Mundo ficciónIniciar sesiónLUCA
El amanecer se filtraba por las persianas de la habitación de Luca De Santis, dibujando líneas doradas sobre el suelo de madera. Sentado al borde de la cama, con la cabeza entre las manos, contemplaba la pistola Beretta que descansaba sobre la mesita de noche. Aquella arma había sido testigo de tantas decisiones, de tantas vidas tomadas en nombre de la lealtad. Pero ahora, esa misma lealtad se desdibujaba como tinta bajo la lluvia.
Luca se pasó una mano por el rostro sin afeitar. Las ojeras marcaban el testimonio de otra noche sin dormir. Tres semanas habían pasado desde que Bianca tomó el control de la familia Moretti, tres semanas en las que él había permanecido a su lado, vigilante como una sombra. Tres semanas en las que cada día resultaba más difícil recordar por qué había aceptado aquella misión en primer lugar.
—Maldita sea —murmuró, levantándose para servirse un whisky que no debería estar bebiendo a las siete de la mañana.
El líquido ámbar quemó su garganta mientras los recuerdos de la noche anterior inundaban su mente. Bianca, con aquel vestido negro que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, dando órdenes a los capitanes de la familia con una autoridad que habría enorgullecido a su padre. La había observado desde la esquina de la habitación, admirando su fortaleza, su determinación. Y algo más que no debería estar sintiendo.
El teléfono vibró sobre la cómoda. Luca lo miró con recelo antes de contestar.
—De Santis.
—Es hora —la voz de Salvatore Ricci, su contacto directo con la Comisión, sonaba fría y distante—. Necesitamos información sobre los nuevos acuerdos con los rusos. La Comisión quiere saber hasta dónde está dispuesta a llegar la pequeña Moretti.
Luca apretó el teléfono con fuerza.
—Aún no tengo acceso a esa información. Necesito más tiempo.
—Tiempo es lo que no tenemos, De Santis —la irritación era palpable en la voz de Salvatore—. La Comisión está perdiendo la paciencia. O empiezas a entregar resultados, o consideraremos que tus... sentimientos por la señorita Moretti están interfiriendo con tu trabajo.
El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier amenaza.
—Esta noche —continuó Salvatore—. Hay una reunión en el almacén del puerto. Bianca estará allí, cerrando el trato con Petrov. Necesitamos saber los términos exactos, las rutas, todo.
—Estaré allí —respondió Luca, consciente de que cada palabra lo hundía más en el fango de la traición.
—Una cosa más —añadió Salvatore antes de colgar—. Si la situación se complica, si Bianca se convierte en un problema mayor del que anticipamos... tendrás que encargarte personalmente.
La llamada terminó, dejando a Luca con un sabor amargo en la boca que ni el whisky podía disimular. Se acercó a la ventana, observando los jardines de la mansión Moretti. En algún lugar de aquella casa, Bianca estaría preparándose para el día, quizás tomando su café mientras revisaba informes, confiando en que él velaría por su seguridad.
Y aquí estaba él, planeando traicionarla.
***
El Bentley negro avanzaba por las calles de Milán con la elegancia de una pantera. Luca conducía en silencio, lanzando miradas ocasionales al espejo retrovisor para observar a Bianca, sentada en el asiento trasero. Llevaba un traje sastre color burdeos que acentuaba la palidez de su piel y el fuego de su cabello recogido en un moño severo. Parecía perdida en sus pensamientos, con la mirada fija en la ventanilla.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto personalmente? —preguntó Luca, rompiendo el silencio—. Podríamos enviar a Marcello para negociar con Petrov.
Bianca desvió la mirada de la ventana para encontrarse con los ojos de Luca en el espejo.
—Los rusos respetan la fuerza, Luca. Si envío a un subordinado, pensarán que tengo miedo. Y el miedo es un lujo que no puedo permitirme.
Había algo en su voz, una determinación acerada que hacía que Luca se sintiera orgulloso y aterrorizado a partes iguales.
—Además —añadió ella con una sonrisa que no alcanzó sus ojos—, te tengo a ti para protegerme, ¿no es así?
Las palabras se clavaron en el pecho de Luca como dagas de hielo. Apretó el volante hasta que sus nudillos se tornaron blancos.
—Siempre —respondió, y la mentira le quemó la garganta.
El almacén del puerto estaba iluminado por la luz mortecina de farolas oxidadas. Dos hombres de aspecto eslavo montaban guardia en la entrada, sus rostros impasibles bajo la lluvia que había comenzado a caer. Luca estacionó el coche y, antes de que pudiera rodear el vehículo para abrir la puerta de Bianca, ella ya había descendido, enfrentando la lluvia con la barbilla alzada.
—Quédate cerca —le ordenó mientras avanzaba hacia la entrada.
Luca la siguió, consciente del peso de la Beretta bajo su chaqueta y del dispositivo de grabación que Salvatore le había entregado esa misma tarde. Cada paso lo acercaba más a una decisión que no quería tomar.
El interior del almacén olía a humedad y a metal oxidado. Petrov, un hombre corpulento de cabello rubio platino y ojos como trozos de hielo, esperaba sentado tras una mesa improvisada, flanqueado por cuatro guardaespaldas armados hasta los dientes.
—Señorita Moretti —saludó con un marcado acento ruso—. Es un placer finalmente conocer a la hija de Vittorio. Aunque las circunstancias de su... ascenso sean tan lamentables.
Bianca no se inmutó ante la velada referencia al asesinato de su prometido.
—Ahórrese las condolencias, señor Petrov. Estamos aquí para hablar de negocios, no de tragedias familiares.
La reunión avanzó con la tensión propia de dos depredadores evaluándose mutuamente. Luca permanecía de pie tras Bianca, aparentemente concentrado en vigilar a los guardaespaldas rusos, pero su mente trabajaba a toda velocidad, registrando cada detalle de la negociación. Rutas de tráfico, cantidades, fechas... toda la información que la Comisión deseaba.
Fue entonces cuando Petrov dijo algo que captó toda su atención.
—Hay rumores, señorita Moretti, de que no todos en su organización están... contentos con su liderazgo. Que hay quienes preferirían ver a alguien más... tradicional al mando.
Los ojos de Bianca se entrecerraron peligrosamente.
—Los rumores son como las ratas, señor Petrov. Abundan en lugares como este, pero al final del día, solo son alimañas que se eliminan fácilmente.
El ruso sonrió, mostrando dientes perfectamente blancos.
—Por supuesto. Solo me preguntaba si estaba al tanto de que la Comisión ha estado... observando sus movimientos con particular interés.
Luca sintió que el suelo se movía bajo sus pies. ¿Acaso Petrov sabía de su misión? ¿Era esto una trampa?
Bianca mantuvo la compostura, aunque Luca pudo notar la tensión en sus hombros.
—La Comisión siempre ha tenido sus ojos puestos en los Moretti, señor Petrov. No es nada nuevo. Ahora, si hemos terminado con los rumores, me gustaría concluir nuestro acuerdo.
La reunión terminó media hora después, con un apretón de manos y promesas de futuras colaboraciones. Mientras regresaban al coche, la lluvia había arreciado, convirtiendo las calles en ríos de asfalto negro.
—¿Qué opinas? —preguntó Bianca una vez dentro del vehículo, sacudiéndose gotas de agua del cabello.
Luca encendió el motor, ganando tiempo para ordenar sus pensamientos.
—Petrov es peligroso. Y está bien informado.
—Demasiado bien informado —murmuró ella, mirándolo directamente—. ¿No te parece extraño que sepa sobre el interés de la Comisión en nuestros asuntos?
El corazón de Luca dio un vuelco. Mantuvo la mirada fija en la carretera, temiendo que sus ojos lo traicionaran.
—La Comisión siempre ha tenido sus espías. No sería la primera vez que intentan infiltrarse en una familia para desestabilizarla.
Bianca guardó silencio durante varios minutos, observándolo con una intensidad que parecía atravesar su piel.
—¿Puedo confiar en ti, Luca?
La pregunta, tan directa, tan cargada de significado, lo golpeó como un puñetazo en el estómago. Detuvo el coche en un semáforo en rojo y se giró para mirarla.
—He jurado protegerte con mi vida, Bianca.
No era una respuesta a su pregunta, y ambos lo sabían.
—Eso no es lo que te he preguntado —insistió ella, inclinándose hacia adelante—. Te pregunto si puedo confiar en ti. Si eres leal a mí, no solo a tu juramento.
La lluvia golpeaba el techo del coche como un millar de dedos impacientes. El semáforo cambió a verde, pero Luca no se movió.
—Mi lealtad es tuya —dijo finalmente, y por primera vez en semanas, sintió que decía la verdad—. Pero hay cosas... hay cosas que no puedo controlar.
Bianca sostuvo su mirada durante lo que pareció una eternidad. Luego, lentamente, extendió una mano y la posó sobre la de él, que descansaba en la palanca de cambios.
—Entonces tendremos que controlarlas juntos —susurró—. Porque si hay un traidor entre nosotros, Luca, no descansaré hasta encontrarlo. Y cuando lo haga, no habrá rincón en este mundo donde pueda esconderse de mi ira.
El contacto de su mano era cálido, pero las palabras helaron la sangre de Luca. Asintió en silencio y puso el coche en marcha, consciente de que el dispositivo de grabación en su bolsillo pesaba más que cualquier arma que hubiera portado jamás.
Esa noche, mientras Bianca dormía bajo la vigilancia de otros guardias, Luca se encontró en su apartamento, sosteniendo el dispositivo en una mano y su teléfono en la otra. La grabación contenía todo lo que la Comisión necesitaba para desmantelar las operaciones de Bianca con los rusos. Todo lo que necesitaban para destruirla.
Con un movimiento decidido, arrojó el dispositivo al suelo y lo aplastó bajo su bota. Luego marcó el número de Salvatore.
—No hay nada —dijo cuando su contacto respondió—. La reunión fue una pérdida de tiempo. Solo hablaron de generalidades, nada concreto.
El silencio al otro lado de la línea fue ensordecedor.
—Eso es... decepcionante, De Santis —la voz de Salvatore destilaba sospecha—. La Comisión esperaba más de ti.
—Dile a la Comisión que necesito más tiempo. Bianca aún no confía plenamente en mí.
—Tiempo —repitió Salvatore con desdén—. El tiempo se acaba, Luca. Y cuando lo haga, tendrás que elegir un bando. Espero, por tu bien, que elijas el correcto.
La llamada terminó, dejando a Luca en un silencio roto únicamente por el sonido de la lluvia contra las ventanas. Había tomado su decisión, había elegido a Bianca por encima de su deber. Pero mientras contemplaba los restos destrozados del dispositivo de grabación, una certeza se instaló en su pecho como una piedra fría:
La guerra apenas comenzaba, y él acababa de convertirse en el enemigo de la organización más poderosa de Italia.







