Oriana le pidió el divorcio a su esposo, luego de que le fuese infiel, y decidió aventurarse hacia un nuevo futuro. Renunciaría a un trabajo que odiaba y se dedicaría a la fotografía. Solo necesitaba una muestra impactante y estaba segura de haberla conseguido, cuando se adentró en un sombrío lugar donde la mafia hacía negocios. El problema es que fotografió algo que no debía y ahora depende de un ruso hosco, odioso y bruto para sobrevivir. Él es todo lo que ella debería temer. Peligroso, despiadado, diez años menor... Pero, entonces, ¿por qué no puede dejar de desearlo?
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Juré que nunca iba a dejar que me humillaran nuevamente, sin embargo, allí estaba. Sentada, tragándome mi orgullo, mientras escuchaba a mi esposo hablar sobre lo duro que era para él, dejar en el pasado a su amante.
Casi quería reír a carcajadas.
—Yo nunca quise herirte, Ori. Lo que ocurrió fue un error y ya no soporto la culpa. Prometí que nunca volvería a ponerme en contacto con ella —. Dijo Álvaro, mirándome a los ojos y no pude evitar reírme en su cara —. No sé qué más quieres de mí —bajo la vista y se concentró en sus manos.
Era realmente patético, sabía perfectamente que continuaba hablando con su amante y a pesar de que no pude decirlo, me agité, presa de la impotencia que me provocaba su descaro.
—¿Lo has cumplido? —Intervino Carolina, nuestra terapeuta, mirándolo sobre la montura de los anteojos.
Meneo la cabeza de forma casi imperceptible y una oleada de rabia me sacudió.
—No y no me siento orgulloso por ello —Tragó saliva —. Me resulta muy difícil, porque todavía tengo sentimientos muy fuertes por ella. Pienso constantemente en Noelia y sé que esto va a parecer una justificación retorcida, pero lo que hice, fue porque realmente me enamoré. Quiero controlarlo —se inclinó para cubrirse el rostro con las manos —. Es solo que no puedo. Quiero recuperar mi matrimonio, hacer lo correcto, aunque no puedo dejar de gravitar hacia ella…
«Era su asquerosa polla la que gravitaba hacia ella». Era muy descarado al hacerlo pasar por amor.
Lancé una carcajada estridente y ella anotó algo en su libreta. Siempre hacía eso cada vez que yo reaccionaba a alguna de las idioteces que decía mi esposo. Me daba igual, tenía todo el derecho del mundo a estar enojada.
—¿Realmente crees amarla? —Lo cuestionó con un tono paciente y me entraron ganas de vomitar —. Por lo que dijiste aquí cuando comenzamos con las sesiones, entiendo que fue una aventura. Mencionaste que compartieron solo un par de días completos. Nunca la has visto en sus malos momentos, enfadada, llorando con la cara hinchada, vulnerable, ni siquiera conoces sus manías. ¿No es posible que estés idealizando a Noelia?
Negó con la cabeza y deseé poder darle un puñetazo. Lo odiaba tanto que creí que verlo derrotado me haría feliz, no obstante solo me hacía sentir humillada.
Álvaro y yo, habíamos comenzado a asistir a terapia, luego de que lo pillase follando a mi compañera de trabajo, quince años menor que yo. Los encontré en nuestra propia cama. La que había pagado, mientras él, gastaba su miserable sueldo en la zorra que fingía escucharme cada vez que lloraba al contarle mis sospechas.
El día que lo descubrí, mi esposo no fue a trabajar porque se sentía fatal y al llegar a la oficina donde era directora de finanzas, vi que el cubículo de Noelia estaba vacío y también se encontraba con parte de enferma.
Bueno, desde hacía un tiempo sospechaba que Álvaro me era infiel. Había demasiadas señales como para ignorarlas.
Lo sentía cada vez más distante, llegaba tarde varias veces a la semana y había cambiado las contraseñas de todos sus dispositivos.
Aunque, honestamente, nunca los habría relacionado de no ser por la conveniente enfermedad que los afectaba a ambos.
Entonces, de pronto, las piezas encajaron justo frente a mis ojos.
Recordé que los cambios de Álvaro comenzaron justo un mes después de que llevé a Noelia a cenar una noche.
Debí haber adivinado que no podía confiar en alguien como ella. No solo se trataba de la clara diferencia de jerarquía que existía.
Eran las pequeñas banderas rojas que me advertían que no era de fiar.
Apenas si podía mantenerse con su sueldo de asistente contable y aun así estrenaba ropa de diseñador casi a diario, costosos perfumes y zapatos. No era buena con las finanzas, mi esposo le estaba dando lo que nunca me dio a mí.
Sus compañeras no la soportaban porque coqueteaba descaradamente con los contadores y analistas. Siempre se quejaban de ella y su actitud inapropiada.
Todo en su vida era desordenado, incluso su trabajo. Y siempre me decía de lo afortunada que era por tener un hombre como Álvaro a mi lado.
Aunque, ella solo tenía veinticinco, no imagine que se sintiese atraída por un hombre que podría haber sido su padre.
Por lo que al ver su espacio de trabajo vacío, todo cobró sentido para mí. Así que, corrí a casa.
Fue en ese momento en el que mi mundo se derrumbó a mi alrededor y no pude hacer nada para impedirlo.
Ya hacía tres meses desde ese día y nada parecía cambiar. Continuaba doliendo, quemando y desde hacía un par de sesiones, tenía la certeza de que estaba tirando mi dinero. No iba a poder superarlo. Nuestro matrimonio estaba terminado.
Quizás lo mejor era dejarlo y continuar con mi vida sin mirar atrás.
Él perdía más que yo. Sus ingresos como profesor eran apenas superiores a los de Noelia. Claro que a ella le pedí la renuncia y de continuar juntos, se las tendrían que arreglar con un solo ingreso. Además, tenía pruebas de su infidelidad y registro de como usó mis tarjetas en costosos regalos, escapadas y cenas. Solicitaría que me devolviese ese dinero.
Podía pedir el divorcio, y dejar que se las arreglasen por su cuenta. Ella pronto iba a descubrir que la vida cómoda que llevábamos la financiaba enteramente la mujer que engañaron sin ningún escrúpulo.
Amaba la fotografía y quizás podría empezar de cero en un nuevo lugar, con una nueva profesión.
Sin embargo, la idea de que ella ganase me detenía. No quería darle la satisfacción de que se quedase con mi marido, por muy inservible que fuera.
Cuando los descubrí, tuvo el morro de mirarme a la cara con suficiencia y decir que estaban enamorados.
«Sabes bien que no podemos controlar de quien nos enamoramos y él me ha dicho muchas veces que nunca antes nadie lo había hecho tan feliz como yo. Deberías superarlo y dejarlo ir, pasar página. Eso es lo que haría alguien con un poco de dignidad. ¿Tan poca cosa eres que prefieres quedarte con alguien que no te ama a estar sola?».
—¿Qué es lo que te resulta tan gracioso de lo que acaba de decir Álvaro? —Preguntó la terapeuta, dando un par de golpecitos en la libreta con la pluma para llamar mi atención. Por lo que me di cuenta de que estaba perdida en mis pensamientos —. Tal vez podrías intentar decirle como te sientes sobre lo que acaba de compartir.
—¿Cómo me siento? —Suspiré pesadamente, antes de continuar, reviviendo otra vez la vejación —. Jodida… —Sonreí con amargura —. Me siento terriblemente jodida —lo miré con los ojos llorosos y vi la culpa en ellos. Aunque no la suficiente como para sentirme mejor o para perdonarlo —. Quiero decir... Se cogió a mi amiga, ¡maldita sea! —Estallé en llanto —. Estoy cansada de escucharlo, decir que fue una equivocación y que se enamoró de ella porque cometió un maldito error. Como si la puta con la que se acostaba se hubiese caído por casualidad sobre su polla —. Comencé a alzar la voz —. No fue un puto descuido —. Lo miré a los ojos apretando los dientes —. ¡Tomó la decisión de engañarme! —Me levanté, sintiendo que el consultorio se había visto privado de todo el oxígeno de buenas a primeras —. Pudo pararlo cientos de veces y no lo hizo… —Jadee, llevándome la mano al pecho para calmar el dolor lacerante que lo atravesaba —Continuó hasta que lo descubrí tirándose a mi amiga en mi cama —. Otra vez, al recordarlo se sintió como si me clavasen un puñal en el estómago. Tal como esa mañana en la que lo vi sobre ella, enterrado profundamente en su interior.
No podía soportarlo más, nunca iba a poder quitar esa imagen de mi mente. Ni la sonrisa petulante de Noelia al saber que había ganado.
—Estás siendo muy dura conmigo —gimoteo Álvaro —. Solo intento poder expresar como me siento y el esfuerzo que estoy realizando para que esto funcione.
—¡¿Esfuerzo?! —Aullé —. ¿Es un esfuerzo sentarte allí dos veces por semana a decir frente a mí lo mucho que extrañas a tu amante? —Se puso pálido y Carolina intentó calmarme.
—Creo que deberíamos dar por terminada la sesión.
—No —la detuve, apuntándola con el dedo —. Puesto que soy quien paga las sesiones, voy a ser yo quien decida cuando termina.
—¿Tienes algo más que agregar? —Preguntó con vos suave. Me trataba como si estuviese loca y probablemente tenía razón.
—Sí, quiero decir algo más —intenté controlar el temblor que afectaba mi voz—. Parece que no puedes olvidarte de la puta con la que me pusiste los cuernos —forcé una sonrisa —, que ella es demasiado perfecta, mientras yo soy la vieja bruja que no te deja ser feliz —. Abrió la boca para decir algo, pero no lo dejé —. Pues bien, eres libre para buscar tu felicidad con esa pequeña zorra y asumir el precio por tus acciones. Ve a vivir con ella, porque no vas a volver a pisar mi casa. Seguramente, estará feliz de tener alguien que se haga cargo de su alquiler, ahora que está desempleada y nadie va a contratarla al ver el motivo de su despido —. Lo vi ponerse pálido como un papel.
—Estás siendo muy mezquina —sollozó.
—Mezquina —repetí —. Los adúlteros no pueden pedir o exigir que se los trate con amabilidad. ¿Sabes qué? —Tomé mi bolso y por el rabillo del ojo, vi como la terapeuta sonreía de forma casi imperceptible —. Quiero el puto divorcio, Álvaro, y que seas muy feliz con tu zorra.
OrianaEl espejo temblaba. O tal vez era yo.Me di la vuelta lentamente. Su figura se alzó frente a la puerta cerrada como una sombra que acababa de materializarse. Más alto, más imponente… más letal de lo que recordaba. Pero eran sus ojos lo que me paralizaban. Ardían igual que en la fotografía. Igual que cada vez que estábamos juntos.—Sal de aquí —susurré, aunque mi voz no tenía fuerza—. No deberías haber venido, Stephan — jadeé sofocada por su presencia.Él no respondió enseguida. Caminó hacia mí, con paso lento, preciso. Y me sostuve del lavabo, como si el mármol frío pudiera sostenerme.—Me disparaste para deshacerte de mí —dije al fin, clavándole la mirada—. Me dejaste sangrando, desapareciste y luego te casaste con otra, mientras sabías que me estaba muriendo por dentro. Cuando fui a buscarte, le pediste a tus hombres que me sacaran a rastras si era necesario. ¿Y ahora qué? ¿Vienes a ver qué quedó de mí?—No toqué a Isabella —dijo, seco, firme—. Ni una sola vez en estos dos añ
OrianaLa exposición estaba abarrotada. Voces suaves flotaban entre las paredes blancas, se mezclaban con el sonido de copas de cristal y pasos lentos sobre el mármol. El aire olía a vino caro, perfumes costosos y dinero.Todos fingían tener verdadero interés artístico, aunque en el fondo solo querían ser vistos. Parecer más cultos, chic o interesantes.Era la artista de moda y mi agente decía que iba a ganar una fortuna. Y eso era lo que quería, lo que siempre soñé, ¿cierto?Entonces, no comprendía por qué me sentía tan mal.Me detuve frente a la pieza central. Una imagen en blanco y negro, sobredimensionada de esa mirada de hielo que tantas noches lloré.Los ojos de Stephan se habían convertido en la pieza central de mi colección. Ocupaba toda una pared. No una fotografía común. Era una de esas tomas que había capturado en la cabaña, cuando aún creía que existía una posibilidad de que me amase. Cuando me permitía amarlo sin pensar en mañana.Él me había enviado mi cámara con las tar
Parte dos:Los monstruos también aman.“—¡Día odioso en que recibí la vida! —exclamé con agonía—. ¡Maldito creador! ¿Por qué creaste un monstruo tan horrible que incluso tú me rechazaste con asco? Dios, compadecido, creó al hombre hermoso y atractivo, a su imagen; pero mi forma es un repugnante ejemplo tuyo, más horrible, incluso por su misma semejanza. Satanás tenía a sus compañeros, demonios, que lo admiraban y lo animaban; pero yo soy un solitario y aborrecido Frankenstein”. Mary Shelley, Frankenstein----------------------♡♡♡-------------------------------StephanLa ciudad se extendía bajo mis pies y desde el ventanal de mi despacho, Daimōn parecía dormida, pero yo sabía que nunca descansaba. Que siempre estaba alerta y con malas intenciones. Como yo.El mármol negro bajo mis botas reflejaba el fuego de la chimenea encastrada en la pared. Había silencio, ese silencio espeso que precede al desastre. Solo se podía oír el crepitar de las llamas y mi respiración pesada.Las cámaras
StephanDaimōn olía a lluvia sucia, pólvora y hierro oxidado.La ciudad que nunca dormía. Pulsaba como el corazón de monstruo aletargado. Revolcándose en su propio veneno, con las tripas abiertas al cielo y los ojos fijos en la oscuridad. Y esa noche, bajo las sombras alargadas, me entregaba su corona. No por herencia. No por lealtad. Si no porque había aplastado a todos los que se interpusieron en mi camino.A lo lejos, el Zolotoy Ad aún humeaba. Las torres de mármol blanco, las cúpulas doradas, las esculturas de dioses rusos y ángeles rotos, todo se alzaba como una carcasa vacía. Un templo profanado. Había sangre en los vitrales, Las cortinas de seda eran cenizas y los cadáveres en los jardines de piedra comenzaban a desvanecerse como una pesadilla al amanecer.Sergei y Yuri ya no respiraban. Y aunque algunos de los sobrevivientes estaban en sus casas y los muertos en sus tumbas, el eco de sus gritos seguía rebotando entre las columnas.Todavía sentía la máscara contra la piel, pega
Stephan Nadie me reconocía; sin embargo, todos podían sentir algo. Un escalofrío en la espina, un pequeño estremecimiento provocado por una grieta en el aire. Una perturbación en el ambiente, similar a la que podría causar un espectro, atravesando la multitud. Una promesa de destrucción y sangre.La muerte roja.Yuri estaba riendo con un ministro extranjero. Sergei se encontraba en lo alto, en su trono improvisado, rodeado de guardaespaldas y modelos drogadas que bailaban de forma sensual a su alrededor.Entonces, me detuve en el centro de la multitud, abrí el esmoquin sin prisa, saqué la pistola y disparé.Sin preámbulos, sin pensarlo.El sonido cortó la música como un cuchillo sobre seda.La orquesta se detuvo bruscamente y cuando volví a apretar el gatillo, los gritos comenzaron y el infierno se desató.Los míos disparaban desde los balcones. Uno de los tiradores se llevó por delante a un guardaespaldas de Sergei con una puntería quirúrgica. Otro de mis hombres voló una de las sal
“Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía, manchadas de sangre, y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo”. La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe.════ ⋆☆⋆ ════StephanEl auto se detuvo frente al palacio, donde se celebraría la Noche del Zhar-Ptitsa.Era el evento más exclusivo y temido del submundo criminal ruso. Una vez al año, Sergei abría las puertas de su imperio a los jefes, aliados y posibles enemigos de la Bratva. Su objetivo era simple: recordarles a todos quién estaba en la cima. Quién daba las órdenes y podía destruirte de la forma más cruel y dolorosa que te fuese posible imaginar.Sergei era la muerte roja para todos los que bailaban al compás
Último capítulo