Antonella Mancini es la hija menor del poderoso líder de la mafia italiana. Intrépida, rebelde y audaz, Antonella lleva en su sangre el peligro y la pasión que caracterizan a su padre. Sin embargo, sus padres, conscientes de los riesgos del mundo en el que viven, hacen todo lo posible por mantenerla alejada de esa oscuridad. Desde pequeña, Antonella es enviada a un estricto internado de monjas, pero su espíritu indomable siempre encuentra la manera de desobedecer y causar problemas. Tercer libro de la saga “Legado de Sangre”
Leer másVictoria sintió que la cabeza iba a estallarle del dolor, probablemente por todas las drogas que le habían metido para sedarla. Una bofetada medianamente dolorosa acabó de despertarla y miró alrededor horrorizada.
No tenía ni idea de dónde estaba, y menos con quién, pero a su lado había al menos una docena de chicas tan aturdidas y asustadas como ella. Varios hombres paseaban por la habitación, revisando a las muchachas y llevándoselas.
Uno de esos hombres se paró frente a ella; parecía un gigante y tenía un aspecto profundamente desagradable. Atrapó su barbilla, la miró bien por un segundo y luego le habló en perfecto italiano.
—¿Eres virgen? —le preguntó, pero ella solo respondió con un sollozo, así que el hombre le dio otra bofetada que la hizo callarse al instante—. Te explicaré bien cómo es esto. Virgen: vendida a un amo. Desvirgada: vendida a un burdel. Mentirosa: muerta. ¿Entendiste?
Victoria apretó los dientes mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro.
—¡Pregunté si entendiste! —repitió y ella asintió apurada.
No podía creer el infierno en que se había convertido su vida en unas pocas horas. Había ido a Italia en el viaje de sus sueños, a conocer la historia de sus ancestros, porque aunque ella hubiera nacido en España, sus abuelos maternos eran italianos. Y sin saber cómo había terminado allí, atada a una silla y a punto de ser vendida.
—¿Entonces? ¿Qué va a ser? —se impacientó el hombre.
—Vi-virgen… —sollozó Victoria, aterrorizada—. Soy virgen…
—Mejor para ti —replicó el gigante volviéndose—. ¡Tenemos una ganadora!
Victoria vio que un hombre de unos sesenta años, canoso y de rostro feroz se acercaba a ellos.
—Esta servirá. Llévensela a la habitación de Franco.
Otro de los que estaban en el cuarto la levantó y se la echó al hombro, solo para llevarla a una habitación muy lujosa y amarrarla a otra silla.
Victoria no podía dejar de llorar. Tenía miedo, tenía frío, y sabía que posiblemente terminara muerta antes de que amaneciera.
Para su sorpresa, diez minutos después arrastraron a otra persona dentro de la habitación y lo ataron a una silla delante de ella. El hombre debía tener unos veinticinco o veintiséis años y gruñía con rebeldía. Era muy atractivo, con la piel ligeramente bronceada y el cabello casi blanco, y estaba muy enojado. Solo llevaba un pantalón negro de algodón que parecía de pijama y el torso desnudo, con cada perfecto músculo marcado mientras luchaba por zafarse.
—¿Te volviste loco? —le gritó a la oscuridad que los rodeaba.
—No, solo estoy tomando cartas en el asunto. —La imagen del señor canoso entró en su campo de visión, y Victoria ahogó un gemido de terror, llamando la atención de los dos—. ¡Tú eres el próximo Conte* de la 'Ndrangheta, ni siquiera los sicilianos tendrán tanto poder como tú! ¡Y no tienes estómago para llevar el negocio de la familia!
—¡Te dije que no quiero tener nada que ver con eso! —exclamó Franco con rabia—. Me hice médico para salvar vidas, y tú lo único que haces es acabar con ellas. ¡Estás loco si piensas que voy a seguir tus pasos!
Su padre dio una vuelta, rodeando la habitación y fue a pararse detrás de la silla de Victoria.
—Por desgracia para ti, eres mi único hijo —siseó—. Los Garibaldi hemos dirigido la 'Ndrangheta por décadas. ¿Qué crees? ¿Que voy a permitir que alguno de los estúpidos sobrinos de tu madre tome el mando después de mí? ¡Sobre mi cadáver! ¡Así que te guste o no, esta noche te convertirás en lo que siempre has debido ser…!
—¿¡Qué cosa, padre!? ¿¡Un monstruo como tú!? ¿Un hombre que vive de la droga, el tráfico de armas y de mujeres? —escupió Franco con desprecio.
—No, no muchacho. Un hombre no, ¡el rey de todo eso! —replicó su padre con satisfacción—. Te has cansado de decirme que soy un monstruo, ¡pero esta noche voy a demostrarte que hasta tú puedes ser uno!
Un hombre pasó el brazo alrededor del cuello de Franco para inmovilizarlo mientras otro le inyectaba algo que lo hizo gritar y lo mareó en un segundo.
—¡Mira aquí! —le ordenó su padre mientras atrapaba violentamente con una mano el cabello de Victoria y ella sollozaba—. Diecinueve años… virgen… Dile cómo te llamas, niña.
La muchacha dudó un segundo, pero el terror terminó por persuadirla.
—Vi-Victoria… me llamo Victoria… —lloró mientras Franco bajaba la cabeza, negando.
—Esta noche eres tú, o ella —le sonrió Santo Garibaldi.
—¿Qué mierd@ me inyectaste? —le gritó Franco que ya empezaba a sentirse mal.
—¿Por qué? ¿Todavía no lo sientes? —Su padre soltó a la muchacha y llegó junto a él, inclinándose con la maldad retratada en el rostro—. Es una pequeña dosis de lo que le inyectamos a los purasangre cuando queremos potros nuevos.
Victoria habría jurado que el rostro de aquel hombre también se puso lívido de terror, quizás porque él sí entendía plenamente lo que eso significaba.
—¿Y qué esperas que haga? ¿Qué la viole? —le gritó Franco a su padre viendo cómo el viejo sonreía.
—O no, eso depende de ti. Pero sabes muy bien lo que pasará: tu corazón va a acelerarse, tu cerebro se aturdirá, tendrás una jodida erección por horas y a menos que liberes todo eso, probablemente tu cuerpo colapsará. Convulsionarás, tendrás parálisis muscular… con suerte alguna venita reventará en tu cerebro antes de que sufras demasiado —aseguró tocándole la cabeza con un dedo.
—¡Eres una basura! —le gritó Franco, furioso, ganándose un puñetazo bastante fuerte para la edad de su padre.
—Somos lo que somos, muchacho. Así que tendrás que elegir: o ella o tú. ¡Veremos si eres tan noble como crees!
Franco levantó la mirada para clavarla en la chiquilla aterrorizada que habían atado frente a él. La droga ya empezaba a hacerle efecto, pero al menos tenía la suficiente lucidez para escuchar las últimas palabras que su padre le dijo a uno de los guardias.
—Suéltalo… Y si no la oyes gritar en veinte minutos, mátala.
*El título más alto dentro de la organización. El máximo jefe.
Las linternas tácticas apenas se encendieron lo justo para guiar el terreno, no en lo alto, sino hacia el suelo. La orden de Luca era clara: ningún destello debía delatar su presencia.El follaje era tan espeso que a cada paso parecía que la selva misma los tragaba. El calor húmedo se les pegaba en la piel como una segunda ropa. Insectos invisibles zumbaban en el aire, y de vez en cuando, el crujido de una rama bajo las botas hacía que todos se tensaran como resortes.Alan maldijo en voz baja.—Joder, aquí por solo respirar, nos puede costar un roce de una puta bala.—Cállate, doña Killer —susurró uno de los hombres de Luca, que iba detrás, con el dedo sobre el gatillo. —No quiero morir el hoy.Ese apodo si le molestaba a Alan, podía soportar el de "Toy Boy", incluso el de "Sugar Baby", pero "Doña Killer", ese sí, le irritaba oírlo.El primer grupo de enemigos apareció cerca del claro. Cuatro hombres armados con uniformes oscuros, paseaban con pasos lentos mientras vigilaban el área.
EN ALGUNA PARTE DE ALEMANIA.La llamada llegó de madrugada, cuando Luca aún repasaba por enésima vez los informes dispersos sobre la mesa del refugio.La pantalla del móvil vibró, iluminando su rostro cansado. No había dormido nada, pero el sueño era un lujo que no podía permitirse. Aunque sus músculos pedían descanso, la promesa que le había hecho a su hermana ardía más fuerte que cualquier fatiga: rescataría a su esposo y a su hija, y no descansaría hasta sacarlos de ese infierno en el que se encontraban hundidos.Contestó de inmediato.—No aparece en ningún mapa —dijo Rafi por teléfono, su voz rasposa como grava. Era el hombre que Luca había contactado para que lo ayudara a encontrar la ubicación de la isla—. Tampoco en los satélites comerciales. ¿Sabes por qué? Porque la levantaron a mano. Quien fue, lo hizo porque no quería que supieran su identidad. Antes de que te lances ahí, llévate a tus mejores hombres.“¿Quién había construido ese refugio secreto y de qué, o de quién, se es
CROWLa observo en silencio mientras sale por la puerta. Con ese andar desafiante y la tensión acumulada en cada músculo de su cuerpo, como una fiera que sabe que no tiene salida de su jaula.La dejo ir porque sé que necesita sentirse fuerte. Necesita pensar que aún tiene margen de maniobra, que no todo está perdido para ella. Pero lo que no sabe… es que cada paso que da dentro de este palacio está marcado por mí. Cada esquina. Cada salida. Cada sombra.La tengo.El sonido de la puerta al cerrarse me deja solo, y por un instante permanezco quieto con los ojos fijos en el punto donde la tuve presionada mientras ella me lanzaba esa mirada de fuego. Respiro despacio y profundo, dejando que esa imagen suya se me grabe. La rabia contenida en su mirada, la furia ardiendo bajo su piel, y ese maldito deseo que su cuerpo ha empezado a despertar en ella. Aunque lo quiera negar.Sonrío.Todo eso la hace precisamente perfecta.Tomo la carpeta de cuero y la abro una vez más. Paso las páginas una a
CROWNos quedamos así por un momento. No sé cuánto tiempo pasa. Podrían ser segundos, minutos, horas. El mundo se reduce a su cuerpo contra el mío, a la cadencia acelerada de su respiración, al modo en que sus músculos se tensan como si estuviera lista para saltar… o para romperse.Y entonces, lo hago.Aspiro su olor. Ese maldito aroma que se ha convertido en una droga para mí.No necesita perfumes ni lociones, aunque debo admitir que ese jazmín mezclado con vainilla que a veces lleva también es delicioso. Pero esto… esto es distinto. Es su esencia. El calor que emana de su piel, el sudor apenas perceptible en su nuca, su miedo… o de su rabia. No lo sé, y no me importa.Es el jodido infierno ardiendo.Y yo soy un pecador dispuesto a quemarme.—¿Qué demonios haces? —susurra, pero su voz ya no es tan firme.No respondo. En cambio, entierro la nariz en el espacio donde su hombro se une al cuello, inhalando profundamente. Mío. Todo en ella grita que me odia, pero su cuerpo… su cuerpo reac
CROWLa observo por unos segundos. No es solo una mirada, es una reivindicación. Mis ojos recorren cada centímetro de su cuerpo, desde la tensión en sus hombros hasta el puño cerrado que tiembla a su costado. Es obvio que ella me odia. Lo sé, por esa tensión en su cuerpo y esa respiración. Lo irradia como un veneno que debería matarme, pero en cambio, me alimenta. Una sonrisa lenta se dibuja en mis labios. De pura satisfacción, cruda, animal. Por fin la tengo atrapada en mis garras, en mi puto mundo. —¿Eso es todo? —pregunta después de un tiempo que nos quedamos en silencio ambos, su voz sigue sonando cortante, ni siquiera me mira ahora. Esos ojos, que arden como brasas, se clavan en la pared detrás de mí, como si yo no fuera lo último en la tierra que no desea no mirar. El aire se espesa con su desprecio. Puedo sentir el odio que siente por mí, casi diría que se desprende de su piel. Y eso me gusta más de lo que podía imaginar.No respondo a su pregunta, solo me quedo fijamente v
ANTONELLACuando termino de escribir la última letra, no hay alivio. Debería haberlo. Debería sentir aunque sea un pequeño respiro por haber salvado por un tiempo más a mi padre. Pero no. No siento nada más que una presión brutal en el pecho, como si hubiera firmado con sangre un pacto demonial.Dejo el bolígrafo sobre el escritorio con un movimiento seco y retrocedo un paso, como si al alejarme pudiera deshacer lo que acabo de hacer. No hay vuelta atrás. Mi nombre ha quedado marcado con tinta en esos documentos que parece una maldición porque ahora me une a él… legal o no, real o ficticio, nos une.Porque no solo me ha hecho firmar ese maldito acuerdo. Después tuve que escribir mi nombre en otras dos hojas más. Una de ellas con un título claro, y jodidamente enfermo: Acta de matrimonio.Estoy acabada...Crow baja la mirada hacia el papel. Lo toma con sus dedos largos, los mismos que han estado alrededor de mi cuello, marcando un dominio que detesto hasta en mis huesos, y que he queri
Último capítulo