Me casé con él sin amor, sin elección y sin futuro. Él era el hombre que todos admiraban: millonario, arrogante, inalcanzable. Yo… solo una muchacha común que aceptó un matrimonio que nunca pidió. Me juré obediencia, silencio y distancia, pero pronto descubrí que en este juego no bastaba con ser una oveja. Porque cuando el lobo empieza a mostrar los dientes, la única forma de sobrevivir… es aprender a morder también.
Leer másEl cansancio me aplastaba como nunca antes. Tres trabajos, largas horas de pie, pedidos que no podían esperar… y, aun así, estaba aquí, sosteniendo mi diploma con manos temblorosas. Hoy debía estar feliz. Era mi graduación. Pero la felicidad se sentía distante, casi imposible.
Quería darles una vida mejor a mis hermanos y a mi madre. Soñaba con verla sana, con verla sonreír otra vez. Pero los sueños cuestan… y la vida no espera. Entre risas y fotos con mis compañeros, mi teléfono vibró. Número desconocido. Lo ignoré. Volvió a vibrar. Contesté, con el corazón inquieto. —¿La señorita Isabella Martínez? —preguntó una voz femenina, firme pero cargada de urgencia. —Sí… soy yo —respondí, sintiendo un vacío abrirse en mi estómago. —Le hablamos del hospital San Rafael. Su madre acaba de ser ingresada. Necesita atención inmediata. Por favor, ¿puede venir? El mundo dejó de girar. No recuerdo cómo salí del lugar, ni cómo llegué al hospital. Solo recuerdo el ruido ensordecedor de mis propios pensamientos. --- El hospital olía a desinfectante y malas noticias. Corrí hasta el mostrador, di mi nombre y una enfermera me llevó por pasillos interminables. Mi madre estaba allí, conectada a máquinas, pálida… tan frágil que parecía de cristal. —Su presión ha bajado y los síntomas del cáncer de seno han empeorado —dijo la enfermera con voz suave, pero llena de compasión—. Necesitamos iniciar tratamientos de inmediato. Me quedé helada. No tenía dinero. Ni siquiera sabía cómo íbamos a comer mañana. Salí al pasillo intentando contener las lágrimas. Pero, al doblar una esquina, choqué con alguien. —Lo siento —susurré, con la voz rota. Un hombre alto, de traje impecable, se detuvo frente a mí. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos: fríos, calculadores, casi peligrosos. —Sígueme la corriente —dijo en voz baja, con un tono que no dejaba espacio para negarse. Fruncí el ceño, confundida, pero antes de poder preguntar, lo vi acercarse a una mujer mayor que se aproximaba. Era elegante, imponente, con un aura que imponía respeto. El hombre rodeó mi cintura con firmeza. —Abuela, ella es mi novia —dijo con seguridad. Mi cerebro se apagó. Ni siquiera sabía su nombre. La mujer me observó de arriba abajo, como si intentara descifrarme en segundos. —Isabella —murmuré, tragando saliva—. Soy Isabella. La abuela sonrió, aunque había algo extraño en esa sonrisa. —Así que tú eres la chica… Encantada de conocerte, querida. —Luego giró hacia el hombre—. Alessandro, quiero que hables con tu “novia”. Tengo planes para ustedes. --- Diez minutos después, Alessandro me llevó a un rincón apartado del hospital. Sus manos estaban en los bolsillos, pero sus ojos seguían fijos en mí, intensos, calculadores. —Te explicaré rápido, Isabella —dijo con voz baja—. Para mi familia y para el mundo, necesito que finjas ser mi novia. Solo es… un trabajo. Nada más. —¿Trabajo? —repetí, incrédula—. Ni siquiera te conozco. —No importa —replicó, firme—. No te estoy pidiendo amor ni cariño. Solo que actúes. Lo miré, intentando leerlo. —¿Y qué gano yo con esto? Se inclinó hacia mí, susurrando lo suficiente para que solo yo pudiera escucharlo: —Dinero. Mucho dinero. Pensé en mi madre, en las facturas, en todo lo que no podía pagar. Sabía que era una locura… y aun así, dije lo impensable: —Sí… acepto. No sabía que en ese instante… había sellado mi destino. --- La abuela de Alessandro insistió en vernos de nuevo dos días después. Y fue ella quien, con total naturalidad, dejó caer la bomba: —Quiero que se casen. Por el civil, primero. Abrí la boca para protestar, pero Alessandro me lanzó una mirada rápida que decía: “Confía en mí. Solo actúa.” —Claro, abuela —respondió él con calma. Mi corazón martillaba. No entendía nada… y, sin embargo, asentí. Lo que no sabía era que Alessandro Moretti no era solo un empresario atractivo. Era mucho más. Mucho más peligroso. Y yo… acababa de convertirme en su presa.(Narrado por Alessandro) El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte cuando abrí los ojos. No necesito despertador; años de disciplina hacen que mi cuerpo funcione como un reloj. Me levanté, caminé hasta el ventanal y observé el océano en calma. Afuera, todo parecía tranquilo… pero sé mejor que nadie que la calma siempre esconde algo. Encendí mi teléfono. Cuatro mensajes encriptados, dos llamadas perdidas. Silencio en la casa, caos en mi mundo. Marqué el número de Marcos. Contestó de inmediato. —Dime. —Hola aburrido—Entorne los ojos por su clásico sentido del humor. —Dime—Repeti sin mucho entusiasmo. —Tenemos un problema —dijo sin rodeos—. El cargamento de anoche… alguien habló. Mi mandíbula se tensó. Silencio. Respiro controlado. —¿Quién? —Aún no lo sabemos, pero el nombre de la chica salió en la conversación. —Hizo una pausa, como si midiera sus palabras—. Isabella. Mi mano se cerró en un puño. Que mencionaran su nombre significaba que alguien estaba demasiado cer
El aire en la habitación se sentía tan pesado que costaba respirar. Cada palabra de la doctora seguía rebotando en mi cabeza como un eco imposible de callar. “Metástasis pulmonar.” Mi madre…. Mi fuerza. Mi refugio. Mi razón para seguir. Sentí que el mundo se derrumbaba bajo mis pies. Todo se volvió un ruido lejano, como si mi corazón latiera en un mundo diferente al resto. Quise gritar, llorar, pedirle a Dios que cambiara las cosas… pero el nudo en mi garganta me robó la voz. A mi lado, Alessandro estaba de pie, inmóvil, tan silencioso que parecía una estatua tallada en piedra. Su rostro era imposible de leer. Ni un gesto, ni una palabra. Solo esos ojos oscuros, profundos, impenetrables. No sabía si estaba enojado, triste… o simplemente indiferente. Quise odiarlo por eso. Por no romperse conmigo. Por no dejar caer una sola lágrima cuando yo me estaba desmoronando. Pero había algo en su silencio… algo en él que, sin tocarme, transmitía una fuerza que me sostenía. —Isabella… —su v
Llegamos al lugar de la luna de miel al atardecer. Desde la ventana del coche veía cómo la luz dorada se filtraba entre los palmerales y se reflejaba en la piscina infinita frente al mar. El aroma a sal y flores tropicales llenaba el aire, y por un instante sentí que podía dejarme llevar… pero la realidad de nuestro matrimonio volvió a mi mente. Alessandro seguía siendo frío, distante, inalcanzable.El mayordomo nos indicó que seguiríamos caminos separados: él hacia su suite, yo hacia la mía. Caminé por un pasillo de madera pulida, admirando la decoración minimalista y elegante, y llegué a mi habitación. La vista era impresionante: el mar se extendía hasta donde alcanzaba la vista, con olas que brillaban bajo el sol que se ocultaba lentamente. Mi vestido ligero color champagne se movía suavemente con la brisa del balcón, recordándome la formalidad que rodeaba cada paso que daba en esta nueva vida.Me dejé caer en la cama un momento, cerrando los ojos, y los recuerdos vinieron de golpe
Narrado en tercera persona.La ceremonia había concluido sin demasiadas emociones, tal como estaba previsto. Isabella sentía la formalidad de aquel matrimonio más que cualquier alegría; Alessandro, como siempre, mantenía su compostura seria y distante. Tras los aplausos y las fotos oficiales, Isabella se retiró a cambiarse de vestido. El largo vestido blanco, fue reemplazado por uno más ligero y práctico: un diseño color champagne, con una falda fluida que se movía con suavidad al caminar y un escote discreto que mantenía la elegancia, ideal para moverse con facilidad durante el baile.Cuando regresó al salón, Alessandro ya la esperaba. Tomados de la mano, comenzaron el baile. Los movimientos eran medidos, precisos, sin emoción más allá de la cortesía que exigía el evento. La música llenaba el salón, pero para Isabella era solo un ruido de fondo mientras cumplía con su papel. La tela de su vestido se movía con cada giro, y los invitados no podían evitar admirar la fluidez de sus pasos
El sonido de las olas golpeando la arena era lo único que lograba calmar mi corazón.No podía creerlo. Había pasado tan rápido que apenas podía respirar: el día de la boda había llegado.Un día antes, la asistente de Alessandro, Claudia, llegó a mi casa en un auto negro lujoso que parecía sacado de una película. Llevaba un traje beige impecable, gafas de sol y un aire de autoridad que imponía.—Isabella, señorita —dijo con voz firme, sosteniendo una carpeta—. Tenemos que salir ya. El jet privado nos espera.Mi madre y Mateo estaban tan emocionados que no dejaban de hablar. Mamá sonreía como no la veía hacerlo desde hacía años, mientras Mateo corría por la sala gritando que iba a viajar en avión privado. Y yo… yo fingía estar igual de feliz, cuando en realidad sentía que el estómago se me cerraba.El vuelo fue silencioso para mí, pero no para ellos. Mamá preguntaba todo sobre Alessandro: su familia, su fortuna, sus gustos… y Claudia respondía con una perfección inquietante, como si lle
Dos días.Eso era todo el tiempo que tenía antes de que mi vida cambiara para siempre.Desde que la abuela de Alessandro pronunció esas palabras —"Quiero que se casen"— mi mundo dejó de girar igual. Todo era un torbellino: llamadas, documentos, pruebas médicas, firmas y más firmas. Y, aun así, lo más difícil todavía estaba pendiente: decírselo a mi madre.No podía decirle la verdad.Si lo hacía, se preocuparía… y lo último que necesitaba era verla más frágil de lo que ya estaba.Respiré hondo antes de entrar en la casa. El olor a té de manzanilla llenaba el aire, y el sonido del televisor llegaba desde la sala, donde Mateo, mi hermano, estaba viendo dibujos animados. Mi madre estaba sentada en el sillón, con una manta cubriéndole las piernas y una sonrisa débil en el rostro.Me acerqué lentamente.—Mamá… —dije en voz baja, tratando de sonar tranquila.Ella me miró con curiosidad, notando que algo pasaba.—¿Qué ocurre, Isa? Tienes esa cara… la misma que ponías cuando rompías un jarrón
Último capítulo