Capítulo 5 - Cásate conmigo
—No importa quién soy yo, lo importante es que puedo ayudarte —respondió Belisario, acariciando un broche en su chaqueta y mirando fijamente a Adelina.

Adelina se espeluscó, sintiendo que aquel hombre se traía algo entre manos.

—No necesito tu ayuda.

—¿En serio? Entonces, ¿por qué anoche viniste a ahogar tus penas en alcohol? Tu novio se convirtió en tu cuñado, tus padres no confían en ti, y ahora eres el blanco de todos los dardos. Señorita Mendívil, ¿no has visto la portada del diario de hoy?

—Eso no tiene nada que ver contigo —Adelina apretó los dientes—. Agradezco que me hayas salvado anoche. —Se levantó, apartando las sábanas y buscando su ropa por la habitación sin encontrarla—. ¡Oiga, señor!

—Belisario Arciniega —dijo él, apoyándose con elegancia en la pared y mirando con superioridad a una Adelina visiblemente nerviosa—. Ese es mi nombre.

Adelina frunció el ceño al escuchar su nombre. Le sonaba familiar.

—¿Qué relación tienes con Nicanor Arciniega?

—Si digo que no tenemos ninguna relación, ¿me creerías? —Belisario respondió con otra pregunta.

—¿Crees que voy a creerte? ¿Te has acercado a mí con qué propósito? —Adelina lo miraba con recelo, convencida de que sus intenciones no eran limpias—. ¿Quieres usarme contra Nicanor?

—¿Contra él? —Belisario soltó una risa desdeñosa, observándola con burla—. ¿No crees que lo estés sobrevalorando demasiado?

Adelina sintió el aire escapársele al escuchar el tono arrogante de Belisario.

—Si no es para perjudicar a Nicanor, entonces no tenemos nada de qué hablar.

—Señorita Mendívil, ¿acaso no sientes rencor? —Belisario clavó la mirada en el rostro de Adelina—. ¿No odias haber sido herida por la gente más cercana a ti? ¿De verdad no lo odias?

—¿Qué es exactamente lo que pretendes? —respondió Adelina, cautelosa.

—Cásate conmigo —él curvó apenas los labios—. Yo puedo darte la felicidad que nadie más en el mundo podría alcanzar. —Se acercó con calma, acorralándola paso a paso, mientras Adelina retrocedía sin poder evitarlo.

El corazón de Adelina latía con fuerza. Al alzar la mirada, se topó con los ojos profundos y enigmáticos de Belisario. Se quedó absorta en esa mirada y Belisario, entrecerrando sus ojos, se inclinó hacia ella. La cálida respiración del hombre rozó la piel de su cuello, íntima y sugestiva, aunque sin rastro de ternura.

—¿Te gusta lo que ves? —murmuró él con voz baja y envolvente.

Adelina reaccionó con sobresalto ante aquella cercanía. La sensación que causó su respiración en el cuello, la perturbó, así que lo empujó con fuerzas, tambaleándose.

—¡Descarado! —le espetó, furiosa.

La mirada de Belisario se oscureció y en un instante estuvo frente a ella, sujetándola por los brazos en alto e inmovilizándola contra la pared y, con su mano larga, le levantó la barbilla haciéndola mirarlo a los ojos, entonces le susurró divertido.

—Esto sí que es descaro, ¿no crees?

—¡Suéltame! —exigió Adelina, molesta por esa cercanía tan invasiva. Su corazón se desbocaba sin su permiso—. No pienses que por haberme salvado debo casarme contigo. ¡¿En qué siglo crees que vives?!

—Veo que no quieres ser mi esposa —comentó Belisario, rozando con el pulgar la suave mejilla de Adelina.

La piel de ella era tersa, agradable al tacto. Con cierto tono juguetón, él continuó:

—¿Y ahora qué hacemos si ya me lo he propuesto? Cuanto más te resistas, más empeño pondré en casarme contigo.

—¿Por qué? ¡Ni siquiera nos conocemos! Además, sabes cómo está mi situación: sería una locura que alguien quisiera casarse con una mujer de mala fama como yo. ¿Estás loco?

Belisario frunció el ceño, claramente disgustado de que ella se menospreciara.

—Me llamo Belisario Arciniega.

—Ya sé cómo te llamas —gruñó Adelina, frustrada. Hablar con él parecía imposible.

—Tú sabes que soy Belisario Arciniega, y yo sé que te llamas Adelina Mendívil. ¿Ves? Ya nos conocemos —dijo él con naturalidad, su mirada deslizándose por el rostro de Adelina—. No te infravalores. No estás sola. A partir de ahora, me tienes a mí.

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