Cuando Mary llega al pueblo tras la trágica muerte de sus padres, lo último que espera es convertirse en el centro del deseo enfermizo del hombre más poderoso de la región: Carlos Robles, hacendado respetado por todos y temido por muchos. Joven, ingenua y hermosa, Mary busca refugio en la hacienda donde trabaja su tía, sin imaginar que está entrando a una jaula de oro de la cual será casi imposible escapar. Carlos, un hombre ambicioso y manipulador, está decidido a hacerla suya a toda costa, sin importar las consecuencias. Ni el matrimonio, ni los ruegos, ni la inocencia de Mary lo detendrán. Lo que comienza como un simple capricho se transforma en una obsesión peligrosa que arrasa con todo a su paso: amores, lealtades, familias… e incluso la libertad. Mientras Mary lucha por sobrevivir, resistir y recuperar su dignidad, se enfrenta no solo al poder desmedido de un hombre que lo tiene todo, sino también a una red de silencios, traiciones y dolor. Pero en medio de la oscuridad, también florece la esperanza. La fuerza del amor propio, la maternidad y la sororidad podrían convertirse en su única salvación. “La Casa de las Rosas” no es solo una historia de amor prohibido y obsesión, es una batalla por la libertad, la justicia y la dignidad de una mujer que se niega a ser silenciada.
Ler maisAquel era, sin duda, un buen día para Carlos Robles, el poderoso y temido dueño de la hacienda Los Robles. Un hombre ambicioso, de esos que no conocen límites cuando se proponen algo. Carlos era experto en conseguir todo lo que deseaba, sin importar el precio ni los medios. Su fortuna no era precisamente fruto del trabajo honrado, sino de una astuta y calculada estrategia: enamoraba mujeres mayores, adineradas, las envolvía con palabras dulces y promesas vacías… y luego las dejaba, llevándose consigo su fortuna como único recuerdo.
Carlos era un hombre maduro, de estampa imponente. Alto, bien parecido, con un aire juvenil que desafiaba los años. Casado desde hacía quince años con Margaret, una mujer buena, sumisa y discreta, que le había dado dos hijas: Margarita y Marcela. Pero Carlos no la amaba; ella solo formaba parte del paisaje de su vida acomodada.
La hacienda Los Robles era su reino. En esas tierras fértiles se cultivaba café, plátano, soya… productos que abastecían buena parte de la región. Cientos de campesinos trabajaban para él, agradecidos por su generosidad. Porque sí, Carlos sabía cómo ganarse a la gente. Su lema era claro: "Si tienes al trabajador contento, dará su mejor esfuerzo". Les ofrecía fiestas interminables, con licor, música, regalos costosos. Había corridas de toros, peleas de gallos, caballos finos… El lujo y el poder se respiraban en el aire. Pero también sabían que, así como daba, también quitaba. Aquel que le fallara, podía perderlo todo... incluso la vida.
La imagen del "jefe" era intachable para muchos: hombre de negocios, patrón justo, padre de familia, generoso con los suyos. Sin embargo, en su fuero interno, Carlos se sentía incompleto. Algo le faltaba, algo que el dinero no podía comprar: un hijo varón. Un heredero que perpetuara su apellido, que compartiera sus pasatiempos, que fuera el reflejo de su poder.
Aunque Margaret le había dado dos hijas, él nunca le perdonó no haberle dado un varón. Y aunque sabía, en el fondo, que la culpa no era de ella, prefería echarle esa carga para justificar su desdén. Su anhelo se había convertido en una obsesión, y estaba decidido a buscar a la mujer adecuada para tener ese hijo que tanto deseaba.
En este escenario entra Michael Gallardo, un viejo amigo, su compadre y exadministrador de la hacienda. Michael había sido como un hermano, y bajo su gestión, los negocios prosperaron. Pero con los años, decidió independizarse y sembrar en sus propias tierras. Quería ser su propio patrón, soñaba con tener su propia fortuna. Sin embargo, la suerte no estuvo de su lado. Una dura sequía arrasó con sus cultivos, y sin un sistema de riego eficiente, perdió todo lo que había invertido.
Acudió a Carlos en busca de ayuda económica. Al principio, su amigo le prestó con gusto. Pero cuando las deudas se acumularon y Michael ya no pudo pagar, Carlos vio la oportunidad perfecta para ejecutar el plan que venía madurando en silencio.
Carlos era también el padrino de Michael hijo. Desde niño, el chico había crecido junto a las hijas de Carlos, en la misma hacienda. Era educado, atento, y tenía un cariño especial por su padrino, quien a su vez lo trataba como si fuera su propio hijo. En navidades y cumpleaños, los regalos eran desbordantes, y nunca le faltaba el dinero para sus estudios. Carlos se sentía realizado en la compañía del muchacho, aunque aquello solo intensificaba su dolor por no tener un hijo propio.
Ver a Michael disfrutar de su hijo le despertaba una envidia silenciosa. Una punzada amarga que crecía día tras día. Y fue entonces cuando Carlos decidió que había llegado el momento de hablar… y cambiarlo todo.
—¡Qué sorpresa, compadre! —exclamó Helena, al ver al jefe de Los Robles descender de su camioneta blanca, impecable como siempre. Su presencia en aquella vieja hacienda, ahora en ruinas, era tan inesperada como inquietante.
—Vengo buscando a Michael —dijo con su habitual tono calmado, mientras se quitaba los lentes de sol.
—Por favor, pase. Nos honra con su visita —respondió ella, sin imaginar que la sonrisa de cortesía de Carlos escondía una verdad que estaba a punto de sacudirles el alma.
Mientras caminaba por el terreno árido, Carlos observó con atención. Aquella hacienda que en otros tiempos había sido símbolo de trabajo y abundancia, ahora no era más que un retrato de la decadencia. Las plantas de café languidecían bajo el sol, y las vacas, escasas y famélicas, pastaban en un suelo sin esperanza.
Helena lo hizo pasar a la casa. Una silla vieja le fue ofrecida. El ambiente olía a necesidad.
—¿Qué le ofrezco de tomar, compadre? —preguntó Helena, apenada por la evidente pobreza que los rodeaba.
—¿Tienes whisky? —respondió Carlos, como si no se diera cuenta de la ironía de su pregunta.
Pero el trago no tardó en llegar. A pesar de todo, Michael aún conservaba una botella de su licor preferido. Porque para él, una copa de buen whisky valía más que una alacena llena. Carlos tomó el vaso entre los dedos, lo miró un momento con media sonrisa… La conversación que estaba por tener cambiaría el destino de ambos para siempre.
—No le haré daño a Mary, la amo —se apresuró a decir Carlos—. Quiero que entiendan que estamos juntos —se sentó junto a ella y le tomó las manos—. Hija, amo a tu madre. No la lastimaría ni lo permitiría. Solo dame la oportunidad de demostrar que he cambiado.—Yo no tengo problemas con eso. Solo quiero que ella sea feliz y, si lo es contigo, entonces está bien —respondió Isabel.—Gracias, hija —dijo Carlos, acercándose para besarle la frente.Isabel no se esperaba esa reacción de su padre. Luego él salió de la sala, visiblemente emocionado.Isabel se sentó junto a Mary, feliz.—Qué bien por ti, mamá. Me alegra verte así, que estés bien, que te sientas feliz.Juliana también compartió la alegría de Mary. Pero la armonía se rompió cuando Junior apareció repentinamente.—No quiero que mamá esté con él —dijo con tono tajante.—Tú no puedes decidir por ella. Si mamá es feliz con él, lo demás no importa. ¡Sigues actuando como un niño pequeño! ¡Busca tu propia felicidad y deja que los demás t
Junior estaba molesto con Mary. Marta le había dicho que ella se estaba quedando con su padre y que apenas se le veía por la casa. Decidió averiguar qué tan ciertas eran las palabras de Marta. Como pudo, llegó hasta la habitación de su padre. Llamó a la puerta y fue Carlos quien abrió.—¿Qué quieres? —preguntó Carlos, visiblemente fastidiado.—Buscaba a mi madre... pero ya veo que la está pasando muy bien —dijo Junior, con tono sarcástico.—Vete, Junior —continuó Carlos, ya enojado.—¿Por qué te acuestas con mi padre? ¿Acaso te gusta que te violen? —soltó Junior con rabia, mirando a Mary, quien se había cubierto con las sábanas.—¡No le hables así a tu madre! —gritó Carlos, tomándolo por el cuello de la camisa—. A Mary la respetas —exclamó, lanzándolo contra el piso.Mary se levantó de la cama, se había puesto una camisa de Carlos, que le quedaba bastante grande. Corrió hacia su hijo.—¡Ya basta, Carlos! —gritó. Intentó abrazar a Junior, pero él se apartó bruscamente.—¡No me toques!
—¿Cómo te sientes? —le preguntó.—Bien... pero no encuentro mi ropa —respondió sin mirarlo.—Te quiero sin ropa —dijo él, acercándose a ella. La atrajo hacia sí y acarició sus pronunciadas nalgas—. ¿Te lastimé? —susurró.—No —replicó Mary, bajando la cabeza.—Eres mi mujer —volvió a besarla con deseo. Una de sus manos buscó uno de sus pechos, lo tomó por completo y lo acarició suavemente. Le quitó la toalla que aún cubría su cuerpo, la levantó, y ella se aferró a él separando las piernas. Carlos comenzó a besarle los pezones, dedicándole tiempo a cada uno. Cayeron nuevamente sobre la cama, y sus bocas se encontraron con más hambre que la primera vez.Con urgencia, Carlos volvió a estar dentro de ella. Esta vez lo hizo con más fuerza. Sabía que a Mary le gustaba y que lo disfrutaba intensamente. Ella gritaba de placer, su cuerpo se arqueaba para recibirlo por completo. Aunque sentía dolor por la intensidad de sus embestidas, ese dolor se convertía en placer. Ambos estaban cerca del clí
—Gracias, has hecho muy buen trabajo. Voy a bañarme —dijo Carlos.Se mostraba extrañado por la presencia de ella y por su amabilidad. Mary salió de la habitación mientras él se bañaba, fue hasta la cocina y preparó un Omelette con vegetales, avena y cereal. Cuando regresó, Carlos ya se había vestido con unos jeans. Su camisa azul estaba desabotonada y dejaba ver su pecho cubierto de vello.Ella le ofreció la bandeja, y él la recibió. Mientras comía, Mary recogió el desorden y limpió todo con esmero. De pronto, su pie comenzó a dolerle; se sentó en la cama y lo tocó con cuidado. Carlos se preocupó y se acercó a ayudarla. Le quitó el zapato con delicadeza. Mary hizo un gesto de dolor. Él también le quitó el otro y comenzó a masajearle el pie lastimado.—Déjame amarte, Mary. Sé mi mujer, quítame este sufrimiento —le susurró acercando su rostro al de ella.Mary quiso levantarse para encontrarse con su boca. Él la besó, la levantó con ternura y la acomodó sobre la cama. Se posó sobre ella,
—Quiero besarte —susurró Carlos, sin darle a Mary tiempo para decidir. Se acercó a su rostro y la besó con deseo, un beso que, para su sorpresa, fue correspondido.—. Te necesito, Mary. —Besó su cuello, abrió su blusa y descendió hasta sus pechos. Pasó la lengua suavemente, haciendo que ella soltara un gemido de placer.—No, no... —replicó Mary con voz entrecortada.Carlos se detuvo, se puso de pie y la miró por un momento. Mary tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad. Estaba muy asustada, temiendo ser abusada nuevamente por Carlos.Él se disculpó en voz baja, buscó las llaves del auto y la levantó sin siquiera esperar a que dijera algo. La subió al coche sin mirarla, y ella tampoco lo miró. Carlos puso el motor en marcha y se alejó rápidamente de la hacienda, La Casa de las Rosas. Mary, en silencio, intentaba cerrar su blusa, cubriendo sus pechos con manos temblorosas.—¡No puedo pensar en nada que no seas tú, me estás volviendo loco! Mary, tú sabes que te amo, que te he am
Después de pensar en todo lo que había ocurrido, finalmente se quedó dormida. Al amanecer, salió muy temprano; quería correr un poco antes de empezar el día. Se alejó más de lo habitual y, sin darse cuenta, llegó hasta la entrada de la hacienda La Casa de las Rosas. Al ver el portón, sintió un escalofrío. Se asustó y quiso regresar de inmediato, pero con tan mala suerte que metió el pie en un hueco y se lesionó. El dolor era insoportable y le impedía caminar.No había nadie cerca que pudiera auxiliarla, y para empeorar las cosas, había comenzado a caer una ligera llovizna. Por suerte, siempre llevaba su teléfono móvil.—Carlos… necesito tu ayuda, por favor.—¿Dónde estás? ¿Qué te ha pasado?—Estoy en... —guardó silencio unos segundos—. En la entrada de La Casa de las Rosas.—¿Qué haces ahí? —preguntó Carlos, visiblemente preocupado, aún más al escuchar el nombre de ese lugar.—Salí a correr, pero metí el pie en un hueco. Me duele mucho. No puedo caminar.—Voy enseguida.Carlos, que ta
Último capítulo