Mundo ficciónIniciar sesiónLUCA
El silencio de la noche se extendía como una manta sobre la mansión Moretti. Luca De Santis permanecía inmóvil junto a la ventana de su habitación, observando los jardines iluminados por la luna. Sus dedos acariciaban inconscientemente la cicatriz que cruzaba su antebrazo izquierdo, un recuerdo del atentado contra Bianca ocurrido tres días atrás.
*Demasiado cerca*, pensó. *Estuvieron demasiado cerca de conseguirlo*.
La imagen de Bianca cayendo al suelo mientras él la cubría con su cuerpo seguía grabada en su memoria. El sonido de los disparos, los gritos, el olor a pólvora. Todo había sucedido en cuestión de segundos, pero para Luca, esos segundos se habían convertido en una eternidad donde solo existía un pensamiento: mantenerla con vida.
Apoyó la frente contra el cristal frío. La verdad era innegable: alguien había filtrado información sobre la ruta que tomarían ese día. Alguien que conocía los protocolos de seguridad, los horarios, las rutinas. Alguien de dentro.
—Un traidor —murmuró para sí mismo, mientras su aliento empañaba el vidrio—. Y está más cerca de lo que ella cree.
Se apartó de la ventana y se dirigió hacia la pequeña mesa donde había desplegado varios expedientes. Perfiles de cada miembro importante de la familia Moretti, desde los capos hasta los soldados de confianza. Los había revisado decenas de veces, buscando inconsistencias, señales, cualquier indicio que pudiera revelar al culpable.
Su teléfono vibró. Un mensaje de texto de Paolo, uno de sus hombres apostados en la entrada principal.
*"Todo tranquilo. Cambio de guardia en una hora."*
Luca respondió con un escueto "Recibido" y guardó el teléfono. Desde el atentado, había duplicado la seguridad y modificado todos los protocolos. Nadie, excepto él mismo, conocía ahora las rutas completas o los horarios exactos de Bianca. La confianza se había convertido en un lujo que no podían permitirse.
***
La mañana siguiente, Luca recorría los pasillos de la mansión con paso firme. Su rostro, una máscara impenetrable de profesionalidad, no revelaba el torbellino de pensamientos que lo consumía. Se detuvo frente a la puerta del despacho de Enzo Ricci, el consigliere de la familia desde tiempos de Salvatore Moretti.
Tocó dos veces y entró sin esperar respuesta.
—Luca —saludó Enzo, levantando la vista de unos documentos—. ¿Qué te trae por aquí tan temprano?
—Necesito información sobre los movimientos de la familia Esposito en las últimas semanas.
Enzo arqueó una ceja.
—¿Los napolitanos? Creía que teníamos un acuerdo de no agresión con ellos.
—Los acuerdos son papel mojado cuando hay sangre de por medio —respondió Luca, estudiando cuidadosamente la reacción del consigliere—. Quiero saber si han tenido contacto con alguno de los nuestros.
—¿Sospechas de alguien en particular?
—De todos y de nadie —contestó Luca, manteniendo un tono neutro—. Es mi trabajo desconfiar.
Enzo se reclinó en su sillón, entrecruzando los dedos sobre su abdomen.
—Siempre has sido meticuloso, Luca. Es lo que te ha mantenido vivo todos estos años. Pero ten cuidado... buscar traidores puede convertirte en uno a ojos de quien no entienda tus métodos.
Luca sostuvo la mirada del consigliere sin pestañear.
—Prefiero ser considerado un traidor que asistir al funeral de Bianca.
Tras obtener la información que necesitaba, Luca continuó con su ronda de interrogatorios discretos. Marco Bianchi, el jefe de seguridad de la zona este; Vittorio Conti, encargado de las operaciones en el puerto; incluso el viejo Domenico, que llevaba décadas como chofer de la familia. Cada conversación era un juego de ajedrez donde Luca movía sus piezas con precisión, buscando fisuras en las respuestas, contradicciones, signos de nerviosismo.
A media tarde, mientras revisaba las grabaciones de las cámaras de seguridad en su oficina, la puerta se abrió de golpe. Bianca entró como una tormenta, con el rostro tenso y los ojos brillantes de furia.
—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo, Luca?
Él cerró la laptop con calma.
—Mi trabajo.
—¿Tu trabajo incluye interrogar a mis hombres a mis espaldas? —Bianca se acercó hasta apoyar ambas manos sobre el escritorio, inclinándose hacia él—. Vittorio acaba de decirme que has estado haciendo preguntas sobre los Esposito. ¿Con qué autoridad?
—Con la autoridad que me da ser el responsable de mantenerte con vida —respondió Luca, levantándose para quedar a su altura—. Alguien filtró información sobre nuestra ruta el día del atentado. Alguien de dentro.
—Si tienes sospechas concretas, deberías compartirlas conmigo.
—Cuando tenga certezas, serás la primera en saberlo.
Bianca entrecerró los ojos.
—No me gusta que me mantengan en la oscuridad, Luca. Especialmente tú.
—Y a mí no me gusta recogerte del suelo mientras intentan acribillarte —replicó él, dejando que por un momento su máscara de frialdad se agrietara—. Confía en mí, Bianca. Por una vez, solo... confía.
Algo cambió en la mirada de ella. La furia dio paso a una emoción más compleja, más íntima.
—Siempre he confiado en ti —dijo en voz baja—. Eso es lo que hace que todo esto sea tan difícil.
Cuando Bianca salió de la oficina, Luca sintió cómo el aire volvía a sus pulmones. Su cercanía lo desestabilizaba de una manera que ningún enemigo había conseguido jamás. Era peligroso. Ella era peligrosa. Y lo peor era que no podía, ni quería, alejarse.
***
La noche había caído sobre el puerto de Génova cuando Luca estacionó su coche en un callejón apartado. El lugar acordado para el encuentro era un viejo almacén abandonado, lo suficientemente discreto para no levantar sospechas.
Su contacto, un hombre delgado de unos cincuenta años llamado Sergio, lo esperaba en el interior, fumando nerviosamente.
—Llegas tarde —dijo Sergio, apagando el cigarrillo contra la pared.
—Tuve que asegurarme de que nadie me seguía —respondió Luca—. ¿Qué tienes para mí?
—Información que podría costarme la vida —Sergio miró a su alrededor, como si las sombras pudieran escucharlos—. Ha habido reuniones. Reuniones secretas entre alguien de los Moretti y los Esposito.
—¿Quién?
—No tengo nombres, pero sé que es alguien del círculo íntimo. Alguien que tiene acceso a toda la información de seguridad.
Luca sintió que su pulso se aceleraba.
—¿Cuál es el objetivo?
—Eliminar a la donna. La quieren muerta —Sergio tragó saliva—. Dicen que una mujer no puede liderar la familia. Que es débil, que arruinará todo lo que su padre construyó.
—¿Y después?
—Después... —Sergio se detuvo abruptamente. Sus ojos se abrieron de par en par, fijos en algo detrás de Luca.
El disparo resonó en el almacén vacío antes de que Luca pudiera reaccionar. Sergio cayó hacia atrás, con un agujero perfecto en el centro de la frente. Luca se lanzó al suelo, desenfundando su arma en un movimiento fluido.
El silencio que siguió fue absoluto. No hubo más disparos, ni pasos, ni señales del francotirador. Solo la certeza de que alguien había estado vigilando, esperando, y había silenciado a Sergio en el momento exacto antes de que pudiera revelar el nombre del traidor.
***
Era pasada la medianoche cuando Luca regresó a la mansión Moretti. Había tomado todas las precauciones posibles para asegurarse de que nadie lo siguiera, cambiando de coche dos veces y utilizando rutas alternativas.
La casa estaba en silencio. Los guardias nocturnos lo saludaron con un gesto mientras él subía las escaleras hacia el ala privada. Sus pasos lo llevaron, casi por instinto, hasta la puerta de la habitación de Bianca.
Se detuvo allí, escuchando. Podía imaginarla dormida al otro lado, vulnerable en su descanso, ajena a la red de traición que se tejía a su alrededor. La necesidad de protegerla era casi física, un dolor sordo en el centro de su pecho.
Apoyó la mano en la madera pulida de la puerta, como si ese simple gesto pudiera conectarlo con ella.
*Te mantendré a salvo*, prometió en silencio. *Aunque tenga que enfrentarme a toda la mafia italiana. Aunque tenga que traicionar mis propios principios. Aunque signifique perderlo todo*.
Lo que no se atrevía a admitir, ni siquiera en la soledad de sus pensamientos, era que ya había comenzado a perder algo mucho más valioso que su lealtad o su honor: su corazón.
Luca se apartó de la puerta y tomó posición en el pasillo, con la espalda apoyada contra la pared y los ojos fijos en la oscuridad. Allí permanecería hasta el amanecer, vigilante, como la sombra que siempre había sido.
Una sombra que, por primera vez en su vida, anhelaba la luz.







