Apenas salió de Reliquias del Tiempo, Adelina se dio cuenta de que todo había sucedido demasiado rápido. ¿No había ido ella a comprar un regalo? ¿Cómo terminó invitando a Belisario a comer… y sin tener aún su presente en mano?—¿En qué piensas? —preguntó él al notar que Adelina venía distraída detrás de él, y se detuvo en seco.Ella, que iba tan concentrada, casi se choca contra su espalda.—¡Ay! —murmuró, algo avergonzada—. Estaba pensando a dónde quieres ir a comer.Belisario entrecerró los ojos, en los que se dibujó una ligera sonrisa burlona.—Si tú eres la anfitriona, lo lógico es que elijas tú el lugar.Adelina vaciló un instante:—De acuerdo… siempre que no te incomode.Después de todo, Belisario pertenecía a una familia adinerada y, seguramente, estaba acostumbrado a restaurantes de lujo. Ella, en cambio, era de costumbres mucho más modestas. Pese a llevar el apellido Mendívil, nunca había gozado de los mismos privilegios que su hermana; desde pequeña, se había acostumbrado a v
El corazón de Adelina se agitó violentamente sin que pudiera controlarlo, y esa sensación desconocida la incomodó. Tragó saliva y se forzó a cambiar de tema:—¿Le gustaba comer en los puestos callejeros cuando era estudiante? A mí me encantaban. En la secundaria, mis amigas y yo salíamos de noche a buscar algo para cenar.Belisario alzó apenas las comisuras de los labios:—¿Trepaban la pared de la escuela?Adelina se sonrojó; parecía que Belisario había dado en el clavo. Pero no iba a admitirlo, así que negó con vehemencia:—¡Claro que no! Salíamos de forma totalmente legal, ¿sí?Su reacción fue tan apresurada que más bien parecía querer ocultar algo. Belisario se limitó a sonreír, sin insistir. Ella también guardó silencio, preguntándose por qué sentía que Belisario, en ese instante, distaba mucho de la idea que antes tenía de él.El lugar que Adelina había escogido para comer quedaba cerca de la Universidad J: solo había que cruzar la avenida, meterse por un callejón y listo. En sus
Belisario, con gesto imperturbable, negó con la cabeza.—No pasa nada. —Se quedó de pie, sin sentarse.Adelina lo miró durante un par de segundos y luego miró el banco vacío. Resignada, tomó una servilleta de papel y limpió la superficie. Por fin, se dirigió a él:—Ya está limpio, señor Arciniega.Belisario le lanzó una mirada significativa, como si comprendiera que ella pensaba que estaba disgustado por la falta de higiene del lugar.Adelina, sintiéndose un poco incómoda por aquella mirada penetrante, preguntó:—¿Qué sucede? ¿Preferirías que nos fuéramos a otro lado? Cerca de la universidad hay un restaurante bastante decente…Belisario, en lugar de contestar, se sentó de inmediato y esbozó una ligera sonrisa:—No hace falta. Aquí está bien.Adelina soltó un suspiro de alivio. Vio que la dueña del local se acercaba, y ella, al reconocer a Adelina, se sorprendió un poco:—¡Chica! Cuánto tiempo sin verte por aquí. ¿Hoy viniste con…? Uy, ¿este joven es tu novio?—No, en rea… —Adelina se
En realidad, la sopa no era tan espectacular; seguro que resultaba bastante sencilla para el paladar de alguien como Belisario, habituado a lujos. Pero Adelina no era muy exigente con la comida, y para ella este lugar tenía un aire de nostalgia. Así que se concentró en comer con rapidez, temiendo que pronto llegara la oleada de estudiantes hambrientos.—Deberíamos irnos ya —comentó en cuanto terminó su ración—. Se acerca la hora de la salida de clases, y esto se va a llenar en un santiamén.—De acuerdo —asintió Belisario, justo cuando sonaba su teléfono. Era Izan.—Señor, ya tengo listo el regalo de la señorita Mendívil.—Estamos cerca de la Universidad J —explicó Belisario, mirando de soslayo a Adelina—. ¿A dónde vas después?—A casa. No te preocupes, puedo esperar a que llegue tu asistente. Si estás ocupado, no pasa nada si te marchas primero —propuso Adelina con naturalidad.—No tiene importancia —repuso él. Entonces se levantó para pagar la cuenta. Adelina se apresuró a seguirlo.—
Izan, por instinto, miró a Belisario, que parecía totalmente despreocupado, sin intención de intervenir. Entonces, Izan, con un ligero dolor de cabeza, se vio obligado a mantener su versión:—No hay ningún error, señorita Mendívil. Ese es el precio real.—¿En serio? —Adelina frunció el ceño con escepticismo. Ella no entendía mucho de antigüedades, pero no era tonta: las piezas de Reliquias del Tiempo no deberían costar una suma tan módica. Y considerando el criterio de Belisario, no cabía duda de que la pluma no era algo barato. Para Adelina, era imposible creerlo.A Izan le sudaban las sienes. Por dentro pensaba: «¡Claro que no es barato; en realidad es carísimo!» Pero no podía confesarlo y se limitó a soltar una risa incómoda:—Señorita Mendívil, quizá no lo sepa, pero nuestro señor suele adquirir antigüedades en esa tienda con regularidad, y cada compra vale una fortuna —explicó—. El dueño, que es bastante astuto, sabe cómo hacer negocios. Esta pluma, por ejemplo, no es gran cosa pa
—Quizá tengas razón, pero ya sabes lo que pasó el otro día. Eulalia fue a pedirle ayuda tantas veces y en todas terminó llorando. ¿Acaso Adelina es tan cruel? ¿Qué no es capaz de hacer? —rezongó Luisa, sin ocultar su irritación—. De todas formas, hoy no podemos arruinar nada. Mejor llámala y dile que su abuelo la extraña, que venga de inmediato.A Luisa le molestaba sobremanera la obstinación de Adelina, sobre todo tras la reacción de su suegro Valentín, quien exigía que, si Adelina no daba su beneplácito, no aprobaría la boda de Eulalia y Nicanor. Aquello sacaba de quicio a Luisa, pero reconocía que Valentín, a fin de cuentas, seguía siendo la cabeza de la familia Mendívil.—¡Está bien, está bien, ya sé qué hacer! —respondió Crisanto, claramente molesto. Con lo bien que lucía la boda de Eulalia y Nicanor, ¿por qué Adelina tenía que volver justo ese día a arruinarlo todo?Mientras tanto, Adelina, sin saber las intrigas que se cocían antes de su llegada, había elegido un vestido que con
Ciudad Jacaranda, en pleno otoño. Adelina Mendívil, recién salida del avión, tomó su equipaje y avanzó por la terminal del aeropuerto. Al cruzar las puertas, inhaló profundamente, llenándose los pulmones con esa sensación tan conocida que llevaba tanto tiempo sin experimentar.Había pasado un año entero representando a su compañía en el extranjero, capacitándose y trabajando sin descanso. Ahora, por fin, estaba de regreso.Dentro de unos días se cumplirían tres años desde que comenzó a salir con Nicanor Arciniega. Todo su esfuerzo, su dedicación sin límite de horario, habían sido para poder regresar antes de tiempo y sorprenderlo en su aniversario. La ilusión de verlo, de notar el asombro en sus ojos, hacía que su corazón palpitara con emoción.Tomó un taxi y se fue directo a la empresa de Nicanor. Apenas cruzó la puerta principal, Marta, la recepcionista, la miró con incredulidad.—¿Directora Mendívil? ¿Regresó? ¿Vino, especialmente, para la boda del CEO? —soltó con voz temblorosa.Ad
Sin aguantar un segundo más, Adelina salió corriendo del hotel. La imagen altiva y orgullosa que había mantenido adentro se desmoronó al cruzar la puerta: ahora las lágrimas le caían sin control, humedeciéndole las mejillas.De repente, un chillido agudo de llantas contra el asfalto la sobresaltó. Una camioneta negra se detuvo de golpe ante ella. Adelina, reculó, pero en el sobresaltó trastabilló y cayó al suelo.El chofer, nervioso, tragó saliva y miró al hombre en el asiento trasero:—S-Señor…El hombre que iba atrás —Belisario Arciniega— arqueó las cejas y sin un atisbo de alteración, miró por el parabrisas y ordenó:—Izan, baja a ver qué sucedió.—Sí, señor. —Izan Torres salió de inmediato, rodeó la parte delantera del vehículo y vio a la joven que se encontraba a unos dos metros del coche. Era una mujer con los ojos muy abiertos, asustada y en cuyo rostro, humedecido, se denotaba que había estado llorando.—¡Oh, señorita! —Exclamó Izan—. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita que la lleve