió.—Sí, señor. —Izan Torres salió de inmediato, rodeó la parte delantera del vehículo y vio a la joven que se encontraba a unos dos metros del coche. Era una mujer con los ojos muy abiertos, asustada y en cuyo rostro, humedecido, se denotaba que había estado llorando.—¡Oh, señorita! —Exclamó Izan—. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita que la lleve
Adelina se retorció con desesperación, pero en su estado estaba demasiado débil y no distinguía el rostro del hombre que la sostenía.—¿Qué… qué quieres hacer? —logró preguntar con voz temblorosa.—¿Tú qué crees? Jejejeje —se burló al verla asustada—, pues cogerte. —El hombre, notando que Adelina ya no estaba consciente del todo, la sostuvo con descaro—. Ven, vamos a un lugar más divertido.Aun en su confusión, Adelina podía distinguir las intenciones siniestras de aquellos hombres. Estaba mareada y muy débil para defenderse. Desesperada, buscó ayuda con la mirada, pero nadie intervenía. Las luces, la música, las risas, todo parecía indiferente a su sufrimiento.Fue entonces cuando, entre la multitud, divisó una silueta acercándose. Sin pensarlo dos veces, Adelina reunió la escasa fuerza que le que le quedaba y se apartó a empujones a los tipos que la acosaban y corrió hacia el hombre que se le venía de frente. Se estrelló contra él con fuerza, aferrándose a su ropa.—Ayúdame —suplicó
En la azotea de El Umbral Azul, Belisario tenía una habitación privada. Entró con Adelina en brazos. Ella, presa de la incomodidad, se aferraba a él como un pulpo, sin la menor gracia. Le costó trabajo separarla de su cuerpo y, sin más rodeos, la arrojó al baño. Luego, respiró hondo y marcó un número.—Izan, trae hielo.Tras colgar, Belisario observó cómo Adelina intentaba salir de la tina y sin dudarlo la sentó y abrió la ducha fría. —¡No te muevas! —le ordenó.Belisario veía como la ropa húmeda se adhería al cuerpo esbelto de Adelina, haciéndolo apretar la mandíbula.En minutos oyó a Izan:—Señor, aquí está el hielo. —Espera —Belisario, cortante, lo detuvo—. Deja las cubetas ahí, y lárgate.Izan quedó sorprendido por la actitud de su jefe; hoy fuera de lo habitual totalmente, así que dejó las cubetas en la entrada y se marchó.Cuando Belisario se aseguró de que Izan se había ido, tomó los baldes de hielo y los metió al baño, sumergiendo luego a Adelina en el agua helada.Mientras e
—No importa quién soy yo, lo importante es que puedo ayudarte —respondió Belisario, acariciando un broche en su chaqueta y mirando fijamente a Adelina.Adelina se espeluscó, sintiendo que aquel hombre se traía algo entre manos.—No necesito tu ayuda.—¿En serio? Entonces, ¿por qué anoche viniste a ahogar tus penas en alcohol? Tu novio se convirtió en tu cuñado, tus padres no confían en ti, y ahora eres el blanco de todos los dardos. Señorita Mendívil, ¿no has visto la portada del diario de hoy?—Eso no tiene nada que ver contigo —Adelina apretó los dientes—. Agradezco que me hayas salvado anoche. —Se levantó, apartando las sábanas y buscando su ropa por la habitación sin encontrarla—. ¡Oiga, señor!—Belisario Arciniega —dijo él, apoyándose con elegancia en la pared y mirando con superioridad a una Adelina visiblemente nerviosa—. Ese es mi nombre.Adelina frunció el ceño al escuchar su nombre. Le sonaba familiar.—¿Qué relación tienes con Nicanor Arciniega?—Si digo que no tenemos ningu
¡Está loco! ¡Totalmente ido!—Belisario… —Adelina estaba alterada—. ¿Es que no entiendes? ¡No quiero casarme contigo! ¡No te conozco y mucho menos te amo!—¿A quién amas entonces? ¿A Nicanor? Pero ahora es tu cuñado —mencionó Belisario con crueldad—. ¿No me digas que aún quieres estar con él? —Con su dedo, volvió a acariciar la barbilla de Adelina—. ¿Mmm?Adelina apartó con brusquedad la mano de Belisario.—¿Y eso qué tiene que ver contigo? ¿Por qué insistes tanto en casarte conmigo? ¿No puedes elegir a otra?—Eres la primera mujer a la que no rechazo —soltó Belisario con naturalidad.—¿Qué dijiste? —Adelina se quedó atónita.Belisario apretó los labios y la soltó. Adelina no perdió tiempo y se alejó, aumentando la distancia entre ambos para sentirse más segura.Belisario, al darse cuenta de su acción, sonrió divertido.—La cosa es simple: anoche corriste a mis brazos y no me incomodó tu cercanía.Entrecerró los ojos, evaluándola.—¿Qué te parece si hacemos un trato?Adelina permaneció