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Capítulo 9 - ¡Eres mi hermana!
Incapaz de aguantar más, Adelina soltó un fuerte gruñido, y entre lágrimas apartó los dedos de Nicanor de la puerta para luego empujarlo y gritarles lo que sentía:

—¿La equivocada soy yo? ¿Les importo?

¡Par de hipócritas! Si les importara no estarían exigiéndome que les celebre su unión ante todos—y llamó a Nicanor—, Nicanor, si ya no me querías ¡pudiste decírmelo! Yo no iba a retenerte en contra de tu voluntad y tú Eulalia, te llenas la boca diciendo que eres mi hermana, pero eso te valió madre para meterte con mi novio. Es que si me lo dices antes, hasta te hubiese dejado el camino libre después de todo lo que te debo, ya que no te ha bastado con humillarme toda la vida.

Al terminar de hablar, Adelina ya estaba empapada en lágrimas. No entendía por qué su propia hermana y el hombre a quien había amado durante tres años habían elegido una forma tan cruel de herirla.

—¿Después de lo que hicieron, aún pretenden que ceda? ¿Quieren que le diga al abuelo que todo fue mi culpa? ¿Es que acaso su conciencia se la tragó un perro? —No solía ser una mujer dada al llanto, pero en ese momento el dolor y la indignación la abrumaban.

—¡Adelina! —Eulalia se cubrió el rostro con las manos y se hundió en el pecho de Nicanor llorando desgarradoramente—. ¿Por qué hablas así? Siempre has sido mi hermana más querida. Yo jamás quise lastimarte. ¿Ya olvidaste que, de niñas, cuando te secuestraron, yo te salvé? ¿Cómo puedes decir estas cosas?

—Sí, me salvaste la vida. ¿Y eso significa que debo vivir con la cabeza gacha ante ti para siempre? —replicó Adelina, con gran decepción—. ¡Váyanse! Ya les dije: hagan lo que quieran con sus vidas. Lo que te debía, Eulalia, lo considero pagado de una vez por todas.

Con un brusco movimiento, Adelina cerró la puerta. Apenas lo hizo, se dejó caer contra ella, resbalando hasta el suelo, exhausta. Afuera, el golpeteo de Eulalia y su voz lastimera sonaban como si la culpable fuera Adelina y no ellos. Luego escuchó las duras palabras de Nicanor:

—Adelina, me decepcionaste. ¡No pensé que fueras así!

Finalmente, el pasillo quedó en silencio. Adelina, sentada en el piso, se abrazó las rodillas y lloró un buen rato, hasta que exhausta y aún perdida, se levantó.

—La vida sigue, y no me dejaré vencer tan fácilmente.

De repente, su teléfono sonó y al ver quien era respiró profundo y luego respondió con naturalidad:

—¿Aló? ¡Abuelo! Sí, acabo de llegar… ¿Me extrañó?

—¡Niña tonta, mi niña tonta! —bufó Teodoro Ramírez del otro lado, con un suspiro de resignación—. Mañana regresa a casa, ¿entendido?

Mientras tanto, Eulalia y Nicanor, después de haber sido rechazados frente a la puerta, se miraron con rostros tensos. Él estaba sombrío, y Eulalia tampoco lucía mejor. Con cautela, ella le sujetó las mangas del saco, su mirada de víctima perfecta.

—Nicanor, ¿y ahora qué haremos? Adelina se niega a volver, el abuelo no aprobará nuestra boda así. Te lo dije, debimos hablar con Adelina desde el principio. Ahora debe odiarnos. Tú sabes cómo es ella, siempre tan fuerte de carácter, nunca le importan las apariencias. Nicanor, yo quiero estar contigo, no quiero separarme de ti.

Eulalia se arrojó a los brazos de Nicanor, llorando con una desolación que parecía auténtica. Nicanor frunció el ceño, acariciándole la espalda con suavidad para tranquilizarla. Cualquier pizca de culpa que hubiera sentido hacia Adelina se esfumó por completo.

—No te preocupes —dijo Nicanor con firmeza—, pase lo que pase, no dejaré que Adelina se salga con la suya. Nuestra boda cuenta con la aprobación de ambas familias, y aunque a tu abuelo no le agrade, no me importa. La familia Arciniega siempre te aceptará.

Ante esas palabras, Eulalia sonrió mientras abrazaba a Nicanor y, de puntillas, lo besó.

—Nicanor, te amo.

—Yo también te amo —respondió él, estrechándola con pasión.

Después de un largo momento, se separaron y Eulalia, con un brillo triunfante en la mirada, descansó su cabeza sobre el pecho de Nicanor, mientras pensaba:

—«Mírame Adelina, el hombre que amas ya es mío»

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