Mundo ficciónIniciar sesiónBianca
El salón principal de la mansión Moretti, con sus paredes de roble oscuro y candelabros de cristal, nunca había parecido tan sofocante. Bianca observaba los rostros de los doce hombres sentados alrededor de la larga mesa de caoba. Capos, lugartenientes y consejeros que habían servido a su padre durante décadas. Hombres que ahora la miraban con una mezcla de condescendencia, curiosidad y, en algunos casos, desprecio apenas disimulado.
Bianca ajustó la chaqueta negra de su traje Armani hecho a medida. El luto le sentaba bien, pensó con amarga ironía. El negro siempre había sido su color.
—Señores —comenzó, manteniendo la voz firme—. Agradezco su presencia en este momento de transición para la familia Moretti.
Salvatore Ricci, un hombre corpulento de sesenta años con cicatrices en los nudillos, se aclaró la garganta ruidosamente.
—Con todo respeto, Bianca, tu padre apenas está en su tumba. Quizás deberíamos esperar antes de hablar de... transiciones.
Bianca sostuvo su mirada sin pestañear.
—Mi padre está muerto. Mi prometido también. Y según la tradición, el liderazgo pasa a mí.
—La tradición —interrumpió Marco Bianchi, un hombre delgado con ojos calculadores— nunca contempló que una mujer dirigiera la familia.
Una risa contenida recorrió la mesa. Bianca sintió que la sangre le hervía, pero mantuvo el rostro impasible. Años observando a su padre le habían enseñado que mostrar emociones era mostrar debilidad.
—La tradición también dice que la sangre Moretti es lo que importa —respondió con calma glacial—. Y yo soy la última que queda.
—Una mujer al mando nos hará parecer débiles ante las otras familias —insistió Ricci, golpeando la mesa con el puño—. Los Russo, los Colombo, los Genovese... todos vendrán por nosotros como buitres.
Bianca se levantó lentamente, apoyando las manos sobre la mesa. El anillo con el escudo familiar brillaba en su dedo anular derecho, donde antes había estado su anillo de compromiso.
—¿Débiles? —preguntó con voz suave pero cortante—. Mi padre construyó este imperio con sangre y fuego. Yo lo heredé con sangre y fuego. Si alguno de ustedes piensa que soy débil, que lo diga ahora.
El silencio se apoderó de la sala. Bianca recorrió con la mirada a cada uno de los presentes.
—Desde hoy, las cosas cambiarán. No toleraré deslealtades ni conspiraciones. El que no esté conmigo, está contra mí.
—¿Y qué hay de De Santis? —preguntó Giuseppe Ferraro, el más anciano de los consejeros—. Era la mano derecha de tu padre, pero no lo veo aquí.
La mención de Luca hizo que Bianca sintiera una punzada en el pecho. Tres días sin verlo, sin saber de él desde que le había ordenado marcharse.
—De Santis ya no forma parte de esta organización —declaró con firmeza—. Su lealtad está en duda.
—Interesante —murmuró Bianchi—. Siempre pensé que era el perro más fiel de tu padre.
—Los perros a veces muerden la mano que los alimenta —respondió Bianca, recordando la mirada de Luca la última vez que lo vio—. Ahora, pasemos a los asuntos pendientes.
Durante la siguiente hora, Bianca detalló los cambios en la estructura de poder, las nuevas rutas de distribución y los acuerdos con las familias aliadas. Había estudiado los negocios de su padre desde que tenía edad suficiente para entender, siempre en las sombras, siempre observando. Ahora, ese conocimiento era su arma más poderosa.
Cuando la reunión terminó, solo quedó Vittorio Conti, el abogado de la familia y uno de los pocos en quien Bianca confiaba parcialmente.
—Lo has manejado bien —dijo Vittorio, sirviéndose un whisky—. Pero no te engañes, ninguno de ellos te acepta realmente.
—No necesito que me acepten —respondió Bianca, quitándose los tacones y masajeándose los pies—. Necesito que me teman.
—El miedo es útil, pero volátil. Necesitarás algo más.
—¿Qué sugieres?
—Un golpe. Algo que demuestre que no eres solo la hija de Moretti, sino una Moretti por derecho propio.
Bianca asintió lentamente. Ya había pensado en ello.
—Los cargamentos del puerto —murmuró—. Bianchi ha estado desviando parte de las ganancias durante meses. Mi padre lo sabía, pero lo toleraba porque Bianchi tiene conexiones valiosas.
—¿Y tú no lo tolerarás?
Una sonrisa fría se dibujó en los labios de Bianca.
—La tolerancia es un lujo que no puedo permitirme ahora.
***
La noche siguiente, Bianca se preparaba para asistir a la gala benéfica anual de la Fundación Moretti, una fachada perfecta para las operaciones de lavado de dinero de la familia. Se miró en el espejo mientras su asistente, Sofia, terminaba de ajustar el vestido rojo que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel.
—Estás hermosa, Bianca —dijo Sofia con admiración—. Tu padre estaría orgulloso.
Bianca dudaba que su padre hubiera sentido orgullo por ella alguna vez, pero asintió en agradecimiento. El vestido era una declaración de intenciones: el rojo simbolizaba poder, pasión y, por supuesto, sangre.
El teléfono vibró sobre el tocador. Un mensaje de un número desconocido: "No vayas esta noche. Es una trampa."
Bianca sintió que el corazón le daba un vuelco. Conocía ese estilo directo y cortante. Luca.
—Sofia, déjame sola un momento —ordenó.
Cuando la puerta se cerró, Bianca respondió: "¿Por qué debería creerte?"
La respuesta llegó casi instantáneamente: "Porque aún no he incumplido mi promesa de protegerte."
Bianca apretó el teléfono con fuerza. ¿Cómo se atrevía? Después de desaparecer, después de traicionarla...
Otro mensaje: "Bianchi ha contratado a alguien. Durante la gala. No puedo darte más detalles por aquí."
La rabia y la confusión se mezclaban en su interior. ¿Era una trampa de Luca o realmente estaba intentando protegerla? Solo había una forma de averiguarlo.
"Iré de todos modos. Si es una trampa, la enfrentaré."
No hubo respuesta durante varios minutos. Finalmente: "Entonces yo también estaré allí."
***
El salón de baile del Hotel Excelsior resplandecía con luces doradas y arreglos florales exquisitos. La élite de la sociedad italiana se mezclaba con políticos, empresarios y, por supuesto, miembros de otras familias del crimen organizado, todos disfrazados de respetables ciudadanos por una noche.
Bianca entró sola, consciente de las miradas que atraía. Su guardaespaldas, Antonio, la seguía a una distancia prudente. Sus ojos escaneaban constantemente la sala, buscando cualquier señal de peligro... o de Luca.
—Bianca Moretti —la saludó el alcalde de la ciudad, besando su mano—. Un placer verte, aunque lamento profundamente las circunstancias. Tu padre era un gran hombre.
—Gracias, alcalde —respondió ella con una sonrisa ensayada—. Mi padre valoraba mucho su... amistad.
El hombre palideció ligeramente ante la insinuación. Todos sabían que el alcalde estaba en el bolsillo de los Moretti.
Mientras avanzaba por el salón, Bianca notó a Bianchi en un rincón, hablando en voz baja con un hombre que no reconocía. Cuando sus miradas se cruzaron, Bianchi levantó su copa en un brindis silencioso, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
La velada transcurrió entre conversaciones superficiales y negociaciones veladas. Bianca mantuvo la compostura, pero la tensión crecía en su interior con cada minuto que pasaba. Si Luca tenía razón...
Fue durante el discurso del presidente de la fundación cuando ocurrió. Las luces se apagaron repentinamente, sumiendo el salón en la oscuridad. Los murmullos de confusión se convirtieron en gritos cuando sonó el primer disparo.
Bianca sintió que alguien la agarraba por la cintura y la arrastraba al suelo. Instintivamente, sacó la pequeña pistola que llevaba en el muslo, oculta bajo el vestido.
—Soy yo —susurró una voz familiar en su oído—. No dispares.
Luca. Su cuerpo presionado contra el de ella, protegiéndola con su propio cuerpo mientras las balas silbaban sobre sus cabezas.
—¿Qué demonios está pasando? —siseó Bianca.
—Te lo dije. Bianchi contrató a un sicario. Pero no contaba con que yo estaría vigilando.
Las luces de emergencia se encendieron, bañando el salón en un resplandor rojizo. Bianca vio a Antonio intercambiando disparos con un hombre vestido de camarero. A pocos metros, Bianchi intentaba escabullirse hacia la salida.
—Ve por él —ordenó Luca, entregándole otra pistola—. Yo me encargo del sicario.
Sin tiempo para dudar, Bianca se levantó y corrió tras Bianchi, esquivando a los invitados que huían despavoridos. Lo alcanzó en un pasillo lateral, apuntándole directamente a la cabeza.
—Arrodíllate —ordenó.
Bianchi se giró lentamente, con las manos en alto pero una sonrisa desafiante en el rostro.
—Así que la princesa tiene garras después de todo.
—¿Por qué, Marco? Mi padre confiaba en ti.
—Tu padre era un visionario. Tú eres solo una niña jugando a ser capo —escupió Bianchi—. Esta organización necesita un líder fuerte, no una muñeca de porcelana.
Bianca apretó el gatillo sin pestañear. La bala rozó la oreja de Bianchi, arrancándole un trozo de cartílago. El hombre gritó, cayendo de rodillas mientras la sangre manaba de la herida.
—La próxima irá entre tus ojos —dijo Bianca con voz gélida—. Ahora, dime quién más está involucrado.
Antes de que Bianchi pudiera responder, se escuchó otro disparo. Luca apareció en el pasillo, con la camisa manchada de sangre.
—El sicario está neutralizado —informó—. Pero hay más. Esto es solo el principio, Bianca.
Sus miradas se encontraron, cargadas de emociones contradictorias: desconfianza, alivio, ira y algo más profundo que ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocer.
—¿Por qué me ayudas? —preguntó ella, sin bajar el arma que apuntaba a Bianchi.
Luca dio un paso hacia ella, sus ojos verdes brillando intensamente bajo las luces de emergencia.
—Porque hice un juramento. Y porque hay cosas que no sabes, cosas que necesito explicarte.
—¿Qué cosas?
—No aquí, no ahora —respondió, señalando con la cabeza hacia Bianchi—. Primero, encárgate de él. Demuéstrales a todos quién eres realmente.
Bianca miró a Bianchi, que temblaba de miedo y rabia a sus pies. Un disparo y su mensaje sería claro: nadie traiciona a Bianca Moretti y vive para contarlo.
Pero algo en la mirada de Luca la detuvo. No era juicio ni expectativa, sino una especie de comprensión silenciosa. Como si, independientemente de lo que decidiera, él estaría allí.
Y esa certeza, más que cualquier otra cosa, la aterrorizaba.







