Me llamo Isabella Mancini y nací marcada por el peso de un apellido que abre puertas... y cava tumbas. Soy la única heredera de una familia que controla más de lo que el mundo está dispuesto a aceptar. Negocios, alianzas, silencios comprados con sangre. Durante años fui la princesa en la sombra, criada para continuar un legado que nunca pedí, con la obediencia como coraza y la lealtad como cadena. Pero todo cambió cuando lo conocí. El problema no fue enamorarme. El verdadero infierno empezó cuando descubrí que pertenecía a la familia que juró destruir a la mía. Ahora, debo elegir entre traicionar el apellido que corre por mis venas... o traicionar al hombre que le devolvió latido a mi corazón. Pero cuando amas a tu enemigo, cada caricia puede ser una traición, y cada beso, una sentencia. Esta no es una historia de amor... es una historia de fuego, guerra, y una herencia que arde como pólvora bajo la piel.
Leer másEl sonido de los tacones sobre el mármol frío de la mansión Mancini me recuerda lo que soy. O mejor dicho, lo que esperan que sea. La última heredera de una familia marcada por el crimen, el poder y la opulencia. Rodeada de lujo, de riquezas incalculables, pero vacía por dentro. Hay algo frío en este lugar, algo que nunca logra calentarme por completo, por mucho que intente.
Mi vida está cuidadosamente diseñada, encajada entre las paredes doradas de esta mansión. Cada paso que doy está guiado por un destino ya trazado para mí: ser la pieza clave que siga expandiendo el legado Mancini. Un legado de sangre, control y decisiones difíciles. No soy una persona, soy un símbolo. La hija del líder mafioso, la última pieza en un tablero de ajedrez.
¿Y qué hay de mí? De mis deseos, mis sueños, mi libertad. Si me atreviera a mencionarlos, seguro que los tres caería en la categoría de ilusiones ridículas. El simple hecho de pensar en ellos me hace reír de lo estúpida que sería. Las personas como yo no tenemos derecho a esas cosas. Mi vida está escrita en piedra, como las letras de mi apellido que siempre me persiguen.
Al entrar al salón, el lujo me golpea con fuerza. El brillo de los candelabros de cristal, el suave murmullo de las conversaciones calculadas entre miembros de la familia y socios. Cada persona en este espacio tiene algo que decir, pero no me interesa. Ellos sólo están aquí para mantener el poder, para asegurarse de que todos sigan en línea con lo que se espera. La riqueza, el control, la muerte cuando sea necesario.
Mi madre está allí, de pie, perfecta en su vestido negro, su mirada fija en la multitud. A su lado, mis tíos, esos hombres de mirada fría y control total. Siempre vigilantes, siempre listos para tomar decisiones sin corazón. La familia Mancini es una máquina bien aceitada, y yo... Yo soy la última pieza que falta para completar el engranaje.
“Isabella”, me llama mi madre, su voz autoritaria cortando el aire como una espada afilada. Al instante, me siento obligada a acercarme. “Es hora de que te integres más, querida. Este es tu futuro. No olvides lo que representas”.
Noto el brillo en sus ojos, el peso de las palabras. Siempre la misma canción. Siempre la misma verdad. Pero no soy tonta. Sé lo que implica. Matrimonios arreglados, alianzas que van más allá del amor, decisiones que se toman en salas oscuras sin tener en cuenta el bienestar de las personas involucradas. No soy una niña. Estoy más que consciente de que mi vida, mi destino, está atado al legado Mancini. Y ese destino nunca incluye libertad.
Me alejo de mi madre, mi mente agitada. La fiesta sigue su curso, pero yo me siento como un espectro entre las sombras. Todos me observan con una mezcla de respeto y control. Si tan solo pudiera... Si tan solo pudiera dejar todo atrás. Pero la palabra "legado" me sigue persiguiendo, como una sombra que no se puede escapar.
Camino por el salón, mi mente a mil por hora, tratando de encontrar algo, alguien que me saque de este trance, cuando, de repente, lo veo.
Alessio Moretti. El nombre resuena en mi mente como una advertencia. Los Moretti y los Mancini han sido enemigos por generaciones. La historia entre nuestras familias es más sucia que la sangre que corre por nuestras venas. Pero ahí está él, de pie, observándome con esos ojos oscuros que parecen saber más de lo que muestran. Él no es como los demás. Hay algo en él que me desconcierta, algo que no puedo comprender.
Alessio no me sonríe, no hace ningún intento de ser amable. Sólo me mira con esa mirada que parece penetrar hasta lo más profundo de mi alma. Como si estuviera buscando algo, algo que ni siquiera yo sé si tengo.
Mis pies se mueven sin pensarlo, acercándome a él, como si hubiera alguna fuerza invisible que me empujara. No lo entiendo. Mi cuerpo y mi mente están en conflicto, pero mis pasos no se detienen.
“Isabella Mancini”, dice él, su voz baja, peligrosa. Mi nombre cae de sus labios como una sentencia. “La heredera de la familia que todo lo controla, la que ha estado en la cima por años. ¿Te divierte jugar a la princesa, o prefieres ver la verdad?”
Su tono es desafiante, y algo en su forma de hablar me desconcierta. Hay una dureza en sus palabras, algo que no suelo escuchar. No me intimida, pero sí me intriga. Los hombres que conocen mi apellido nunca me hablan de esa forma. No me miran con esa mezcla de desprecio y desafío.
"¿Y tú, Alessio?", le respondo con una sonrisa fría, intentando mantener el control de la conversación. "¿Acaso el hijo de los Moretti también juega a ser parte de la élite?"
Él no sonríe. Su rostro permanece impasible, pero hay algo en su mirada que cambia, un destello que me hace cuestionar si realmente entiende el juego en el que estamos ambos involucrados.
"Los Moretti no juegan, Isabella", dice, un tono sombrío en su voz. “Nosotros tomamos lo que es nuestro. Sin reglas, sin frenos. Y tú... tú eres sólo una pieza más en el tablero.”
No respondo inmediatamente. En mi cabeza, las palabras de Alessio se repiten una y otra vez. No soy sólo una pieza. Soy más que eso, pero... ¿qué soy, realmente? ¿Soy una mujer atrapada por un apellido? ¿Por un legado que no elegí?
La tensión en el aire se corta como un cuchillo. Nos miramos en silencio por unos segundos que se sienten eternos. Su presencia me está consumiendo, me está envolviendo en una burbuja que no puedo romper. La distancia entre nosotros parece desaparecer, pero yo no sé si es peligroso o si, por alguna extraña razón, es lo que siempre he estado buscando.
"¿Tienes miedo de lo que realmente somos?", me pregunta, sus ojos clavados en los míos, desnudándome de una manera que no puedo comprender.
Mi respiración se acelera un poco, y por un momento me doy cuenta de que no puedo responder. En mi mente, mis palabras se atropellan, pero mi cuerpo está paralizado. Este hombre, este enemigo, tiene algo en su mirada, en su tono, que me hace cuestionar todo.
Él sonríe, pero no es una sonrisa amistosa. Es algo mucho más peligroso, algo que me hace sentir que está ganando alguna clase de juego del que no soy consciente.
Antes de que pueda decir algo más, él se aleja, pero no sin antes lanzarme una última mirada cargada de algo que no logro identificar. Tal vez desprecio, tal vez deseo. Quizás un poco de ambos.
Y en ese momento, mientras lo observo desaparecer entre la multitud, siento algo que no puedo ignorar. Mi corazón late con más fuerza, mis manos tiemblan ligeramente.
Nunca había sentido una conexión tan extraña, tan eléctrica.
“Esto no ha hecho más que empezar”, me susurra mi mente, pero antes de que pueda procesarlo completamente, las palabras de Alessio siguen resonando en mis oídos.
“Y no importa cuántos muros pongas entre nosotros, siempre los derribaré.”
Las palabras me queman. Él tiene razón. Yo soy la última Mancini, pero quizás también soy la última que tiene algo real que perder.
Mi vida está a punto de cambiar. Y no tengo ni idea de si estoy lista para lo que se avecina.
Mientras observo a Alessio desaparecer en la multitud, mi cuerpo sigue tenso, como si algo en su presencia me hubiera dejado atrapada, sin escape. Hay algo en su mirada, algo tan oscuro y peligroso, que no puedo dejar de pensar en ello. ¿Qué me ha hecho sentir así? Mis dedos se aprietan contra el cristal de la copa que tengo en las manos, la cual no he tocado desde que llegué. La fiesta sigue su curso, pero mi mente está a años luz de las conversaciones banales que fluyen a mi alrededor.
La gente en la mansión Mancini no es como la gente normal. Ellos no hablan por cortesía ni por amistad. No, todo aquí es negocio, es poder, y yo soy la última heredera de esta maldita familia. No tengo espacio para ser vulnerable, para tener dudas. Todo debe ser calculado, perfecto, controlado. Pero en ese momento, cuando las palabras de Alessio se repiten en mi cabeza, me pregunto si he estado viviendo una mentira, una fachada construida por años de tradición y miedo.
Doy un paso atrás, alejándome de los murmullos de la fiesta. Necesito un respiro. Mi cuerpo arde, pero no sé si es por la agitación que Alessio ha provocado en mí o por el peso de toda esta vida que me han obligado a llevar. Camino por el pasillo que lleva hacia el jardín, intentando escapar del ruido, pero al dar vuelta en una esquina, me encuentro con él de nuevo.
Alessio está allí, apoyado contra la pared, como si me hubiera estado esperando. Los mismos ojos oscuros, la misma mirada penetrante, que me atraviesa con una facilidad desconcertante. Es como si no estuviera en una fiesta de gente influyente, sino en una zona oscura donde ambos éramos solo dos almas perdidas, atrapadas en algo que ni siquiera podíamos comprender.
"Pensé que ya te habías ido", le digo, mi voz más fría de lo que me gustaría, tratando de recuperar el control.
"Pensé que querrías más", responde, su voz grave y cargada de promesas no pronunciadas.
Mi mente lucha por encontrar una respuesta adecuada, pero algo dentro de mí ya sabe que este juego apenas acaba de comenzar. Y no sé si estoy preparada para las reglas que Alessio Moretti quiere imponer.
Pero lo que sí sé es que no puedo detenerlo.
Mi cuerpo sigue tenso, atrapado en esa energía peligrosa que Alessio desprende. La manera en que me observa, como si ya me hubiera desnudado por completo, tanto física como emocionalmente, me hace sentir más vulnerable de lo que debería. Mi corazón late con una fuerza creciente, pero intento mantener la calma. Soy Isabella Mancini, la hija de uno de los hombres más poderosos de Italia. No puedo dejar que un hombre, especialmente un Moretti, me haga perder el control.
"Pensé que ya te habías ido", le repito, como un intento torpe de recuperar el control de la conversación, pero mis palabras suenan vacías, vacilantes. No es el tono seguro de una mujer que sabe lo que hace, sino el de alguien que está empezando a dudar de sí misma. Y no puedo permitirme dudar.
Alessio no se mueve, su mirada fija en mí como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos. Es como si estuviera jugando con fuego, esperando que me acerque aún más, pero a la vez, manteniendo una distancia perfecta, una barrera invisible que me obliga a acercarme para poder sentir su presencia.
"Pensé que querrías más", responde con esa voz baja, tan grave que hace vibrar el aire entre nosotros. La frase no tiene sentido en un principio, pero siento que algo en sus palabras me cala hondo, me hace cuestionar lo que estoy haciendo aquí. ¿Realmente quiero más?
Es la primera vez en toda la noche que siento que alguien me está viendo de verdad, y no es sólo la hija de mi padre. No es la heredera de los Mancini. Es simplemente Isabella, una mujer que aún no sabe qué hacer con su vida, con sus propios deseos reprimidos, con una parte de sí misma que nunca se ha permitido conocer.
La tensión entre nosotros es palpable. Es como si cada palabra que sale de su boca fuera una invitación a cruzar una línea que no quiero atravesar. Pero mis pies, mis malditos pies, no dejan de dar pasos hacia él, como si un invisible hilo los estuviera guiando.
"¿Qué quieres, Alessio?", pregunto, más fuerte de lo que debería, mi voz sonando casi desafiante, como si pudiera repeler la intensidad de su presencia con una sola pregunta. Pero sé que la respuesta no será tan sencilla.
"Quiero lo que siempre he querido", dice, dando un paso hacia mí. El sonido de sus botas en el suelo resuena en el espacio vacío del pasillo. "Quiero que dejes de esconderte tras esa máscara de perfección, Isabella. Quiero que veas la verdad, porque sé que tú también la ves. Los Mancini y los Moretti no somos tan diferentes como crees."
Siento un nudo en el estómago, una sensación incómoda, pero no puedo moverme. No quiero moverme. A pesar de todo, algo en mí quiere escuchar más, quiere entender por qué sus palabras tienen tanto poder sobre mí, por qué me siento atrapada en esta conversación como si no pudiera escapar.
"Lo único que veo es que tu familia y la mía son enemigas, Alessio. Y siempre lo serán", respondo con firmeza, intentando que mi voz suene tan dura como el acero, como una pared que no se deja atravesar. Pero sé que mis palabras son débiles, que dentro de mí algo se está quebrando.
Él sonríe, pero no es una sonrisa agradable. No es una sonrisa que tranquilice. Es algo más peligroso, algo que me hace sentir que he dicho exactamente lo contrario a lo que él esperaba. “Esa es la mentira que te han contado toda la vida”, dice, dando otro paso hacia mí. La distancia entre nosotros se acorta aún más. “Esa es la fachada que todos quieren que creas. Pero la verdad, Isabella, es que estamos mucho más cerca de lo que piensas. Y la historia que has escuchado sobre nosotros no es más que una ilusión, una mentira que se ha repetido tanto que la crees sin cuestionarla.”
Mi mente da vueltas. Todo lo que he creído, todo lo que he vivido, lo que me han enseñado desde pequeña, está empezando a tambalearse. Las palabras de Alessio me golpean con la fuerza de una tormenta inesperada. Siempre he sido la heredera de los Mancini, la hija que tiene que cumplir con los deseos de su padre, que tiene que mantener la familia en la cima. Pero, ¿y si todo eso es una fachada? ¿Y si en realidad somos tan prisioneros de las expectativas de nuestros apellidos como los Moretti? ¿Y si Alessio tiene razón?
"¿Por qué estás diciendo esto?" pregunto, mi voz más suave de lo que debería. No puedo evitarlo. Algo en mi interior está cediendo, algo que me pide que escuche más, que permita que Alessio me revele algo que tal vez siempre supe pero que nunca me atreví a confrontar.
"Porque lo sé, Isabella. Porque he estado observando a tu familia por años, viendo cómo se desmorona por dentro. La guerra entre nuestras familias no es más que una cortina de humo. Una excusa para mantenernos en nuestras jaulas doradas", responde, su mirada fija en la mía, y en sus ojos veo una chispa que nunca había visto antes. Es como si supiera algo que yo no.
Alessio hace una pausa, como si estuviera midiendo cada palabra que va a decir, y me pregunto si está jugando conmigo, si esto es sólo una táctica más en este juego del poder en el que estamos atrapados ambos. Pero cuando sigue hablando, su voz se vuelve aún más sombría, más seria.
"Todo lo que crees saber sobre la familia Moretti es una mentira, Isabella. Y tú, como todos los demás, estás atrapada en ella. Pero ya no puedes seguir viviendo en esa mentira, porque yo, yo soy la verdad que viene a destruirlo todo."
Siento cómo mi cuerpo reacciona ante esas palabras, cómo una mezcla de miedo y fascinación se apodera de mí. No sé si quiero saber la verdad que Alessio está prometiendo, no sé si quiero que mi mundo se desmorone. Pero sé algo con absoluta certeza: hay algo en él, algo que me hace pensar que no puedo ignorarlo. No puedo escapar de él.
“¿Qué estás insinuando, Alessio?” Mi voz tiembla ligeramente, y lo odio, odio que me haya dejado tan vulnerable frente a él.
Él no responde inmediatamente. En lugar de eso, da un paso más cerca, hasta que la distancia entre nosotros es mínima, casi inexistente. Mi respiración se acelera, mis sentidos están alerta. No sé lo que va a hacer, pero lo siento en cada fibra de mi ser. Algo está a punto de estallar, algo que va a cambiar las reglas del juego para siempre.
“Lo que te estoy insinuando, Isabella”, susurra, “es que ya no puedes seguir corriendo. Este es tu destino, y aunque intentes resistirte, al final, te encontrarás conmigo.”
Esas palabras caen sobre mí como una losa, y por un momento, me siento completamente atrapada. No hay escapatoria.
El sol caía lento sobre los jardines del palacio, tiñendo de oro cada hoja, cada flor. Caminaba sin prisa, sin palabras, mientras Matteo permanecía a mi lado, en silencio, como una sombra protectora que no necesitaba explicaciones para saber lo que pensaba. Aquel paseo no era un ritual, sino un refugio efímero entre tanta tormenta.Mis dedos rozaban los pétalos de las rosas, aquellas que mi padre solía contemplar cuando la noche se volvía demasiado pesada. Cerré los ojos un instante y dejé que el aroma me envolviera, intentando encontrar en esa fragancia un poco de paz, aunque fuera solo un instante fugaz.—¿Sabes? —mi voz se quebró apenas, sin que él respondiera—. A veces me pregunto quién era esa niña que creía en cuentos de hadas y príncipes, que soñaba con una vida sencilla... y quién soy ahora.Matteo me miró con esa mezcla de ternura y fuego que siempre lograba desarmarme, aunque fuera solo un poco.—Eres la mujer que tuvo que quemar su inocencia para sobrevivir en este mundo de
El trono era más que una silla de cuero oscuro con tachuelas y respaldo alto. Era un símbolo. Un maldito peso que llevaba siglos aplastando a quienes se atrevieron a sentarse en él. Y ahora, por primera vez, era mío.Entré en el salón principal de la villa con la seguridad de quien conoce cada sombra, cada susurro de ese lugar. Los capos y sus hombres me miraban sin decir palabra. El silencio era absoluto, solo roto por el eco de mis pasos firmes.El aire olía a poder, a peligro, a promesas rotas y alianzas renovadas. No necesitaba a nadie para decirme que era la jefa absoluta ahora. Lo sentía en mis venas, en la rigidez de mis hombros, en el frío que me recorrió la espalda cuando me senté en la silla de mi padre.Recordé cada paso que me llevó hasta ahí: las heridas que sangraron en silencio, las traiciones que dolieron como cuchillos clavados en la piel, las noches en vela planificando movimientos, las lágrimas que me prohibí derramar. Había sido un camino de fuego, y yo era el últi
Matteo no respondió de inmediato.Sus ojos viajaron lentamente por mi rostro, como si intentara memorizarme en ese instante exacto. Me di cuenta de que su silencio no era duda. Era contención. Porque lo que había entre nosotros ya no era solo deseo o poder compartido: era una maldita tormenta contenida en el centro de una corona ensangrentada.—Lo dijiste en voz alta —susurró, y su voz, jodidamente grave, hizo que el aire a mi alrededor vibrara—. Lo pensaste, lo escribiste… pero ahora lo dijiste. Frente a todos.—Claro que sí. Y lo haría mil veces más. No te quiero detrás de mí, Matteo. Te quiero al lado. En la guerra. En la mesa. En mi cama.Hubo una pausa. Una de esas que no se pueden llenar con palabras porque se llenan solas, con energía densa, cargada, explosiva.Se acercó aún más. No me tocó. No necesitaba hacerlo. Su sola presencia era una caricia violenta.—Isabella Moretti… —pronunció mi nombre como una maldición sagrada—. No tienes idea del monstruo que acabas de desatar.So
El salón olía a poder. A cuero caro, tabaco recién encendido y sudor contenido bajo trajes de diseñador. Todos los capos estaban allí. Los leales, los traicioneros, los indecisos. Todos. Porque cuando la sangre corre, el silencio ya no sirve, y el miedo se vuelve un convocante más fuerte que cualquier invitación.Mis tacones resonaron como disparos contra el mármol cuando crucé las puertas dobles. No vestí de negro esta vez. Ni de rojo. Me puse blanco. Impecable. Como la calma antes del huracán.Y lo hice a propósito.Si iba a gobernar este infierno… lo haría a mi modo.—¿Esa es ella? —susurró uno de los rusos, lo suficientemente alto como para que yo lo escuchara. Tenía una sonrisa burlona, como si aún creyera que esto era un mal chiste.—Cállate, Viktor —le gruñó otro—. No has vivido lo suficiente como para entender quién es Isabella Moretti.Exacto.Llegué hasta la cabecera de la mesa ovalada. El trono no estaba vacío: lo estaba esperando. Y yo… no tenía la menor intención de recha
La sangre seca tiene un olor particular. No metálico como cuando aún es tibia, sino algo más oscuro… como un recuerdo que se niega a morir.Ese olor está en las vendas de Matteo. En su camisa rasgada. En la comisura de sus labios. Pero él está de pie. Vivo. Y mirándome como si no estuviera seguro de si soy real o solo una alucinación provocada por la fiebre.—Isabella —dice, y su voz es áspera, rota, como si lo hubieran arrastrado por el infierno para devolverlo justo cuando más lo necesitaba.Dios.Yo no lloro. Lo decidí hace mucho. Pero hay un nudo en mi garganta que no trago, ni siquiera con vino.Lo miro.Y me lanzo.Mis brazos rodean su cuello con una urgencia animal, y su cuerpo, aunque tembloroso, me sostiene. Su mano se hunde en mi espalda con una fuerza que contradice sus heridas, y por un instante, me niego a soltarlo. Me niego a que esto sea una fantasía breve.—Estás vivo —susurro contra su piel, respirando su dolor, su rabia, su maldita terquedad.—Estaba esperando verte
La paz huele a mentira. Siempre lo ha hecho.Tal vez porque en mi mundo —ese que se oculta tras vitrinas de cristal, chaquetas de diseñador y copas de vino caro— la palabra "paz" se pronuncia con las fauces apretadas, como si masticara veneno. Como si nadie terminara de creerla.Esta mañana, mientras me colocaba los guantes de cuero negro con la parsimonia de una reina antes del baile, supe que estaba por cruzar una línea invisible. De esas que no se ven, pero que cuando las pisas, lo cambian todo.Roberto no lo sabe aún, pero hoy va a caer.Y yo... bueno, yo ya no tiemblo.—¿Estás segura de esto? —pregunta Luca, apoyado en el umbral de mi oficina, con los brazos cruzados y esa tensión animal que siempre carga sobre los hombros.Luca. Mi guardaespaldas. Mi confidente. Mi maldita tentación diaria.Lo miro por encima del borde de mis gafas de lectura. Estoy revisando, una vez más, el acuerdo falso de tregua que enviamos a Roberto. Es perfecto. Lo suficiente para alimentar su ego, lo bas
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