LUCA
La sangre de Bianca se deslizaba entre los dedos de Luca como un río carmesí imparable. Nunca había sentido tanto miedo. Ni siquiera cuando estuvo al borde de la muerte en aquella emboscada en Nápoles, ni cuando vio a su padre ser ejecutado frente a sus ojos. Este terror era diferente: era el pánico de perder la única razón que le quedaba para seguir respirando.
—¡Bianca! ¡Quédate conmigo, por favor! —suplicó mientras presionaba la herida en su abdomen.
El disparo había sido certero. Demasiado. La bala había atravesado limpiamente el costado de Bianca, y ahora ella yacía pálida como un fantasma sobre el frío suelo de mármol de la mansión Moretti. La misma mansión que había sido testigo de tantas traiciones, ahora contemplaba cómo la última heredera del imperio se desangraba lentamente.
Luca la sostenía contra su pecho mientras marcaba frenéticamente a Franco.
—¡Necesito un médico ahora! ¡Bianca está herida! —gritó al teléfono—. ¡Si no llega en cinco minutos, todos ustedes estarán