Tras el brutal asesinato de su prometido, Bianca Moretti, la hija del infame capo de la mafia italiana, debe tomar las riendas de un imperio marcado por la violencia, las traiciones y los secretos. Convertida en la líder de la familia Moretti, su vida da un giro inesperado cuando el hombre en quien confiaba, su guardaespaldas y hombre de confianza, Luca De Santis, se convierte en su mayor enemigo. Él juró protegerla, pero las lealtades se quiebran cuando las sombras del pasado salen a la luz. Bianca debe enfrentarse a la creciente amenaza de enemigos dentro y fuera de su organización, mientras lucha con sus propios sentimientos hacia Luca. Entre pasiones prohibidas, lealtades divididas y una guerra interna de poder, Bianca debe decidir qué está dispuesta a perder para mantener el control de su imperio… y su corazón.
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El vestido negro de Bianca Moretti se adhería a su cuerpo como una segunda piel mientras el viento frío de Milán azotaba su rostro. Las gotas de lluvia caían implacables sobre el cementerio, mezclándose con las lágrimas que se negaba a derramar frente a los presentes. Su mirada, fija en el ataúd de caoba que descendía lentamente hacia las entrañas de la tierra, permanecía impasible, casi glacial. Dentro de ese féretro yacía Gianni Rizzo, su prometido, el hombre que debía convertirse en su esposo en menos de tres meses.
Ahora solo quedaban flores, condolencias vacías y un anillo de compromiso que pesaba como plomo en su dedo anular.
A su lado, Salvatore Moretti, su padre, mantenía una mano firme sobre su hombro. A sus sesenta y dos años, el patriarca de la familia Moretti seguía imponiendo respeto con su sola presencia. Las canas en sus sienes y las arrugas en su rostro no habían disminuido el temor que inspiraba en los círculos más oscuros de Italia.
—Es hora de irnos, _figlia mia_ —susurró Salvatore cuando la ceremonia concluyó.
Bianca asintió mecánicamente. Sus tacones se hundían en el barro mientras caminaba entre las tumbas, escoltada por cuatro hombres de traje negro que escaneaban constantemente los alrededores. Entre ellos, Luca De Santis, su guardaespaldas personal desde hacía cinco años, caminaba dos pasos detrás de ella, su mirada atenta a cualquier movimiento sospechoso.
El trayecto a la mansión Moretti transcurrió en un silencio sepulcral. Bianca observaba las calles de Milán a través de los cristales blindados del Maserati, sintiendo que la ciudad que la vio crecer ahora le resultaba extraña, hostil. Las imágenes de Gianni desplomándose en medio del restaurante, su camisa blanca tiñéndose de rojo mientras los comensales gritaban y corrían, se repetían en su mente como una película macabra.
Tres disparos. Certeros. Profesionales. En medio de una cena que debía ser una simple celebración del compromiso con los principales capitanes de la familia.
Al llegar a la mansión, los hombres de seguridad abrieron las puertas del vehículo. Bianca descendió con elegancia estudiada, años de educación aristocrática manifestándose incluso en los momentos más oscuros. La residencia Moretti, una imponente construcción neoclásica en las afueras de la ciudad, parecía más sombría que nunca.
—Necesito hablar contigo —dijo Salvatore mientras cruzaban el vestíbulo de mármol—. En mi despacho. Ahora.
Bianca siguió a su padre por los pasillos adornados con pinturas renacentistas y antigüedades que habían pertenecido a la familia durante generaciones. El despacho de Salvatore, un santuario de madera oscura, libros encuadernados en piel y el persistente aroma a tabaco cubano, siempre había sido el corazón operativo del imperio Moretti.
—Siéntate —ordenó Salvatore, sirviéndose un whisky sin ofrecerle uno a ella. Sabía que su hija no bebía en momentos de crisis—. Lo que pasó con Gianni no fue un accidente ni un ataque de una familia rival.
Bianca levantó la mirada, sus ojos color ámbar endureciéndose.
—¿Qué quieres decir?
—Fue una traición interna —Salvatore dio un sorbo a su bebida—. Alguien de nuestra familia ordenó el asesinato.
El aire abandonó los pulmones de Bianca. Sus manos, perfectamente manicuradas, se tensaron sobre el reposabrazos de la silla.
—¿Quién? —preguntó con una voz que no parecía la suya, más grave, más peligrosa.
—Eso es lo que debemos averiguar —Salvatore se acercó a la ventana, observando los jardines donde guardias armados patrullaban bajo la lluvia—. Pero hay algo más importante que debemos discutir primero.
Bianca esperó, sintiendo que el mundo a su alrededor se transformaba con cada palabra de su padre.
—Gianni iba a ser mi sucesor —continuó Salvatore—. Con su muerte, la estructura de poder ha cambiado. Tus primos ya están moviéndose, buscando posicionarse.
—¿Y qué esperas que haga? —preguntó Bianca, aunque ya intuía la respuesta.
Salvatore se giró para mirarla directamente, sus ojos idénticos a los de ella, penetrantes y calculadores.
—Que tomes lo que te pertenece por derecho. El imperio Moretti.
Un silencio denso se instaló entre ellos. Bianca siempre había sabido que formaba parte de una de las familias más poderosas de la mafia italiana, pero su papel había sido cuidadosamente diseñado: la hija educada, la prometida perfecta, la fachada respetable para los negocios legítimos. Nunca la heredera. Nunca la _capo_.
—Papá, sabes que yo no...
—No hay nadie más —la interrumpió Salvatore—. Eres mi única hija. Mi sangre. La única en quien puedo confiar ahora que sabemos que hay traidores entre nosotros.
Bianca se levantó, caminando hacia la ventana opuesta. La lluvia golpeaba con fuerza contra el cristal, como un presagio de la tormenta que se avecinaba en su vida.
—¿Y crees que los capitanes aceptarán que una mujer los lidere? —preguntó, conociendo demasiado bien las tradiciones arcaicas que regían su mundo.
—No les estoy dando opción —respondió Salvatore con una sonrisa que no alcanzó sus ojos—. Esta noche habrá una reunión. Todos estarán aquí. Y tú ocuparás el lugar que te corresponde a mi derecha.
Antes de que Bianca pudiera responder, la puerta del despacho se abrió. Luca De Santis entró con paso firme, su rostro impenetrable como siempre.
—Don Moretti, los capitanes han comenzado a llegar —anunció, su mirada desviándose brevemente hacia Bianca.
—Perfecto —respondió Salvatore—. Luca, a partir de ahora tu principal responsabilidad es la seguridad de mi hija. No te separes de ella ni un momento.
Luca asintió con un gesto solemne.
—Con mi vida, Don Moretti.
Cuando Luca salió, Salvatore se acercó a Bianca, tomando su rostro entre sus manos ásperas.
—Eres más fuerte de lo que crees, _figlia mia_. Siempre lo has sido. Es hora de que el mundo lo vea.
Bianca sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. En cuestión de horas, había pasado de ser la prometida de un futuro capo a convertirse ella misma en la heredera de un imperio construido sobre sangre y poder. Un imperio que ahora albergaba a un traidor.
Mientras seguía a su padre fuera del despacho, su mente ya calculaba cada movimiento, cada palabra que diría en la reunión. El dolor por Gianni se transformaba lentamente en algo más frío, más peligroso: determinación.
Quien hubiera ordenado matar a su prometido pronto descubriría que había cometido dos errores fatales: subestimar a Bianca Moretti y dejarla con vida para vengarse.
LUCALa sangre de Bianca se deslizaba entre los dedos de Luca como un río carmesí imparable. Nunca había sentido tanto miedo. Ni siquiera cuando estuvo al borde de la muerte en aquella emboscada en Nápoles, ni cuando vio a su padre ser ejecutado frente a sus ojos. Este terror era diferente: era el pánico de perder la única razón que le quedaba para seguir respirando.—¡Bianca! ¡Quédate conmigo, por favor! —suplicó mientras presionaba la herida en su abdomen.El disparo había sido certero. Demasiado. La bala había atravesado limpiamente el costado de Bianca, y ahora ella yacía pálida como un fantasma sobre el frío suelo de mármol de la mansión Moretti. La misma mansión que había sido testigo de tantas traiciones, ahora contemplaba cómo la última heredera del imperio se desangraba lentamente.Luca la sostenía contra su pecho mientras marcaba frenéticamente a Franco.—¡Necesito un médico ahora! ¡Bianca está herida! —gritó al teléfono—. ¡Si no llega en cinco minutos, todos ustedes estarán
BIANCAEl olor a pólvora y sangre impregnaba el aire. Bianca se arrodilló junto al cuerpo de Luca, que yacía inmóvil sobre el suelo de mármol. La mancha carmesí se expandía bajo su torso como una flor macabra. Sus dedos temblorosos buscaron el pulso en su cuello.—Sigue vivo —murmuró para sí misma, sintiendo el débil latido bajo sus yemas.El caos reinaba a su alrededor. Los disparos habían cesado momentáneamente, pero los gritos y el sonido de cristales rotos continuaban en la planta baja de la mansión. La emboscada había sido perfectamente orquestada: atacar durante la reunión familiar anual, cuando todos los Moretti estarían presentes.Bianca rasgó la camisa de Luca para examinar la herida. La bala había entrado por el costado izquierdo, pero no parecía haber dañado órganos vitales. Presionó con fuerza usando un trozo de tela.—Resiste, maldita sea —le susurró al oído—. No te atrevas a dejarme ahora.El walkie-talkie en su cinturón crepitó.—Donna Moretti, están entrando por el ala
LUCALa noche caía sobre Milán como un manto de terciopelo negro. Luca De Santis ajustó el auricular en su oído mientras observaba el complejo industrial abandonado desde la azotea del edificio contiguo. A través de sus prismáticos de visión nocturna, podía distinguir a los guardias apostados en las entradas principales. Cuatro hombres en la puerta este, tres en la oeste y dos patrullando el perímetro. Exactamente como habían anticipado.—Posición asegurada —murmuró al micrófono oculto en su manga—. Tengo visual del objetivo.La voz de Marco crujió en su oído: "Recibido. Equipo Alfa en posición. Esperando tu señal."Luca respiró hondo, sintiendo el peso de la pistola Beretta contra su costado. Esta noche culminaban meses de planificación meticulosa. La operación que pondría fin al reinado de terror de los Russo y, con suerte, aseguraría el futuro de los Moretti. De Bianca.Pensar en ella le provocó una punzada de dolor. Habían pasado tres días desde su último encuentro, desde aquella
BIANCALa luz del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación cuando Bianca abrió los ojos. Había dormido apenas unas horas, pero su mente estaba completamente despejada. La decisión que había tomado durante la noche pesaba sobre ella como una armadura: incómoda pero necesaria.Se incorporó en la cama y observó los documentos esparcidos sobre la mesita de noche. Informes, fotografías, planos del complejo de Salvatore. Todo lo que Luca y su equipo habían recopilado durante meses. Tomó una de las fotografías: Salvatore sonreía junto a un político conocido en una gala benéfica. La hipocresía hecha hombre.Tres golpes suaves en la puerta interrumpieron sus pensamientos.—Adelante —dijo, guardando la fotografía bajo la almohada.Luca entró con una bandeja. El aroma del café recién hecho inundó la habitación.—Buenos días. Pensé que querrías desayunar antes de la reunión.Bianca lo miró fijamente. Sus ojos verdes parecían más oscuros esta mañana, como si también él hubiera pasado
LUCAEl amanecer apenas se insinuaba en el horizonte cuando Luca De Santis se incorporó de la cama. No había dormido más de tres horas, pero su mente funcionaba con la precisión de un reloj suizo. A su lado, Bianca respiraba profundamente, con el cabello negro desparramado sobre la almohada como tinta derramada. Por un instante, se permitió contemplarla, grabando en su memoria cada detalle de su rostro en reposo, esa rara expresión de paz que solo mostraba mientras dormía.Se vistió en silencio y salió de la habitación sin hacer ruido. El plan que había estado elaborando durante semanas finalmente tomaba forma, y hoy era el día de ponerlo en marcha. La familia Moretti había soportado demasiados ataques, demasiadas pérdidas. Era hora de pasar a la ofensiva.En el despacho que había convertido en su centro de operaciones, desplegó los planos y documentos sobre la mesa. Marco y Alessio llegaron puntuales, con rostros que reflejaban la misma determinación que él sentía.—¿Estamos seguros
BIANCAEl amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación de Bianca, dibujando patrones dorados sobre las sábanas arrugadas. No había dormido. Las últimas semanas habían sido un torbellino de revelaciones y dudas que la mantenían en vela, repasando cada detalle, cada palabra, cada mirada de Luca.Se levantó y caminó hacia la ventana. La mansión Moretti, antes su refugio, ahora le parecía una jaula dorada llena de secretos. Desde allí podía ver a Luca en los jardines, hablando con algunos de los hombres de seguridad. Su postura rígida, siempre alerta, siempre vigilante.—¿Por qué no puedo odiarte como debería? —murmuró para sí misma, apoyando la frente contra el cristal frío.Las palabras de Vittoria, su confidente más cercana, resonaban en su mente: "A veces los enemigos no son quienes creemos, Bianca. A veces están tan cerca que no podemos verlos."Había pasado días revisando los archivos que Luca le había entregado antes de su aparente traición. Documentos que inicialmente ha
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