Capítulo 10 - La Visita
Adelina, aunque durmió toda la noche, aun se sentía cansada y, al mirar su rostro demacrado y sus ojos hinchados, se echó abundante agua fría hasta que se vio color en las mejillas.

Entonces se apoyó con las manos en el lavabo y contempló su reflejo con tristeza.

—Adelina, ¡reacciona! No hay obstáculo que no puedas superar —se dijo a sí misma, intentando infundirse valor.

Enseguida comenzó a maquillarse hasta no asegurarse de haber cubierto todo rastro de abatimiento. Sintiendo un leve alivio, atendió la llamada de su abuelo, Teodoro, que aparecía en la pantalla del teléfono. Adelina frunció ligeramente el ceño, pero contestó sin dudar:

—¿Aló, abuelo? ¿Pasa algo?

—Te pedí que vinieras hoy, ¿no lo has olvidado, verdad? —Se oyó la voz de Teodoro al otro lado de la línea. Aunque era ya un hombre mayor, su tono seguía firme y enérgico, una cualidad que podía atribuirse a sus largos años dando clases frente a un alumnado.

Adelina se quedó un instante pensando.

—Abuelo, yo… bueno, está bien, iré, ¿de acuerdo?

Miró el teléfono con cierta preocupación antes de soltar un leve suspiro, se puso el bolso al hombro y salió de su departamento. Había pensado en ir a trabajar, pero considerando todo lo que había ocurrido recientemente, cambió de planes. Primero pasó por el supermercado cercano a comprar algunas cosas, y luego se dirigió a la casa de su abuelo.

Durante su año entero en el extranjero, capacitándose para su trabajo, apenas había regresado ni visto a su familia. Solo había tenido contacto con Teodoro a través de breves llamadas ocasionales. Ahora que estaba frente a la puerta, se sentía un poco nerviosa. Fue la ama de llaves, Pilar Gómez, quien salió a recibirla.

—Ya llegó la señorita Adelina. ¿Y por qué no ha entrado? Venga.

Pilar la tomó de la mano y la llevó adentro, sonriendo. Antes de soltarla, le comentó:

—El señor Teodoro tiene visita hoy.

—¿Visita? —Adelina levantó una ceja—. ¿Qué visita? El abuelo no me había dicho nada…

No terminó la frase cuando escuchó la voz de Teodoro desde la sala:

—¡Oye, Beli, tanto tiempo sin visitarme, ¿acaso estás demasiado ocupado?

Adelina, cargando los paquetes, levantó la cabeza y divisó la figura de un hombre sentado de espaldas en la sala, despertando su curiosidad.

—¿Adelina ya llegó? —Teodoro se giró y sonrió al verla con tantos paquetes mientras le decía—. ¡Mira nada más! Solo dije que vinieras, no hacía falta que trajeras nada, pero tú siempre tan detallista.

Adelina, finalmente dejó que Pilar se encargara de los paquetes mientras oía al abuelo llamarla—: ¡Ven aquí, déjame verte!

Ella se cambió los zapatos por las pantuflas de casa y corrió hasta aferrarse, cariñosamente, al brazo de Teodoro.

—¡Abuelo, cuánto tiempo sin verte! ¡Te extrañé muchísimo! —dijo toda mimosa—. ¿Y tú, me extrañaste?

—¡Ay, esta chica! —Teodoro le dio un suave golpecito en la frente, con cariño—. ¡Mira cómo te comportas! ¿No ves que tengo un invitado?

Teodoro tomó la mano de Adelina y se la llevó hasta donde estaba su invitado.

—Déjame presentarte a mi nieta, Adelina Mendívil. Adelina, este es un antiguo alumno mío, Belisario Arciniega.

La mirada atónita de Adelina la delató al instante y exclamó sin pensar:

—¿¡Tú qué haces aquí!?

Belisario se volvió a mirarla, su rostro refinado e impecable. Enseguida posó sus ojos en Adelina, quien se erizó al sentir su mirada tan expresiva.

—Señorita Mendívil, ¡qué gusto verla!

Teodoro arqueó una ceja, observándolos con curiosidad, como si estuviera calculando algo.

—¿Ya se conocían?

Al notar la mirada especulativa de su abuelo, Adelina se puso nerviosa y sonrió torpemente.

—Ja, ja… sí, nos vimos una vez. Tuve un pequeño percance y él me ayudó, ¿verdad, señor Arciniega?

Adelina le lanzó una mirada suplicante a Belisario, dándole a entender que no dijera nada comprometedor. Él recibió el mensaje y sonrió mientras comentaba:

—Exacto, coincidimos hace poco. Veo que ahora luce mucho mejor; parece que ha superado el mal trago, ¿no es así?

Adelina, molesta, lo miró entre pestañas y pensó: «¡Este cabrón!»

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