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LUCA

El frío metal de la pistola descansaba contra la piel de Luca De Santis mientras observaba la mansión Moretti desde el jardín. La luna proyectaba sombras inquietas sobre los rosales que Bianca tanto apreciaba. Cinco años a su servicio y aún sentía que no conocía todos los secretos que guardaban esos muros.

Luca ajustó su traje negro, impecable como siempre. La disciplina era parte de su naturaleza, un legado de su padre, quien también había servido a la familia Moretti hasta su último aliento. Pero su padre nunca había cometido el error que él arrastraba como una cadena invisible: enamorarse de quien debía proteger.

—Estúpido —murmuró para sí mismo, mientras su mirada se dirigía hacia la ventana del despacho donde Bianca trabajaba hasta altas horas de la noche.

La luz seguía encendida a pesar de ser casi medianoche. Desde el funeral de Antonio, ella apenas dormía. Luca conocía sus rutinas mejor que nadie: cómo sostenía la taza de café con ambas manos por las mañanas, cómo su mirada se perdía en el horizonte cuando creía que nadie la observaba, cómo había aprendido a ocultar el temblor de sus manos cuando tomaba decisiones difíciles.

El teléfono vibró en su bolsillo. Era Salvatore, el consigliere de la familia.

—Necesito que la saques de ahí —la voz sonaba tensa—. Tenemos información de que los Russo planean un ataque esta noche.

Luca sintió que su cuerpo se tensaba. Los Russo, la familia rival que había estado en guerra con los Moretti durante generaciones.

—¿Fuente? —preguntó secamente.

—Confiable. Uno de nuestros informantes dentro de su organización. No hay tiempo para explicaciones, De Santis. Sácala por la ruta de emergencia y llévala al refugio en las afueras.

Algo no encajaba. Los protocolos de seguridad establecían que cualquier amenaza debía ser verificada por al menos dos fuentes independientes.

—Necesito confirmación adicional —insistió Luca.

—¿Cuestionas mis órdenes? —la voz de Salvatore se endureció—. Si algo le pasa a la signorina Moretti porque dudaste, tu cabeza será la primera en rodar.

La llamada se cortó. Luca guardó el teléfono y miró nuevamente hacia la ventana iluminada. Salvatore Bianchi había sido la mano derecha del padre de Bianca durante décadas, pero desde la muerte de Antonio, algo había cambiado en él. Pequeños detalles, casi imperceptibles: reuniones a puertas cerradas, llamadas que terminaban abruptamente cuando alguien entraba a la habitación, documentos que desaparecían.

Luca ingresó a la mansión por la entrada de servicio. Los guardias lo saludaron con un gesto de cabeza mientras avanzaba por los pasillos de mármol. Su mente trabajaba a toda velocidad, evaluando opciones. Si la amenaza era real, debía actuar de inmediato. Si era falsa... ¿por qué Salvatore querría sacar a Bianca de la seguridad de la mansión?

Al llegar al despacho, golpeó suavemente la puerta.

—Adelante —la voz de Bianca sonaba cansada.

Ella estaba de pie junto a la ventana, con una copa de vino tinto en la mano. El vestido negro que llevaba acentuaba la palidez de su piel. Desde la muerte de Antonio, el negro se había convertido en su único color.

—Luca —dijo ella, esbozando una leve sonrisa que no alcanzó sus ojos—. ¿Ocurre algo?

—Salvatore ha recibido información sobre un posible ataque de los Russo —respondió, estudiando cuidadosamente su reacción—. Sugiere que la traslade al refugio inmediatamente.

Bianca frunció el ceño.

—¿Qué tipo de información?

—No dio detalles. Solo dijo que la fuente era confiable.

Ella dejó la copa sobre el escritorio y se acercó a él. El perfume de jazmín que siempre usaba inundó sus sentidos, despertando recuerdos que Luca luchaba por mantener enterrados.

—¿Y tú qué piensas? —preguntó ella, mirándolo directamente a los ojos.

Esa era Bianca Moretti. Mientras otros líderes de la mafia imponían su voluntad sin cuestionamientos, ella siempre valoraba su opinión. Era una de las razones por las que se había enamorado de ella, aunque jamás lo admitiría en voz alta.

—Creo que algo no encaja —respondió con honestidad—. Los Russo han estado inusualmente tranquilos desde la muerte de Antonio. Un ataque ahora sería... precipitado.

Bianca asintió lentamente.

—Coincido. Además, Salvatore debería haber consultado conmigo primero —sus ojos se endurecieron—. Las cosas están cambiando, Luca. Puedo sentirlo. Hay movimientos en las sombras.

—Mi deber es protegerla —dijo él, manteniendo su voz neutra a pesar del tumulto en su interior—. Si usted decide quedarse, reforzaré la seguridad.

—¿Tu deber? —Bianca sonrió con amargura—. A veces me pregunto si es solo eso lo que te mantiene a mi lado.

Antes de que Luca pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Marco Ricci, uno de los capitanes más leales a Salvatore, entró con cuatro hombres armados.

—Signorina Moretti, debemos evacuar inmediatamente —dijo Marco, evitando mirar a Luca—. Órdenes directas de Salvatore.

Luca se interpuso instintivamente entre Bianca y los recién llegados.

—La signorina ha decidido permanecer en la mansión —declaró con firmeza—. Yo me encargaré de su seguridad.

Marco desenfundó su arma con un movimiento fluido.

—Lo siento, De Santis, pero las órdenes son claras. La signorina viene con nosotros.

El ambiente se cargó de tensión. Los otros hombres también sacaron sus armas, pero Luca no se movió. Años de entrenamiento le habían enseñado a reconocer cuando una situación olía a traición.

—Baja el arma, Marco —la voz de Bianca sonaba tranquila, pero había acero en sus palabras—. Nadie me da órdenes en mi propia casa.

—Salvatore dijo que diría eso —respondió Marco—. También dijo que si era necesario, la lleváramos por la fuerza. Por su propia seguridad.

Luca evaluó rápidamente la situación. Cuatro hombres armados, más Marco. Las probabilidades no estaban a su favor, pero había sobrevivido a peores escenarios.

—Última advertencia —dijo Luca, su mano moviéndose imperceptiblemente hacia su arma—. Retírense ahora.

El disparo resonó en la habitación antes de que nadie pudiera reaccionar. Uno de los hombres de Marco cayó al suelo, sujetándose la pierna. Todos se volvieron hacia Bianca, quien sostenía una pequeña pistola que había sacado de un cajón del escritorio.

—La próxima va a la cabeza —dijo ella con frialdad—. Ahora, todos fuera de mi despacho. Y díganle a Salvatore que si quiere hablar conmigo, que venga personalmente.

Marco dudó por un momento, pero finalmente hizo un gesto a sus hombres. Recogieron al herido y salieron en silencio.

Cuando la puerta se cerró, Bianca se dejó caer en su silla, el arma aún en su mano.

—Esto confirma mis sospechas —murmuró—. Salvatore está haciendo movimientos.

Luca se acercó y se arrodilló junto a ella.

—Debemos ser cautelosos. Si Salvatore está planeando algo, no será el único. La muerte de Antonio ha creado un vacío de poder que muchos quieren llenar.

Bianca lo miró con una intensidad que le quemaba el alma.

—¿Y tú, Luca? ¿Qué quieres tú?

La pregunta quedó suspendida entre ellos, cargada de significados no dichos. Luca sabía que su respuesta podría cambiarlo todo.

—Quiero mantener mi promesa —respondió finalmente—. Juré protegerla, y lo haré hasta mi último aliento.

Lo que no dijo fue que cada día esa promesa se volvía más difícil de cumplir. No porque su lealtad flaqueara, sino porque el peso de sus sentimientos amenazaba con nublar su juicio. Y en su mundo, un juicio nublado significaba muerte.

Bianca asintió lentamente, como si hubiera escuchado tanto lo dicho como lo callado.

—Entonces prepárate, Luca De Santis —dijo, levantándose con renovada determinación—. Porque creo que pronto descubriremos quiénes son realmente nuestros enemigos. Y me temo que algunos de ellos llevan años sentándose a nuestra mesa.

  

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