En medio del caos de un conflicto que lo arrasa todo, Jazmín Al-Badawi pierde no solo a su esposo, sino también el hogar y el futuro que construyeron juntos. Obligada a abandonar Palestina con nada más que una maleta y su determinación de sobrevivir, encuentra refugio en Sudáfrica, en casa de Hana, una prima lejana. En este nuevo y desconocido entorno, Jazmín se sumerge en una realidad diferente, marcada por la fragilidad de la vida y el inesperado consuelo de una familia que no sabía que necesitaba. Sin embargo, Hana guarda un secreto que podría unir a Jazmín con su devoto esposo, Imran, antes de su partida. Mientras Jazmín lucha por encontrar su lugar en un mundo destrozado, también debe enfrentarse a preguntas profundas sobre el amor, la lealtad y la posibilidad de un nuevo comienzo. ¿Podrá Jazmín reconstruir su vida sin traicionar los recuerdos de su pasado? ¿O encontrará en los inesperados caminos del destino la fuerza para aprender a vivir de nuevo?
Leer más—¡Mi niña apresúrate! ¡Ya no podemos tardar más!
—¡Oh por Alá! ¡Ya voy! El eco de las explosiones resonaba en la distancia mientras Jazmín se apresuraba a cerrar su maleta. Las manos le temblaban, pero no por el ruido, sino por lo que dejaba atrás. El estrecho departamento en Ramala, que había sido su refugio junto a Omar, ahora se sentía como una cárcel que la obligaba a enfrentar lo perdido. En cada esquina, los recuerdos estaban presentes: las risas compartidas, las caricias furtivas y los sueños que, aunque pequeños, habían sido todo para ellos. Dos años de matrimonio, y la guerra había destruido más que edificios. Se había llevado a su esposo, Omar, y con él, el futuro que habían soñado. Ahora, lo único que podía hacer era huir, llevar consigo los pedazos de su vida que cabían en una maleta y sobrevivir. Jazmín se posa frente a una enorme fotografía de ella y su esposo por última vez para darle una reverencia al difunto. —¡Jazmín, Jazmin! ¿Aún no terminas? —grita su ex vecina Fatima desde la puerta. Con un nudo en la garganta, Jazmín echó una última mirada al anillo de bodas que descansaba en su dedo. Era otro recuerdo que quedaba de Omar, un anillo simple, pero lleno de promesas que nunca se cumplirían. Se lo quitó lentamente, casi con reverencia, y lo guardó en un bolsillo interno de la maleta. No había tiempo para dudas. La guerra no esperaba, y ella tampoco podía permitirse mirar atrás. Cuando salió al pasillo, el olor a polvo y ceniza la envolvió. Era el olor de la destrucción, de la vida que había terminado aquí. Fatima la esperaba con los ojos llenos de compasión y una urgencia que no necesitaba palabras. Jazmín notó las grietas en el rostro de su vecina, marcas de noches sin dormir, de pérdidas propias. Nadie aquí estaba intacto. El edificio ya estaba vacío días atrás y solo ella se negaba en irse. —Tienes que ser fuerte, Jazmín —le dijo Fatima, tomándola por los hombros—. No mires atrás. —No voy a mirar —murmura Jazmin, aunque sus palabras sonaban huecas incluso para ella. Fatima la guió hacia un taxi que esperaba al final de la calle. Tenía indicaciones claras de parte de una prima lejana de Jazmín. "Debes hacer que aborde el taxi Fátima y acegurate que tome el vuelo". El conductor, un hombre mayor con las manos callosas, no dijo nada cuando las vio. Simplemente asintió y comenzó a cargar la maleta de Jazmin en el maletero. Las calles estaban desiertas, pero los ecos de los disparos y las explosiones no permitían olvidar que la ciudad seguía desmoronándose. El viaje al aeropuerto fue silencioso, salvo por las noticias que se filtraban desde la radio del conductor. Jazmín cerró los ojos, intentando bloquear las palabras que describían la devastación que había dejado atrás. No podía pensar en ello, no ahora. Si se permitiera sentir, se rompería, y no había tiempo para eso. Fátima la consoló como pudo, porque también ella había tenido la pérdida de sus dos hijos mayores en esa devastadora guerra. Fátima de encargo de que ella abordará al avión antes de volver a su hogar en otra ciudad. Cuando finalmente aterrizó en Sudáfrica, el contraste fue abrumador. La calidez del sol y la calma del aeropuerto parecían casi crueles. Jazmin sintió que el mundo seguía girando, ajeno a su dolor. Aferrándose a su maleta, buscó entre la multitud hasta encontrar a Hana, su prima lejana. Hana la esperaba con una sonrisa débil pero sincera, aunque sus ojos, hundidos por la enfermedad, revelaban una verdad que no podía esconderse: su vida casi llega a su fin. —Bienvenida, Jazmín —dijo Hana, abrazándola con una fuerza inesperada para alguien tan frágil. —Gracias por recibirme Hana. —Nada de dar las gracias, somos como hermanas. El abrazo de Hana fue lo más cercano al consuelo que Jazmín había sentido en casi un año. Se permitió cerrar los ojos por un momento, dejando que el calor de la familiaridad aliviara una pequeña parte de su corazón roto. En el camino a su casa, Hana le habló de las cosas cotidianas, del jardín que había cultivado y de los vecinos amistosos. Pero Jazmin apenas escuchaba. Sus ojos se centraban en el paisaje que pasaba rápido por la ventana, un mundo que le parecía extrañamente tranquilo. Sin embargo, no pudo evitar notar algo en los ojos de Hana, una mezcla de esperanza y resignación que le resultaba inquietante. No mencionó nada, pero un presentimiento comenzó a crecer en su corazón. Al llegar a la casa, fueron recibidas por Imran, el esposo de Hana. Era un hombre de rostro sereno, piel morena y una voz profunda que irradiaba calma, pero también algo más: una tristeza contenida que Jazmin reconoció al instante. Era el tipo de tristeza que se llevaba en silencio, como un peso que nunca se comparte. Jazmín quedó cautivada al instante por su cuerpo varonil, su piel oscura y sus facciones un poco toscas. Era una belleza muy peculiar. Sus ojos negros parecían desnudarla al instante, ella lo describió en ese instante como alguien exótico. No en el mal sentido de la palabra o los pensamientos. Jazmín amó a su esposo hasta el último momento y aún lo hacía. Pero a menos que se fuera ciega ¿Como no admirar la belleza de un hombre así? —Es un honor tenerte con nosotros —dijo Imran mientras le ayudaba con la maleta. —Hola Imran...el honor es también mío. Es un placer conocerte en persona. Imran sonríe y luego posa su atención en su esposa. —Hola esposa mía, debiste esperar que yo llegara, te hubiese acompañado—la besa. —No es nada, mi amor. No te preocupes, ya estamos aquí. No podía dejar esperando a mi prima. La casa estaba llena de detalles simples pero acogedores. Las paredes estaban decoradas con fotos familiares y pinturas hechas a mano, probablemente por Hana y Imran. Había algo reconfortante en el ambiente y una sensación de que había más de lo que se mostraba a simple vista. Hana había preparado una habitación de invitados para ella apartada de la habitación principal al fondo del pasillo, con sábanas frescas y una ventana que daba al jardín. Mientras se instalaba, Jazmin no pudo evitar notar una foto en la pared principal, era de Hana e Imran, juntos, sonriendo. Una pareja que parecía unida por algo más fuerte que el tiempo o las circunstancias. Pero incluso en esa imagen, Jazmin podía ver algo que no encajaba del todo, como si las sonrisas fueran más un acto de valentía que de verdadera alegría. Aquella noche, mientras se sentaba sola en la habitación, Jazmin pensó en la promesa que se había hecho antes de salir de Palestina: sobrevivir. Pero ahora, al mirar a través de la ventana hacia el cielo estrellado, comenzó a preguntarse si también podría aprender a vivir de nuevo. El silencio de la noche era abrumador, pero también llenaba el espacio con una calma inquietante, como si el universo esperara algo de ella. Mientras intentaba conciliar el sueño, las palabras de Hana resonaron en su mente: “Aquí siempre tendrás un hogar”. Jazmin quería creerlo, pero una parte de ella sabía que reconstruir su vida sería mucho más complicado que encontrar un techo. El dolor de lo perdido seguía latiendo en su pecho, y la incertidumbre del futuro se sentía como una sombra desgarradora. Lo que no sabía era que esa casa, con sus secretos y sus silencios, cambiaría su vida de formas que aún no podía imaginar. El amanecer en Sudáfrica trajo consigo una temperatura agradable, el imponente sol se alzó en el horizonte para saludar a Jazmín por la ventana. Por un instante, casi pudo imaginar que estaba de vuelta en Ramala, en el pequeño apartamento donde Omar solía despertarla con una taza de té caliente. Pero esa ilusión se desvaneció rápidamente, dejando solo el eco de un vacío que dolía en su pecho. Hana ya estaba despierta cuando Jazmin bajó las escaleras. La encontró en la cocina, sentada junto a la ventana con una taza de café entre las manos. Su delgadez era evidente incluso bajo el suelto vestido que llevaba, y sus ojos reflejaban un cansancio profundo que ninguna sonrisa podía ocultar. —Buenos días —saluda Jazmín, intentando sonar más animada de lo que sentía. —Buenos días, querida. ¿Dormiste bien? —pregunta Hana con suavidad, aunque su voz traicionó una preocupación subyacente. Jazmín asintió, pero ambas sabían que no era cierto. Hana no insistió. En cambio, se levantó lentamente y comenzó a preparar el desayuno, con sus movimientos lentos, pero precisos. —Imran salió temprano para el trabajo, pero volverá a la hora de la cena. Te dejaré descansar hoy, pero mañana quiero mostrarte el jardín. Hay algo especial en trabajar con las manos, ¿sabes? Es como si plantar flores pudiera sanar partes de uno mismo. Jazmín no responde de inmediato. Observa a su prima con atención, notando la forma en que sus manos temblaban ligeramente al colocar los platos sobre la mesa. —Hana, ¿estás bien? —pregunta finalmente, rompiendo el silencio. Hana se detuvo por un momento, con su sonrisa flaqueando antes de que se recuperara. —Estoy bien, Jazmin. Tengo días buenos y días no tan buenos, pero estaré bien. —De acuerdo...puedo ver el jardín después del desayuno. Aunque sus palabras eran tranquilizadoras, Jazmin no pudo ignorar la tristeza en su voz. Decidió no presionar más, pero el presentimiento que había sentido desde su llegada solo creció. Después del desayuno, Jazmin sale al jardín para tomar aire. El lugar era hermoso, con senderos bordeados de flores de colores vibrantes y árboles que se miraban con sombras acogedoras. Mientras caminaba, sus pensamientos volvieron a Omar, a los planes que nunca podrían realizarse y a la promesa que había hecho de sobrevivir. Perdida en sus pensamientos, no notó la figura que se acercaba hasta que una voz masculina la sobresaltó. —Disculpa, Jazmin ¿Que haces acá sola? Ella se volvió rápidamente, encontrándose con el hombre alto, de piel morena y ojos oscuros que la observaban con curiosidad. Llevaba ropa sencilla y un sombrero que lo protegía del sol, pero su porte era inconfundible. —Sí, señor. Salí a mirar el jardín ¿Y usted… quien es? —Soy Zaid, hermanastro de Imran. Hana me pidió que trajera algunos suministros para el jardín. Jazmín asintió, intentando disimular su incomodidad. Había olvidado cómo era interactuar con extraños, y la presencia de Zaid, aunque no era amenazante, le hacía sentir vulnerable. —Gracias por ayudar —dijo finalmente, aunque sus palabras sonaron tímidas incluso para ella. Zaid sonríe ligeramente y levanta una caja que llevaba consigo. —No hay de qué. Si necesitas algo, no dudes en pedírmelo. Estoy aquí para ayudar, preciosa. Jazmín no supo qué responder, así que simplemente asintió. No está acostumbrada a la forma de expresarse de la gente de ese país. Mientras Zaid se alejaba hacia la casa, ella no pudo evitar sentirse intrigada por su forma. Había algo en su manera de ser que la desconcertaba, una mezcla de amabilidad y sexapíl.Imran se deja caer en una de las sillas altas de la isla de la cocina mientras Zaid abría un par de cervezas.El ambiente estaba cargado de cien mil emociones, pero el alcohol ayudaba a aliviar un poco la tensión. Zaid toma un trago y mira a su primo con seriedad.—Escucha, hermano. No puedes seguir permitiendo que tu familia se meta en tu vida. Siempre van a interferir. Si realmente quieres estar con Jazmín, llévatela lejos. A ella y a la bebé. Puedes trabajar donde sea, no dependes de nadie. Yo te apoyo.Imran suspira, dándole vueltas a la botella en su mano. Sabe que su primo tiene razón. Nunca aceptarían a Jazmín, y cada día que pasara, encontrarían nuevas formas de hacerla sentir fuera de lugar.—Tienes razón —murmura, apoyando los codos en la encimera—. Nunca la aceptarán, y yo no pienso perderla. Gracias por traerla y comunicarte conmigo.Ambos continuaron conversando durante una hora más, compartiendo pensamientos y planes mientras las cervezas se vaciaban lentamente. En la ha
Desde la distancia, Amara Lía empieza a llorar en su carreola, como si sintiera la agitación de Jazmin.Jazmín cierra los ojos y se limpia las lágrimas rápidamente antes de acercarse a la niña. La toma en brazos y la acuna contra su pecho, tratando de calmarla.—No te preocupes, mi amor, estarás bien sin mí —le dice en un murmullo tembloroso.Mira la pequeña carita de la niña y un nudo se forma en su garganta.¿Está haciendo lo correcto? ¿Está huyendo sin escuchar a Imran? Pero el recuerdo de Noemí y su sonrisa petulante le devuelve la determinación.No piensa quedarse a esperar más mentiras. No puede volver a confiar en él.Con un último vistazo a la habitación, toma su maleta en una mano y la Nana toma a Amara Lía en las de ella. Salen de la habitación, bajando las escaleras con pasos apresurados.Al llegar a la puerta principal, la ama de llaves la mira con sorpresa.—¿Señora Jazmín? ¿Va a salir? ¿se va de viaje?—Sí. Necesito irme por un tiempo —responde sin dar más explicaciones—
Jazmín lo besa, mientras su respiración es cada vez más rápida, aferrándose a él con la misma pasión.—Imran...Cada beso, cada caricia parecía consumirlos más, borrando cualquier duda que hubiera quedado. Sus manos recorren los cuerpos del otro, buscando algo más, algo que sólo se podía encontrar en ese momento, en esa unión tan íntima.—Jazmin...El contacto de sus labios era suave pero lleno de urgencia, como si los dos intentaran acortar la distancia que los separaba del todo.Jazmín sentía sus dedos recorrer su piel, dibujando caminos invisibles, mientras sus labios responden con la misma ansia. Los besos se hicieron más profundos, mientras se adentra a lo más profundo de su interior, besos más pesados, más exigentes, como si cada uno le pidiera al otro algo que ya sabían que no podían evitar.Imran la acaricia con la delicadeza, pero al mismo tiempo con la firmeza de quien sabe lo que quiere. Jazmín cerró los ojos, dejándose llevar por el momento, sintiendo cómo su cuerpo respon
La fiesta terminó y los invitados regresaron a sus casas. Cuando la mansión quedó limpia y todos se habían retirado a sus habitaciones ella se quedó en la cocina con una botella de licor.Jazmín sintió cómo el ardor del whisky le bajaba por la garganta, pero no era suficiente para apagar el fuego que le quemaba por dentro. La rabia, la impotencia y la frustración la tenían al borde del colapso.Sentada en la encimera de la cocina, con una botella medio vacía a su lado, respiraba hondo tratando de calmarse, pero cada vez que recordaba la escena de Noemí sonriéndole a Imran y su suegro insistiendo en que la llamara, se le revolvía el estómago.En otro lado de la mansión, Imran, que tampoco podía dormir, bajó a la cocina en busca de agua. No esperaba encontrar a Jazmín en ese estado. Se detuvo en la puerta, observándola con el ceño fruncido.—¿Qué haces aquí a estas horas? —pregunta con tono severo—Te hacia dormida.Jazmín lo mira con una sonrisa sarcástica, levantando la botella, borrac
Jazmín camina con paso firme hasta la cocina con el pretexto de buscar algo, con su mente revuelta por un torbellino de emociones que no logra descifrar del todo.Sentía una punzada de molestia en el pecho, algo que no podía ignorar. Imran había estado demasiado atento a Noemi, y aunque se repetía a sí misma que no era su asunto, no podía evitar la incomodidad.Abre la nevera con más fuerza de la necesaria y saca una botella de agua. Da un largo trago antes de dejarla sobre la encimera con un golpe seco. Respira hondo, tratando de calmarse, pero su piel arde de irritación.—¿Por qué me molesta tanto? —murmura para sí misma, frunciendo el ceño.Imran, que había estado observándola desde la puerta sin que ella se percatara, notó su actitud. Jazmín siempre había sido una mujer de carácter fuerte, pero en ese momento había algo diferente en su postura. Su molestia no era una reacción cualquiera. Estaba celosa.El descubrimiento le causó una extraña mezcla de satisfacción y desconcierto. D
Jazmín entra con paso ligero pero con la mente llena de pensamientos a la mansión. Apenas cruza el umbral, su primer instinto fue preguntar por la bebé.—¿Dónde está la pequeña? —pregunta con una sonrisa cansada a la nana, quien le respondía desde la sala.—Acaba de dormirse, estuvo inquieta, pero ya está descansando —responde la mujer con tono amable, acomodando los juguetes de la niña.Jazmín asintió y suspiró con alivio. Era un consuelo saber que la pequeña dormía bien. Imran, por su parte, sacó su billetera y pagó a la nana por su tiempo. La mujer agradeció y salió de la casa tras recoger sus cosas.La ama de llaves apareció entonces, con su presencia siempre diligente y discreta.—¿Van a cenar, señor? Preparé algo ligero —pregunta con amabilidad.Imran negó con la cabeza rápidamente, sin siquiera dirigirle una mirada a Jazmín.—No tengo hambre —responde con frialdad.Jazmín, en cambio, sintió que aquellas palabras no eran más que una excusa. ¿Acaso Imran evitaba cenar para no ver
Último capítulo