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Capítulo 6 - ¡Necesito una esposa!
¡Está loco! ¡Totalmente ido!

—Belisario… —Adelina estaba alterada—. ¿Es que no entiendes? ¡No quiero casarme contigo! ¡No te conozco y mucho menos te amo!

—¿A quién amas entonces? ¿A Nicanor? Pero ahora es tu cuñado —mencionó Belisario con crueldad—. ¿No me digas que aún quieres estar con él? —Con su dedo, volvió a acariciar la barbilla de Adelina—. ¿Mmm?

Adelina apartó con brusquedad la mano de Belisario.

—¿Y eso qué tiene que ver contigo? ¿Por qué insistes tanto en casarte conmigo? ¿No puedes elegir a otra?

—Eres la primera mujer a la que no rechazo —soltó Belisario con naturalidad.

—¿Qué dijiste? —Adelina se quedó atónita.

Belisario apretó los labios y la soltó. Adelina no perdió tiempo y se alejó, aumentando la distancia entre ambos para sentirse más segura.

Belisario, al darse cuenta de su acción, sonrió divertido.

—La cosa es simple: anoche corriste a mis brazos y no me incomodó tu cercanía.

Entrecerró los ojos, evaluándola.

—¿Qué te parece si hacemos un trato?

Adelina permaneció callada. Belisario caminó hasta el sofá y se sentó.

—Necesito una esposa, y tú resultas perfecta.

—¡Estás loco! —exclamó Adelina, indignada—. Señor Arciniega, si está mal de la cabeza, búsquese un médico.

—No necesitas darme una respuesta inmediata, Señorita Mendívil. Te doy tiempo para pensarlo. —Belisario tomó el teléfono y dio una orden. Al poco rato, Izan entró con una bolsa en la mano—. Señor, aquí está la ropa de la señorita Mendívil, tal y como pidió.

Con un leve gesto de la barbilla, Belisario indicó a Izan que le entregara la bolsa a Adelina. Aunque ella dudó un instante, terminó por tomarla y se metió al baño.

Para su sorpresa, la ropa le quedaba a la perfección, como si hubiese sido hecha a su medida. Incluso la ropa interior coincidía exactamente con su talla.

Al mirarse en el espejo, Adelina no pudo evitar maldecir en voz baja: “¡Pervertido!” Pero enseguida volvió a afligirse.

Había pasado un año fuera y, al regresar, su novio se había vuelto el prometido de su propia hermana. De víctima, la habían convertido en la tercera en discordia. Hasta su propia madre se había puesto del lado de su hermana.

Adelina abrió la llave del agua y se mojó el rostro con ambas manos, mordiéndose el labio con fuerza para evitar llorar.

Cuando salió del baño, Adelina había recuperado la compostura, aunque sus ojos enrojecidos la delataban. Belisario la miró de reojo.

—Señorita Mendívil, si después de pensarlo con calma decide contactarme, estaré a su disposición.

Le extendió una tarjeta de presentación. Adelina la observó con desconfianza y vacilación, sin saber si debía tomarla.

Belisario, viéndola dudar, se la puso en la palma de la mano.

—No rechaces la ayuda de alguien bienintencionado.

—¿Bienintencionado? —Adelina bufó para sus adentros. Seguro tenía otros planes.

Dirigió la mirada hacia la tarjeta. Al ver el nombre y el título que allí aparecían, se quedó pasmada.

—Tú…

Belisario alzó la mano y apartó con suavidad un mechón rebelde de la frente de Adelina. Ella aún estaba perpleja cuando él se marchó, dejándole una última frase flotando en el aire:

—Esperaré tu respuesta.

Adelina quedó inmóvil, contemplando la espalda de Belisario mientras salía.

“¡Belisario Arciniega!” Por eso le resultaba tan familiar el nombre.

En Ciudad Jacaranda, Belisario Arciniega era prácticamente alguien intocable. Era el mayor entre los llamados “Cuatro Grandes” de la ciudad, una figura legendaria de quien se contaban todo tipo de historias, pero que muy pocos habían visto en persona. Junto a Cayetano Velarde, era uno de los nombres que resonaban en cada rincón de la urbe.

Con razón miraba a Nicanor por encima del hombro. Seguramente, a los ojos de Belisario, Nicanor y su familia no eran más que insignificantes.

Adelina miró la tarjeta en su mano y la apretó con fuerzas. El nombre de Belisario Arciniega seguía retumbando en su cabeza, aferrándose a su mente sin querer soltarla.

¿Por qué un hombre tan poderoso, querría ayudar a alguien con una reputación arruinada? Adelina no encontraba una respuesta lógica y tampoco deseaba darle más vueltas. Guardó la tarjeta en su bolso, respiró hondo y salió de la habitación.

Una vez que Adelina se marchó, Izan apareció desde la esquina del pasillo. Miró la figura de Adelina alejándose y sacó su teléfono para llamar a Belisario:

—Señor, la señorita Mendívil ya se fue.

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