Capítulo 2 - El Umbral azul
Sin aguantar un segundo más, Adelina salió corriendo del hotel. La imagen altiva y orgullosa que había mantenido adentro se desmoronó al cruzar la puerta: ahora las lágrimas le caían sin control, humedeciéndole las mejillas.

De repente, un chillido agudo de llantas contra el asfalto la sobresaltó. Una camioneta negra se detuvo de golpe ante ella. Adelina, reculó, pero en el sobresaltó trastabilló y cayó al suelo.

El chofer, nervioso, tragó saliva y miró al hombre en el asiento trasero:

—S-Señor…

El hombre que iba atrás —Belisario Arciniega— arqueó las cejas y sin un atisbo de alteración, miró por el parabrisas y ordenó:

—Izan, baja a ver qué sucedió.

—Sí, señor. —Izan Torres salió de inmediato, rodeó la parte delantera del vehículo y vio a la joven que se encontraba a unos dos metros del coche. Era una mujer con los ojos muy abiertos, asustada y en cuyo rostro, humedecido, se denotaba que había estado llorando.

—¡Oh, señorita! —Exclamó Izan—. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita que la llevemos a un hospital?

Adelina, después de unos segundos reaccionó. Aturdida aún y en silencio se levantó, rechazando la ayuda de Izan e intentando alejarse.

Izan se extrañó de su actitud:

—¿De verdad está bien? ¿No prefiere que…?

—Yo… estoy bien, de verdad —insistió Adelina. Como ida, echó un vistazo a la lujosa camioneta negra frente a ella, sentía que alguien allí la miraba y eso la incomodaba. Frunció el ceño, nada a gusto con esa sensación, y se marchó cojeando ligeramente, sin volver la vista atrás.

Izan la observó alejarse, algo perplejo. Quiso detenerla, ofrecerle ayuda nuevamente, pero al ver cómo ella huía de la situación casi como si él fuera la peste, se encogió de hombros, sin saber qué más hacer.

Regresó al vehículo y encontró a Belisario mirando por la ventanilla, con la vista clavada en la figura que se alejaba.

—Señor, ya hemos llegado al hotel. ¿Desea que entremos ahora o prefiere bajar aquí? —preguntó Izan, con el tono respetuoso y sereno de siempre.

El hombre en el asiento trasero no dijo nada, así que Izan no se atrevió a tomar la iniciativa.

Mientras la esbelta silueta de aquella mujer se perdía a lo lejos, Belisario retiró la mirada y sonrió.

—Regresemos.

Izan se mostró sorprendido.

—Pero, señor, hoy es el…

Ni siquiera terminó la frase; una mirada afilada de Belisario bastó para callarlo.

—Si ya terminó el espectáculo, ¿para qué entrar ahora? —Dijo Belisario en tono enigmático y agregó—. Izan, cada día estás más lento.

***

El Umbral Azul era el centro de entretenimiento más grande de Ciudad Jacaranda. Al caer la noche, sus luces brillaban con intensidad, la música retumbaba hasta el amanecer. Como solía decir su amiga Diana García, cuando la noche está oscura y el aire invita al desenfreno, este era el lugar ideal para divertirse.

Adelina, que normalmente detestaba ese tipo de sitios, ahora se encontraba apoyada en la barra bebiendo copa tras copa, mientras observaba a su alrededor las siluetas difusas de personas que iban y venían.

—Oye, preciosa, ¿estás sola?

Una mano se posó sobre el hombro de Adelina y la rozó de forma indebida. Adelina se estremeció y apartó con disgusto aquella mano.

—¡Lárgate! —rezongó molesta.

El hombre miró a su compañero y sonriendo malicioso exclamó:

—-¡Vaya, vaya… qué carácter! Pero ya ese truco me lo sé, ustedes las mujeres piden siempre lo contrario de lo que quieren y tú ahora mismo te mueres porque me acerque…

Mientras hablaba, el hombre se inclinó para intentar besarla. Adelina, horrorizada, lo empujó y se puso de pie, pero se sintió mareada y sacudió la cabeza.

—¿Qué parte de “lárguense” no entienden? —balbuceó, sintiendo que las piernas apenas la sostenían.

Intentó alejarse a tropezones, pero no llegó muy lejos. El hombre la sujetó, aprovechando la ocasión para rodearle la cintura con un brazo.

—Mira nada más… dices que no, pero tu cuerpo dice otra cosa —soltó, burlón.

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