Mundo ficciónIniciar sesiónBIANCA
El reflejo de Bianca en el espejo de cuerpo entero le devolvió una imagen que aún le resultaba extraña: una mujer vestida completamente de negro, con un traje sastre impecable que marcaba su silueta con precisión milimétrica. El collar de perlas que había pertenecido a su madre descansaba sobre su cuello como un recordatorio silencioso de su linaje. Tres semanas habían pasado desde que asumió el control de la familia Moretti, y cada día sentía el peso de esa responsabilidad hundiéndose más profundamente en sus hombros.
—Señorita Moretti, los capos llegarán en veinte minutos —anunció Maria, su asistente personal, desde la puerta.
Bianca asintió sin apartar la mirada del espejo. "Señorita Moretti". Ya nadie la llamaba simplemente Bianca. Su nombre ahora venía acompañado de un título, de expectativas, de miedo.
—Gracias, Maria. Estaré lista.
Cuando la puerta se cerró, Bianca exhaló lentamente. La reunión de hoy sería crucial. Los cinco principales capos de la familia Moretti vendrían a la mansión para discutir la creciente amenaza de los Russo, una familia rival que había comenzado a moverse agresivamente en sus territorios desde la muerte de su padre.
Un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Adelante.
Luca De Santis entró con ese andar silencioso que lo caracterizaba. A pesar de su imponente físico —casi un metro noventa de músculos definidos bajo un traje negro perfectamente cortado— se movía con la gracia de un depredador. Sus ojos, de un verde intenso que contrastaba con su cabello negro azabache, recorrieron la habitación antes de posarse en ella.
—Los perímetros están asegurados —informó con voz grave—. He duplicado la seguridad en las entradas norte y este.
Bianca asintió, intentando ignorar el escalofrío que recorrió su espalda cuando Luca se acercó. Desde la muerte de su prometido, Carlo, Luca había estado a su lado constantemente, protegiéndola, aconsejándola. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, su presencia se había vuelto tan necesaria como el aire.
—¿Crees que intentarán algo hoy? —preguntó, ajustando nerviosamente el collar de perlas.
Luca negó con la cabeza.
—No en tu territorio, no serían tan estúpidos. Pero ten cuidado con Salvatore. No le gusta recibir órdenes de una mujer, especialmente una tan joven.
Bianca sonrió con amargura.
—Salvatore tendrá que acostumbrarse. Todos tendrán que hacerlo.
Luca la observó con una intensidad que la hizo sentir expuesta, como si pudiera ver a través de la fachada de dureza que había construido cuidadosamente.
—Lo harán —afirmó con una convicción que casi la hizo creerlo—. Pero no subestimes a quienes han pasado décadas en este negocio. Respetan la sangre Moretti, pero necesitan ver que eres digna de llevar ese apellido.
Sus palabras, aunque duras, eran exactamente lo que necesitaba oír. No adulación, no falsa seguridad. La verdad cruda.
—Entonces les mostraré de qué estoy hecha —respondió, irguiéndose completamente.
Por un instante, algo parecido al orgullo brilló en los ojos de Luca, pero desapareció tan rápido que Bianca se preguntó si lo había imaginado.
—Estaré a tu lado —dijo simplemente, y esas cuatro palabras le dieron más confianza que cualquier discurso elaborado.
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La sala de reuniones de la mansión Moretti era un testimonio del poder y la tradición. Una mesa de roble macizo dominaba el espacio, rodeada por doce sillas de cuero italiano. Retratos de los anteriores patriarcas colgaban de las paredes, observando silenciosamente a sus descendientes. El lugar donde una vez se sentó su padre ahora le pertenecía a ella.
Cuando Bianca entró, los cinco hombres ya estaban allí, de pie, conversando en voz baja. El silencio cayó como una losa cuando la vieron. Luca la seguía a dos pasos de distancia, una sombra vigilante.
—Caballeros —saludó Bianca con voz firme, dirigiéndose a la cabecera de la mesa—. Agradezco su puntualidad.
Salvatore Bianchi, un hombre corpulento de sesenta años con cabello canoso y ojos pequeños y astutos, fue el último en sentarse, como si quisiera demostrar que lo hacía por elección propia y no por obligación.
—Vayamos al grano —dijo Bianca una vez que todos estuvieron acomodados—. Los Russo están invadiendo nuestro territorio en el puerto. Han interceptado dos de nuestros cargamentos en la última semana y han intentado sobornar a tres de nuestros oficiales de aduanas.
—Esto no habría pasado con tu padre —murmuró Salvatore, lo suficientemente alto para que todos lo escucharan.
Bianca mantuvo su expresión impasible, aunque sintió que la sangre le hervía.
—Mi padre está muerto, Salvatore. Y yo estoy aquí. Si tienes una solución constructiva para nuestro problema actual, me encantaría escucharla. De lo contrario, guarda tus comentarios para cuando estés solo.
Antonio Ricci, el más joven de los capos y quien controlaba el negocio de apuestas, soltó una risita que disimuló con una tos cuando Salvatore lo miró furioso.
—Los Russo siempre han sido cautelosos —intervino Marco Esposito, un hombre delgado de mediana edad con gafas que le daban aspecto de contador más que de mafioso—. Este movimiento agresivo no es propio de ellos. Alguien los está alentando.
—O creen que somos débiles ahora —añadió Salvatore, mirando directamente a Bianca.
—Si nos creen débiles, es porque alguien les ha dado esa impresión —respondió ella con calma estudiada—. Alguien de dentro.
Un silencio tenso se apoderó de la sala. La acusación flotaba en el aire como veneno.
—¿Estás sugiriendo que hay un traidor entre nosotros? —preguntó finalmente Domenico Ferraro, el más viejo de los capos, un hombre que había servido fielmente a su padre durante más de treinta años.
—Estoy sugiriendo que la información sobre nuestros cargamentos no salió de la nada —respondió Bianca—. Y que voy a descubrir quién está filtrando esa información, cueste lo que cueste.
Sus ojos recorrieron los rostros de cada uno de los presentes, deteniéndose un segundo más en Salvatore, quien sostuvo su mirada con desafío.
—Mientras tanto —continuó—, vamos a enviar un mensaje claro a los Russo. Esta noche, sus tres principales almacenes en la ciudad van a arder hasta los cimientos.
La sorpresa fue evidente en los rostros de los capos. Incluso Luca, que permanecía de pie detrás de ella, pareció tensarse ligeramente.
—¿Una declaración de guerra abierta? —cuestionó Marco, ajustándose las gafas nerviosamente—. Eso podría provocar represalias masivas.
—No es una declaración —corrigió Bianca—. Es una respuesta. Ellos declararon la guerra cuando tocaron lo que es nuestro.
Antonio asintió con entusiasmo.
—Tiene razón. Necesitamos mostrar fuerza.
—Necesitamos ser inteligentes —rebatió Salvatore—. Tu padre nunca habría...
—Mi padre está muerto —lo interrumpió Bianca, golpeando la mesa con la palma de la mano—. Y si siguiera vivo, no estaríamos teniendo esta conversación porque nadie se habría atrevido a desafiarlo. Pero las cosas han cambiado, y si no demostramos ahora mismo que la familia Moretti sigue siendo intocable, mañana no será solo el puerto. Serán las apuestas, el tráfico de armas, la protección. Todo lo que hemos construido durante generaciones.
La pasión en su voz pareció sorprender incluso a Salvatore, que guardó silencio.
—Los equipos ya están preparados —añadió Bianca—. Luca supervisará personalmente la operación. Si alguien tiene objeciones reales, que las exprese ahora.
Nadie habló. Incluso Salvatore parecía estar reconsiderando su postura.
—Bien —concluyó Bianca—. La reunión ha terminado. Los mantendré informados.
Uno a uno, los capos se levantaron y salieron de la sala, no sin antes inclinar ligeramente la cabeza hacia ella, un gesto de respeto que no había recibido hasta ahora. Todos excepto Salvatore, que se detuvo frente a ella antes de salir.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, niña —dijo en voz baja—. Porque si esto sale mal, no solo caerás tú. Caeremos todos.
Bianca sostuvo su mirada sin pestañear.
—Entonces asegúrate de estar del lado correcto cuando caiga el martillo, Salvatore. Porque te prometo que no seré yo quien caiga.
El hombre esbozó una sonrisa torcida antes de marcharse, dejándola sola con Luca.
—Eso fue... impresionante —comentó él, acercándose a la mesa.
Bianca exhaló lentamente, permitiéndose mostrar un atisbo de la tensión que había estado conteniendo.
—¿Lo fue? Porque me siento como si acabara de saltar al vacío sin paracaídas.
Luca se sentó en la silla que había ocupado Salvatore, quedando frente a ella.
—Es exactamente lo que necesitaban ver. Decisión. Fuerza. La hija de Vittorio Moretti en todo su esplendor.
Había algo en su voz, una mezcla de admiración y algo más profundo que Bianca no quería analizar demasiado.
—¿Crees que hay un traidor? —preguntó ella, cambiando de tema.
El rostro de Luca se endureció.
—Sí. La información sobre esos cargamentos era demasiado precisa. Alguien de dentro está hablando.
—¿Salvatore?
—Es el más obvio, lo que me hace dudar. Salvatore es muchas cosas, pero no estúpido.
Bianca asintió, pensativa.
—Mantén los ojos abiertos esta noche. Observa quién hace qué, quién habla con quién.
—Siempre lo hago —respondió él con una media sonrisa que hizo que el corazón de Bianca latiera un poco más rápido.
Se levantó, incómoda con la dirección que estaban tomando sus pensamientos.
—Debo prepararme para esta noche.
Luca también se puso de pie, y por un momento estuvieron demasiado cerca, tanto que Bianca podía oler su aftershave, una mezcla de sándalo y algo exclusivamente suyo.
—Bianca —dijo él, usando su nombre por primera vez en semanas—. Ten cuidado. No solo con los enemigos externos.
La advertencia quedó suspendida entre ellos, cargada de significados no dichos.
—Siempre tengo cuidado, Luca —respondió ella, permitiéndose usar su nombre también, saboreándolo en su lengua—. Es lo primero que aprendí en este mundo.
Él asintió, y por un instante, Bianca creyó ver algo más en sus ojos, un destello de emoción que iba más allá del deber. Pero antes de que pudiera estar segura, Luca retrocedió, volviendo a ser el guardaespaldas profesional.
—Estaré listo a las diez —informó, dirigiéndose a la puerta.
Cuando se quedó sola, Bianca se permitió un momento de debilidad, apoyándose en la mesa y cerrando los ojos. La imagen de Luca persistía en su mente, mezclándose peligrosamente con pensamientos sobre lealtad, traición y poder.







